It takes, unhappily, no more than a desk and writing supplies to turn any room into a confessional, dice Thomas Pynchon en su novela V. A mi me basta, tristemente, con un teclado y las insinuaciones del mundo virtual para hacer de un post una (casi) confidencia. Hace 23 años, gracias a un acetato doble que seguramente está en casa de mis padres, escuché esta canción por primera vez. Desde entonces intuía los mandatos de una sutil fuerza que me volcaba hacia la melancolía cada vez que el sol del ocaso entraba por mi ventana; hoy, tal vez debido a ese mismo sol que entró por una ventana muy distinta, la he sentido de nuevo (dice Alex que se trata de "la hora macabra" y que provoca el languidecimiento de bebés, niños y gatos por igual). Hicieron falta un par de frases, otros tantos recuerdos, un dolor de panza, cinco canciones, una espera continuada e infructuosa y muchisisísimas ganas de volver a ver a alguien para languidecer melancólicamente. Y como hacía antes, ahora también trato de salir de esta lánguida melancolía escribiendo...
Música, cortesía de roberteitor
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