La ventana de mi cuarto; sus vidrios, opacos de polvo, al sol. Las ventanas alargadas de la niñez en casa de mis padres, verdes de árboles y maleza. Las incontables ventanas del hotel al otro lado de la calle; sus cristales ahumados que guardan de la mirada inoportuna. Las paredes de vidrio en la sala de espera: escaparate del flujo de percances y premuras. El ventanal gris del baño del hospital; su ulular constante, otro paciente que también delira, que reza y susurra. La puerta translúcida del pasillo de urgencias, plagada de huellas de manos que empujan angustiadas: un delicado velo de cristal para los accidentes, el llanto y las partidas.
Video, cortesía de 4ADRecords.
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