sábado, 15 de octubre de 2011

Ingrávido

Hacia el final de los setenta todo era ingrávido. Al menos así lo recuerdo. La lámpara de vidriecillos de colores, suspendida del techo en una esquina de la sala; el mantel de flecos sobre la mesa del comedor. Mi madre y su paciencia infinita. Mi padre leyendo poesía. El afro trasnochado de la vecina y su pastel del Hombre Verde. El ventanal que daba al jardín, pequeño follaje trasero; el sol que pintaba de tenue verde su luz. Las bicicletas tiradas en el pasto. Los pantalones acampanados del colegio. Mis zuecos azules. La vista desde la azotea: sólo terrenos baldíos y horizonte. Recuerdo correr ligera por los tejados contiguos de cinco casas extrañamente unidas. El beso que le dí a ese niño en su cumpleaños, escondidos en la cochera. El papel tapiz de flores: su mismo ramillete, amarillo y quebradizo, repetido una y otra vez en las paredes de cada habitación. Lo único que tenía peso entonces era el mastodonte de la televisión de bulbos que sostenían cuatro patitas ridículas; su perilla redonda -clac, clac, clac, lenta y torpe- que apenas podía mover para cambiar los canales. ¿Qué habrá sido de ella?

viernes, 14 de octubre de 2011

Clasificación, censura e improperios, o "mejor quememos estas películas porque, de a tiro, son indeseables". Sobre The Human Centipede y The Woman

ADVERTENCIA Este post está escrito desde una posición radicalmente anti prohibicionista; también lo anima un punto de vista extremo en cuanto a la libertad de expresión y, sobre todo, de creación artística. Me explico: no creo que ninguna película deba ser prohibida dado que nadie (me refiero a puros adultos nomás) está obligado/a a ir al cine: uno va porque quiere y ya. Para eso están las clasificaciones, la crítica de cine y las reseñas de películas. Y si sucede que alguien erró al seleccionar una, tiene todo el poder y el derecho de salir de la sala, corriendo o calmadito/a, en el momento en que lo que vea y escuche le parezca una aberración. Puedo apostar que nadie lo/la detendrá y forzará a terminar de ver la película.

Por otro lado, no creo que el arte sea únicamente aquéllo que eleva el espíritu, aquéllo que ennoblece al ser humano. El arte también confronta, incomoda y presenta lo que para muchos y por diversas razones es impresentable, lo que J.M Coetzee muy acertadamente denomina indeseable. Tal vez los valores (cualesquiera que sean) que un artista plasma en su obra -o la forma en que lo hace- no tengan nada que ver con los de su hipotético público. Entiendo la ofensa de éste frente a lo que califica de indeseable y entiendo que es una ofensa legítima. Pero lo que no entiendo es que este hipotético público recurra a la violencia para resarcir la transgresión de la que supone fue objeto. Y mucho menos entiendo que la mejor opción sea destruir físicamente la obra [argumenta este finísimo e hipotético público mientras blande sus antorchas] por el bien de todos...

Así las cosas, este post se centra en dos películas -The Human Centipede (First Sequence) (Tom Six, Holanda, 2009) y The Woman (Lucky McKee, EUA, 2011)- que aún no se han estrenado en México y son ejemplos recientes y paradigmáticos de cintas de terror (aunque, la verdad, a mi no me lo parecen tanto) que han suscitado reacciones adversas dado su bizarro contenido, por decir lo menos. Los spoilers al narrar las historias que estas películas cuentan serán muchos y el contenido no apto para quienes son susceptibles al gore. Hechas estas advertencias, querido/a lector/a, inicie la lectura de este post bajo su propio riesgo...

1. Escatología, tortura y demás Tom Six es un director holandés a quien las buenas consciencias, sobre todo la británica, no bajan de perverso. La cinta que lo llevó al estrellato (o que, por lo menos, le valió una parodia en South Park -el episodio HUMANCENTiPAD- que ya es un gran logro), The Human Centipede (First Sequence), explora los experimentos del Dr. Josef Heiter (Dieter Laser), un afamado, retirado y ficticio cirujano alemán especializado en separar siameses, para "construir" un cienpiés humano (cualquier referencia con el infame y nazi Dr. Josef Mengele no es mera coicidencia). El Dr. Heiter secuestra a dos turistas americanas, Lindsay y Jenny (Ashley C. Williams y Ashlynn Yennie), y a uno japonés, Katsuro (Akihiro Kitamura), y procede a unir las bocas de unos con los anos de otro: si, una sencilla operación -100% medically accurate dice la publicidad del filme- que se explica en el siguiente diagrama:
Todo es felicidad para el Dr. Heiter porque al principio su experimento es un éxito pero, como era de esperarse, el cienpiés no está ni muy sano ni muy contento que digamos. Mientras el Dr. Heiter trata de entrenar a su nueva mascota llegan a su casa dos detectives, Kranz (Andreas Leupold) y Voller (Peter Blankenstein): unos vecinos muy cívicos se han quejado en la comandacia de los horrendos gritos de mujer que se escuchaban (antes de la operación, hay que apuntar) en la propiedad del Dr. Heiter. Kranz y Voller no quedan satisfechos con la explicación del doctor y su conducta agresiva les hace sospechar que algo raro esconde, pero como estamos en el primer mundo y no en el Estado de México, muy cívica y acomedidamente avisan al doctor que iran por una orden de cateo antes de revisar el sótano de la casa.

Ante el inminente descubrimiento de su creación, el ahora histérico Dr. Heiter baja al sótano y es atacado por el cienpiés, quien le entierra un bisturí en la rodilla. El cienpiés, en un intento por escapar de su captor/creador, sube penosamente una escalera de caracol (¿qué, qué?), pero es alcanzado por el doctor: tras un dramático intercambio entre Katsuro (la única parte del cienpiés que puede hablar... japonés) y el Dr. Heiter, el primer tercio del cienpiés decide que ya ha tenido suficiente de este valle de lágrimas y se corta la yugular. Para entonces, los muy eficientes Kranz y Voller han regresado a casa del Dr. Heiter con todo y orden de cateo que no les es muy útil, por cierto, ya que tiran la puerta principal para entrar y se desata el desastre. Kranz descubre al cienpiés, Hieter mata de un balazo a Voller, Kranz descubre a Voller muerto, Kranz recibe un balazo de Hieter y, antes de morir, Kranz mata a Heiter. ¿Y los dos trecios del cienpiés que quedan vivos? Cuando de pronto (y muy convenientemente para la historia) muere el tercer tercio del cienpiés de una infección terrible, el segundo tercio, Lindsay, se queda literalmente cosida a dos cadáveres, lloriqueando mientras la cámara se aleja... Fin.

2. Feminismo o algo por el estilo Lucky McKee es un director americano cuyas películas de terror -como la bastante visible May- aunque muy indie se han hecho de una importante base de fanáticos devotos. McKee presentó su más reciente película, The Woman, en Sundance en enero de este año. The Woman es la historia de los Cleek, la típica familia americana que vive, aparentemente, en perfecta armonía en su hermosa casita rural. Chris Cleek (Sean Bridges) tiene un exitoso despacho de abogados y en sus ratos de ocio sale a cazar al bosque que queda justo detrás de su casita. Un buen día Chris se topa con un ser fascinante y peligroso, una mujer salvaje (la excelentísima Pollyanna McIntosh), y como haría cualquier ciudadano de bien pues la atrapa con una red y se la lleva para enseñarle a vivir como la gente decente.

De inicio, el "proyecto civilizatorio" de Chris no es bien recibido por su esposa Belle (Angela Bettis), pero como la abnegada, golpeada y dócil ama de casa sureña que es, acepta sin chistar. A quien si le encanta la nueva adición a la familia es a Brian (Zach Rand), el puberto hijo de los Cleek, quien lasciva y curiosamente se apresta para ayudar en lo que se ofrezca. La mujer salvaje, como era de esperarse, no está nada contenta con el proyecto de los Cleek: la tienen amarrada en un cobertizo, la bañan a mangerazos y la visten con ropita bastante fea y pasada de moda. Chris aprovecha que la mujer está cautiva para mostrarle qué es el sexo y Brian la espía tiro por viaje con una mezcla de fascinación y asco, mientras Peggy (Lauren Ashley Carter), la hija adolescente de los Cleek, tiene ya bastantes problemas con la empresa de ocultar su embarazo como para preocuparse por lo que su familia le está haciendo a la mujer salvaje.

Cuando Genevieve Raton (Carlee Baker), la maestra de Peggy, se aparece en casa de los Cleek para confesarles sus sospechas sobre el embarazo de su hija, se desata el desastre: Chris le pone tremenda madriza a Genevieve (eso si: tras darle un golpazo a Belle, que la deja inconsciente, porque ésta le acababa de anunciar que lo iba a dejar) y se la lleva al cobertizo donde resulta que tiene encerrado a otro ser salvaje y peligroso -un niño caníbal- quien, ni tardo ni perezoso, se come enterita a Genevieve. Peggy no halla otra forma de detener a su padre más que liberar a la mujer salvaje quien mata a Belle, a Chris y, por qué no, a Brian. Después de la masacre, la mujer salvaje intercambia gruñidos y balbuceos ininteligibles con Peggy y se marcha tranquilamente rumbo al bosque, llevando de la mano a Darlin' (Shyla Molhusen), la hija más chiquita de los Cleek... Fin.

3. Los otros indignados y sus argumentos Aunque me parece que ambas películas no son ni remotamente joyas de la cinematografía, si presentan interesantes tesis sobre el eterno debate -y muy actual, dada la situción de este país- entre civilización y barbarie. En The Human Centipede (First Sequence), como lo apuntan ciertas reseñas, subyace una discusión sobre los límites éticos de la investigación médica, sobre la soberbía del científico loco que se cree creador de la vida y a quien los seres humanos le parecen viles gusanos. En este sentido es acertada la elección de Six de Katsuro como el primer tercio del cienpiés: el hecho de que éste sólo hable japonés enfatiza la obvia incomunicación entre el Dr. Heiter y su creación, el hecho de que el arrogante médico conciba al cienpiés como un auténtico insecto.

The Woman, por su parte, no sólo supone una bárbara crítica de las formas en que históricamente se ha impuesto, a sangre y fuego, la "civilización" a los "salvajes", sino que también puede leerse como un alegato contra la violencia de género. De hecho, muchos de los ultrafans de McKee lo son porque dicen que encuentran en sus películas representaciones de las mujeres que ponen el dedo en la yaga sobre temas como el abuso doméstico, el autoestima y la imagen corporal. Pero como el cine es susceptible de diversas lecturas, ciertos espectadores han encontrado en ambas películas motivos para la ofensa y el agravio.

A pesar de que The Human Centipede (First Sequence) fue estrenada en cine comercial en Inglaterra y otros países, no sin causar escándalos diversos dado su contenido vomitivo (la coprofagia, forzada en este caso, sigue siendo un verdadero tabú para muchos), la secuela de este filme, The Human Centipede II (Full Sequence), ha sido prohibida oficialmente en el Reino Unido. No es legal distribuirla en DVD, por lo que tampoco podrá verse en salas de cine. ¿La razón? A la British Board of Film Classification (BBFC) le parece que es un mal ejemplo para sus espectadores: tras ver la película, a alguien se le puede ocurrir la peregrina idea de crear su propio cienpiés, por eso mejor censurarla ahora que lamentarse después. Además la BBFC arguye en su muy explícito dictamen que The Human Centipede II (Full Sequence) es una película pésima y potencialmente obscena que supone un peligro real para cualquier audiencia. Ello porque la lectura que la BBFC hace de la misma encuentra que Six -con una muy malvada intención- sólo muestra al espectador el punto de vista del protagonista, Martin (Laurence R. Harvey), un hombre "sexualmente obsesionado" con la primera película quien efectivamente lleva a cabo la peregrina idea -una "violenta y depravada fantasía", dice la BBFC- de crear su propio cienpiés con consecuencias, era de esperarse, desastrosas.

Por otro lado, tras la première de The Woman en Sundance, un muy indignado espectador armó tremendo alboroto (que alguien tuvo a bien grabar y subir a la red aquí). El hombre en cuestión (quien, por cierto, esperó paciente hasta que The Woman terminó) intervino la conferencia de prensa en que McKee platicaría sobre su película y le espetó al cineasta que era un perverso, misógino, enfermo y etcétera porque en The Woman se muestran varias escenas, bastante explícitas, de tortura. "Cómo es posible", gritó el indignado espectador, "que el Festival haya incluido en su selección este tremendo bodrio", esta representación de las mujeres, a su juicio denigrante, que nada tiene de buen ejemplo para nadie. Una vez más salió a relucir el argumento de que lo que se ve en pantalla se imita irremediablemente. Al final, el hombre pidió que le reembolsaran el dinero que pagó por la función.

4. Otros argumentos producto de otras indignaciones El cine, arte o no, es realmente un modelador de consciencias, un aparato ideológico de estado, como diría Louis Althusser, pero me parece que su influencia no es tan inmediata ni supone una lógica de causa y efecto. Es cierto que las representaciones sobre el mundo que ofrece el cine influyen, de alguna complicada y extraña manera, en nuestra concepción de éste. Al mismo tiempo, el cine no es tan peligroso como muchos países (que se dicen democráticos) lo hacen ver a través de prohibiciones, cortes y censuras. Ojalá lo fuera. Si el impacto del cine resultara tan súbito y demoledor como arguyen, bastaría con ver La Batalla de Chile una sola vez para desear el arribo del poder popular, bastaría con ver Wall Street para comprarse enterito el glamour de la bolsa de valores neoyorkina. Pasar de espectador a activista, de observador a revolucionario -o viceversa- no es cosa de una función.

Si partimos del supuesto de que cada espectador tiene herramientas para evaluar y disfrutar/padecer lo que ve y para decidir si quiere o no ver algo, los argumentos de la censura salen sobrando. Y si consideramos que existe esta suerte de madurez en muchas de las audiencias que van al cine, el escándalo resulta, hasta cierto punto, una decisión del espectador. La culpa del agravio entonces no es de Six ni de McKee, sino de quienes miran sus películas y no se responsabilizan de las consecuencias de mirar. Pero eso si: la educación que muchos países (que, insisto, se dicen democráticos) le niegan a sus pueblos impide precisamente la adquisición y desarrollo de tales herramientas (y de otras cosas). Es más fácil impedir que alguien mire a proveer elementos para afinar la mirada. Por eso los censores salen más baratos que los maestros... En fin...