Mucho agradezco ahora que no existiera internet en mis años adolescentes (y vaya que yo adolecía...). Ni chats, ni blogs, ni mucho menos Facebook o Twitter. De haber existido, seguramente los habría usado como mera plataforma de exhibición: diseccionando cada uno de mis malestares, posteando en un blog como éste mis desencantos, desencuentros y muy variadas desazones. Hubiera publicado recuentos detallados de mis crushes, malviajes y melancolías (y vaya que aún me asalta la melancolía con frecuencia... no se digan los crushes), de todo aquello que puede obsesionar a alguien de por sí obsesionable.
Pero, afortunadamente, nada de eso ha salido a la luz: ni una línea de lo escrito entonces -porque sí que lo escribí entonces- ha escapado de la cárcel (los cuadernos que aún guardo) en que está confinado. Eso de desnudarse de manera pública y para la posteridad, aunque sea en papel y en palabras (o, en su defecto, en algún timeline o muro cualquiera), nunca me ha gustado. Además, la desnudez de esos años, en retrospectiva, es bastante vergonzosa: es salvaje y descarada, y ahí donde está, está muy bien. Porque mi desnudez contemporánea, esa desnudez prefabricada a partir de la conciencia de que cualquiera puede leer esto, es un cuidadoso montaje. Una puesta en escena al fin y al cabo.
Aunque no es necesario remontarse casi dos décadas atrás si se trata de hallar motivos para la vergüenza tras un desnudo. Tomemos, por ejemplo, esto que escribí hace tres años:
Querido N:
Creo que por mi propio bien es mejor que no te vea más, al
menos que no te busque, por más que atesore tu compañía, nuestras
conversaciones, nuestros muchos puntos de encuentro. Me estoy enamorando de ti
y eso, aunque bueno para mi (¿para quién no podría ser bueno enamorarse?), no
es sano. No es lo que quiero, no lo deseo aunque esté pasando justo frente a mis
narices. No porque sea un sentimiento al que no le de la bienvenida, sino
porque no es correspondido. Nunca hay que negar el amor, no lo niego, solo que
mi corazón no está en condiciones de seguirlo alimentando. Requiere tiempo,
requiere pasión y energía. Y cada vez que encuentro en ti solamente a un amigo,
ese tiempo, esa pasión y energía se vuelven dolorosos. Es el fuego del amor y
no tengo la intención de consumirme totalmente en él, de quemar lo que aún me
queda que no ha sido consumido ya. Es mera cuestión de supervivencia. Necesito
guardarlo, como combustible de reserva, para no quedar totalmente exhausta. Y
en realidad nada de esto es tu culpa, ni mía tampoco. Es pura y bendita
enseñanza que aún no entiendo y quizá me tarde tiempo en entender. He vivido
mucho tiempo comprendiendo plenamente mi vida solo en flashback. Por algún extraño milagro, esta sucesión de
pretendidos absurdos que a veces parece la vida nos aventó juntos al mismo tiempo
y espacio, tan breve y efímero, pero tan poderoso. Ese milagro hizo que un buen
día aparecieras en mi puerta y me fuera dado ver en ti tantas virtudes, tanta promesa,
tanto gozo. Te vi y lo supe, instantáneamente: así funciono yo. Y bueno, no hubo
eco: tu has resultado sólo el espejo en que vi a mi alma persiguiéndose a sí
misma. Y está bien: en el fondo intuyo que este dolor hoy es una bendición
futura y disfrazada. Lo que me queda es abrazar el dolor, extinguirlo viviéndolo y
agradecerlo. Esa es la parte más difícil (o, por lo menos, la que más me
cuesta): agradecer el dolor del desencuentro. Esto, como todo lo demás, también
pasará. Y podré recordar lo bello que fue nuestro desencuentro. Lo que me
alimentó, lo que me diste, lo que te di.
And she feels she isn't heard. And the veil tears and rages 'til her voices are remembered, and his secrets can be told...
Lust, Tori Amos
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