domingo, 3 de abril de 2011

Elegías

Nunca conocí personalmente a Juan Francisco Sicilia, tampoco a Marisela Escobedo ni a su hija Rubí Marisol. No conocí a Magdalena Reyes Salazar, ni a su hermano Elías, ni a su esposa Luisa Ornelas Soto. Me enteré por los periódicos que habían sido asesinados. Incluso pude verlo en televisión. Me enteré por las declaraciones de familiares y amigos que eran personas comprometidas con aquéllo en lo que creían, personas que, como cualquiera de nosotros, trabajaban día a día para sobrevivir esta catástrofe a la que nos ha arrojado la inútil clase política mexicana; trabajaban para darle algún tipo de sentido -personal, social, político, ético- al sinsentido bárbaro en que se hunde este país desde la "elección" de Felipe Calderón. Puedo adivinar que Juan Francisco, Marisela, Rubí, Magdalena, Elías y Luisa amaban la vida y tenían fe en ella, porque en este pinche país devastado sólo se puede vivir si se tienen fe y amor.

Nadie en mi círculo más íntimo y cercano ha muerto a manos de la "guerra antinarco" que Calderón desató y sigue fomentando, a pesar de toda lógica, a pesar de tantísima sangre. Pero el hecho de que los nombres de Juan Francisco, Marisela, Rubí, Magdalena, Elías y Luisa -aunados a los nombres de más de 40 mil personas- no signifiquen para mi una historia compartida, no impliquen recuerdos de infancia ni supongan anécdotas de aventuras y proyectos juntos, no me quita las ganas de llorar. El no haberlos conocido, el no haber coincidido nunca, no resarce el que me sienta resquebrajada, desvalida. El dolor de tantos duelos, de tantas pérdidas, cada vez es más mío, cada vez punza más. El dolor mío del dolor de otros se me está instalando dentro como un visitante indeseado. Y, por eso, me avergüenza decir que no se qué hacer. Sólo atino a escribir que estoy frustrada; que la maquinaria de muerte que echó a andar Calderón me atemoriza y me indigna. Sólo atino a preguntarme cómo es posible que hayamos llegado a este punto en que la dignidad de víctimas, victimarios y deudos en ambos bandos -la dignidad de todo un país- se ahogue desenfadada y cínicamente en la retórica y las promesas, seguramente incumplidas, de los políticos.

Lo siento, lo siento muchísimo. Siento sólo poder condolerme e indignarme; siento sólo poder echar mano de lo único que se hacer: escribir aquí. Siento en el alma que pueda haber llegado el momento en el cual ya no encuentre más esperanza, ya no encuentre fe ni amor para hacerle frente (o simplemente sobrellevar) la situación demencial de este país. Javier Sicilia tiene razón cuando dice que el corazón de México está podrido.

***

Elegía, Miguel Hernández
En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

3 comentarios:

Aura Sabina dijo...

Montse, bendita eres poruqe puedes articular estas palabras.Gracias por dar voz a quienes por ahora no podemos. Yo sí he perdido gente en esta masacre, cada mes =(. Me duele el país, me duelen los seres humanos. Tengo miedo, como tú. Nosé dónde pararemos.NO sé por cuánto seguiremos "vivos" (¿zobies?)Y tu cita de M.H. Me parte. EL amor es lo único que nos puede salvar, aunque a mucha gente (o infra gente) se le haya olvidado ya. Que no se nos muera la fe, por favor, porque nos morimos todos. POrque todo se morirá.

Mané Salinas dijo...

He llorado, porque no quiero, porque no comprendo, porque no fue nuestra culpa, porque no sé cuando acabara...

La Rumu dijo...

¿Existirá alguien (aparte de sus besa manos cercanos) que a estas alturas aún piense que fecalín es 'valiente' por haber iniciado su (fallidísima) luchita contra el narco?