viernes, 30 de abril de 2010

De melancolías y languidecimientos

It takes, unhappily, no more than a desk and writing supplies to turn any room into a confessional, dice Thomas Pynchon en su novela V. A mi me basta, tristemente, con un teclado y las insinuaciones del mundo virtual para hacer de un post una (casi) confidencia. Hace 23 años, gracias a un acetato doble que seguramente está en casa de mis padres, escuché esta canción por primera vez. Desde entonces intuía los mandatos de una sutil fuerza que me volcaba hacia la melancolía cada vez que el sol del ocaso entraba por mi ventana; hoy, tal vez debido a ese mismo sol que entró por una ventana muy distinta, la he sentido de nuevo (dice Alex que se trata de "la hora macabra" y que provoca el languidecimiento de bebés, niños y gatos por igual). Hicieron falta un par de frases, otros tantos recuerdos, un dolor de panza, cinco canciones, una espera continuada e infructuosa y muchisisísimas ganas de volver a ver a alguien para languidecer melancólicamente. Y como hacía antes, ahora también trato de salir de esta lánguida melancolía escribiendo...




Música, cortesía de roberteitor

Diario de viaje/Monsieur M.B et moi

Miércoles 14 de abril de 2010, 8:46 pm
Nora y yo salimos de la IUAV, universidad sede del 9no. Congreso de la Asociación Internacional de Semiótica Visual, al terminar la mesa Counterpowers and Reclaims 2 en la cual ambas presentamos nuestras ponencias. Ella es búlgara y dice ser ex-anoréxica (está muy, pero muy flaca, es verdad) y ex-punk (ahí no le creo tanto porque tiene el cabello lacio larguísimo pintado de verde y unos quince piercings entre orejas, cejas, nariz y labios, más algo así como las ramas de un tatuaje que se le asoman tímidamente en el pecho). Atravesamos la plaza frente a la IUAV, damos vuelta en una estrecha calle, cruzamos un puente y llegamos al Hotel Sofitel. Esta noche es el Cocktail de Bienvenida al Congreso, excelente oportunidad para refinar mi práctica del arte de hacer contactos académicos (del cual siempre he participado como una tímida diletante). Nora se encuentra a Stela, otra chica búlgara en el Congreso, y yo me adelanto.

El lobby del Sofitel está a tope de gente: los meseros y meseras pasan constantemente con sus inagotables charolas de bocadillos y copas con bebidas de todos colores y unidades alcohólicas. Uno de ellos detiene el tránsito de su charola justo a mi izquierda y cuando voy a tomar algo que parece un zucchini relleno de queso de cabra, veo que otra mano esta a punto de hacer exactamente lo mismo. Volteo hacia el dueño de la mano y recibo una sonrisa. Ayyy, pero, ¡qué hombre trajeado tan guapo! Comienzo a disculparme en inglés pero él me explica, en inglés también, que su dominio de esa lengua es muy básico (además de que ha llegado a la conclusión de que el inglés no es lo suyo) y que, si no tengo inconveniente, preferiría hablar en francés. Es marroquí y tiene unos grandes y hermosos ojos negros. Yo le digo en mi muy oxidado y lamentable francés que solo espero poder hacerme entender (este es el momento oportuno para poner en práctica cada uno de los 4 años que estudié francés, ¡qué no!).

Nuestra plática comienza revoloteando alrededor de las ponencias que presentamos y la recepción que tuvieron; este atractivo desconocido me resulta interesante, cálido y muy agradable. El intercambio de miradas durante la charla me da la impresión de ir más allá de lo estrictamente académico (¿será el francés que hablamos lo que construye esta sensación en mi de estar ligando?). Se percata del Ayat al Qursi que llevo al cuello y le explico mi filiación con la orden sufi turca-mexicana a la que pertenezco. Me cuenta que vivió en Francia muchos años y que acaba de volver a Marruecos con su esposa e hijos (¡zaz! ¡Estoy flirteando con un guapísimo hombre casado!), lo cual ha resultado un proceso difícil. Andris, el gigante de Latvia que también estaba en mi mesa, se une a la conversación que vuelve al inglés porque Andris no habla francés. Aprovecho que el guapo marroquí está acompañado para salir a fumar (además de que en Venecia como en toda Italia lo echan a uno a la calle para hacerlo, este congreso parece versar sobre cáncer pulmonar o enfermedades respiratorias en lugar de Semiótica porque nadie de entre quienes he conocido hasta ahora fuma) y digo que vuelvo en un minuto. Fumo junto al canal frente al Sofitel en una extraña soledad: ¿qué de verdad aquí no fuma nadie?

De regreso al cocktail y antes de reincorporarme a la plática (y al potencial ligue) que dejé inconclusa me detengo frente a la barra: el pequeño cohibido que llevo dentro exige darse valor con una copa de vino. De pronto alguien toca mi hombre y al voltear veo la cara muy sonriente de una chica. Explica que fue a mi presentación y que le encantó. Su nombre es Manrica y es italiana, de Roma. La muy animada Manrica dice que tiene que presentarme a Francesco, otro chico italiano (y, supongo, su pareja), que también está interesado en mi ponencia. Manrica y Francesco son filósofos: les cuento que mi tesis sobre censura y escándalo en realidad es sobre arte y moralidad y que, como no tengo formación filosófica, a penas estoy explorando textos al respecto, lo cual detona una interesantísima y estimulante conversación. La afinidad entre los tres nos tiene hable que hable: Manrica y Francesco son encantadores y me proponen ir a Roma el año entrante para participar en un coloquio que están organizando. Reparamos en la hora, más de las 12, y salimos del Sofitel. Mientras me fumo un último cigarrillo acompañada de Manrica y Francesco, me cae el veinte de algo terrible: ¡el marroquí! ¡Lo dejé hablando en inglés con Andris! ¡Nunca regresé! ¡Soy una lela! Cuando estamos a punto de agarrar camino para ir a Plaza Roma y tomar nuestros respectivos buses, en la escalinata de la entrada del hotel aparece el marroquí y yo (no se apuren en decir que soy un caso perdido) solo volteo para decirle au revoir... A ver si neto nos volvemos a ver... lela...

Jueves 15 de abril de 2010, 11:40 pm
Después de una jornada de intensa actividad académica (¡ja!) y tras cenar con Manrica, Francesco y Nora (quien también ha sido invitada al coloquio romano de 2011), llego a Alle Laguna, la Casa per Ferie en la que me estoy quedando en Mestre. Todo el día busqué al misterioso desconocido marroquí en las sesiones paralelas y las conferencias magistrales sin encontrarlo. Me quedé con ganas de verlo y, por lo menos, con el pretexto de preguntar su nombre (que muy mañosamente ya se -M.B- porque lo busqué en el programa de actividades) continuar la charla. Espero tener mejor suerte mañana porque la timidez no puede funcionar cuando uno es un extranjero más en el último día de un congreso internacional...

Viernes 16 de abril de 2010, 2:38 pm

Como me fui de pinta en la mañana (¿a quién se le ocurrió que era una buena idea hacer un congreso internacional en la bellísima Venecia?), me he perdido las primeras ponencias del día y hasta la comida. Salgo quien sabe cómo por una calle que da a la plaza frente a la IUAV -esta ciudad es un auténtico y fascinante laberinto- y aprieto el paso para llegar a la conferencia magistral de las 3pm. Paso frente a un café cuyas mesas están en la plaza y al reconocer una cara familiar me quedo pasmada: ¡el marroquí! ¡Monsieur M. B! ¡Ahí está! Toma café y platica con alguien que tiene toda la pinta de ser una gran vaca sagrada de la Semiótica. Dios, ¿qué hago? ¿Lo abordo, no lo abordo? Mi inoperancia innata me hace pasar de largo y sin ver -ayyy, ¡trágame tierra!- para entrar a la universidad. Me topo con Nora y nos tomamos un café. Nora, quien después de cenar ayer agarró tremenda peda con unos chavos italianos que conoció en su hostal, obviamente opina que todo este asunto es una tontería: apela no solo a abordar a M.B, sino a aprovechar el contexto del turismo académico para concretar el ligue. Su consejo me da vueltas en la cabeza al tiempo que entro al Aula Magna, mientras Nora se queda platicando con su colega Stela. Abro la cortina negra que da paso a la sala y reconozco a Manrica y Francesco en las primeras filas y bastante más atrás veo a M.B sentadito en una silla en una fila vacía (ayyy, ¿cómo es posible que el corazón me de un vuelco nomás de verlo?). En lugar de sentarme a su lado -lela- me siento en la misma fila en la que él está, pero justo al otro extremo.

El moderador del evento informa que James Elkins está varado en Frankfurt debido a las monumentales fumarolas de un volcán islandés y que por eso no pudo llegar a Venecia. Nora aparece cuando Michele Emmer comienza su ponencia Soap Bubbles from Vanity to Science y repara en que M.B está sentado al extremo opuesto de nuestra misma fila. Por supuesto que me clava el codo en las costillas repetidas veces y me hace señas que interpreto así: you have to talk to him silly... Antes de que la última sesión termine, Manrica y Francesco se acercan para despedirse: deben volver a Roma y parece que hay algunos problemas con los trenes porque el tráfico aéreo está cerrado. Nos damos fuertes abrazos y prometemos vernos pronto. Poco después, Nora también se va debido a la misma situación: reitera su invitación a Sofia (así, sin acento), me abraza y me guiña el ojo. Me he quedado sola y se aproxima la hora de la verdad. No tengo nada que perder, ¿o si? El pleno aplaude a los asistentes de la última mesa redonda -Jean Marie Klinkenberg, Omar Calabrese, Paolo Fabbri, Jacques Fontanille, Goran Sonesson y Jose Luis Caivano- y el Congreso termina oficialmente.

Hago un esfuerzo espectacular (vaya exageración) y me aproximo a M.B. Se levanta de su asiento al verme venir y le digo que nunca tuve la oportunidad de preguntar su nombre (¡qué mustia que soy! ¡Si ya lo se por andar de chismosita!). Me lo dice y agrega un sonoro y delicioso enchanté... Yo solo atino a tomar la mano que me ha tendido y le digo que soy Montserrat Algarabel y que ya me voy. Mecánicamente me retiro y para cuando he llegado a la plaza frente a la IUAV me digo a mi misma eso que segurito ya todos ustedes están pensando.

viernes, 2 de abril de 2010

Paulette: apuntes sueltos sobre moralidad

ADVERTENCIA En este post exploro mis impresiones después de leer infinidad de comentarios sobre el caso Paulette en grupos, foros y muros de Facebook. Es importante puntualizar que estas no son mis opiniones con respecto al particular y que, a pesar de no incluir citas textuales, el presente post se construye a través de la referencia y la glosa de palabras de otros, los usuarios de Facebook que vorazmente elucubran en torno a las incógnitas del caso.

En México todo el mundo está hablando de Paulette. Todo el mundo tiene qué decir: hipótesis, más o menos descabelladas, de lo que pasó y por qué; manifestaciones de repudio a quien resulte responsable de su muerte; acusaciones a las autoridades que han conducido la investigación de corrupción e ineptitud; imputaciones e insultos a los padres de la niña... La verdad de lo sucedido, es muy probable, nunca será revelada [1]. Independientemente de que es una tristeza indignante que Paulette haya sido asesinada (que su alma sea acogida en el Reino de la Belleza Divina), el manejo mediático de este caso -por parte no solo de periodistas, sino de los padres mismos y de las autoridades- y las reacciones que ha provocado en el ciberespacio resultan muy interesantes porque dan cuenta, me parece, de una especie de termómetro moral que opera en la sociedad mexicana contemporánea [2]. Lo siguiente son apuntes sueltos al respecto.

De inocentes y culpables
Hoy día el nombre Paulette se ha convertido en sinónimo de inocencia, de bondad y, dadas las misteriosas circunstancias de su muerte, de tragedia. Cultural e históricamente, la infancia ha encarnado tales virtudes y mucho más si, por un acto de violencia, no se le dio a cualquier niño o niña la oportunidad de salir de ella: no le dieron tiempo de corromper su pureza. Quienes se lamentan por la muerte de Paulette no dejan de insistir en que durante su corta vida fue un verdadero ángel y que ahora lo es de hecho porque está junto a Dios [3]. Muchos incluso declaran que gustosos la hubieran recibido en sus familias y corazones si sus padres no la querían, si estaban hartos de ella y por eso la mataron. Inversa y proporcionalmente, Lisette Farah y Mauricio Gebara, padres de Paulette, encarnan la maldad, son el epítome de lo perverso. Por presunta acción u omisión, los padres son malvados: no supieron cuidar a su hija, no quisieron valorarla o, en el peor de los escenarios, son culpables, sin asomo a duda, de su muerte.

De clasismo y racismo
Pobre pero honrado, dice la gente, lo que implica que ser rico es, hasta cierto punto, ser deshonesto. La maldad de Lisette también se ancla en esta percepción de clase y, aunaría yo, de raza. Una abogada solvente de ascendencia libanesa, blanca de ojos claros, que vive en un exclusivo garden house en Interlomas [4], Lisette ha sido llamada frívola, calculadora, desapegada, desequilibrada e incluso se le ha comparado con una hiena. La opinión de que Érika y Marta Casimiro, las "sirvientas" de la familia Gebara Farah, pagarán por el crimen de Lisette aparece reiteradamente: son víctimas de su "patrona", al igual que Paulette. Por un lado, el hecho de que las hermanas Casimiro sean pobres (también presumo que son morenas) las exime a ojos de muchos de culpabilidad en el homicidio y, por el otro, las coloca en una posición de riesgo: es imposible que salgan bien libradas si se están enfrentando a una mujer rica (y de paso astuta y cruel) que cuenta con los medios necesarios para evitar el castigo que merece. De aquí se deriva la precepción de que es muy probable que a las hermanas Casimiro les sea imputado un crimen que no cometieron. Contra el poder del dinero nada puede hacerse.

De morbo y justicia
A la par de la interrogante ¿quién mató a Paulette? (que se responde con inusitada avidez: su madre), surge la exigencia de conocer detalles íntimos del caso, detalles que las más de las veces alimentan cierta propensión hacia lo escabroso con el pretexto de demandar justicia. Algunas personas se preguntan (y se contestan) sobre las particularidades de la relación entre Lisette y Paulette, sobre los motivos que la empujaron a matar a su hija, sobre los tétricos pormenores del asesinato. Estamos frente a un filicidio, dice la mayoría, que junto con el matricidio y el parricidio resultan imperdonables atentados a lo que en un imaginario compartido es la base inherente de cualquier sociedad: la familia. El hecho de que una madre sea capaz de matar a su hija, un tabú casi tan poderoso como el del incesto, evidencia según la percepción generalizada que la sociedad mexicana presenta un estado de desintegración y corrupción alarmantes. En este sentido, la justicia para el caso Paulette se convierte en una cruzada por resarcir la integridad moral de la sociedad misma.

NOTAS
1. Entre que la dinámica de los sistemas de justicia parece articularse exclusivamente de manera retórica, lo cual soslaya la verdad -en sentido estricto- de los hechos (una entrega de la trilogía Crimen y castigo publicada en este blog habla sobre ello), y que, como buena mexicana que soy, no creo en las "autoridades competentes", estoy casi segura de que nunca sabremos que ocurrió en realidad con Paulette.
2. No quiero hablar demasiado sobre los particulares del caso. Para contextualizar solo diré que Paulette Gebara Farah era una niña de cuatro años que tenía discapacidad motriz y de lenguaje y cuyos padres reportaron como desaparecida el 23 de marzo de 2010. Tras el operativo judicial y la campaña pública para encontrarla, Paulette fue hallada muerta en su propia habitación la madrugada del 31 de marzo. Según la autopsia realizada murió asfixiada por sofocación.
3. Discutir sobre la certeza de muchos de que Paulette "se fue al cielo" es materia de todo un post en torno al tema de los imaginarios religiosos. Yo si creo que Paulette se fue al cielo, pero esa es otra historia...
4. No es mi intención citar para este post, pero no puedo dejar de linkear el artículo Cuando los ricos delinquen (referido en el muro del grupo Ayúdanos a encontrar a Paulette en Facebook) porque argumenta, muy deficiente y atrevidamente diría yo, la culpabilidad de Lisette con base en la percepción de clase a la que me refiero.