Aprendí a cantar hace unos seis años. Antes también cantaba (de niña, frente al espejo, con el típico peine que se imagina micrófono), pero sin saber bien a bien cómo ni por qué. Después vino el tiempo en que me encerraba a piedra y lodo y, ante el sol que descendía cada tarde, cantaba las tristes letras del buen Mozz, de Cerati, de Robert Smith y Martin Gore. Bueno, hoy día tampoco se muy bien cómo funciona el canto: me sigue pareciendo un total misterio qué malabares realizan las cuerdas vocales para que salgan éstas o aquéllas notas; y en cuanto al por qué, todavía lo estoy explorando.
II
En esta travesía de la voz, la
Orden Sufi Jalveti Yerraji me abrió los oídos, la garganta y el corazón. Hace 10 años llegué una noche de lunes a una casa de oración de linaje turco que me cambió por completo. Ahí conocí a Leyla, Karim y Duja -enormes voces, entrañables hermanos- y ellos fueron (y aún son) mis primeros maestros de canto. La música devocional sufi, los
ilajis o cantos místicos de la Orden, con su indescriptible poder y belleza, me robaron la cordura y me enamoré.
III
El canto también ha sido medio de transporte y sustento: cantando llegamos a Playa Ventura y viajamos por Michoacán.
El pescador,
La tirana y
Mi razón de ser nos dieron de comer en aquéllas aventuras. Me encanta el cante flamenco, pero he de confesar que soy una completa ignorante al respecto. El pequeño duende que llevo dentro (herencia, tal vez, de mi vena española), sale de vez en cuando porque le cuesta mucho vencer mi timidez e inseguridad (además de que necesita un ambiente propicio para hacer su entrada triunfal, ¡cómo extraño nuestras largas sesiones de música y canto en
Foreverlandia!). El duende improvisa, se desgarra, emerge del lugar más
jondo y se retira después, se esconde celoso hasta que le sea dado aparecer de nuevo.
IV
Hace casi un mes, los caminos de la voz me llevaron a cantar en una Iglesia.
Antanukama, el proyecto sonoro y terapético de Leyla, Ya Sin y David, inundó de
ilajis y música planetaria la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario. Sentí esa contundente vibración que se apodera del cuerpo cuando se construye una armonía redonda. Sentí cómo resonaban, dentro y fuera, las voces, el armonio, el didgeridoo, como aplacaban el monólogo interno y hacían espacio para la contemplación. El frío del recinto resultó acogedor: era como si ahí hubiera habitado, en alguna vida pasada, en constante alabanza.
Alegraos
Alegraos con las flores que embriagan,
las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia.
Fragantes flores, abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave, parlotea y canta.
Viene a conocer la casa de Dios.
Sólo con nuestros cantos perece vuestra tristeza.
Oh señores, con esto vuestro disgusto de disipa.
Las inventa el Dador de la vida,
las ha hecho descender el inventor de sí mismo,
flores placenteras, con ellas vuestro disgusto se disipa.
Nezahualcóyotl
En la foto, Ya Sin y yo, Parroquia de Nuestra Señora del Rosario.