sábado, 23 de julio de 2011

Sobre Beginners (Así se siente el amor) de Mike Mills

Los misterios del olvido y la memoria siempre me han parecido fascinantes; los del amor y la muerte también. El (aparente) sinsentido de las razones por las cuales algunas escenas quedan impresas en la memoria con nitidez, mientras que otras sufren transformaciones diversas e inexplicables y algunas más simplemente se diluyen y se olvidan ha (pre)ocupado muchas de mis horas desde hace años. A veces tengo la impresión de que el aquí y el ahora -este sol que entra por la cocina, esta canción que escucho, esta calle que se ve desde la ventana- no es más que un potencial recuerdo a futuro, cuya sustancia en realidad es inasible, efímera, mutable. ¿Por qué en cuatro o cinco meses o años la luminosidad de este día o los cuervos que sobrevuelan la Wasserturm de la esquina serán sólo imágenes que plaguen mi memoria o imágenes que, si soy afortunada, me remitan a este o aquel sentimiento?

Por eso películas como Beginners (Mike Mills, EUA, 2010) me parecen entrañables: este es el 2003, este era el sol, estas las estrellas, este el presidente; esto era la felicidad y esta la foto de la boda de mis padres en 1955, rememora Oliver (un refrescante y magnífico Ewan McGregor). Su padre Hal (Christopher Plummer) acaba de morir de cáncer y Oliver está en ese estado -entumido, doloroso, confuso, añorante- que la muerte de los padres deja en los hijos. Oliver se ha quedado con los libros de Hal, ha vaciado la casa en que vivía, ha tirado unas cuantas cosas y recuperado otras tantas. Ahora Oliver vive con Arthur, el Jack Russell terrier de su padre, y trata de recomponerse para encontrar la joie de vivre perdida tal vez mucho antes de que Hal le confesara que era gay, que había sido gay toda la vida, antes de que Hal enfermara y muriera.

Meses después en una fiesta de disfraces llega hasta el diván de Oliver/Freud una nueva paciente, aparentemente muda: Anna (Mélanie Laurent). Ella escribe en su cuadernito de notas: "¿por qué has venido a una fiesta si estás tan triste?". Oliver y Anna se ven varias veces tras la fiesta: en el cuarto de hotel de ella (es actriz y viaja mucho), en la casa de él: esta es la sala, este el comedor, esta es la foto de mi padre, junto al clasificado que publicó en una revista gay para buscar pareja. Salen a patinar, grafitean un espectacular en blanco, pasean por un parque con Arthur. Parece amor a primera vista. Pero hay algo en Oliver que le impide estar con Anna, una tristeza profunda, una desazón vital. Oliver hace una lista de sus relaciones pasadas; escribe una historia animada de la tristeza; pide la opinión de Arthur con respecto al estado de su vida, al tiempo que recuerda. Recuerda momentos de su infancia con su madre Georgia (Mary Page Keller), quien también murió de cáncer; recuerda los últimos meses de su padre, tan llenos de vida y de amor, de reuniones, amigos y fuegos artificiales...

Beginners, un relato autobiográfico de Mills que recuenta la salida del clóset de su propio padre a los 75 años, es simplemente una película hermosa. No crean que es un drama desalentador sobre la imposibilidad del amor de pareja o la fatalidad de la muerte, al contrario. Beginners es una película muy divertida, de esas que saben hacer reir sutil y constantemente, de esas pocas que encuentran atisbos de esperanza sin cursilerías, sin que eso signifique que uno deje de dolerse con sus personajes y su historia. La fotografía de Kasper Tuxen, el diseño de producción de Shane Valentino y el original score de Roger Neill, Dave Palmer y Brian Reitzell contribuyen a crear una atmósfera distintiva y cautivadora, como hiciera el crew -sobre todo la música de Air- de esa otra película formidable sobre el amor, la muerte y el recuerdo: The Virgin Suicides de Sofia Coppola. Si de dar estrellas se trata, a Beginners le doy cuatro y media de cinco.



Trailer, cortesía de hollywoodstreams.

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