jueves, 29 de diciembre de 2011

A palabras vanas, ruido de campanas. Sobre el mensaje de año nuevo de Enrique Peña Nieto

Es un sucio y viejo truco -algunos le llaman marketing político- que funcionarios a todos niveles y aspirantes a todo tipo de cargos gubernamentales hagan videitos con mensajes buena onda aprovechando el espíritu festivo desbordado que trae el fin de año [época en la cual, dicen por ahí, la tasa de suicidios crece de manera importante, lo cual parece no ser tan cierto, como se explica muy brevemente aquí] y que ocasiona que a la gente le de por andar expresando sus buenos deseos a diestra y siniestra. Enrique Peña Nieto no podría quedarse atrás y nos deleita en su canal de YouTube con este videito lleno de calidez y palabras vanas. Helo aquí, en su versión original, porque ya ha sido parodiado -vilipendiado, más bien- por acá:



Me he tomado la licencia de transcribir el muy positivo mensaje de año nuevo de EPN [es decir, "El Priísta Nacido-para-ser-presidente-y-demás"], así como la licencia [¿poética, semiótica, cínica?] de comentarlo. Mis acotaciones, producto de sesudas y largas reflexiones, están entre corchetes y el texto original en azul [en honor al espectro político, tal vez debiera haberlo puesto en rojo, pero ese color no es muy amable para los/as lectores y al menos el azul que seleccioné no es tan panista, en fin...]. Helo aquí:

EPN: De todas las épocas del año, la que más me gusta es ésta porque permite que se reuna la familia, los amigos, la comida... [Aunque este fin de año en Edomex para mil 538 personas eso no sucederá: ni cenas, ni reuniones, ni nada. Fueron víctimas fatales de la guerra contra el narco en ese estado según datos -ejem- oficiales. Y eso de que "se reuna la comida" suena a insulto para la gente que no tiene que comer.]
AR: ...te gusta el pavo, los romeritos, te comes todo amor... [Mientras no te tengas que tragar tus palabras y promesas, aunque, bueno, esas no engordan.]
EPN: ¡Todo! [Auch... Espero que tu apetito voraz Enrique no sea causante de escasez: te comes todo, ¡que buen diente!] Y también me gusta mucho la parte de hacer propósitos de año nuevo. [Oh, no, no tomes ese rumbo Enrique: aguas con hacer propósitos porque para el común de los mortales a finales de enero los propósitos ya fueron historia y hasta pueden ser malos para tu salud.] Y es que son compromisos, compromisos con uno mismo y yo si cumplo, ¿eh? [Menos mal que nos lo recuerdas...] Para este año, mi propósito es ser la mejor persona que yo pueda ser [¿¿¿qué??? ¿nomás eso prometes? ¿y la paz mundial y el crecimiento económico y el combate al calentamiento global? ¿quién va a salvar a las especies en extinción? ¿qué clase de propósito es ese Enrique?] como hombre, como padre, como esposo, como profesional, como político. [Ah, menos mal, yo pensé que tu único propósito era pura demagogia con tintes de autosuperación tipo Mariano Osorio: al menos tienes claros tus ámbitos de competencia.] Porque deseo que todos los mexicanos encuentren en mi confianza y esperanza. [Uuupppsss, llegas demasiado tarde Enrique: muchos/as ya no creemos ni en Santo Clós...] Y entiendo que eso significa trabajar más que nunca, escuchar la mayor cantidad de personas [escuchar... ¿y ya? ni que fueras psicoanalista...] y comprometerme con sus necesidades. Angélica, nuestra familia y yo les deseamos muchísima felicidad...
AR: Salud, amor, alegría... [Menos mal que te dejaron decir algo Gaviota, aunque sólo fueran 13 palabras. Yo creí que eras algo así como -si me disculpas- atractivo visual, sentadita junto al árbol, aferrada de tu marido, mirándolo con ojitos de borreguito a medio morir, haciendo gala de dotes histriónicas y prodigando sonrisitas...]
EPN: ...y un 2012 lleno de éxito. [Te refieres al éxito, ¿electoral? ¿No? Entonces ese éxito ¿es el pambolero o el de la lista de popularidad de la Que Buena? ¿Tampoco? ¡Ya sé! ¡El éxito en el rating de las telenovelas del Canal de las Estrellas!]
EPN y AR: ¡Felicidades! [Bueno, 14 palabras para Angélica. Pero ser presidenta nacional del DIF ciertamente no tiene precio...]

Video, cortesía de EnriquePeñaNietoTV.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Insurgentes

Después de toda una vida de habitar este monstruo de ciudad, de recorrer ciertos rumbos más que otros y de las largas trayectorias que a veces implica el transporte en el DF, ir de punta a punta por Insurgentes es también una excursión hacia el pasado. No se si mi memoria es muy buena o qué [las memorias selectiva y afectiva funcionan mejor que otras parcelas del recuerdo instaladas en mi cerebro] pero podría contar cantidades industriales de anécdotas, rememorar a incontables personas y remontarme en el tiempo a lo largo de cada centímetro de los 28.8 kms que mide Insurgentes [como siempre, exagero] [en el número de anécdotas y personas, no en la longitud de la avenida, he de anotar]. Insurgentes es como una máquina del tiempo, me cae. Desde El Caminero hasta Indios Verdes (o vicerversa) cada vez que ando por Insurgentes me acuerdo...

Los recuerdos se agrupan más o menos en esquinas, en los cruces que traza la avenida a su paso por la ciudad. Yendo de sur a norte, Insurgentes y Guadalupe Victoria, por ejemplo, me recuerda a D: varias veces fuimos por vino y cervezas al super que está en esa esquina [cuyas puertas siguen abiertas aún después del tiempo y de los cambios de propietario]. En Insurgentes y San Fernando se casaron I y C: me acuerdo de la risa contenida de todos los presentes -incluidos los novios- durante la Epístola de Melchor Ocampo [¡los ojos de pistola del juez!], del posterior rapto de la novia por parte del contingente austriaco, de la gran fiesta al aire libre tras recuperar a I, la oscuridad cayendo iluminada con antorchas. La gran y extraña esquina de Insurgentes y Periférico [que más bien es un trébol] es sede de varios recuerdos: desde el mall horrendo [algunos le llaman Plaza Telmex, imagínense...] donde una sóla vez fui a tomar cerveza de sabores [guácalas...] con V hasta Transportaciones Marítimas Mexicanas y las clases de inglés que ahí di a un ejecutivo cuyo nombre he olvidado; desde la primera ocasión [hace bastante poco, he de confesar] que entré a la Zona Arqueológica de Cuicuilco con J hasta encontrarme con V para traducir un artículo suyo de geofísica en un café de Perisur. Y luego en el extenso trecho de CU que da a Insurgentes, desprovisto de esquinas en sentido estricto, no hay suficiente espacio para enumerar cada recuerdo. Son ya muchos años de entrar, salir y peregrinar por facultades, museos, institutos, salas, circuitos y estadios en CU. Especialmente recuerdo las tardes en el Jardín Botánico con O, la lluvia cayendo mientras el aliento compartido empañaba los cristales de mi carro.

Insurgentes y Copilco me recuerda el departamento de los Prieto, mi niñez entre adultos, aquélla tarde que, regresando de pasear por CU, un trolebus nos mojó de pies a cabeza. Insurgentes y Avenida de la Paz es sinónimo de los meses que fui mesera en Cluny, de trabajar y reventar de noche y dormir de día, de la camaradería, del aburrimiento extremo seguido por la diversión desenfadada. En Insurgentes y Río Chico recibí el histórico 1 de enero de 1994 abrazada de O en las escaleras de un edificio porque el Rock Stock que antes estaba en esa esquina no había abierto: todo el mundo estaba cenando con sus familias y nosotros, como niños de la calle, esperando al cadenero. En Insurgentes y Vito Alessio Robles también recuerdo a O: en esa mera esquina había un restaurante Hipocampo donde alguna vez fuimos a una especie de conferencia de Amway [wtf?]; el bufete donde aún trabaja O despúes de casi dos décadas [creo] está cerca y es posible que en uno de los muchos restaurantes de comida rápida de Plaza Inn lo viera por última vez. Me encantaría decir que en Insurgentes y Perpetua pase mi adolescencia rockanrolera, pero no: no conocí el LUCC [cachetitos sonrojados de nunca haber ido al antro por excelencia]. Luego en Insurgentes y Churubusco, en el que fuera el gran cine Manacar que Cinemex compartimentalizó hasta la naúsea, vi Kill Bill Vol. II en una sala vacía; eran alrededor de las 11am y sólo a mi se me ocurrió comprar un boleto para esa función.

Insurgentes hace esquina con Millet y con Porfirio Díaz y entre esas tres calles está [parte de] el Parque Hundido: ahí aprendí a andar en bicicleta, ahí salí infinitas tardes a deambular con mi madre y a comer algodones de azúcar a escondidas. Es el parque de mi niñez, sin duda. En Insurgentes y California alguna vez estuvo Rockotitlán: recuerdo un concierto de Julieta Venegas al que fui con M, recuerdo que M tocó ahí con Ansia alguna vez, recuerdo que cuando Salamandra se fue a tocar a Tijuana precisamente de esa esquina salió el convoy. Insurgentes y Filadelfia es otra esquina memorable, lo que antes era el Hotel de México que ahora [y desde hace muchísimos años ya] se hace llamar World Trade Center. Recuerdo haber ido a un concierto de Mijares y Laureano Brizuela en el sótano del Hotel de México [sí, eran los ochenta, uuupppsss...]. Recuerdo que uno de los muchos dentistas de mi infancia tenía su consultorio justo frente al Hotel de México: la cuadrícula de las ventanas y alguna que otra palmera era lo único que podía ver mientras la fresa me taladraba las muelas. Y la esquina de Insurgentes y Viaducto, justo en el edificio que algunos llaman "el elote", vio fracasar uno más de los proyectos arquitectónicos de J.

El tramo entre las estaciones Nuevo León e Insurgentes del Metrobus es el aquí y ahora en mi topografía, aunque no está exento de recuerdos: en un edificio de Insurgentes y Aguascalientes estaba el consultorio de un ginecólogo chileno al que fui varias veces; tiempo después me enteré que este mismo hombre, años atrás, había traido a D al mundo [mundo chiquito, por supuesto]. Mi primer tatuaje [y único, por ahora] me lo hice en el Rock Shop que está cerca de la esquina de Insurgentes y Campeche (o Insurgentes y Coahuila, depende cómo se vea), mientras el tatuador de al lado hacía llorar a una estrella infantil -ya crecidita- de Microchips. Insurgentes y Yucatán era paso obligado cuando daba clases en el Anglo Americano; durante casi un año crucé Insurgentes y Alvaro Obregón todas las mañanas -muy puntualmente- para ir a gestionar la cultura y combatir la burocracia [o algo por el estilo] en mi Cas[it]a de Cultura en la Romita. Y pasando la glorieta de Insurgentes [hoy día ya no me aventuro más al norte] está la esquina de Insurgentes y Reforma, lo que me recuerda el trabajo de campo que hice para mi tesis en la Dirección de Cinematografía, en el edificio de RTC: horas pasé revisando expedientes, atando cabos sueltos [o nomás tratando], haciendo entrevistas y, principalmente, elucubrando.

En la esquina de Insurgentes y Sullivan, además de comercio sexual y travestis, alguna vez hubo un antro llamado El Bulbo [creo que no existe más]: un día que iba saliendo de madrugada alguien lanzó una bolsa con agua [quiero pensar que era agua] que se estrelló en el pavimento y roció a quienes ahí estábamos parados. También recuerdo los hotdogs frente al Bulbo. En Insurgentes y Puente de Alvarado me bajaba para tomar camino hacia casa de mi prima en la Santa María o para ir a la Delegación Cuauhtémoc a cobrar cuando era [chiqui]funcionaria del gobierno capitalino; en Insurgentes y San Simón, no hace mucho, bajé por primera vez para conocer un taller de platería y enterarme de que San Eloy es el patrono de los orfebres. Y cada ocasión que fui a quedarme con M en la Industrial Vallejo o cuando íbamos juntos a visitar a sus abuelos o cuando iba de grupie a los ensayos de Salamandra cruzaba por esa revoltura de vías que es Insurgentes y Cuitláhuac o por Insurgentes y Euzkaro. Y las incontables veces que fui a Ecatepec con J tras recorrer gran parte de la ciudad por Insurgentes llegaba al final de la avenida e iba más allá de Indios Verdes, allá donde Insurgentes se convierte en autopista, donde las casas y edificios desaparecen para dar lugar a unos cuantos cerros grises y pelones y a otros tantos cubiertos de casuchas, miseria y basura, los montes que dan la bienvenida al Estado de México...

Pasan los años y el DF necesariamente se transforma y metamorfosea: lo que antes estaba ahí, ahora no lo está más. Las casas son derruidas para construir edificios; luego los edificios cambian de dueño, de uso y de destino. Los parques se vuelven estacionamientos y los estacionamientos desarrollos inmobiliarios. Pero Insurgentes ahí sigue, recordándome a golpe de esquinas lo que ha permanecido, al menos en mi memoria.

Fotos, cortesía de:
http://nueva-gomorra.blogspot.com/
http://radar-q.blogspot.com/

viernes, 9 de diciembre de 2011

El día que robaron la casa de mi padre

Esto es una suerte de crónica de un día bastante feo, aunque en realidad esto es una denuncia. Sí, una denuncia virtual e informal, pero denuncia al fin. El hecho de que aquí aparezca no le quita la indignación que conlleva ni la impotencia que la provoca; el tono de esta entrada tampoco supone que lo que sucedió no fuera grave y preocupante porque, encima, sucede con más violencia y frecuencia de las que cualquier gobierno mínimamente decente, comprometido con su pueblo, honesto y eficiente debiera permitir. Y esto es también una suerte de exorcismo, lo único que puedo hacer que tiene, al menos para mi, algún tipo de sentido, porque en este pinche país destrozado no hay para donde hacerse: la seguridad y la justicia se han convertido en una burla desde hace mucho ya. Pero, afortunadamente, todos los involucrados (algunos más que otros) podemos reir al respecto porque el incidente de verdad que no pasó a mayores (y ojalá que en eso se quede).

Hoy a las 3 de la tarde alguien entró por la fuerza a casa de mi padre. Alguien que pudo o no haber estado acompañado o armado; alguien cuyas razones para hacer lo que hizo me escapan, pero que es muy probable también padezca este gobierno ilegítimo, homicida e inepto tanto o más que tu y yo, querido/a lector/a. Por fortuna (y seguramente debido a ello entró), mi padre no estaba en casa: había salido al súper y la media hora que se ausentó fue suficiente para que ese alguien rompiera dos cerraduras, vaciara cajones, revolviera armarios, esparciera ropa, fotografías, cartas y papeles y lograra un extraordinario botín: un pinche celular. Sí, quien haya robado la casa de mi padre sólo se llevó su celular. Claro, ¿qué podía haberse llevado ese alguien de una casa llena de libros que se estancó en los noventa y donde no hay pantallas planas ligeras ni Wiis ni sofisticados sistemas de sonido? ¿De una casa donde, por falta de tiempo o perspicacia, dejó botada una cámara Tower Reflex del 61 y no abrió un verdadero cofre del tesoro -el mítico neceser rojo de mi mamá- que estaba justo frente a sus narices?

Cuando llegué a casa de mi padre sólo quedaban los vecinos solidarios que durante décadas han vivido en las casas contiguas; también estaba la gente con quién pasé mi adolescencia y que veo de cuando en cuando -cuando coincidimos en las visitas a las respectivas casas paternas- tras 16 años de haberme ido a buscar la vida en otro lado. Los policías que acudieron a la "escena del crimen" entraron, vieron, sugirieron no denunciar ["¿Pa' qué si esas cosas ni prosperan? Nomás van a ir a perder su tiempo."] y se fueron. Hasta mi cuñado -abogado de profesión- sugirió no denunciar: ¿qué tal que los ladrones están coludidos con las autoridades y luego hay represalias? Una asociación nada peregrina en este pinche país. La fobia de mi padre a cualquier trámite burocrático de cualquier índole (y además en un MP) también salió a flote. Que denunciar ni que nada... Yo me puse a tomar fotos porque uno nunca sabe y mucho menos en este pinche país. Justo hoy habían terminado de colocar una reja extra, coronada por un alambre circular como de púas, sobre la barda de la casa de mi padre porque hace una semana alguien había irrumpido en la cochera, había abierto el carro y se trató de llevar el estéreo, sin lograrlo, mientras mi padre leía en su estudio...

Mi hermana y mi cuñado le ofrecieron su casa a mi padre para pasar la noche. Dado que mi padre es un hombre... ideático, por decir lo menos, declinó la oferta; yo también le dije que viniera a dormir a mi casa, pero no quiso. Después de horas de discutir, lo convencí de que una posible opción era quedarse en un hotel: dado que en su casa no hay cerraduras ni en la reja de entrada ni en la puerta principal -y debido a que mi padre odia las "camas ajenas"- mejor dormir en una cama anónima en una habitación anónima donde "no le diera molestias a nadie" (así es mi papá, en fin). La solución del hotel también funciona para que todos (salvo por la obvia incomodidad de mi padre de quedarse en otro lado que no sea el suyo, tan habituado como está a su casa, a su cama, a sus cosas, a su espacio) quedemos más o menos tranquilos, aunque sólo sea por esta noche.

Primero fuimos al bastante modestito Hotel Escandón que está justo frente al edificio en que vivo, pero no tenían cuartos vacantes (¿quién lo hubiera pensado?). Luego fuimos a un vil
hotel de paso sobre Patriotismo -de esos híper discretos y quesque lujosos- en el cual, de plano, las habitaciones "no son para pasar la noche", como dijo el encargado, "porque aquí sólo se viene por unas horas y nadie viene a dormir". Total, el tercero fue el vencido: el Hotel Fiesta Inn de Insurgentes y Viaducto, que más bien parece una prisión de alta seguridad gracias a la tecnología empleada para vigilar el lugar. O sea, dejé esta noche a mi padre en una auténtica jaula de oro. Mientras se registraba en la recepción del hotel, mi papá empezó a verme raro: "pero, ¿qué te trajiste Montse? ¿Como para qué te trajiste eso?".

En la paranoia crepuscular de "huir" de una casa violada -de temer que otra vuelta alguien tratara de entrar, de ver en el suelo los recuerdos de mi propia infancia, de sentir la indefensión de un anciano que no puede vivir en paz porque lo amenazan la intrusión, la inseguridad
y, potencialmente, algo mucho peor, de experimentar la frustración que provoca el desastre que es este pinche país- yo me había colgado al hombro la cámara Tower, había tomado por el asa el mítico neceser rojo y me había abrazado de las cenizas de mi madre. "¿Qué no ves que no puedes andar paseando a tu mamá así nomás? ¡Es delito federal!".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Pequeña entrada sobre plumas, moscas, pesados y pura elucubración

Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate
que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana
siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout.
Julio Cortázar

Esta mañana en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM me di cuenta de que hay chicos (en el sentido más amplio del término, por paradójico que esto parezca) guapos que, de ser boxeadores, serían peso pluma o hasta mini o supermosca, según se vea (y marque la báscula, eso que ni que). Claro, porque entonces aquéllos hombres maduros ya con unas cuantas canitas encima (o más de las que podrían (o querrían) contar) y otro tanto de arrugas y experiencia y carisma y así -que ciertamente los hacen ver aún más interesantes y guapos de lo que ya de por si son (o eran en sus días de pluma)- de ser boxeadores, esos hombres maduros que decía yo, por supuesto serían peso pesado... o wélter, en su defecto. Es como si subiéramos al mismo ring (muy hipotéticamente hablando, ¿eh?) a Daniel Cloud Campos y a Gustavo Cerati. [Claus asiente con la cabeza]


Digo, en unos 12 años (si no hay contratiempos terribles, potencialmente letales) Daniel Cloud Campos tendrá 40 y, supongo, será todo un peso pesado, mientras que Cerati... Y esto fue una pequeña reflexión, a pedido de Claus, tras un largo y eficiente día de trabajo intenso y muy académico (uuufff...). [Risas de la mismísima "Clauds" que está aquí al lado, sentadita] Pero yo ni se de box (no me gusta nadita, con el perdón de los cronopios apasionados porque tampoco se de jazz). Y, además, ¿para qué ponerlos a pelear un round imaginario si ni siquiera están en la misma categoría? Lo que, por cierto, me recuerda las palabras de Cortázar...

Video, cortesía de Ester3694.