Scott Pilgrim (Michael Cera, again) es un nerd canadiense de 23 años bastante cool: bajista de la banda Sex Bob-omb, entusiasta aficionado a infinidad de juegos de video y liberal roommate de Wallace (un excelente Kieran Culkin), su amigo gay. Según Scott, no tiene suerte con las chicas, aunque ha andado con varias, como Kim (Allison Pill), la baterista de su actual grupo, y la rockstar Envy (Brie Larson), quien le rompió el corazón al dejarlo por la fama y la fortuna del showbiz. Seguro de que ha llegado el momento de olvidar a Envy, Scott decide salir con la aparentemente inofensiva niña de preparatoria, Knives Chau (Ellen Wong): todo sea por no estar solo y para, como dicen en inglés, move on. Pero las cosas se complican cuando Scott se topa en la vida real con la chica (literalmente) de sus sueños: Ramona Flowers (Mary Elizabeth Winstead). Resulta que esta chica -que cambia de color de cabello como de ropa interior (supongo)- no es un objetivo fácil: además de que Scott no halla cómo romper con Knives y de las dificultades propias de ganarse un si de la arrogante y sangroncilla Ramona, nuestro héroe descubre que si quiere salir con ella tendrá que combatir y vencer a sus siete malignos ex novios (que, en realidad, son seis si tomamos en cuenta el hecho de que Roxy (Mae Whitman) es una ex novia...).
Scott Pilgrim vs. The World (Edgar Wright, Estados Unidos, 2010) es la adaptación al cine de la novela gráfica -nada menos que un voluminoso comic según Leonardo García Tsao- de Bryan Lee O'Malley, tan exitosa y popular en Canadá y Estados Unidos que ya se mereció ser llevada a la pantalla grande. Para quienes son adictos a los video juegos, al anime y al manga -ya sean geeks, otakus o gamers- Scott Pilgrim vs. The World es la quintaesencia de las referencias intertextuales (si no me creen, pregúntenle a Poketronik): les habla directamente sobre un mundo que conocen muy bien y que disfrutan con pasión. Así, esta es una cinta cuyo público objetivo se encuentra justo en ese rango poblacional de gente que nació frente a una computadora, que siguió frente a la computadora gran parte de su infancia y adolescencia y que, ya entrados en su juventud (ay, ¡quien fuera chamaca!), continúan frente a la computadora. Gente que sabe que un bob-omb es un tipo de bomba trashumante que aparece en los juegos de la saga Mario Bros; gente que cuando espera, en una de esas, tiene en la cabeza una progress bar o que cuando piensa lo hace en forma de thought balloon; gente cuyos primeros contactos con el lenguaje audiovisual provienen de horas y horas de MTV y que han fantaseado con vencer malosos gracias al poder de su air guitar; en fin, gente que comparte un ethos generacional y mediáticamente determinado. Por eso, no es de extrañar que para quienes nacimos en los setenta (y no se diga quienes nacieron antes) muchísimas de las referencias que aparecen en Scott Pilgrim vs. The World puedan resultar ajenas, por decir lo menos, e incluso decididamente incomprensibles.
Aún así, Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (como tuvo a bien ponerle Universal, la distribuidora en México) es una película muy atractiva y, sobre todo, muy bien lograda: el ritmo es excelente y los gags y diálogos divertidísimos. Tal vez la cámara sea demasiado esquizofrénica para algunas susceptibilidades, los cortes en la edición abruptos, los efectos especiales desmedidos y la música ensordecedora, pero el oficio cómico y cinematográfico de Wright es innegable, como lo demostró con su fantástica película Shaun of the Dead (Reino Unido/Francia, 2004). Si bien, por razones obvias, es posible comparar Scott Pilgrim vs. The World con otras adaptaciones al cine de novelas gráficas (como Sin City de Frank Miller y Robert Rodríguez o 300, otra obra de Miller, dirigida por Zach Snyder), el encanto de la más reciente película de Wright es su ligereza y buenaondez: la acción de los duelos entre Scott y los miembros de la Legión de Exnovios Malignos no le pide nada a los encontronazos épicos entre Leónidas y Xerxes, pero si que le deja a uno una sonrisita dibujada y no la fatídica lágrima Remy, como ocurre en 300. A lo que voy pues: Scott Pilgrim vs. The World no será un película trascendental, no cambiará vidas ni recibirá Óscares (¿serán estos los únicos objetivos del cine, proponer moralejas normalizadores y acumular premios de la crítica?), pero de que es una experiencia estética muy interesante y de que cumple con su cometido de entretener, no me queda duda. Y además lo hace muy, pero muy bien.
Si de dar estrellas se trata, yo le doy 3 de 5.
Trailer, cortesía de UniversalPictures.
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