Después de toda una vida de habitar este monstruo de ciudad, de recorrer ciertos rumbos más que otros y de las largas trayectorias que a veces implica el transporte en el DF, ir de punta a punta por Insurgentes es también una excursión hacia el pasado. No se si mi memoria es muy buena o qué [las memorias selectiva y afectiva funcionan mejor que otras parcelas del recuerdo instaladas en mi cerebro] pero podría contar cantidades industriales de anécdotas, rememorar a incontables personas y remontarme en el tiempo a lo largo de cada centímetro de los 28.8 kms que mide Insurgentes [como siempre, exagero] [en el número de anécdotas y personas, no en la longitud de la avenida, he de anotar]. Insurgentes es como una máquina del tiempo, me cae. Desde El Caminero hasta Indios Verdes (o vicerversa) cada vez que ando por Insurgentes me acuerdo...
Los recuerdos se agrupan más o menos en esquinas, en los cruces que traza la avenida a su paso por la ciudad. Yendo de sur a norte, Insurgentes y Guadalupe Victoria, por ejemplo, me recuerda a D: varias veces fuimos por vino y cervezas al super que está en esa esquina [cuyas puertas siguen abiertas aún después del tiempo y de los cambios de propietario]. En Insurgentes y San Fernando se casaron I y C: me acuerdo de la risa contenida de todos los presentes -incluidos los novios- durante la Epístola de Melchor Ocampo [¡los ojos de pistola del juez!], del posterior rapto de la novia por parte del contingente austriaco, de la gran fiesta al aire libre tras recuperar a I, la oscuridad cayendo iluminada con antorchas. La gran y extraña esquina de Insurgentes y Periférico [que más bien es un trébol] es sede de varios recuerdos: desde el mall horrendo [algunos le llaman Plaza Telmex, imagínense...] donde una sóla vez fui a tomar cerveza de sabores [guácalas...] con V hasta Transportaciones Marítimas Mexicanas y las clases de inglés que ahí di a un ejecutivo cuyo nombre he olvidado; desde la primera ocasión [hace bastante poco, he de confesar] que entré a la Zona Arqueológica de Cuicuilco con J hasta encontrarme con V para traducir un artículo suyo de geofísica en un café de Perisur. Y luego en el extenso trecho de CU que da a Insurgentes, desprovisto de esquinas en sentido estricto, no hay suficiente espacio para enumerar cada recuerdo. Son ya muchos años de entrar, salir y peregrinar por facultades, museos, institutos, salas, circuitos y estadios en CU. Especialmente recuerdo las tardes en el Jardín Botánico con O, la lluvia cayendo mientras el aliento compartido empañaba los cristales de mi carro.
Insurgentes y Copilco me recuerda el departamento de los Prieto, mi niñez entre adultos, aquélla tarde que, regresando de pasear por CU, un trolebus nos mojó de pies a cabeza. Insurgentes y Avenida de la Paz es sinónimo de los meses que fui mesera en Cluny, de trabajar y reventar de noche y dormir de día, de la camaradería, del aburrimiento extremo seguido por la diversión desenfadada. En Insurgentes y Río Chico recibí el histórico 1 de enero de 1994 abrazada de O en las escaleras de un edificio porque el Rock Stock que antes estaba en esa esquina no había abierto: todo el mundo estaba cenando con sus familias y nosotros, como niños de la calle, esperando al cadenero. En Insurgentes y Vito Alessio Robles también recuerdo a O: en esa mera esquina había un restaurante Hipocampo donde alguna vez fuimos a una especie de conferencia de Amway [wtf?]; el bufete donde aún trabaja O despúes de casi dos décadas [creo] está cerca y es posible que en uno de los muchos restaurantes de comida rápida de Plaza Inn lo viera por última vez. Me encantaría decir que en Insurgentes y Perpetua pase mi adolescencia rockanrolera, pero no: no conocí el LUCC [cachetitos sonrojados de nunca haber ido al antro por excelencia]. Luego en Insurgentes y Churubusco, en el que fuera el gran cine Manacar que Cinemex compartimentalizó hasta la naúsea, vi Kill Bill Vol. II en una sala vacía; eran alrededor de las 11am y sólo a mi se me ocurrió comprar un boleto para esa función.
Insurgentes hace esquina con Millet y con Porfirio Díaz y entre esas tres calles está [parte de] el Parque Hundido: ahí aprendí a andar en bicicleta, ahí salí infinitas tardes a deambular con mi madre y a comer algodones de azúcar a escondidas. Es el parque de mi niñez, sin duda. En Insurgentes y California alguna vez estuvo Rockotitlán: recuerdo un concierto de Julieta Venegas al que fui con M, recuerdo que M tocó ahí con Ansia alguna vez, recuerdo que cuando Salamandra se fue a tocar a Tijuana precisamente de esa esquina salió el convoy. Insurgentes y Filadelfia es otra esquina memorable, lo que antes era el Hotel de México que ahora [y desde hace muchísimos años ya] se hace llamar World Trade Center. Recuerdo haber ido a un concierto de Mijares y Laureano Brizuela en el sótano del Hotel de México [sí, eran los ochenta, uuupppsss...]. Recuerdo que uno de los muchos dentistas de mi infancia tenía su consultorio justo frente al Hotel de México: la cuadrícula de las ventanas y alguna que otra palmera era lo único que podía ver mientras la fresa me taladraba las muelas. Y la esquina de Insurgentes y Viaducto, justo en el edificio que algunos llaman "el elote", vio fracasar uno más de los proyectos arquitectónicos de J.
El tramo entre las estaciones Nuevo León e Insurgentes del Metrobus es el aquí y ahora en mi topografía, aunque no está exento de recuerdos: en un edificio de Insurgentes y Aguascalientes estaba el consultorio de un ginecólogo chileno al que fui varias veces; tiempo después me enteré que este mismo hombre, años atrás, había traido a D al mundo [mundo chiquito, por supuesto]. Mi primer tatuaje [y único, por ahora] me lo hice en el Rock Shop que está cerca de la esquina de Insurgentes y Campeche (o Insurgentes y Coahuila, depende cómo se vea), mientras el tatuador de al lado hacía llorar a una estrella infantil -ya crecidita- de Microchips. Insurgentes y Yucatán era paso obligado cuando daba clases en el Anglo Americano; durante casi un año crucé Insurgentes y Alvaro Obregón todas las mañanas -muy puntualmente- para ir a gestionar la cultura y combatir la burocracia [o algo por el estilo] en mi Cas[it]a de Cultura en la Romita. Y pasando la glorieta de Insurgentes [hoy día ya no me aventuro más al norte] está la esquina de Insurgentes y Reforma, lo que me recuerda el trabajo de campo que hice para mi tesis en la Dirección de Cinematografía, en el edificio de RTC: horas pasé revisando expedientes, atando cabos sueltos [o nomás tratando], haciendo entrevistas y, principalmente, elucubrando.
En la esquina de Insurgentes y Sullivan, además de comercio sexual y travestis, alguna vez hubo un antro llamado El Bulbo [creo que no existe más]: un día que iba saliendo de madrugada alguien lanzó una bolsa con agua [quiero pensar que era agua] que se estrelló en el pavimento y roció a quienes ahí estábamos parados. También recuerdo los hotdogs frente al Bulbo. En Insurgentes y Puente de Alvarado me bajaba para tomar camino hacia casa de mi prima en la Santa María o para ir a la Delegación Cuauhtémoc a cobrar cuando era [chiqui]funcionaria del gobierno capitalino; en Insurgentes y San Simón, no hace mucho, bajé por primera vez para conocer un taller de platería y enterarme de que San Eloy es el patrono de los orfebres. Y cada ocasión que fui a quedarme con M en la Industrial Vallejo o cuando íbamos juntos a visitar a sus abuelos o cuando iba de grupie a los ensayos de Salamandra cruzaba por esa revoltura de vías que es Insurgentes y Cuitláhuac o por Insurgentes y Euzkaro. Y las incontables veces que fui a Ecatepec con J tras recorrer gran parte de la ciudad por Insurgentes llegaba al final de la avenida e iba más allá de Indios Verdes, allá donde Insurgentes se convierte en autopista, donde las casas y edificios desaparecen para dar lugar a unos cuantos cerros grises y pelones y a otros tantos cubiertos de casuchas, miseria y basura, los montes que dan la bienvenida al Estado de México...
Insurgentes y Copilco me recuerda el departamento de los Prieto, mi niñez entre adultos, aquélla tarde que, regresando de pasear por CU, un trolebus nos mojó de pies a cabeza. Insurgentes y Avenida de la Paz es sinónimo de los meses que fui mesera en Cluny, de trabajar y reventar de noche y dormir de día, de la camaradería, del aburrimiento extremo seguido por la diversión desenfadada. En Insurgentes y Río Chico recibí el histórico 1 de enero de 1994 abrazada de O en las escaleras de un edificio porque el Rock Stock que antes estaba en esa esquina no había abierto: todo el mundo estaba cenando con sus familias y nosotros, como niños de la calle, esperando al cadenero. En Insurgentes y Vito Alessio Robles también recuerdo a O: en esa mera esquina había un restaurante Hipocampo donde alguna vez fuimos a una especie de conferencia de Amway [wtf?]; el bufete donde aún trabaja O despúes de casi dos décadas [creo] está cerca y es posible que en uno de los muchos restaurantes de comida rápida de Plaza Inn lo viera por última vez. Me encantaría decir que en Insurgentes y Perpetua pase mi adolescencia rockanrolera, pero no: no conocí el LUCC [cachetitos sonrojados de nunca haber ido al antro por excelencia]. Luego en Insurgentes y Churubusco, en el que fuera el gran cine Manacar que Cinemex compartimentalizó hasta la naúsea, vi Kill Bill Vol. II en una sala vacía; eran alrededor de las 11am y sólo a mi se me ocurrió comprar un boleto para esa función.
Insurgentes hace esquina con Millet y con Porfirio Díaz y entre esas tres calles está [parte de] el Parque Hundido: ahí aprendí a andar en bicicleta, ahí salí infinitas tardes a deambular con mi madre y a comer algodones de azúcar a escondidas. Es el parque de mi niñez, sin duda. En Insurgentes y California alguna vez estuvo Rockotitlán: recuerdo un concierto de Julieta Venegas al que fui con M, recuerdo que M tocó ahí con Ansia alguna vez, recuerdo que cuando Salamandra se fue a tocar a Tijuana precisamente de esa esquina salió el convoy. Insurgentes y Filadelfia es otra esquina memorable, lo que antes era el Hotel de México que ahora [y desde hace muchísimos años ya] se hace llamar World Trade Center. Recuerdo haber ido a un concierto de Mijares y Laureano Brizuela en el sótano del Hotel de México [sí, eran los ochenta, uuupppsss...]. Recuerdo que uno de los muchos dentistas de mi infancia tenía su consultorio justo frente al Hotel de México: la cuadrícula de las ventanas y alguna que otra palmera era lo único que podía ver mientras la fresa me taladraba las muelas. Y la esquina de Insurgentes y Viaducto, justo en el edificio que algunos llaman "el elote", vio fracasar uno más de los proyectos arquitectónicos de J.
El tramo entre las estaciones Nuevo León e Insurgentes del Metrobus es el aquí y ahora en mi topografía, aunque no está exento de recuerdos: en un edificio de Insurgentes y Aguascalientes estaba el consultorio de un ginecólogo chileno al que fui varias veces; tiempo después me enteré que este mismo hombre, años atrás, había traido a D al mundo [mundo chiquito, por supuesto]. Mi primer tatuaje [y único, por ahora] me lo hice en el Rock Shop que está cerca de la esquina de Insurgentes y Campeche (o Insurgentes y Coahuila, depende cómo se vea), mientras el tatuador de al lado hacía llorar a una estrella infantil -ya crecidita- de Microchips. Insurgentes y Yucatán era paso obligado cuando daba clases en el Anglo Americano; durante casi un año crucé Insurgentes y Alvaro Obregón todas las mañanas -muy puntualmente- para ir a gestionar la cultura y combatir la burocracia [o algo por el estilo] en mi Cas[it]a de Cultura en la Romita. Y pasando la glorieta de Insurgentes [hoy día ya no me aventuro más al norte] está la esquina de Insurgentes y Reforma, lo que me recuerda el trabajo de campo que hice para mi tesis en la Dirección de Cinematografía, en el edificio de RTC: horas pasé revisando expedientes, atando cabos sueltos [o nomás tratando], haciendo entrevistas y, principalmente, elucubrando.
En la esquina de Insurgentes y Sullivan, además de comercio sexual y travestis, alguna vez hubo un antro llamado El Bulbo [creo que no existe más]: un día que iba saliendo de madrugada alguien lanzó una bolsa con agua [quiero pensar que era agua] que se estrelló en el pavimento y roció a quienes ahí estábamos parados. También recuerdo los hotdogs frente al Bulbo. En Insurgentes y Puente de Alvarado me bajaba para tomar camino hacia casa de mi prima en la Santa María o para ir a la Delegación Cuauhtémoc a cobrar cuando era [chiqui]funcionaria del gobierno capitalino; en Insurgentes y San Simón, no hace mucho, bajé por primera vez para conocer un taller de platería y enterarme de que San Eloy es el patrono de los orfebres. Y cada ocasión que fui a quedarme con M en la Industrial Vallejo o cuando íbamos juntos a visitar a sus abuelos o cuando iba de grupie a los ensayos de Salamandra cruzaba por esa revoltura de vías que es Insurgentes y Cuitláhuac o por Insurgentes y Euzkaro. Y las incontables veces que fui a Ecatepec con J tras recorrer gran parte de la ciudad por Insurgentes llegaba al final de la avenida e iba más allá de Indios Verdes, allá donde Insurgentes se convierte en autopista, donde las casas y edificios desaparecen para dar lugar a unos cuantos cerros grises y pelones y a otros tantos cubiertos de casuchas, miseria y basura, los montes que dan la bienvenida al Estado de México...
Pasan los años y el DF necesariamente se transforma y metamorfosea: lo que antes estaba ahí, ahora no lo está más. Las casas son derruidas para construir edificios; luego los edificios cambian de dueño, de uso y de destino. Los parques se vuelven estacionamientos y los estacionamientos desarrollos inmobiliarios. Pero Insurgentes ahí sigue, recordándome a golpe de esquinas lo que ha permanecido, al menos en mi memoria.
Fotos, cortesía de:
http://nueva-gomorra.blogspot.com/
http://radar-q.blogspot.com/
Fotos, cortesía de:
http://nueva-gomorra.blogspot.com/
http://radar-q.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario