sábado, 27 de febrero de 2010

Hoy, después de leer el periódico...

...mi corazón se entumece y aconjoga. Es difícil escapar al dolor del mundo. Porque, además, no es necesario mirar lejos para sentirlo: basta mirar alrededor. Basta con la evidencia palpable de los estragos de la enfermedad de mi madre; basta con los cercanos despojos que lega el paso del tiempo; basta con mirar los ojos de Milagros.

Hoy estoy sin saber yo no se cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy solo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.

Basta mirar dentro: ni arrumbando el corazón bajo capas de tibieza éste deja de latir. No deja de volcarse hacia lo que duele, hacia lo que indigna. Ni acallándolo a fuerza de indiferencia, el corazón deja de gritar. No cesa en su legítima exigencia: escucha...

Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

Basta con entrever sus latidos que, a pesar de tanto herrumbre, puntualmente golpean el pecho. Basta con sentir esas punzadas que sobrevienen, una tras otra, día tras día.

Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
peñal de ruiseñores moribundos.


Versos de Me sobra el corazón y Guerra, cortesía de Miguel Hernández.

jueves, 25 de febrero de 2010

Virtualmente cerca

Hoy hace una tarde hermosa, justo como más me gustan: mucho sol, mucho viento y luminosidad. De esas tardes en las que uno debiera estar afuera, disfrutando del universo en todo su esplendor. Pero no: heme aquí, frente a la pantalla, elucubrando. Y todo porque la vida virtual se convierte, por decisión o circunstancia, en una segunda naturaleza de primerísimo interés. Y todo porque la vida virtual -sin sol ni viento- posee sus fatales encantos, que mucho semejan la seducción (ay, tan engañosa...) de cualquier droga. El rush de conectarse para no perder detalle alguno de lo que "sucede" en esos munditos telarañescos que son las redes sociales; la necesidad imperiosa de "hablar" con X o Y, de compartir, comentar, confesar, sin que medien más que letras, tal vez imágenes, sin comprometer miradas o roces. El hechizo de la vida virtual hace creer que se minimizan los riesgos de la cercanía, cercanía imaginada, deseada, esencialmente aparente: estar y no estar; querer y no querer; verse y no; ver sin ser visto; develarse y esconderse; lanzar botellas al mar ilusorio de los bits and bytes con mensajes que serán o no descifrados, que llegarán o no a su destino, todo al mismo tiempo. Porque quienes en realidad están cerca te miran a los ojos.

miércoles, 24 de febrero de 2010

De sueños y fórmulas

Supongo que no es nada nuevo preguntarse cómo funcionan los sueños, ni se diga preguntarse por su significado. Ahi están cientos y cientos de libros, más o menos serios, que prometen resolver el misterio irresoluble: ¿qué significa soñar que alguien fallece? ¿Qué significa soñar que uno vuela? ¿Qué significa soñar que uno va surcando los cielos, repentinamente pierde impulso y muere tras la monumental caida? Este post no pretende dar respuesta a ninguna de las interrogantes anteriores y solamente propondrá una fórmula (que debido a mi muy limitado conocimiento de las matemáticas podrá parecer algo verdaderamente simplón) para dar cuenta de la génesis de los sueños, al menos de dos sueños, para ser precisos, que tuve anoche. O sea: es solo un experimento que nada tiene de científico y si mucho de onírico y lúdico. Aunque uno nunca sabe y no resulta tan descabellado imaginar que mi fórmula fuera generalizable a todos los fenómenos del mundo onírico. La fórmula de la génesis del sueño es la siguiente:

(Pa + Af) * P.O / I.O

donde:
Pa= Preocupación actual
Af = Anhelo futuro
P.O = Potencial Onírico
I.O = Inestabilidad Onírica

Y, como casi siempre hago en este blog, los nombres de las personas reales que habitaron mis sueños anoche han sido sustituidos por una sola inicial para no andar balconeando a la banda (o, más bien, para no balconear mi propio inconsciente). Hechas las aclaraciones pertinentes, demos paso a la descripción de los sueños que nos competen, seguida por un intento de aplicar la fórmula de su génesis:

Sueño A
Estoy en lo que parece ser el set de una película. Aparece algo así como un crew de noticias y se pone a entrevistar al director de la misma. Yo estoy sentada en un sofá con varias personas, junto a C, viendo cómo se desarrolla la entrevista. De pronto, C se acerca y comienza a hacerme piojito. Luego C me da un beso en el muslo.
Fin de Sueño A.

Aplicación de la fórmula para Sueño A
La Pa en este caso es una cierta entrevista para la cual necesito (o necesitaba, porque eso ya se arregló) un invitado, siendo C uno de los principales candidatos. El Af es la infatuación que me provoca (o, por lo menos, me provocaba dadas las circunstancias actuales) C. Al sumar ambos factores y multiplicarlos por el P.O -que aquí puede entenderse como las referencias a lo que implican una entrevista y el cine (también resulta que el trabajo de C está directamente relacionado con la industria cinematográfica)- tenemos el contexto de ocurrencia del sueño. La división de dicho resultado entre la I.O -indefinible por definición- genera esta breve escena en la cual hay un intento de aproximación de C hacia mi persona que el propio sueño interrumpe.

Sueño B
Una vez más soy roommate de D. Es una noche de tormenta y cada quien se va a su cuarto a dormir. Después de tratar de conciliar el sueño sin lograrlo, me levanto de la cama y salgo por un vaso con agua. Súbitamente me encuentro a D en la cocina, lo cual me da un gran susto. Acto seguido, nos besamos.
Fin de Sueño B.

Aplicación de la fórmula para Sueño B
La Pa en este caso es un viaje que espero realizar a Venecia (cuyos preparativos, he de confesar, me tienen un poco estresada). El Af del sueño es una mezcla de expectativas y recuerdos: poder, efectivamente, ir a Venecia -resulta que D es italiano- y evocar los buenos viejos tiempos que D y yo pasamos cuando compartíamos departamento. El P.O para este sueño es la referencia a mi posible travesía a Italia, siendo mi punto de partida más cercano la nacionalidad de D. Al dividir lo anterior por la I.O, el resultado (¿previsible? ¿lógico? ¿absurdo?) es un beso que D y yo, por cierto, nunca nos dimos en la vida real.

La aplicación de la fórmula de la génesis del sueño para estos dos casos, debido a que sucedieron la misma noche, también podría hacerse al conjugar el factor común en ambos: el muy distinto beso presente en cada escena onírica. Pero eso implica todo un replanteamiento de la posibilidad del análisis comparado, que debiera tener en cuenta los alcances y límites de la fórmula original. Así las cosas, creo que ésta nomás tuvo un resultado contundente: encontrar los tres pies del gato. Finalmente el encanto de los sueños radica en que son incomprensibles, en el gozo que provocan y que se vive como realidad, aunque sea por unos cuantos segundos nocturnos que después, si somos afortunados, la memoria guarda y reproduce a la mañana siguiente. Por esto y otras muchas razones no estudié matemáticas...

jueves, 18 de febrero de 2010

¿Actos fallidos?

Y como predijo Sebastián Áli al comentar el post anterior, hubo que esperar para volver a leer algo por aquí. Hace casi un año que empecé nimbemon... y recuerdo muy bien haber leido que es verdaderamente importante escribir con frecuencia en espacios de este tipo -de lo contrario pierden interés para el público que, con esfuerzos, uno se va ganando (¿cómo que pasan las semanas y no hay nuevos posts?, podrían preguntarse, con justeza, algunos de ustedes)- y, sobre todo, es importante tener muy claro qué se va a decir cada vez que uno se atreve a mover los dedos sobre el teclado con la intención de accionar el botoncillo naranja que advierte PUBLICAR ENTRADA... Pero hoy la claridad, mientras escribo estas líneas, me escapa.

Pensaba escribir una reseña/crítica/opinión de la película Desde mi cielo (The Lovely Bones, 2009), de Peter Jackson, película por la que, genuinamente emocionada, esperé bastante tiempo (y bajé de internet tres veces, sin éxito, por cierto), pero que después de verla en línea no me pareció digna de más comentario que: Saoirse Ronan está estupenda como Susie Salmon y ya. Pensaba escribir una oda a mi más reciente placer televisivo, The Mighty Boosh, una sitcom británica loquísima y buenísima, pero no me animo a decir las innumerables razones por las cuáles me encanta (como, por ejemplo, que estoy infatuada con Noel Fielding y su personaje Vince Noir; digo, nadie tiene por qué compartir mis desvaríos...). O tal vez escribir sobre una interesante plática que hoy tuve con R sobre las computadoras crasheadas, la presunta pedofilia de Pete Townshend y un musical imaginario (con todo y coro griego de sacerdotes rockeros) que muy bien podría iniciar así: The kiiids are alriiiggghhhttt...

Pensaba escribir sobre cosas más serias, por ejemplo, el progreso de
Miradas sobre el Cine, diplomado que coordino en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM o sobre mi tema favorito (y de tesis): reflexiones en torno al arte y la moral. Pero -otra vez salta el negrito en el arroz- las musas escapan cada vez que pienso en cualquiera de estos temas (sobre todo en el segundo, lo cual está muy, pero muy mal: ¿cómo terminaré el borrador de la tesis para agosto de este año si ni siquiera puedo escribir unas cuantas líneas, libres y lúdicas, sobre aquéllo que digo es mi tópico de pasión y competencia?).

Así que, después de tanto acto fallido (¿será?), mejor escribí este recuento de textos que no he escrito y los dejo con una joyita de lo estupendo (si es que les gusta el electropunk)
: Voodoo de Robots in Disguise. Ya pulsé el botoncillo naranja y no hay vuelta atrás...



Video, cortesía de vitalnonsequitur

jueves, 4 de febrero de 2010

Espera

Querido S:

Vaya que es cierto:
espera es el comienzo de la palabra esperanza. Aunque también -y precisamente esta tarde en que el sol a duras penas le gana a la lluvia- coloco espera justo en medio de otra palabra: desesperanza.

La espera es la entrada a un limbo donde el tiempo no funciona como de costumbre. No es temprano ni tarde: al esperar no se sabe si el momento preciso del encuentro está por venir (ya casi, ya casi); o si -¡maldición!- pasó de largo, como quien busca sin querer encontrar; o si, por algún despiadado arreglo del destino del cual obviamente no somos partícipes, ese momento esperado nunca va a ocurrir. Esperar no es futuro, presente, ni pasado: es un hueco infinitivo porque infinita parece la espera.

La espera debiera calificar para ser medida en sus propias unidades. El necio e ininterrumpido recorrido de las manecillas del reloj no la contiene; tampoco el súbito cambio fluorescente de un número a otro en una diminuta pantalla. Uno lleva esperando, por ejemplo, dos tazas de café, cuatro cigarrillos y diecinueve páginas de una novela. Después de haber cruzado y descruzado las piernas tres u ocho veces, se pueden llevar once cambios de postura esperando. Esperar también es contar, pero en números que implican otras dimensiones, números que nada recuerdan al tiempo: cuántas veces me he pasado los dedos por el cabello –veintidós-, cuántas veces me he secado el sudor de las manos –cinco-, cuántas veces he creído verte entre la multitud –siete-, sin ser tu a quien miraba. Parece que esperar, que esperarte, podría medirse en terrones de azúcar, en bocanadas de humo, en puntos y comas, en incomodidades y efímeros descansos. Ahora mismo llevo doscientas ochenta y cinco palabras esperándote.

Esperar es agotarse en una lucha (perdida de antemano) entre la promesa y el hartazgo: desear verte ya y nomás no verte. Es un sentimiento amplio, como el amor, que se angosta en pequeños suspiros. Esperar es imaginarse lo peor: el trágico accidente que te impidió llegar a la cita o tu previsible fuga con otra mujer. Imaginar que no estoy en el sitio, el día y la hora que acordamos y que tu ya esperaste y desesperaste en otro tiempo y lugar. Y, naturalmente, imaginar que ya te has ido.

Espero el fin de mi espera: paciente, intranquila, desalentada, esperanzadamente. No creo que el término de mi espera coincida esta vez con tu llegada. Terminar mi espera es deshacerme de la certidumbre (¿a caso la tuve?) del encuentro. Levantarme e irme. Asumir que espacios y tiempos compartidos no sucedieron esta vez. No para nosotros, no hoy ni aquí. Tomaré los fragmentos de las novelas que leí esperándote, los accidentes que nunca ocurrieron (espero...) y las ganas de verte y las reservaré para mí. Las guardaré para otra espera, no la tuya.

Espero (hasta en la despedida sigo esperando…) que, si llegas, encuentres esta carta. Ella explicará mi ausencia.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Los caminos de la voz

Para Leyla, Ya Sin y David,
por invitarme a cantar.

I
Aprendí a cantar hace unos seis años. Antes también cantaba (de niña, frente al espejo, con el típico peine que se imagina micrófono), pero sin saber bien a bien cómo ni por qué. Después vino el tiempo en que me encerraba a piedra y lodo y, ante el sol que descendía cada tarde, cantaba las tristes letras del buen Mozz, de Cerati, de Robert Smith y Martin Gore. Bueno, hoy día tampoco se muy bien cómo funciona el canto: me sigue pareciendo un total misterio qué malabares realizan las cuerdas vocales para que salgan éstas o aquéllas notas; y en cuanto al por qué, todavía lo estoy explorando.

II
En esta travesía de la voz, la Orden Sufi Jalveti Yerraji me abrió los oídos, la garganta y el corazón. Hace 10 años llegué una noche de lunes a una casa de oración de linaje turco que me cambió por completo. Ahí conocí a Leyla, Karim y Duja -enormes voces, entrañables hermanos- y ellos fueron (y aún son) mis primeros maestros de canto. La música devocional sufi, los ilajis o cantos místicos de la Orden, con su indescriptible poder y belleza, me robaron la cordura y me enamoré.

III
El canto también ha sido medio de transporte y sustento: cantando llegamos a Playa Ventura y viajamos por Michoacán. El pescador, La tirana y Mi razón de ser nos dieron de comer en aquéllas aventuras. Me encanta el cante flamenco, pero he de confesar que soy una completa ignorante al respecto. El pequeño duende que llevo dentro (herencia, tal vez, de mi vena española), sale de vez en cuando porque le cuesta mucho vencer mi timidez e inseguridad (además de que necesita un ambiente propicio para hacer su entrada triunfal, ¡cómo extraño nuestras largas sesiones de música y canto en Foreverlandia!). El duende improvisa, se desgarra, emerge del lugar más jondo y se retira después, se esconde celoso hasta que le sea dado aparecer de nuevo.

IV
Hace casi un mes, los caminos de la voz me llevaron a cantar en una Iglesia. Antanukama, el proyecto sonoro y terapético de Leyla, Ya Sin y David, inundó de ilajis y música planetaria la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario. Sentí esa contundente vibración que se apodera del cuerpo cuando se construye una armonía redonda. Sentí cómo resonaban, dentro y fuera, las voces, el armonio, el didgeridoo, como aplacaban el monólogo interno y hacían espacio para la contemplación. El frío del recinto resultó acogedor: era como si ahí hubiera habitado, en alguna vida pasada, en constante alabanza.

Alegraos

Alegraos con las flores que embriagan,
las que están en nuestras manos.

Que sean puestos ya los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia.

Fragantes flores, abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave, parlotea y canta.

Viene a conocer la casa de Dios.
Sólo con nuestros cantos perece vuestra tristeza.

Oh señores, con esto vuestro disgusto de disipa.
Las inventa el Dador de la vida,
las ha hecho descender el inventor de sí mismo,
flores placenteras,
con ellas vuestro disgusto se disipa.
Nezahualcóyotl

En la foto, Ya Sin y yo, Parroquia de Nuestra Señora del Rosario.