jueves, 21 de abril de 2011

Sobre los posts que nunca escribí (pero sobre los que estoy escribiendo en este post)

Ahora mismo, justo en la regadera, se me ocurre que debiera escribir un post sobre los posts que nunca escribí. Como aquél en que hace poquito más de un año iba con A y B en un taxi para encontrarnos con C en una mezcalería (y, neto, las mujeres cuyos nombres describo aquí si corresponden a las iniciales A, B y C) y después de platicar acerca de los payasos malignos y lúgubres de nuestra infancia (por eso se dice: ¡te va a cargar el payaaasooo!) yo dije: "esto merece una entrada en mi bló". Entrada que hasta hoy, más o menos, grosso modo, estoy posteando. La regadera corre, el agua cae. O el post sobre los lugares comunes de las telenovelas, algo así como un Top Ten de horrores televisivos. Quiero una telenovela sin cárceles ni juicios americanizados ni ministerios públicos gañanes ni culpables inocentes e inocentes culpables; sin haciendas (ni hacendadas cabronas y buenísimas, por supuesto); sin manicomios y sin pérdidas de la memoria repentinas, inexplicables y muy convenientes; sin preparatorianos/as jodidos/as o presuntuosos/as hasta el vómito; sin sillas de ruedas ni testamentos problemáticos; sin paternidades dudosas (porque con las maternidades está más difícil hacerle al cuento, aunque también); sin hijos e hijas ilegítimos/as que buscan a sus padres/madres para vengarse, hacerles la vida de cuadritos, tal vez reconciliarse a unas horas del último episodio y así. Una telenovela sin finales felices de bodas blancas (a veces múltiples). Cierro la llave del agua y me acuerdo de los posts que prometí escribir sobre los cuarenta días con sus noches en que mi madre estuvo en el hospital; me acuerdo de la niña que gritaba en la rampa de urgencias: "¡no, ella no! ¡Mi abuelita no! ¡No puede ser, no es cierto, no es cierto, no es cierto!". Me acuerdo de los tubos, las máquinas, los catéteres, las gotas de suero que caían como cae esa gotita necia de la regadera; me acuerdo de una mujer cuyo nombre he olvidado que estuvo unos cuantos días en la cama contigua a la de mi madre y que se maquillaba, se peinaba la melena canosa, no dormía y nunca nadie fue a visitarla. Salgo del baño, entoallada, mojada y me acuerdo del post que pensé escribir sobre Iniciativa México, segunda edición para desgracia de muchos. Me acuerdo de cuán malévolo me parece que las televisoras mexicanas quieran cooptar el activismo social y transformarlo en un pinche reality show, un pinche reality de concurso para acabarla de amolar. Montañas de ropa limpia y sucia, zapatos por todos lados, cremas, perfumes, desodorantes: este cuarto es un desastre y yo pensando en los posts que nunca escribí. Como el post sobre mi club de Toby favorito, H y J (aquí nomás no hay ninguna I en el medio), sobre resumir cuatro años de no vernos en una larguísima plática sobre práctica espiritual, terapias de todo tipo y mucho sexo (si: sexo, sexo, sexo; en cubículos de universidades públicas, en lunas de miel, entre dos, entre tres, entre más, vestidas, desnudos, encerrados en una habitación todo un fin de semana, sexo a escondidas y en exteriores, sexo en todas las posiciones y estados de conciencia, sexo antes y después). Pasan los años y cada vez quedan más cosas por decir; cada vez es más urgente verse con más frecuencia. Porque uno nunca sabe. O el post sobre el joyero enamorado del lenguaje de la plata y San Eloy, patrono de los orfebres; o el post (varios posts, si) para seguir traduciendo pasajes de Infinite Jest, aunque desde hace meses siga estancada en la página 571 de 1079 (contando las notas); o el post que escribiré de las películas que quiero ver, una vez que las haya visto, y de cómo uno deja de ir al cine por dedicarse a escribir una tesis sobre cine y a organizar diplomados sobre cine; o el post... mejor me voy a escribir otra cosa. Ahí les dejo musiquita para escribir posts que nunca fueron escritos porque ahora resulta que me encanta Passion Pit. Y así.



Video, cortesía de pocketfudgy.

domingo, 3 de abril de 2011

Elegías

Nunca conocí personalmente a Juan Francisco Sicilia, tampoco a Marisela Escobedo ni a su hija Rubí Marisol. No conocí a Magdalena Reyes Salazar, ni a su hermano Elías, ni a su esposa Luisa Ornelas Soto. Me enteré por los periódicos que habían sido asesinados. Incluso pude verlo en televisión. Me enteré por las declaraciones de familiares y amigos que eran personas comprometidas con aquéllo en lo que creían, personas que, como cualquiera de nosotros, trabajaban día a día para sobrevivir esta catástrofe a la que nos ha arrojado la inútil clase política mexicana; trabajaban para darle algún tipo de sentido -personal, social, político, ético- al sinsentido bárbaro en que se hunde este país desde la "elección" de Felipe Calderón. Puedo adivinar que Juan Francisco, Marisela, Rubí, Magdalena, Elías y Luisa amaban la vida y tenían fe en ella, porque en este pinche país devastado sólo se puede vivir si se tienen fe y amor.

Nadie en mi círculo más íntimo y cercano ha muerto a manos de la "guerra antinarco" que Calderón desató y sigue fomentando, a pesar de toda lógica, a pesar de tantísima sangre. Pero el hecho de que los nombres de Juan Francisco, Marisela, Rubí, Magdalena, Elías y Luisa -aunados a los nombres de más de 40 mil personas- no signifiquen para mi una historia compartida, no impliquen recuerdos de infancia ni supongan anécdotas de aventuras y proyectos juntos, no me quita las ganas de llorar. El no haberlos conocido, el no haber coincidido nunca, no resarce el que me sienta resquebrajada, desvalida. El dolor de tantos duelos, de tantas pérdidas, cada vez es más mío, cada vez punza más. El dolor mío del dolor de otros se me está instalando dentro como un visitante indeseado. Y, por eso, me avergüenza decir que no se qué hacer. Sólo atino a escribir que estoy frustrada; que la maquinaria de muerte que echó a andar Calderón me atemoriza y me indigna. Sólo atino a preguntarme cómo es posible que hayamos llegado a este punto en que la dignidad de víctimas, victimarios y deudos en ambos bandos -la dignidad de todo un país- se ahogue desenfadada y cínicamente en la retórica y las promesas, seguramente incumplidas, de los políticos.

Lo siento, lo siento muchísimo. Siento sólo poder condolerme e indignarme; siento sólo poder echar mano de lo único que se hacer: escribir aquí. Siento en el alma que pueda haber llegado el momento en el cual ya no encuentre más esperanza, ya no encuentre fe ni amor para hacerle frente (o simplemente sobrellevar) la situación demencial de este país. Javier Sicilia tiene razón cuando dice que el corazón de México está podrido.

***

Elegía, Miguel Hernández
En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.