sábado, 26 de febrero de 2011

Leer no sirve para nada. Sobre la campaña Diviértete Leyendo

Leer no sirve para nada: es un vicio, una felicidad.
Gabriel Zaid

Desde hace unos meses, el paisaje urbano de la Ciudad de México se vistió de gala y hartísima cultura con unos anuncios de colores y caritas sonrientes que invitan a todo aquel que los vea a divertirse y fomentar la unión familiar gracias a una revolucionaria y desquiciante moda: la lectura.


Para su campaña Diviértete Leyendo, el Consejo de la Comunicación, Voz de las Empresas según esto, echó mano de más de veinte figuras públicas, entre personalidades del medio artístico ("luminarias" dicen que les llaman) como OV7, Tatiana, Paty Cantú, Motel y Belanova; alguno que otro atleta -el Místico luchador y el portero del Guadalajara Luis Alberto Michel (porque el Cuau andaba grabando su soberbio debut actoral en la telenovela Triunfo del Amor)-; escritores renombradísimos como
Jordi Rosado, culpable junto con Gaby Vargas de los libros Quiúbole con... para chavas y Quiúbole con... para chavos, el imprescindible Mariano Osorio y, de pasadita, actores verdaderamente buenos y serios como Luisa Huertas y Héctor Bonilla.

La idea detrás de tanto esfuerzo civilizatorio de las empresas es lograr lo que nadie nunca ha logrado (una meta que, a veces, me pregunto si de veras es tan apremiante lograr): la transformación de México en un país de lectores, inspirando a los niños y, sobre todo, a los papás de los niños (como diría Chabelo) a que desde chiquillos les metan la letra, que con sangre entra, y así se enamoren de tan edificante actividad. La campaña enfatiza que leer es algo chido, algo cool; que resulta endemoniadamente divertido y está in; que (y esto me lo saco de la manga de mi libérrima interpretación) resulta un efectivo medio para hacer amigos/as, ser admirado/a, respetado/a; y, además, que es un entretenimiento muy, pero muy familiar. Digo, es bien sabido que la lectura -de lo que sea, dónde sea, cómo sea, entendiendo o no lo que se lee, comentándola u omitiendo su comentario, disfrutándola o padeciéndola- impulsa la comunicación y la cohesión familiares; que es, sin lugar a dudas, intrínsecamente beneficiosa y que, a todas luces, leer es
(mirénse nomás en el espejo de los OV7) sencillamente eloquecedor. ¿O no?

Pues, la mera verdad, eso de que hay que leer a fuerza -aunque se maquille dicho objetivo con argumentos educativos y desarrollistas de toda índole (y vaya que esta campaña emplea mucho maquillaje)-, eso de leer como una obligación que "obligatoriamente" ha de ser placentera, me parece una barbaridad. Tan lugar común ha sido desde hace siglos que la lectura -¡virtuosa lectura!- ilustra, libera, ennoblece, transforma, cultiva, motiva y demás, como lugar común es hoy en día que hacer leer por decreto desde arriba o por artimaña publicitaria desde abajo supone embarcarse en una travesía que no llegará a buen puerto.
Convertir a la lectura, por imposible que parezca, en un vil producto que se vende con el gesto seductor de quienes también "anuncian Colgate o agua embotellada o desodorante o shampoo" (Argel Corpus, dixit), mercadearla como "lo más divertido del mundo" y centrar su relevancia en una apología cursi (muy culta, eso si) de la familia me parece que le restan especificidad, sustancia y sentido a esta práctica.

La gente de a pie como yo (no las celebridades del Consejo de la Comunicación) lee
debido a todo tipo de motivos que, en ocasiones, poco o nada tienen que ver con pasársela bomba, ser popular o integrar a la familia. Supongo que en los motores de la lectura mucho influyen a lo que uno se dedica y cómo se gana la vida: el hecho de que yo haya escogido estudiar Sociología y luego Antropología y de que haga traducciones freelance, entre otras cosas, me tiene lee que lee desde hace casi dos décadas. Leer, como tantísimo en la vida, es cuestión de gusto y aptitud, de filias y fobias, de afinidades electivas. Incluso me parece que leer es una suerte de vocación y, como tal, no debiera imponérsele a nadie. Leer no es manda pues.

Una gran falacia de esta campaña es afirmar que leer es sinónimo inequívoco de diversión y que si uno quiere divertirse, muy culta y sanamente, lo mejor que puede hacer es aferrarse al libro más próximo y no soltarlo bajo ningún concepto. Leer, estimado Consejo de la Comunicación, debido a las causas más extrañas, puede tornarse en una completa pesadilla o en la cosa más aburrida del planeta. Si bien lectura y placer tienen vínculos estrechos, el segundo no agota a la primera. Leer también duele, angustia, incomoda, indigna; algunos libros levantan pasiones sombrías y por eso, dirían los censores, corrompen el alma.

U
no se obsesiona, por ejemplo, con Julio Cortázar y sospechosamente sustrae todos sus libros de la biblioteca del padre (lugar a donde nunca los regresa); uno se engolosina con Kurt Vonnegut o Angela Carter y luego anda penando por las librerías en busca de sus novelas en inglés; uno se pone a leer a Paul Auster o a Simone Weil o a Clifford Geertz o a Roberto Bolaño y se le olvida la montaña de trastes y ropa que tiene que lavar con caracter de urgencia, lo cual, previsiblemente, desata las culpas más abrumadoras; uno gime y llora y duerme con la luz prendida durante semanas porque leyó Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano o El diario de Ana Frank o A sangre fría de Truman Capote o El corazón delator de Edgar Allan Poe (imagínense: por eso no leo a Lovecraft). A veces leer implica una especie de tortura (gozosa, eso que ni que), un suplicio que tiene sus merecidas recompensas: leer a Foucault o a Wittgenstein o a Shakespeare o a Barthes para disfrutar su impecable estilo y brillantez es una escabrosa misión en la que muy bien se pueden emplear los 20 minutos de lectura al día que la campaña sugiere, pero mantenidos disciplinadamente durante varios años. La lectura también es una responsabilidad, un compromiso: al menos para los sociólogos, hay que chutarse a Luhmann y Habermas aunque sea nomás por esprit de corps y como traductora me he visto forzada a leer cada cosa... Y cuando se lee no se puede asegurar que al dar vuelta a la última página de un libro la experiencia beatífica de la lectura estará cómodamente sentada, esperando al final del camino para abrazarnos alborozada: ahí tienen mi horrible experiencia con La metamorfosis de Kafka, El túnel de Sabato y Aura de Fuentes, textos que odie con todo el corazón (y cuya segunda lectura no estaría nada mal).

Leer cualquier cosa, sin ton ni son, siguiendo
una mera consigna mediática -¡qué ironía!-; leer así nomás, porque no tiene madre, demerita la complejidad de esta práctica, al igual que leer sólo en función de buscar lo "divertido" anularía buena parte del complejísimo repertorio de causas y efectos de la lectura: si no me divierte, por las razones que sea, La historia del ojo de Georges Bataille o la Breve Historia del Tiempo de Stephen Hawking o, ya en un arrebato de exigencia enajenada, La historia interminable de Michael Ende, ¡pues al carajo! A leer el TV Notas o la Quién se ha dicho, que esas si entretienen.

Leer porque Pedro Ferriz sostiene que lo "mantiene en sintonía", porque
Francisco Javier González asegura que es "el mejor deporte" o porque Eli Guerra presume: "es mi estilo", me parecen motivaciones superficiales y hasta tontas para hacerlo. Encima, si me pusiera muy mamona podría decirle a los/as famosos/as que prestan su imagen para esta campaña que hasta que no se lean Infinite Jest de David Foster Wallace, completito y en inglés, eso de andar recomendando (indirectamente) la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer es una grosería. El problema (¿o ventaja?) es que muchísima gente algo hallará de atractivo en la campaña y llegará a quién sabe que tipo de literatura con quién sabe que resultados. Total, el caso es que lean a lo güey. Lo de más es lo de menos.

Después de tanto choro mío, mejor concluyo este post con las palabras de alguien que
si sabe acerca de las problemáticas referidas a la promoción de la lectura, Juan Domingo Argüelles, un auténtico experto en libros y lectores:

Lo que hay que conseguir es que el libro deje de ser un simple fetiche de los discursos nobles y regrese a la conversación. Pero no a la conversación del jueguito intelectual sabiondo, sino a la charla natural en el mejor sentido socrático. El libro es artificio, es decir elaboración; la plática y la reflexión, que suscitan dudas, son potencias naturales que el libro puede enriquecer, pero que no se producen únicamente por el libro en cuyas páginas, como dijera Ortega y Gasset, lo que hay es cenizas de la llama original del pensar y el sentir.

Hacer de la lectura un detonante del diálogo y el pensamiento en todas las trincheras de la vida me parece mejor opción; claro, es una opción mucho más compleja de implementar que simplemente andar incitando a la gente para que lea porque algunas estrellas de la televisión dicen que es padrísimo hacerlo...

miércoles, 23 de febrero de 2011

Posteo un video a media semana...

...porque tengo muy descuidado este querido bló. Parece que ya se acabó el tiempo (ay, la nostalgia...) en que podía escribir un largo y nutrido post diario; en que me hacía espacios para divagar y comentar, para construir un pequeño reino de palabras e imágenes. Hoy día -y es muy afortunado el cambio, no vayan ustedes a creer- me la paso de reunión en reunión, de compromiso en compromiso, arañando el reloj para conquistar un momentito de ociosidad creativa. Se ha pasado el momentum de varios posts coyunturales que deseaba escribir, se me han ido las ideas para muchos otros (el mal hábito de no usar una libretita memoriosa) y, al menos, ha sido porque concretar la vida cotidiana nunca antes había sido tan interesante y provechoso...



Además, los remixes y la música del fantástico Joakim bien valen la pena unos minutos de distracción en las horas contadas de mi muy intensa agenda...

Somewhere, all that we leave behind
Lingers on, longing for lullabies
You live, you learn
You love, you burn
You win, you lose
Becoming you.

Video, cortesía de Szeneboy1.

domingo, 6 de febrero de 2011

Presunto Culpable. De cuando la inocencia no es suficiente

La impartición de justicia en México, por razones seguramente complejas, bien puede definirse con dos palabras: abusiva y desaforada. Abusiva porque todo parece indicar que en este país se tiene que probar la inocencia frente a todo un entramado de ineficiencias y corruptelas que, de inicio, asume la culpabilidad de quienes caen en sus garras. Desaforada porque la impartición de justicia en México funciona a tontas y locas: los resquicios y salvedades legales que usan taimados abogados permiten que inocentes purguen por crímenes que no cometieron -vaya que aquí si aplica ese lugar común del melodrama- y que consumados delincuentes nunca lleguen a pisar siquiera un ministerio público. Que me perdone este tipo de abogados, pero pareciera que han limitado el ejercicio de su profesión al empleo de un amplio listado de triquiñuelas.



Presunto Culpable, documental de Roberto Hérnandez y Geoffrey Smith a estrenarse comercialmente este 11 de febrero, surge a partir de un proyecto académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) sobre la justicia penal en México. Esta cinta reconstruye el caso de José Antonio Zúñiga Rodríguez y narra cómo los abogados Layda Negrete y Roberto Hernández se involucran en su defensa. Mientras recababan información en torno a las prácticas de los tribunales y prisiones mexicanos, Layda y Roberto se toparon con Toño, un joven acusado de homicidio, crimen por el cual había sido condenado a 20 años de prisión. Tras revisar su expediente descubrieron inconsistencias -todo un cochinero, pues- lo cual les hizo creer en la inocencia de Toño y en la posibilidad de llevar un proceso para exonerarlo.

A lo largo de varios años, los Abogados con Cámaras documentaron la vida de Toño en prisión, la de su familia y amigos a la espera de su libertad, y se embarcaron en la penosa travesía legal para conseguir un segundo juicio que asentara su inocencia. Presunto Culpable logra evidenciar, con una fuerza y claridad extraordinarios, la nefastez (lo siento, no hay otra palabra queridos lectores) del juez, los judiciales y la ministerio público involucrados en el caso: su trabajo -cuestión de vida o muerte, me cae- equivale a poner en práctica indiferencia, coacción y cinismo. Total, pus si ellos nomás están "haciendo su chamba", aunque ello implique una expresa indiferencia ante la verdad jurídica y los derechos humanos.

El interés por explorar la vida carcelaria y por indagar sobre las circunstancias que convierten a alguien en un reo hace de Presunto Culpable -al igual que de dos excelentes documentales mexicanos, aunque muy distintos: Mi vida dentro (Lucía Gajá, 2007) e Interno (Andrea Borbolla, 2010)- una película indispensable en estos tiempos que corren. Muy bien llevado, entrañable incluso, Presunto Culpable ofrece una mirada íntima al caso de Toño, cuya cotidianidad, como la de miles de mexicanos y mexicanas en prisión, sufrió un revés terrible al ser ingresado en un penal debido a la flagrante impunidad de que fue objeto. Tal vez lo único que no me gusta de esta cinta es que el trailer incluye la recomendación de Carlos Loret de Mola, quien recientemente lapidó en cadena nacional a Kalimba, asumiendo como una verdad incontrovertible su culpabilidad en un delicado caso de violación de una menor. Claro: ¿cómo iba a saber el equipo de promoción de Presunto Culpable que Loret de Mola iba a enseñar el cobre? Con "comunicadores" como éste, segurito que el sistema penal se regocija de que, en lugar de cuestionarlo y poner su ineptitud a cuadro, los medios también asuman que en México la presunción de inocencia es una auténtica entelequia.

Si de dar estrella se trata, yo le doy 5 de 5.

Trailer, cortesía de CinepolisOnline.