sábado, 31 de julio de 2010

Salgamos al mundo. De Antropología y YouTube

Necesitamos reconocer que no se puede matar el instinto que produce la tecnología: solo podemos criminalizarlo. No podemos evitar que nuestros jóvenes lo utilicen, solo podemos conducirlo a la clandestinidad. No podemos volverlos pasivos de nuevo, solo podemos hacerlos piratas. Y, ¿es eso bueno? Vivimos en este tiempo extraño, en esta suerte de era de las prohibiciones, en la que continuamente vivimos la vida en contra de la ley [...] Nuestro jóvenes viven sabiendo que lo hacen contra la ley. Darse cuenta de ello es extraordinariamente corrosivo y extraordinariamente corruptor. Y en una democracia deberíamos de poder hacer algo mejor.
Lawrence Lessig [1]

Para los estánderes del efímero tiempo virtual y de la longevidad súbita que ataca con ferocidad todo aquello que transita por el ciberespacio, el video que a continuación posteo es ya una antigualla: fue realizado y subido a YouTube en julio de 2008 por Michael Wesch, profesor de Antropología Cultural de la Universidad Estatal de Kansas. Dura casi una hora (sigue la advertencia: está en inglés con subtítulo en inglés) y, como indica el título, es una introducción antropológica a YouTube (que gracias al mismísimo YouTube tiene hoy día casi un millón y medio de visitas). Yo me lo acabo de topar y no pude dejar de comentarlo. Como cuasiantropóloga y amante del Internet que soy, me pareció muy interesante porque lo que Wesch presenta en él resuena con algo que ya había escrito antes aquí: el Internet no es exclusivamente un enorme muladar que corrompe el gusto de los neófitos, da ideas raritas y hasta perniciosas, impone una cultura global americanizada o, de plano, nomás sirve para matar el tiempo (a pesar de que si, efectivamente, existen infinidad de sitios que, de primera impresión, parecerían hacer justo eso). El video da cuenta de la etnografía de YouTube que hicieron Wesch y sus alumnos y pone sobre la mesa, a propósito de los contenidos generados por los usuarios [2] de este sitio, temas clásicos de la Antropología como la identidad y la comunidad, el yo y la conciencia de si, la empatía, la autenticidad, la autoría, el juego, la participación, la política y la ideología, la proxémica, el paralenguaje y la estética virtual. Si se animan a verlo -es mucho muy recomendable- tómense su tiempo. Helo aquí:



Cuando veo trabajos como este me dan ganas de cambiar el tema de mi tesis (pero, ¡oh calamidad!, para eso es un poquillo demasiado tarde). La etnografía de YouTube que hacen Wesch y sus alumnos ilustra solo una de entre las infinitas maneras que existen para hacer del Internet un verdadero objeto de estudio.

Si de criticar se trata (eso si: de manera constructiva, ¡ja!), me parece que debido al perfil de los vloggeros al que se abocó, la etnografía de Wesch y sus alumnos obvia un poco el potencial de transformación social que los usuarios de YouTube pueden explotar, por un lado, y también pasa por alto el riesgo de difundir contenidos ideológicos que puedan prestarse a la manipulación o desinformación, por el otro. YouTube es, al mismo tiempo, panfleto para las más extravagantes causas, seria tribuna política e incluso semillero de acción colectiva. No obstante pareciera [3], dadas las imágenes con que concluye el video, que este sitio primordialmente da a sus usuarios un espacio de reflexividad sobre sí mismos y quienes son, sobre como presentarse frente a los otros y vincularse con ellos. Estoy de acuerdo en que YouTube ha conformado una serie de comunidades virtuales a través de las cuales se dan relaciones más o menos estrechas y se reconfiguran las identidades individuales, aunque tal vez Wesch y sus alumnos son muy optimistas (hasta llegar a la cursilería) al apuntar hacia el positivo hecho de que YouTube potencia el contacto humano. Es imposible negarlo: YouTube permite "conocer" a un abanico impresionante de personas y, a través de comentarios y mensajes personales, "conectarse" con ellas. Pero estas conexiones no siempre se dan en términos amistosos o incluso respetuosos (y el propio video lo ejemplifica).

Más allá de los dramas que propician haters y trollers, me parece que el impacto real (entiéndase esta última palabra como una referencia a: 1. el mundo fuera de YouTube; y 2. el cambio o su mera posibilidad en dicho mundo) de este sitio tiene que ver con los encuentros cara a cara, en los mismos tiempos y lugares, que también fomenta: la historia de Juan Mann, el chico de los abrazos gratis, es muy linda, pero el pequeño radical que llevo dentro me impide enternecerme o esperanzarme demasiado con ella. YouTube
ha sido escenario de casos -como el de Anonymous contra Cienciología [4] o el de las campañas que promovieron el voto en blanco en las elecciones intermedias de 2009 en México, por mencionar dos- que pasaron de ser meras grescas ciberespaciales para convertirse en movimientos sociales. Me parece que en esta posibilidad de llevar la trifulca virtual -que toma forma y se organiza como exigencia- al mundo real yace una oportunidad en verdad revolucionaria. El instinto que da la tecnología de explorar y crear, retomando el epígrafe de Lessig, también puede hacernos salir a la calle porque ciertamente ese mundo real no se transformará si solo permanecemos tras el teclado, por más que éste ayude muchísimo.

NOTAS
1. Lawrence Lessig es un abogado, activista y académico americano, miembro fundador de Creative Commons, una organización sin fines de lucro que redefine el concepto de los derechos reservados y expande las posibilidades de compartir obras artísticas. Y, por cierto, este bló ya debería de tener su propia licencia de Creative Commons...
2. Conocido como UGC, user-generated content, por sus siglas en inglés.
3. Y creo que, en última instancia, estoy de acuerdo: el camino de la revolución inicia con uno mismo.
4. Anonymous es un grupo literalmente virtual (no tiene liderazgo visible y se define como un colectivo ubicuo), de inicio aglutinado a partir de varios canales de YouTube, que desembocó en un movimiento de protesta global -Project Chanology- contra las prácticas de la Iglesia de Cienciología, sobre todo la de estigmatizar, marginar y acosar a quienes han dejado dicha organización por voluntad propia o a quienes han sido expulsados y vetados de la Cienciología por la Iglesia misma. Para más información -en Wikipedia, en inglés- sobre este caso, pícale aquí.
Video, cortesía de mwesch.

miércoles, 14 de julio de 2010

Niñas ¡déjense ahí! o por qué las damitas del Bajío no deben tatuarse

Ayer en León, Guanajuato, la muy escandalizada directora del Instituto de la Mujer Guanajuatense (Imug) hizo varias declaraciones que me parece interesante comentar y que, por su contenido, dan pie al más descarado pitorreo. Luz María Ramírez Villalpando tuvo a bien mostrar una foto a la concurrencia -miembros del Partido Acción Nacional (PAN)- para dar fe de su desconcierto y conmoción y, de pasadita, hacerse entender. Como no tengo acceso a la imagen precisa que Ramírez Villalpando mostró, pues he aquí otra foto que muy bien puede servir de ejemplo:

Así es: Ramírez Villalpando no cabía del asombro (en mal plan) que le provoca este tipo de imagen (y ni se diga la opinión que le merece este "tipo" de mujer). Ayer la directora del Imug no estaba escandalizada porque de los 4,893,812 de habitantes en Guanajuato solo 1 de cada 100 tiene estudios de posgrado, ni porque 10 de cada 100, de entre 15 años y más, no saben leer ni escribir. Tampoco le pareció escandaloso que en el municipio de León la muerte por violencia intrafamiliar se haya incrementado hasta en un 400% en los últimos 20 años y mucho menos reparó en el hecho de que en Guanajuato 1 de cada 5 personas contagiadas de VIH es mujer y ama de casa.

No. Por el momento, a Ramírez Villalpando solo parece quitarle el sueño (atormentado, segurito, por toda mujer, hombre o quimera a favor del derecho a decidir) que a las jóvenes damitas guanajuatenses se les vaya a ocurrir la peregrina idea de hacerse un tatuaje o una perforación. Este aberrante comportamiento, según la titular del Imug, solo puede evidenciar un alarmante estado de cosas: la falta de valores (que, si me permiten la inserción, resultan un pelín conservadores, panuchos y mochos). Claro, Ramírez Villalpando no está considerando entre esos valores violentados a los que apela (y que, por lo menos en la nota, nunca explicita) el derecho que sobre su cuerpo tienen las guanajuatenses, ni tampoco el valor que algunos y algunas le damos a poder expresarnos como mejor nos parezca, con los medios que se nos de la gana. Ay, pero ¡cómo se me ocurre pensar eso! Si disfrutar del propio cuerpo a través de prácticas "no convencionales", bien se sabe en el Bajío, es puro y cínico libertinaje...

Yo creo que Ramírez Villalpando se ha de referir a valores como esos a los que apuntan los mexicanísimos dichos y refranes: calladita te ves más bonita y sin andarte rayando la piel que Dios te dio ni haciéndote otros hoyos además de los que ya tienes de nacimiento (pero ¿qué necesidad de andar sufriendo mana?) te ves mucho mejor; reloj, caballo y mujer, tener bueno o no tener, porque pa' que quieres una que te salga voluntariosa y, encima, tatuada; la mujer buena no tiene ojos ni orejas, ni independencia, ni autonomía, ni cerebro, ni decisión propia, ya no hablemos de criterio y, por supuestísimo, la mujer buena no tiene performaciones ni tatuajes. Y pues ¿cómo no iba a pensar así la directora del Imug si su Estado le ha dado a México esta soberbia enseñanza: mujer que quiera a uno solo y banqueta para dos no se hallan en Guanajuato ni por el amor de Dios?

Huelga decir que adivinar la inmoralidad o moralidad de una mujer con base en la existencia o inexistencia de tatuajes o perforaciones es, por decir lo menos, una ridiculez. Mejor me ahorro mi palabras y le cedo el espacio a lo que mis amigos y amigas de Facebook han dicho al respecto:











Supongo que esperar la destitución de una funcionaria pública mexicana por andar moralizando en lugar de trabajando es una ingenuidad. Cada cual puede tener la opinión que quiera sobre el tema que quiera pero, si se es servidor público, ventilar dichas opiniones tan campechanamente es un poco irresponsable, ¿no creen?

Foto, cortesía de www.dogguie.com
Gracias a quienes comentaron en Facebook.

domingo, 11 de julio de 2010

La mitad de mi patria. De fútbol y otras cosas

Hoy, por primera vez en su historia, España ganó el Mundial. Y hoy, por primera vez en mi historia, salí a festejar un triunfo futbolero...

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He de reconocer que el fútbol ya no me desagrada tanto como antes. Mi (¿pasada?) aversión a este deporte (debida, en gran parte, a un ex que me torturó algún tiempo con su devoción al América) hizo que en el dichoso Facebook me uniera a un grupo que en el nombre lleva la penitencia: Yo odio el fútbol. Digo: sigo creyendo que las pasiones pamboleras se aprovechan y explotan maquiavélicamente y que la FIFA es una impresionante mina de oro gracias (entre otras cosas) a que no existen sindicatos de jugadores de soccer. Pero, muy a pesar de ello, me parece que el fútbol no tiene la culpa (si no el que lo hizo compadre) e incluso creo que, poco a poco, le estoy agarrando el gusto. En breve, esta nueva sensibilidad mía para con el balompié se debe a los golazos de Javier "Chicharito" Hernández en Sudáfrica y al 2-0 del más reciente Barça vs. Real Madrid, un gran partido que me tocó ver en Barcelona, en el mismísimo Bar Wembley, y que ganó el Barça para beneplácito de los apasionados parroquianos aficionados. Ahora que la Furia Roja es campeón del mundo -tras una victoria en el impecable juego contra Alemania y otra después de soportar el unfair play de la Naranja "Marránica"- se está fraguando mi reconciliación con el fútbol y, de paso, con la pequeña española que llevo dentro.


Parte de este histórico desapego pambolero mío tiene que ver (¡miren cómo se regocija el pequeño psicoanalista que llevo dentro!) con mi padre. No es que no le guste el fútbol: solo le enfadan sobremanera las hordas de palurdos que festejan los triunfos de "sus" equipos como si se hubieran ganado con sus propias lágrimas y sangre. Solo le molesta que los colores de una Selección Nacional sean el referente identitario más fundamental de los palurdos esos que se desgañitan y desgreñan en las plazas públicas... Uno hereda pues, hasta nuevo aviso, filias y fobias. Y también en ese otro histórico desapego mío, el de la mitad de mi patria, el de España, tuvo que ver mi padre.

Durante los últimos quince años me han preguntado repetidas veces por qué no estudié en el Colegio Madrid si soy hija de español (auto) exiliado en México. Como de plano no sabía qué decir, un buen día le hice esa misma pregunta a mi padre. Primero respondió que porque la mejor escuela es siempre la que está cerca de la casa. En septiembre de 1980 que entré a la primaria vivíamos en Mixcoac y por eso, dijo mi padre, me matriculó en el Colegio Williams. Pero resulta que en aquellos tiempos el Williams estaba justo frente al Madrid, separados solamente por la estrechísima Calle Empresa. Entonces, si ambos colegios estaban casi casi en el mismo lugar, ¿por qué uno y no el otro? Porque no quería, dijo mi padre, que tuvieras el síndrome del exiliado de segunda generación, que añoraras un país al que nada más habías ido de visita, que te sintieras ni de aquí ni de allá y me pareció mejor, dijo, una educación mexicanísima (que a final de cuentas no fue mexicanísima porque, para eso, mejor hubiera sido la Escuela Tabasco que estaba en la mismititita calle en que vivíamos, pero en fin...).

Y así, por años y años España fue para mi Las Meninas que había visto en El Prado; La Sagrada Familia y el Parque Güell en Barcelona; la Catedral de Toledo y la Alhambra de Granada; los versos de Antonio Machado, Miguel Hernández, Pedro Salinas y Federico García Lorca; las mondas de patata que comían, según me contaron, en casa de los abuelos después de la Guerra Civil; el Duero que pasa por Soria pura, cabeza de Extremadura y las zarzamoras que recolectaba en Tera, el pueblito de los veranos de mi padre. Y el fútbol... pues el fútbol era eso, como la política y la religión, de lo que mejor ni hablamos.

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Cuando Eli sugirió que fuéramos con su hijo Diego a ver el partido Holanda vs. España en casa de David y Vane me pareció excelente idea. Eso aprendí en este Mundial: el fútbol es un verdadero espectáculo, no solo un concurso de patadas, para compartir con los amigos (se me cae la mano de lo cursi que resulta esta perogrullada, pero ¡cuán cierta!). Y cuando dijeron: ¡de aquí a la Cibeles! pues la Furia Roja ya me tenía en su futbolero bolsillo. Una victoria muy merecida, muy justa; los españoles jugaron tan bien y con tanta paciencia -miren que aguantar los continuos codazos, jalones y patadas de las Naranjas Podridas- que así si dan ganas de celebrar. Además, ¿qué no soy 3/6 española? ¿Qué no me emociona que mi Madre (o más bien Padre) Patria haya ganado el Mundial?

Al llegar a la Cibeles nos encontramos a Carmen, querida amiga asturiana que lleva años ya de vivir en México. Sin perder tiempo tras el abrazo de felicitación, me puso una chamarra y una bufanda del Real Sporting de Gijón y me llevó de la mano, corriendo y saltando, a dar la vuelta mundialista. Aquéllo estaba completamente pintado de rojo y amarillo: corrían el vino y la espuma, retumbaban las vuvuzelas y la gente coreaba: el pulpo, el pulpo, el pulpo es cojonuuudooo... Carmen y yo seguimos brincando de grupo en grupo: había catalanes, valencianos y no faltaron las niñas vestidas de sevillanas. Había tambores y gaitas gallegas y gente, muchísima, de todas edades que de pronto empezó a cantar al unísono: ¡¡¡yo soy español, español, español!!!

Para qué negarlo: si, súbitamente, ahí entre la multitud, me sentí española. No fue una certeza de la cabeza: ésta se cree más mexicana que el mole. Fue algo así como una intuición del corazón, como un pertenecer sin causa aparente o motivo (y si en este punto del relato a alguien se le salen los ojos de todavía más cursilería será enteramente comprensible). El 50% de mi identidad genética rebotaba de emoción al sentirse parte de España, o de esa vaga idea que todos llamamos España, que aún no se qué significa exactamente en mi caso (y que, espero, pueda saberlo con los años). Me identifiqué con el gozo y el orgullo plenos que, más allá de las banderas y los escudos, de los acentos, del color de los ojos y de la piel, a todos embargaba por igual. La sangre me llamó y canté como seguramente ahora mismo siguen cantando millones en la mitad de mi patria. Yo también soy española...

lunes, 5 de julio de 2010

De lo que uno se pone a pensar mientras cae la lluvia

Prefiero el sol a la lluvia y el sol del ocaso al de mediodía. Prefiero el calor al frío (a menos que el frío sea en cama, entre cobertores y almohadas, leyendo a Bolaño o a Wallace o a Auster). Y aunque llueva en verano, lo prefiero al invierno. Eso si: entre salado y dulce, me gustan por igual. Prefiero una buena novela a un cuento excelente. Prefiero una canción triste y nostálgica que una ingenuamente optimista: mejor Untitled que Friday, I'm in Love. Entre verdades brutales y mentiras piadosas, me quedo con las verdades. Prefiero a los gatos que a los perros (aunque algunos perros, he de confesar, son encantadores). Prefiero el afrobeat al reggae. Prefiero las chick flicks a las películas de "terror" (en las primeras segurito que se obtiene lo que se espera; en las segundas es muy probable salir decepcionado). Entre azul y buenas noches, buenas noches por favor. Prefiero escribir aquí (ay, ¡Dios!) que en cualquier otro lado, pero mejor me voy a escribir la tesis porque el tiempo apremia...



Video, cortesía de DjKCraZy.