Mi estancia en Berlín -como supongo sucede con todo extranjero que vive una temporada en un país ajeno- ha ido adquiriendo color y sabor con el tiempo. Al principio la extrañeza del lenguaje, de las complicadas pero bastante eficientes líneas del U-Bahn, el S-Bahn y el Ringbahn y hasta de los usos y costumbres (bueno, tampoco es como si estuviera viviendo en otro planeta) contribuye a crear una sensación de extravío permanente, de incomunicación y aislamiento. Una sensación bastante propicia para la mirada etnográfica, que buena falta me hace practicar y pulir. Todo es nuevo, curioso e interesante; todo es pretexto para observar, pensar y preguntarse cuán obvio puede ser en este contexto lo que a uno en su tierra se le hace de lo más elemental. Necesariamente aparecen la comparaciones con lo propio: que si en México tal y en Alemania tal, que si en el DF esto y en Berlín lo otro [1]. Pero en cuanto uno se habitúa a andar por la ciudad y a comunicarse a señas o como sea, la extrañeza inicial da paso a una paulatina adaptación [2]. Uno empieza a sentirse un poco como en casa o, más bien, empieza a cartografiar y poblar un pequeño territorio que hace las veces de hogar temporal. La ciudad deja de ser un monstruo incomprensible cuando reconoces algunas calles, lugares y rutas. Las redes de conocidos y contactos se expanden y complejizan; comienzan a surgir amistades y cercanías. Los alemanes -que al principio pensé über organizados, respetuosos de la ley, quisquillosos, fríos y hasta hoscos- resultan tan humanos como cualquier otro humano en cualquier otra latitud del planeta [3].
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Mi cumpleaños este año resultó toda una aventura. Y fue también una agradabilísima sorpresa, totalmente inesperada. La tarde antes del mero día fuimos requeridos a una conferencia en la Freie Universität con el pretexto de que después se celebraría la primera fiesta de verano: música, comida y, según Saranda (una de las chicas a cargo de los asuntos estudiantiles), excelente oportunidad para hacer contactos y hasta encontrar trabajo. En uno de los jardines del campus (muy al estilo gringo: casitas con áreas verdes y construcciones más grandes comunicadas por pequeñas calles, como un pueblito del estudio) se instaló el buffet que, la verdad, fue deliciosísimo (sobre todo las "paletas" de cordero y los postres de leche con moras que quién sabe cómo se llaman). Y entre vino y otros tragos que aparece un mariachi: oh, si, un mariachi que unió a todos los latinoamericanos (bueno, bueno: mexicanos y colombiamos cantamos y bailamos, argentinos y chilenos... pues no se las sabían o vayan ustedes a saber)...
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... y así se quedó este post. Lo comencé a escribir el 11 de junio y un mes después que lo retomo he preferido dejarlo así, sin terminar. Como para no traicionar el hecho de que la propia dinámica del post se rompió, irremediablemente, con el paso de los días; no es que no recuerde qué era lo que iba a escribir o que fue lo que pasó, sino que el momentum del post se perdió, las impresiones frescas de mi fantástico cumpleaños berlinés ahora están demasiado elaboradas, demasiado teñidas por los filtros de la memoria. Recuerdo el viaje nocturno hacia Mitte para seguir la fiesta; recuerdo la trifulca en el vagón del S-Bahn entre el ruso "bueno" y el ruso "malo" porque el segundo, pedísimo, se quejaba violentamente de que nuestra muy femenina delegación mexicana cantaba a todo pulmón y el primer ruso le pedía, paciente y solidariamente, respeto a la libertad de los otros (es decir, de nosotras). Recuerdo haber invitado al ruso "bueno" a mi fiesta, invitación que declinó porque ya era jueves en la madrugada y tenía que trabajar. Recuerdo (y agradezco muchísimo) la hospitalidad de Priscila y Simone: nos recibieron en su casa para seguir la fiesta con chocolate, cervezas y quesos. Recuerdo que salimos ya de día [4] de Mitte y pasamos por unos croissants calientes, a falta de unos buenos chilaquiles, para emprender el camino de regreso a casa... Después se pasaron los días y las semanas, se amontonaron las horas, los paseos por los parques, las salidas a comer y cenar, el vino y las fiestas, las pláticas, charlas e intercambios diversos, los compromisos académicos variopintos (porque, he de decir, también vine a trabajar); se amontonó el asombro por esta ciudad maravillosa y en junio no escribí nada. A veces, si no es que siempre, dado que soy fatalmente ideática, me entra el puntillismo de retratarlo todo, absolutamente todo, desde los detalles más insignificantes hasta las panorámicas más abarcadoras (como si recordarlo no fuera suficiente, como si temiera un súbito revés del olvido), y siento que el post de mi fantástico cumpleaños berlinés ya no puede escribirse en esos términos [5]: helo aquí, incompleto, con una suerte de largo epílogo explicativo sobre sus faltantes y mis obsesiones... Pero, ¿cómo no entregarse al canto de las sirenas berlinesas que susurran: apaga la computadora, sal de tu cuarto y piérdete en la ciudad?
NOTAS
1. Sobre tales comparaciones, algunas muy evidentes y otras no tanto, AÚN espero escribir pronto un post.
2. Salvo por todo tipo de sorpresas que, de repente y sin aviso, saltan al paso: agotar una ciudad como ésta es tarea realmente imposible.
3. Al fin y al cabo, como bien dijo Depeche Mode, People are people, aunque no está demás recordar también el famosísimo People are strange de The Doors...
4. Lo cual no es muy difícil porque en Berlín y en verano empieza a clarear como a las 3am.
5. Supongo que estoy desarrollando algo así como una poética de mi propia escritura bloguera...
Música, cortesía de maryniakzg.
2 comentarios:
me da mucho gusto que no tengas ni tiempo de escribir, por una vez la vida parece mucho más divertida que una pantalla de plasma brillante!!! nomás no te quedes allá hermaniux, porque por estos lares y desde que te fuiste la vida parece más aburrida afuera que en esta pantalla briññante que te lee. un besote! alecitachula.
* brillante. por supuesto
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