sábado, 26 de marzo de 2011

Gracias... ¡totales!

Helo aquí: mi primer video. Que no se diga que una bloguera no puede dar el salto cuántico hacia ser también vloguera, ¡ja! Ora podrán ver a la persona detrás de las palabras, la autora intelectual de tanto desvarío, la receptora de toda responsabilidad por lo aquí vertido, la mano que mece la cuna... bueno, nomás los deditos de la mano que anda de arriba abajo por el teclado. ¡Saludos a tod@s!

sábado, 19 de marzo de 2011

Escribir aquí

Este 27 de marzo nimbemon cumplirá dos añitos de existir, dos añitos que lo hacen a penas un bebé en tiempo humano y todo un adulto mayor para los estándares fugaces del ciberespacio [siempre me ha dado por contar, aunque creo que ya no tan obsesivamente como antes]. Dos años que, la verdad, se han sentido como los 730 días (con sus noches) que suman. Dos años en los que han pasado infinidad de cosas, como suele ocurrir con la vida mientras transcurre inexorable, cosas de las cuales a veces he posteado y otras he preferido omitir [antes, en mis diarios de papel, hacía cada fin de mes una suerte de recuento de daños y pérdidas, los enumeraba uno a uno, puntual, fatigosamente; ahora prefiero no hacerlo: los daños de la adultez son abrasadores, las pérdidas, irreparables]. En estos 730 días he escrito, he vuelto a escribir, me he cansado de editar posts antes de aventarlos hacia el mar virtual, como botellas mensajeras que guía el azar. He buscado links y referencias, he posteado música e imágenes. Me han leido (muchas gracias) y comentado (muchas más gracias). He leido comentarios, respondido a la mayoría de ellos y dialogado así con quienes amable y generosamente comparten lo que opinan sobre mis desvaríos. He derramado, tundiendo feliz este teclado, el equivalente a litros y litros de tinta a propósito de asuntos que (por lo menos a mi) me resultan vitales. Y nunca deja de sorprederme que las ideas para posts (buenas, malas, regulares, absurdas, divertidas y no tanto) parecen no agotarse [los daños y las pérdidas, en todos sentidos, son motor de la escritura; la risa y el gozo se comparten mejor cara a cara]; es sólo el tiempo del que dispongo para escribir aquí el que, desde hace meses ya, se estrecha poco a poco porque salir al mundo y concretar la vida cotidiana requieren cada vez más esfuerzo, atención y horas diarias. Siempre quedan posts en el tintero [por fortuna, por desgracia, por pudor o inconstancia], esperando a que una escapadita de los constreñimientos de la agenda les de existencia [sigo esperando que la risa y el gozo también se conviertan en motivos para escribir]. Por eso hoy me escapo por unos minutos para celebrar anticipadamente los (casi) dos años de nimbemon. Para prometerme que hurgaré más frecuentemente en el fondo del tintero, que encontraré razones alborozadas y recobraré el entuasiasmo bloguero (y vital), que tiraré por la borda la agenda y me daré el tiempo que sea necesario para hacer esto, lo que más me gusta y satisface de todo, o casi todo [escribir aquí...].



Música, cortesía de arturozoe2.

jueves, 3 de marzo de 2011

Notas sobre la censura y el escándalo a propósito de Presunto Culpable

Advertencia Este post es largo y complicado; dado que aborda un tema que me puede mucho, me he dado la licencia poética e ideológica de descoserme (porque para eso sirve el bló de uno, ¿que no?). Si quieres saber lo que opino sobre el caso de Presunto Culpable que actualmente desborda ríos de tinta real y virtual (los cuales tal vez ya hayas leido), sólo revisa los apartados I y IV de este post. Si te quieres enterar de algunos pormenores de la tesis sobre censura y escándalo cinematográficos en la que empleo mis escasos ratos libres, también lee los apartados II y III.

I

Ayer por la noche se desató en Twitter una avalancha de comentarios, mentadas y pronunciamientos alrededor de un tema que a casi todo el mundo tiene indignado, enfurecido y con el Jesús en la boca. En su punto más álgido, unos 600 tweets cada quince minutos (a ojo de buen cubero) acusaron indiscriminada y vagamente al gobierno, al Estado, a personajes oscuros (y no tanto), a los partidos políticos, al sistema judicial, las distribuidoras y exhibidoras, las autoridades de Gobernación y RTC y a todo aquel que se dejara acusar de lo que empezó a leerse como un flagrante ultraje al derecho de libre expresión: la presunta censura de Presunto Culpable.

El escándalo tuitero, aún en curso, resulta un elocuente preámbulo de lo que los diarios, a partir de hoy y hasta quien sabe cuando, han publicado ya y publicarán copiosamente en el futuro inmediato: diversos descargos de responsabilidades y comunicados de toda índole; notas periodísticas, reportajes y entrevistas con los involucrados que recogerán el devenir burocrático y legal del caso; cartas públicas de inconformidad; apologías feroces a la libertad de expresión y también feroces condenas de la censura; llamamientos a combatirla y todo tipo de análisis, mejor o peor argumentados, de las razones últimas por las cuales la jueza Blanca Lobo falló por la suspensión temporal de la exhibición de Presunto Culpable. Se avecina -¡ya está aquí!- una tormenta mediática, una sobre exposición adjetivada desde todas las trincheras imaginables y sustentada en fuentes confiables o meros rumores de los quiénes, cómos, cuándos, dóndes y por qués que están por sacar a este documental mexicano de las salas de cine.

Dada la ilegitimidad, opacidad, corrupción y arbitrariedad con que ese ente amorfo denominado "gobierno" ha desempeñado la gran mayoría de sus funciones a lo largo de décadas en este país, la sensación de impotencia y hartazgo entre la gente de a pie (como tu y yo, estimado/a lector/a) se exacerba a partir de casos como este. Nadie cree nada, todos desconfían de todos y pareciera que la salida más expedita para esa minoría entre las minorías que somos usuarios/as de internet es ventilar nuestras frustraciones y anhelos en las redes sociales. Y no resulta casual que los acontecimientos referidos a Presunto Culpable, dentro y fuera de la misma película, evidencien precisamente eso: que en México, a pesar de la supuesta transición democrática, de la tan cacareada alternancia y de incontables reformas institucionales a todos niveles, el ejercicio del poder hegemónico sigue siendo turbio y discrecional y se vale de todas las armas de que dispone -hasta de las legítimas y las legales- para imponerse ante los "otros", los condenados de la tierra diría Fanon, los sin voz y sin rostro diría el EZLN, ya sean enemigos políticos, detractores de consciencia, periodistas combativos, activistas insobornables, presidiarios, abogados, criminales (organizados o no), cineastas, académicos, locos...

II
Estoy escribiendo una tesis sobre los discursos de la censura y el escándalo en el cine mexicano. Una tesis para obtener un grado en Antropología que quisiera se insertara en el campo de los Estudios Culturales, aunque tiene mucho de Historia, más de lo que yo podría manejar con estilo y gracia. Una tesis que llevo maquinando en la cabeza desde hace 9 años, que debe estar lista en dos meses y que, tal como está ahorita, aún hace agua por todos lados. Por eso lo de anoche en Twitter me sacó canas verdes y casi me provoca un infarto: primero, porque es justo mi tema de investigación llevado directito y sin escalas al nuevo milenio y segundo, porque tuve a bien hacer una etnografía de la supervisión cinematográfica para la cual fui a ver a las mismitititas instalaciones de la Dirección de Cinematografía de RTC, junto a los tan temidos "censores", el documental en cuestión, Presunto Culpable. Por lo tanto, ahora estoy obligada a tratar en la tesis este caso, el cual se complejiza y desparrama felizmente mientras escribo estas líneas...

III
Grosso modo, la tesis plantea que tras la aparente incompatibilidad entre la censura y el escándalo -la primera oculta, el segundo visibiliza- se esconde una lógica común: la normalización (foucaultianamente hablando) de aquello que, desde una interpretación privilegiada de poder, se concibe como transgresor o subversivo de los valores social, histórica y culturalmente construidos y compartidos. La censura silencia la alteridad, es decir, lo radicalmente otro -desde conductas y creencias alternativas en incontables esferas de la vida hasta versiones extraoficiales de todo tipo de sucesos- mientras que el escándalo lo exhibe masivamente. Pero el punto de contacto entre ambas medidas disciplinarias es que se enfocan a combatir la alteridad de una u otra forma: ya sea borrándola de la faz de la tierra, como ocurre con lo censurado, o exponiendo masiva y públicamente el rechazo de lo otro -el viejo truco del chivo expiatorio-, como ocurre con lo escandalizante.

La censura, en tanto práctica oficial, también tiene la peculiaridad de desaparecer los rastros y las razones de su propia implementación. No sólo esconde discursos -materializados en libros, periódicos y revistas, documentos diversos, grabaciones en distintos soportes, programas radiales y televisivos, películas- sino que también esconde los indicios que dan cuenta de su existencia y podrían evidenciarla. En sentido estricto, muy estricto, los verdaderos casos de censura son aquéllos que ni siquiera imaginamos de tan bien ocultos que quedaron. De aquí se deriva que al aparecer las huellas de un caso de censura -potencial o consumada- se detone el escándalo; que mostrar públicamente procederes (antes secretos) que generan agravio o disgusto para ciertos actores sociales y políticos devenga en una explosión de declaraciones que se alimenta a si misma en la revelación mantenida de nombres, fechas, detalles, argumentos y contraargumentos.

Para el asunto específico del cine, la censura y el escándalo se engarzan de manera por demás problemática y compleja. Un pretendido caso de censura fílmica -El crimen del Padre Amaro, por ejemplo- puede dar pie al escándalo mediático que redundará en beneficios económicos dada la visibilidad impuesta y fomentada de la cinta en cuestión. El escándalo a propósito de la censura se acerca más a la lógica de la argucia publicitaria que a la de la lucha por la libertad de expresión. Inversamente, una película pretexto de escándalo -insértese aquí casi toda la obra cinematográfica de Jodorowsky- puede devenir caso consumado de censura. Además, los vertiginosos avances tecnológicos en los últimos treinta años -los videocassettes, dvds, el internet- han revolucionado los medios masivos de comunicación de tal forma que son protagonistas indiscutidos de ambos fenómenos. La piratería como manera de darle la vuelta a la prohibición de películas y las redes sociales entendidas en tanto foros de la irrupción y propagación del escándalo son sólo dos ejemplos de ello. Así, la reproductibilidad técnica de la obra de arte a la que se refiere Benjamin y los nuevos intersticios entre lo público y lo privado que supone las tecnologías de la comunicación virtual imponen retos para repensar las dinámicas de la censura y el escándalo.

IV
Mientras escribo la tesis y reviso el laberinto de links en que se ha convertido mi cuenta de Twitter me pregunto si en verdad Presunto Culpable califica como un caso de censura. Tal vez la coyuntura es demasiado temprana como para estar -como mucha gente ya está- alzando el dedo acusador en todas direcciones. Desde un punto de vista estrictamente formal, la censura estatal, la censura propiamente dicha (como la llama Metz), dejó de ser una atribución legal de la Dirección de Cinematografía de RTC con la Ley de Cinematografía de 1992. La antigua ley, la del 49, facultaba a la Dirección para mutilar cintas, prohibir su exhibición y ejercer la censura previa (la de los guiones antes de convertirse en películas) bajo el supuesto de que aquéllo que atentara contra la integridad de las instituciones y el honor de las personas o aquéllo que pudiera ser fuente de envilecimiento para los infantes y jóvenes inexpertos/as calificaba sin duda como ofensivo y denigrante y era indiscutido objeto de censura. La pregunta, claro está, radica en qué criterios, además de los criterios morales de los censores, se consideraban para calificar de "ofensivo" y "denigrante" el contenido parcial o total de una película.

A partir de 1992, RTC tiene vedado por ley prohibir, a través de cualquier medio o artimaña, toda película que llega a sus instalaciones. La Dirección de Cinematografía solamente clasifica películas, es decir, propone una audiencia adecuada al contenido de éstas e informa sobre ciertas directrices para su lectura en términos de lenguaje procaz, sexualidad y violencia explícitas y uso de drogas. La pregunta sigue siendo qué significa "adecuada" en este contexto, a pesar de que existen los Criterios para la Clasificación de Películas, publicados en el Diario Oficial en 2002. Me parece que el espíritu de proteger a los inocentes manipulables sigue permeando el quehacer de la Dirección, pero eso es otra historia.

En el marco normativo vigente para la cinematografía nacional, la decisión de la jueza Lobo de forzar el retiro de Presunto Culpable de salas se contrapone directamente a las atribuciones legales de RTC: acatar este fallo obligaría a la Dirección de Cinematografía a contravenir su propio reglamento. Por eso tal Dirección tiene el derecho a impugnarlo y supongo que los abogados de RTC serán quienes argumenten más finamente (y no en términos tan generales como yo hago aquí) esta contradicción legal. También supongo que será resuelta en términos de jerarquía entre las leyes y esas cosas que, de plano, no manejo y que, la mera verdad y muy a mi pesar, en este país me huelen a podrido por donde sea que las huela.

Otro indicio de este fétido olor está en la causa por la que la jueza Lobo solicitó la prohibición- porque, ultimadamente, eso es lo que se busca- de Presunto Culpable. Víctor Manuel Reyes Bravo interpuso un amparo por daño moral contra la autorización de exhibición que la Dirección de Cinematografía dio a este documental. Reyes Bravo, primo del hombre a quien supuestamente había matado Toño -el Presunto Culpable del título y protagonista de la película-, testificó en el largo y penoso proceso penal cuyos avatares llevaron a la pantalla Roberto Hernández y Geoffrey Smith. Curiosamente, ahora que se estrenó Presunto Culpable en el circuito comercial mexicano con 120 inusitadas copias, Reyes Bravo arguye que se han visto afectados su imagen pública, honor e intereses personales, además de que sostiene que nunca dio su consentimiento para ser filmado. A pesar de que Reyes Bravo está en todo su derecho de proteger su privacidad e intimidad en un mundo plagado de cámaras, en un mundo que lucra desenfadada y cínicamente con la imagen y abusa de ella en todo sentido, es válido cuestionarse porque lo hizo justo ahora: desde 2008, Presunto Culpable se ha proyectado en 12 festivales nacionales e internacionales, de Morelia a Dubai, pasando por Toronto y Guadalajara. Que la reducida y extranjera audiencia del Helsinki Documentary Film Festival sepa de uno y sus penas es una cosa, pero que se sepa en todo el barrio...

En el colmo del sospechosismo total, me pregunto si la iniciativa de combatir la exposición mediática de su persona para regresar al anonimato partió del mismo Reyes Bravo o si, como se ha especulado en prensa, corresponde a la agenda política de alguien más. Porque si en algo es contundente Presunto Culpable es en evidenciar que todos los que se vieron engullidos por el caso de asesinato que documenta, incluido por supuesto Reyes Bravo, no sabían un carajo de los tejes y manejes legales en México. Ya que Presunto Culpable visibiliza los cochineros y corruptelas del sistema mexicano de impartición de justicia, a quien menos le conviene que se exhiba en este país y que tenga éxito en taquilla es precisamente a los jueces, ministerios públicos y policías judiciales, no a Reyes Bravo. La imagen pública, honor e intereses personales que estan siendo vulnerados con esta película son los del propio sistema de justicia, no sólo los de un pobre hombre para quien Presunto Culpable seguramente es y sigue siendo una pesadilla.

Pero lo más relevante (al menos para mi y en términos antropológicos) del posible retiro de salas de Presunto Culpable escapa al mero drama mediático/legal que estamos viviendo en directo y se encuentra, de hecho, oculto tras él. Pareciera que la puesta en escena del drama -frente a la prensa y las cámaras de televisión, detrás de ellas en los oscuros pasillos de ministerios públicos y Secretarías e incluso en las pantallas de las computadoras de cientos de miles de usuarios/as de la red que nos desgarramos las vestiduras- enmascara a los verdaderos culpables bajo la apabullante y atractiva dinámica del escándalo, lo que permite que se sigan articulando, impunemente, los entramados estructurales que facultan el ejercicio de la censura.

Si bien creo que el caso de Presunto Culpable no corresponde a las clásicas (y muy pasadas de moda) dinámicas de la censura estatal, me parece que evidencia como la censura resulta hoy día una práctica elusiva que se ha difuminado en un ejercicio cada vez más ubicuo, aunque a todas luces hegemónico, del poder. Es probable que la iniciativa de censurar -así, con todas sus letras- Presunto Culpable tenga nombre y apellido; es muy posible que nunca lo sepamos a menos que, arriesgando la comodidad tras el teclado y los periódicos, salgamos a las calles como pasó con Aristegui, y no solo para exigir respuestas, sino, como se hizo en Egipto, para cambiar al país.