sábado, 31 de octubre de 2009

De Santos de cabeza y acumuladores compulsivos

Finalmente, después de mucho resistirme (porque en realidad no creo en esas cosas), puse a mi San Antonio de cabeza. Dicen que es buenísimo para encontrar el amor y los objetos perdidos (o sea: como se me perdió el amor, coloco al Santo en cuestión patas pa'rriba y éste, harto de estar en una pose estrafalaria e incómoda, me echa una manita para que aparezca ese amor extraviado porque cumplido el milagro segurito lo devuelvo a su posición habitual). Dicen que es un castigo para el Santo y que así muchas lo han forzado para que les consiga marido. Dicen que no basta con castigarlo y también hay que ofrecerle trece monedas de la misma denominación, prenderle una veladora y rezarle una oración para que lo saque a uno de la soltería. Sobre todo hay que tenerle fe. La verdad, yo lo colgué de cabeza porque se me hizo un detalle muy kitsch y muy necesario en una pared que había permanecido "pelona" (como diría mi papá) desde que llegué a esta casa hace más de dos años. Esta es la foto de mi San Antonio:


El San Antonio que embellece la entrada de mi casa salió de casa de mi vecino. Su mamá me lo dió porque ya estaba cansada de tenerlo arrumbado en una esquina. Acepté traérmelo porque mi vecino tiene novia y me parece que, por obvias razones, no lo necesita. Yo creo que mi vecino es algo así como un acumulador compulsivo (o que, con los años, seguramente se volverá uno). Esta sesuda conclusión se me ocurrió tras ver algunos episodios de una serie nueva de A&E, Hoarders. Digo: la casa de mi vecino no se parece ni remotamente a las casas de los acumuladores compulsivos que muestra Hoarders, retacadas de piso a techo con todo tipo de objetos, pero ahí se va.

Mi vecino recupera del desuso y/o del abandono cosas diversas con la esperanza de encontrarles algún provecho. Desafortunadamente, esa esperanza se ve frustrada en muchos casos, como había pasado con el San Antonio que ahora tengo. Muebles desvencijados, tablas, tablones y polines, botellas, fierros viejos y un largo y variado etcétera esperan a ser reciclados de alguna manera en los pasillos de casa de mi vecino. Estas cosas parecieran no tener utilidad, por lo que sus antiguos dueños las catalogaron como desperdicios e hicieron lo propio: tirarlas.

Mi vecino se dedica entonces a reivindicar objetos supuestamente inservibles. Aunque también es posible que mi recién adquirido San Antonio haya sido producto del vandalismo y no de la reivindicación de su potencial valor porque, ¿de veras estaba tan estropedado y era tan inútil que simplemente lo botaron en la calle para que lo recogiera el camión de la basura? Yo creo que mi vecino, además de acumulador compulsivo, en una de esas es un poco cleptómano y se robó al San Antonio de un crucero antes conflictivo y ahora mucho más conflictivo porque los automovilistas ya no saben para donde van. Tal vez en su lugar de origen, este San Antonio tenía el cometido de ayudar a los viajeros a encontrar el camino (por aquello de su efectividad para hallar lo perdido).
Supongo que nunca lo sabré de cierto. De cualquier forma, "haiga sido como haiga sido", el San Antonio ahora es mío y ya tiene utilidad. A ver si es tan milagroso como dicen...


Ah, por cierto: este post es el número 100 en nimbemon... ¡Yeah! La cuerda me ha dado para 100 entradas, a pesar de que recientemente he escrito muy poco y publicado aún menos. Espero que mi San Antonio sea multifuncional y también me ayude a encontrar la inspiración perdida porque ¡vaya que ha estado extraviada la Musa por estos (y otros) lares!

domingo, 18 de octubre de 2009

¡Tengo miedo!

Queridos y queridas lectores y lectoras: así es. Tengo miedo. También podría definir la sensación que me embarga esta mañana fría y nublada como nerviosismo, vacilación y hasta un poquito de paranoia. Resulta que he estado buscando trabajo freelance, principalmente de traductora. Necesito dinero y necesito tiempo para hacer la tesis, por lo que trabajar freelance me parece la mejor opción en esta coyuntura. Como he desempeñado el oficio de la transmutación de palabras durante ocho años ya y mi hermosa beca de Conacyt está por expirar (exactamente en 10 meses: no se si lograré en agosto de 2010 que me den una extensión de un año), me he puesto a prever para el mañana. Ya se que la previsión es lo que cualquier persona madura y consciente haría en este caso -y en todos- sin dudarlo un instante, pero aún así me parece que prever es jugarle a la bola de cristal: uno no sabe qué pasará en el futuro.

En fin, como les decía, al buscar en internet trabajo freelance de traducción me encontré con una chamba freelance pero de escritora: la recientemente abierta página Suite 101 busca colaboradores. La idea es escribir más de 10 artículos oríginales cada tres meses y, eventualmente, recibir un porcentaje del dinero que se genere a partir de las visitas a los textos que uno escriba. Ay... suena bien: como casi todo el día me la paso en internet baboseado y en la computadora escribiendo para la tesis (según) y para este espacio -que no quiero comercializar porque no quiero comprometer- otro espacio virtual diseñado para hacer justo eso parece una opción viable, ¿no? Además siempre estoy diciendo que quiero ser escritora y demás, ¿no? Total: mandé dos textos míos a la redacción de Suite 101 y que me aceptan.

Ahí empezaron los problemas (exagero, como siempre): hace cuatro días que me dieron luz verde para escribir y nomás no concreto nada. Nunca había escrito para, salvo chambas de consultoría y los típicos trabajos de la escuela. Esto es diferente: involucra, primero, un editor que va a hacer su chamba con las tijeras o, de plano, que va a tirar a la basura el archivo que uno le mande y, segundo, un público del cual depende que los textos de uno tengan o no visitas si, de acuerdo a este público anónimo y huidizo, tienen o no interés. O sea: ¿cómo escribir para alguien más que no sea yo? El proto escritor egocéntrico que llevo dentro ha hablado. Lo que me preocupa es que tal vez mis textos generen molestias... Digo, me gusta la trifulca, como han podido ver, pero esto es un trabajo, quiero creer, serio. Tengo miedo de que me censuren o de que yo solita me censure (el espectro de las preocupaciones profesionales me ronda), de que nadie me lea, de tener un estilo harto coloquial, de no ser suficientemente buena o productiva, de no tener nada qué decir... Un momento... estoy anticipando el futuro y acabo de decir que el futuro es un poco impredecible... ¿Ven? Tengo miedo de caer en la contradicción y la incoherencia. Además me preocupa la cuestión de los derechos (que uno debe ceder a Suite 101) porque escribir más de 10 artículos cada tres meses es un trabajal, sobre todo si empleas, como yo, entre 4 y 6 horas para escribir un triste texto. Tantas horas empleadas en escribir para que quienes tienen los derechos de lo que uno escribió hagan lo que quieran con lo que uno escribió... ay, dolor ¡ya me volviste a dar!

Espero en breve contarles como se desenvuelve este drama (¿no les digo? ¡Qué exagerada!). Diría que muy pronto los invitaré a visitar mis textos en Suite 101 pero tengo miedo de que si me hago propaganda aquí los de Suite 101 me vayan a achacar un fraude virtual... así que hagan como que no leyeron estas últimas líneas.

Un saludo a todos, n.


viernes, 16 de octubre de 2009

Felipón: ¡no nos cortes la luz! Sobre la marcha del SME

Este blog se pinta de rojo y no es porque se haya manchado con la sangre del post sobre Bastardos sin gloria. Se trata del rojo combativo del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Ayer fui a la marcha del SME contra su extinción a manos de nuestro flamante presidente del empleo. Según los organizadores, asistieron más de 300 mil personas que abarrotaron todo Reforma, Juárez y Madero, desde la Diana hasta el Zócalo. El Gobierno del Distrito Federal había calculado que irían unas 150 mil. Independientemente del número de asistentes, la marcha del SME me pareció de verdad impresionante. Supongo que esta impresión se debió en parte a que hacía más de una década que no iba a una marcha: la última a la que fui (antes de esta) fue la del 30 aniversario de la masacre del 2 de octubre. El pequeño izquierdoso que llevo dentro ya se me estaba oxidando. Da gusto ver que todo tipo de gente tome las calles para hacer oir su voz, a pesar de los inconvenientes que esto causa. Creo que es pecata minuta pasar varias horas atascado en un embotellamiento cuando miles de personas han sido despojadas de su trabajo y por eso salen a manifestarse. He aquí una crónica de lo que pasó ayer...

Claudia, Erick y yo abordamos un Metrobus rumbo a Reforma. Son las 4 de la tarde. Después de un par de estaciones, un chavo con una gorra del SME se sienta junto a Claudia. Es un joven electricista que desde los 18 años ha trabajado en Luz y Fuerza. Comenzamos a platicar sobre las razones de su descontento: ¿cómo es posible que de la noche a la mañana se decrete que miles de personas pierdan su empleo? Otro chavo en el vagón también se une a la plática: es de la UAM Iztapalapa y comenta que cerca de su universidad la PFP (Policía Federal Preventiva) desplegó anoche su fuerza amenazante. El va a la marcha para defender los derechos de los electricistas y también porque está harto de la intimidación, de que se amedrente a quienes buscan ser solidarios. El Metrobus solo llega hasta la Glorieta de Insurgentes porque ya no hay paso. El chavo electricista nos agradece el apoyo y nos da un manojo de volantes, propaganda del SME para repartir en la marcha: "¿Existe en México un verdadero Estado de Derecho?", se preguntan las hojas mimeografiadas. No lo creo.

Desde el momento en que bajamos a la Glorieta se siente ya esa energía particularmente intensa que desprenden las multitudes. Con tanta expectación en el ambiente, hasta pienso que es posible la existencia de un contingente emo en la marcha, pero no: a esos chicos y chicas nada parece motivarlos. Sobre la reja de la estación del Metrobus alguien ha pegado un cartel "Hoy es el SME, mañana ¿quién?". Ya en plena Zona Rosa, un conglomerado de estudiantes vestidos de rojo y negro recorren las calles hacia Reforma. Al verlos, unas señoras salidas de una oficina no pueden evitar el comentario: "Ash... deberían ponerse a estudiar en lugar de andar de alborotadores...". Los estudiantes gritan consignas: "Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués". Porque esta marcha no solo es de los electricistas ahora desempleados, sino también de todo aquel que siente que este gobierno no procura sus intereses y más bien parece estar contra el bienestar de la gran mayoría.

Al llegar a Reforma se me pone la piel de gallina: justo a la altura del Sheraton hay gente, gente y más gente, a la izquierda, a la derecha, frente a nosotros, detrás de nosotros. Columnas interminables que ondean mantas y pancartas. Sobre un amasijo de puños alzados y caras indignadas vuelan unos cuatro helicópteros que no se salvan de recibir sonoras mentadas de madre. Esto no es una fiesta: es la expresión del hartazgo. Entre la multitud alcanzo a ver a una muchacha que lleva colgado un cartel: "Antes mi papá manejaba un camión y llevaba luz a muchas personas. Ahora, no tiene ni para comprarse una pinche Coca Cola". Claudia y yo nos ponemos a tomar fotos; Erick graba el paso de la marcha: hay que documentar, aunque sea modestamente, la magnitud de la marcha porque con el tipo de medios de comunicación que tenemos en México muy seguramente se minimizará la asistencia. Erick se adelanta: quiere llegar al Zócalo para ver qué está pasando.

Ya en el Ángel, cinco vivaces personajes posan para la foto. Parecen super héroes con disfraces hechos de papel. Una vestida con un traje rojo es el centro de atención. Los electricistas que pasan frente a ellos les chiflan y aplauden: "¡Ese apoyo si se siente!", comienzan a corear. Las consignas, como siempre, son creativas y mordaces. Mi favorita: "Señora Hinojosa, ¿por qué parió esa cosa?". A lo que respondemos: "Señor Calderón, ¿por qué no usó condón?". Varias banderas gay ondean; los colores del arcoiris destellan entre las banderas rojas del SME. Los enormes ojos de un Zapata ploteado en una gran manta observan a la multitud diversa: chavos con máscaras de luchadores, punketos, amas de casa con sus familias, mineros y electricistas de todas edades y complexiones, tambores batientes de la ENAH, contingentes de facultades, escuelas, prepas y cchs de la UNAM, del IPN, de la UACM, de la UAM: todos rumbo al Zócalo.

















Pero llega un momento, casi cerca de la Alameda, en que Claudia y yo nos damos cuenta de que no llegaremos a nuestro destino. Hacia atrás, la marcha se extiende hasta la glorieta de Colón y a lo largo de todo Madero ya no cabe ni un alma. Claudia llama a Ronaldo, amigo suyo fotógrafo de AFP. Nos encontramos en la esquina de Madero y Balderas. En un dramático cambio de contexto, entramos al mall Plaza Alameda. Musiquita ininteligible de fondo, escaparates relucientes, aire acondicionado: un oasis de consumismo y evasión. Ronaldo y Henry, colega suyo de Reuters, tienen que enviar a sus respectivas redacciones las fotos que han tomado de la marcha, por lo que usan la conexión de internet en el Starbucks del mall. Mientras las fotos suben lentamente, la noche cae: ya son las 8pm. Desde el Starbucks se aprecian todavía varios contingentes que marchan hacia el Zócalo, pero no se escuchan sus consignas. Los gruesos ventanales del mall aislan el sonido de la calle. Estamos en una especie de pecera fortificada y, además, resguardada por tres uniformados. Interesante metáfora para la condición de varios sectores de las clases media y alta en México: a través de sus ventanas pueden ver lo que sucede en las calles, pero no escuchan las razones de un despliegue público que seguramente les parece molesto y absurdo.

Si bien el sindicalismo mexicano se ha calificado, con justa razón, de charro y corrupto; si bien muchos sindicatos son hervidero de aviadores y malos manejos; si bien es imborrable el recuerdo de las fechorías de Fidel Velázquez, novamás del liderazgo sindical (ese pobre hombre que en las últimas ya parecía momia), los electricistas, como sucedería con cualquier otro gremio, no están de acuerdo con que masivamente se les prive del empleo. Lo que ayer me pareció emotivo e impresionante fue la asistencia de miles de personas ajenas al mundo de los sindicatos que se identificaron y solidarizaron con la lucha de los electricistas. Porque hoy es el SME, pero mañana solo Dios sabe a quien le tocarán los palos.

martes, 13 de octubre de 2009

No es otra tonta película de nazis: sobre Bastardos sin gloria



Hace ya algunos meses vi este trailer y entonces me pareció que Quentin Tarantino estaba a punto de caerme muy, pero muy mal (y miren que soy ávida fanática de ambos volúmenes de Kill Bill): otra película más se unía a la gran lista de cintas hollywoodenses sobre los pérfidos nazis y cómo "la historia" -léase los gringos- puso un hasta aquí a su reinado del mal. "Ahí vamos de nuevo", refunfuñó el pequeño nazi que llevo dentro. Con este antecedente, supuse que iba a odiar la película pero de todas formas me lancé a verla [1], un poco por morbo, otro poco por "cultura general". Oh, ¡cuán equivocada estaba! Voy llegando de ver
Bastardos sin gloria y me dejó un gran sabor de boca, eso si, un sabor a balas, sangre y, sobre todo, mucho nitrato de plata.

A pesar de que
Bastardos sin gloria es larguísima (nomás dura 2 horas con 33 minutos) y de que Brad Pitt (que me cae en el hígado y me parece pésimo actor) es "nuestro héroe", después de batallar al principio con la película, el innegable oficio de Tarantino me ganó por completo: me la creí pues. Tras la secuencia inicial estaba enganchadísima en la trama y confieso que me la pasé literalmente gritando y manoteando de los nervios... y de la risa.

Por lo que puede apreciarse en el trailer, uno pensaría que
Bastardos sin gloria es la historia de los bastardos del título, un grupo de renegados judíos y gringos que en la Francia ocupada van por la cabellera de cuanto nazi se les cruce en el camino (después de matarlo, por supuesto). Comandados por el híper hillbilly, ultra arrogante y oh-so-very-proud-to-be-an-american teniente Aldo "el Apache" Raine (Brad Pitt), los bastardos se involucran en la Operación Kino, una misión de la inteligencia británica que busca matar al mismísimo Führer cuando asista a la première de la cinta El orgullo de la nación, realizada por el mismísimo Goebbels [2]. Pero lo que nadie sabe es la verdadera identidad de la propietaria del pequeño cine donde se llevará a cabo el estreno: detrás de la sencilla y callada Emmanuelle Mimieux se esconde Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent, excelente), una chica judía que tiene siniestros planes para sus invitados de honor.

Aunque la historia de Shosanna sea solamente una subtrama en Bastardos sin gloria me parece que la película en realidad gira en torno a ella. Shosanna es la única superviviente de la masacre de su familia a manos del coronel nazi Hans Landa (el estupendo Christoph Waltz que se lleva las palmas y la película de calle) cuando éste descubre su escondite en la modesta casa de una familia de campo que les ha dado asilo. Años después en París, el héroe condecorado y actor en ciernes Fredrick Zoller (Daniel Brühl, quien tantísimo me gustó en esa película maravillosa, Adios a Lenin) se infatúa con Shosanna y sutilmente la obliga a que el estreno de la película de sus hazañas de guerra se lleve a cabo en el cine del cual es dueña.
En una escena realmente perturbadora, Shosanna se reencuentra con Landa (a cargo de la seguridad del evento) y a partir de entonces comienza a fraguar su venganza, uno de los temas favoritos de Tarantino.

Bastardos sin gloria es una verdadera joyita de lo estupendo que maneja a lo largo de sus más de dos horas una mezcla de suspenso y humor difícil de mantener, mezcla extraña y peculiar pero muy entretenida. Tomemos por ejemplo la secuencia en que, para entrar a la première, Raine y dos de sus bastardos -Donny "el Oso judío" [3] Donowitz (Eli Roth, protegido de Tarantino que dirigió las dos películas de Hostal) y Omar Ulmer (Omar Doom)- se hacen pasar por cineastas italianos sin saber que Landa habla italiano con fluidez: el espectador (yo en este caso) se debate entre reirse a carcajadas frente al ridículo acento italiano de los bastardos, aunado a su completa imposibilidad de entablar un diálogo con Landa, o sudar profusamente debido a la inquietud que provoca el hecho de que Landa va a descubrir la impostura en cualquier momento.

No quiero revelar más de Bastardos sin gloria porque parte de su encanto es ignorar en qué terminará todo este embrollo, pero debo hacer un comentario bien ideológico (como es mi costumbre) sobre el final de la cinta, un grandísimo spoiler que coloco como nota en este post [4] y que recomiendo no leer sin antes haber visto la película. Ya saben que me choca agüarle la diversión a los potenciales y expectantes espectadores. Aderezada con un típico soundtrack tarantinesco -ecléctico, maravilloso y harto referencial: desde Cat People de David Bowie hasta las composiciones de Ennio Morricone, préstamo de varios spaghetti westerns-, Bastardos sin gloria no tiene pierde. Si de dar estrellas se trata, le doy cinco de cinco.

NOTAS
1. Lo que más me chocó de toda esta velada en el cine fue haber dejado mi dinero en Cinemex...
2. Según creo, pero no me hagan mucho caso, Goebbels nunca dirigió una película él mismo, aunque fue el antisemita mandamás del Ministerio de Propaganda e Información del Tercer Reich y controló en su totalidad la producción cinematográfica alemana de aquel periodo. Me parece que la inclusión de Goebbels como personaje en Bastardos sin gloria de verdad que sale sobrando.
3. Bear Jew en inglés, lo que en realidad debiera traducirse al español como el "Judío desnudo". Si hubiera sido Jew Bear entonces si que aplicaría llamarlo el "Oso judío". Pinches traducciones a la mexicana...
4. ADVERTENCIA: SUPER SPOILER Favor de no leer sin haber visto la película, a menos que no te interesa verla o, de plano, no te importe saber algo que potencialmente puede arruinarte Bastardos sin gloria. Lo que ocurre al final de la película es más o menos lo siguiente: Shosanna ha filmado un mensaje para los nazis que inserta en el último rollo de la película que están viendo. Justo en el momento en que la cara de Shosanna aparece en pantalla y revela que "la venganza de la judía" pende sobre ellos cual espada de Damocles, Marcel (Jacky Ido), amante de Shosanna, arroja una colilla de cigarro a una enorme pila de rollos de película de nitrato de plata, lo que causa un estallido masivo. La sala de cine se convierte en una trampa de humo y fuego al tiempo que se escuchan las carcajadas grabadas y muy macabras de Shosanna quien, en un duelo digno del salvaje y viejo oeste, ha descargado su pistola sobre Zoller que antes de morir también le propina certeros tiros que la matan. Los nazis corren despavoridos y en el pandemonium imperante los bastardos que están dentro de la sala -Donowitz y Ulmer (quienes, por cierto, llevaban explosivos para hacer su propio kaboom)- aprovechan para matar a balazos al mismísimo Führer y al mismísimo Goebbels. O sea: el pequeño antinazi judío que Tarantino lleva dentro se explaya y engolosina en una orgía de disparos y se da el lujo de reescribir de un plumazo la historia, al más puro estilo gringo del you wish you had... Obviamente Bastardos sin gloria no pretende ser fiel a los hechos, pero precisamente por esto me parece que no era necesario involucrar al Führer en la trama pues hubiera tenido el mismo sentido haber matado en este maremagnum de violencia a cualquier alto (y hasta ficticio) miembro de la SS. Esta licencia que Tarantino se toma me suena demasiado demagógica y burdamente efectista. Pero eso no es todo: Landa, como era de esperarse, ha desenmascarado y capturado a Raine. En una escena genial, Landa negocia con los gringos salvadores via radio su rendición y el final de la guerra esa misma noche a cambio de ser eximido de sus crímenes (entre otras cosas) frente a lo que sospecha es la inminente muerte de Hitler. Landa consigue lo que quiere pero no se escapa de ser objeto del ritual por el que los bastardos se han granjeado el miedo de los alemanes: con su cuchillote de apache, Raine le marca una suástica en la frente para que nunca se le olvide su infame pasado nazi... Y tán tán, fin.

Trailer cortesía de hitfixcom.

martes, 6 de octubre de 2009

Calladitos se ven más bonitos: sobre Los herederos

ADVERTENCIA Si ya viste Los herederos y te gustó, este post no es para ti: en él escribo desde el hígado -algo así como una interpretación hepática- mis objeciones sobre el documental de Eugenio Polgovsky. Si no lo has visto, tampoco leas las líneas a continuación porque revelan el final de la cinta y no me gustaría ser culpable de arruinarle la película a alguien.

Últimamente he decidido que si voy al cine prefiero que el dinero de mi boleto se quede en la Cineteca en lugar de Cinemex o que vaya a los bolsillos de alguna productora o distribuidora mexicana [1] y así impedir que se alimente aún más el sobrealimentado emporio de la industria hollywoodense. Para ver películas tan malas y tan gringas como La huérfana (Orphan, Jaume Collet-Serra, 2009) mejor las bajo de internet y asunto arreglado. Estamos en tiempo de escasez y hay que hacer algo al respecto, por más mínimo que sea y aunque parezca que el único beneficiario directo de estas medidas "extremas" sea mi propio bolsillo. El domingo pasado, como parte de dichas medidas de apoyo activo al cine mexicano, fui a la Cineteca a ver el documental Los herededores de Eugenio Polgovsky. Qué gran decepción...

Hacía mucho tiempo que no salía tan indignada del cine como sucedió el domingo después de ver Los herederos [2]. En primera instancia, el hecho de que se explote a menores de edad -generalmente indígenas que viven en condiciones de pobreza extrema- para realizar labores agrícolas o trabajos manuales mucho más allá de sus fuerzas es indignante. Es una obviedad decir que los niños y las niñas debieran estar en la escuela en lugar de estar trabajando. Oh, pero ¡no es necesario ver Los herederos para saber esto! Con leer los periódicos es suficiente. Ah, me olvidaba de que casi nadie lee los periódicos en este país. Con un antecedente como este, comprendo que a Polgovsky le parezca importante visibilizar las condiciones de marginación en que viven estos niños y niñas mexicanos que conforman uno de los sectores más vulnerables de los millones de nuevos pobres que la más reciente crisis mundial ha dejado a su paso. En ese entendido, también resulta comprensible que a quienes vieron Los herederos en Berlín o Venecia les haya parecido un documental fascinante y revelador. Es cierto que no es lo mismo leer las frías cifras sobre la pobreza en México que observar las pobres y devastadas caritas de estos niños y niñas,
pero ahí es donde para mi la cosa se pone color de hormiga: el hecho de que a los niños y niñas que vemos trabajar de sol a sombra en Los herederos se les haya negado la voz que pudo habérseles dado me parece indignante. El viejo truco de que una imagen dice más que mil palabras...

Los herederos
no tiene diálogos [3], solo
la música de la Banda Mixe de Oaxaca y el sonido grabado en directo de las locaciones, en el cual se cuela una que otra conversación que casi no se entiende; no se si esto es porque quienes aparecen en la cinta hablan alguna lengua indígena y se decidió no poner subtítulos a lo que dicen [4] o por un sonido deficiente. Eso si: en una escena del documental se escucha perfectamente bien un promocional de Lorena Ochoa -la millonaria y famosa golfista mexicana-, proveniente de algún radio o televisión perdido por ahí, en el cual la jaliciense motiva al campo mexicano para que sea un "campo ganador": hay que reconocer la genial ironía que Polgovsky procura con esta inserción.

Pero después de ver una y otra vez la entremezcla
[5] de los distintos momentos en la jornada de trabajo de la infancia en Guerrero, Nayarit, Sinaloa, Oaxaca, Puebla y Veracruz -un niño ladrillero, una niña tejedora, un niño que hace alebrijes, unos niños y niñas que cosechan tomates, ejotes y pepinos, otros niños que recogen leña, una niña que hace tortillas en un comal enorme comparado a su pequeña estatura- el espectador necesariamente se pregunta: pero, ¿quiénes son estos niños y niñas? ¿Qué no tienen nombre o qué? Me parece que despojarlos de su nombre es despojarlos de su identidad, es solamente colocar varias caras sin ton ni son para ilustrar a los sin rostro y sin voz de los que hablan los Zapatistas. ¿Para qué darles un rostro si se les niega la voz que también exigen? Me escandaliza pensar que si estos niños y niñas no dicen nada es porque alguien pensó que, efectivamente, no tienen nada que decir, que con verlos trabajar y trabajar sin descanso basta para causar una impresión de ¿solidaridad, indignación, empatía, tristeza? en el público. Como si no importara saber de dónde son y dónde viven, si tienen familia o no, si van a la escuela o no, si les gusta o no lo que hacen, cuáles son sus sueños, miedos, gustos, disgustos...

Tal vez estas observaciones sean demasiado antropológicas y el documental de Polgovsky ciertamente no es de corte etnográfico. Pero siento que Los herederos no presenta, a pesar de tanta imagen, un componente indispensable para empezar a comprender la situación de estos niños y niñas: su historia de viva voz, sus pensamientos, sentimientos y opiniones.
Y al final del documental vemos a los niños jugar y bailar [6], como si la única conclusión posible fuera que a pesar del trabajo extenuante al que son expuestos a diario -lo único a lo que Los herederos se acerca con esa cámara no intrusiva que nomás está ahí, capturando frenéticamente miradas, gestos, manos y pies- estos niños, en el fondo, siguen siendo niños, ¿no? Me fue imposible evitar la comparación de Los herederos con ese documental tan entrañable sobre otros niños, también pobres, también explotados, también víctimas de la indiferencia: los protagonistas de Nacidos en el Burdel de Zanna Briski y Ross Kauffman. Creo que la gran diferencia entre ambos documentales es que la película de Briski y Kauffman si abre la puerta hacia la interioridad y subjetividad de los niños y niñas que retrata en la zona roja de Calcuta, mientras que el documental de Polgovsky se queda afuera, mirando y haciéndonos mirar el indignante exterior de las condiciones de vida de millones de niños y niñas en el campo mexicano.




NOTAS
1. No sé exactamente cuánto dinero llega a manos de los directores y sus equipos, creo que es nada más un 10% del total de la taquilla...
2. Otro momento cumbre en mi indignación fílmica ocurrió en 2002 cuando vi Irreversible de Gaspar Noé: ¡qué entripado monumental me hizo hacer!
3. No creo que la decisión de privarse de algún elemento típicamente cinematográfico para realizar una película sea necesariamente en detrimento del resultado final de la misma; o sea: no estoy diciendo que no me gustó Los herederos solamente porque no tiene diálogos. Un ejemplo de cómo las restricciones impuestas pueden dar por resultado cosas excelentes es The Five Obstructions (De fem benspaend, Lars Von Trier y Jorgen Leth, 2003), un documental en que Von Trier reta a Leth a filmar de nueva cuenta su corto The Perfect Human (Det perfekte menneske, 1967) cinco veces con cinco diferentes tipos de limitaciones o parámetros creativos. Si no han visto esta cinta, es super recomendable.
4. Al inicio del documental se escucha una canción de cuna en náhuatl cuyos subtítulos si se aprecian en pantalla.
5.
Gracias a una edición un poco atropellada, diría yo: cortes a abruptos que pareciera funcionan para que el espectador no se duerma.
6. Hasta donde alcancé a ver, solo son niños, más no niñas, quienes festejan al final de la película. La feminista que llevo dentro se pregunta por qué en Los herederos vimos niñas haciendo de comer y lavando trastes y no niñas jugando...
El trailer es cortesía de MIRADOOR1
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viernes, 2 de octubre de 2009

Un día (o casi) en el Fondo

No puedo creer que ya sean las 11pm. El día se me escurrió entre los dedos casi sin notarlo: en ese casi sin notarlo propio de la ociosidad.

Como todas las mañanas, abro los ojos justo a las 7am. Mi reloj biológico combate a diario y con puntualidad la enorme pereza de la cual soy rehén, aunque su tic tac sucumbe rápidamente frente a la sensación desagradable de no tener razones para salir de la cama. Como todas las mañanas, hoy también me subo al brevísimo tren de pensamiento aletargado que recorre mi mente previo a quedar dormida otra vez: reconozco que tengo muchas cosas que hacer y por hacer pero la pesadez que me ancla al colchón (aúnada a mi total falta de disciplina) me hace suponer que es demasiado temprano para abandonar la comodidad de estar bajo la única cobija que hay en esta casa que, por cierto, es un completo y soberano desastre.

Tras lo que para mi son unos cuantos segundos de dormir sin sueño, dan casi las 10am y me “animo” (así, entre comillas) a comenzar el día con mis dos adicciones habituales: cigarrillos e Internet. Ay, ¡pinches vicios! Antes de poder salir para abastecerme de nicotina, ya con la computadora prendida y conectadaza en Facebook, suena el teléfono: es mi padre (¿quién más podía ser?). Llama para decirme que pasará por mi -con ese "si quieres" suyo, más orden que invitación- a las 11:30 para ir a tomar café en la Librería del Fondo de la Condesa (lindo lugar, feo nombre si se pone así). Ah, y además anoche tu madre me despertó tres veces y tres veces tuve que regresarla a dormir…


Salgo a la calle. Compro arena para los gatos, fruta, leche
y una cajetilla de Camel. Regreso directito a revisar correos. Solo encuentro un nuevo y solitario mensaje de mi asesora de tesis que en el "Asunto" lo dice todo (¿será?): "¡Gulp! y una sugerencia". El maldito estruendo del timbre interrumpe mi lectura de La Jornada en línea a las 11:28: Felipón ahora resulta que quiere promover que los ciudadanos nos metamorfoseemos en todos unos inversionistas calificados y de primer mundo con una brillante iniciativa para que el poco dinero de nuestras Afores pueda ser empleado en "instrumentos financieros transparentes y muy lucrativos". Ya en el Fondo, lo mismo de siempre: dos capuchinos y un expreso; conversaciones interrumpidas y fragmentarias gracias a mis necedades y las de mi padre, aderezadas con el Alzheimer de mi mamá. Me regresan a la paz y tranquilidad de mi cueva alrededor de las 2pm. Al bajar del carro me doy cuenta de que Jodorowsky es subversivo y Reygadas transgresor. Porque, dice mi padre, ¿qué más subversivo que vivir en París de leer el Tarot? Y qué más transgresor, digo yo, que convencer a tus cuates o conocidos de encuerarse a cuadro y sin paga...Tiempo empleado en medio reflexionar conjuntamente sobre la tesis: menos de un minuto.

Mando dos correos electrónicos relativos al Diplomado, uno a PK y otro a MF, mientras escucho Good Old Fashioned Lover Boy de Queen. Tiempo total empleado en Internet relativo al trabajo: algo así como 3 minutos. Tiempo total empleado en cantar
Good Old Fashioned Lover Boy: una hora, más o menos. Por ahí de las 4pm, después de comer, me pongo a explorar youtube para alimentar mis obsesiones recurrentes (vaya pleonasmo): videos sobre sectas peligrosas y parodias de religión, unas más absurdas que otras -Cienciología, el Templo del Pueblo y Jim Jones, el Pastafarianismo y la Iglesia del Monstruo de Espagueti Volador, el culto al Unicornio Rosa Invisible, Desteni y compañía- y videos de audiciones vergonzosas para ser parte de reality shows diversos, desde Britain's Got Talent hasta American Idol. (De hecho, mientras esperábamos el carro en la esquina del valet parking del Fondo, me pasó por la cabeza la idea de escribir sobre la lógica simbólica y narrativa de los realities, sobre los mecanismos que hacen que la gente entregue al escrutinio público en reluciente bandeja de plata su privacía, intimidad y hasta dignidad con la promesa de fama y fortuna repentinas. Escribir de verdad, escribir algo publicable no solo por su segura servidora en este espacio de su segura servidora, escribir un libro...).

Van a dar las 8 de la noche y pienso que sería una buena idea leer un poco de lo mucho que hay que leer para la tesis. Pero me entero de algo que me parece muy interesante y, como diría mi mamá, se me va el santo al cielo: el fármaco que ha mantenido a Milagros libre de ataques por casi un mes –el dichoso fenobarbital que tanto me costó encontrar- mezclado con alcohol es un cóctel suicida (u homicida, según el caso) muy efectivo; así murieron en noviembre de 1978 la mayoría de los pobladores de
Jonestown, Guyana, más de 900 personas, seguidores de la secta del Templo del Pueblo. Todavía no se me ocurre (¿o ya se me ocurrió?) ir a la vinatería de la esquina para comprar una botella de lo que sea, añadirle las 31 pastillas que quedan en el frasco de Fenabbott y tomarme hasta la última gota. Y, hablando de suicidios, termino el día leyendo sobre Wallace (en lugar de leer a Wallace) y escribiendo estas líneas... Para colocar la cereza (¿no será más bien una fresototota?) en el pastel de los absurdos y desvaríos de este día en el Fondo, un videito de una canción que me gusta mucho, placer culposo, culpable y culpígeno a la vez:



Imagen: Pastafarian Porn, cortesía de http://rinzewind.org
Video cortesía de maxij23.