lunes, 20 de septiembre de 2010

Otros planes, otras historias o de como pasé la fiesta del bicentenario

La noche del 15 de septiembre fue particular. Tal vez porque un bicentenario no se da más que cada 200 años. Y no lo digo a razón de que me emocionaran o conmovieran las hollywoodenses festividades de Felipón (casi ni las vi): la gran celebración de la gran fecha histórica resultó a penas un transparente telón de fondo para otras tantas historias que esa misma noche y madrugada se entretejieron, historias que, tal vez, se estén desdibujando ahora mismo que escribo estas líneas. Otras historias de entre las cuales éstas son una pequeñísima ilustración. En un México devastado, cuyo futuro parece sombrío -muy a pesar de tantos y tantas que bregan a diario por hacerlo un poco más luminoso-, esa fecha será la mera referencia para cuando, de llegar a viejos, rememoremos los vuelcos del azar una noche tricolor: "¿recuerdas todo lo que pasó en la fiesta del bicentenario...?".

Yo tenía otros planes (¡vaya que los tenía!), pero la vida, como siempre, me hizo como quiso. Desde la tarde fragué encuentros que no llegaron a buen puerto (encuentros como el que el deseo me invitaba tener con M, pero él tenía otros planes). En lugar de comer con L, terminé comiendo en la cantina más cercana a mi casa con AA, T pequeño, C grande y T grande. Es muy posible que T pequeño no tuviera plan alguno (solo tiene 4 años), pero esa tarde conoció a C pequeña. Jugaron, cantaron y corrieron por la cantina mientras T grande y yo llorábamos (medio en serio, medio en broma) de tanta ternurita desbordada. AA tomó fotos para recabar evidencia del inocente y casual "primer ligue" de su hijo. Desentendidos de su padres, del festivo mundo de los adultos, T pequeño y C pequeña se comunicaron con la facilidad propia de los niños: un gesto, un empujoncito, una mirada y ya está y se separaron, debido a otros planes, cuando hubo que partir de la cantina para ir a sendas fiestas infantiles.

Luego C grande (que dado que C pequeña ha desaparecido de este relato ahora se transforma simplemente en C) y yo fuimos a tomar un café (curioso, ¿no? ¿A quién se le ocurre tomar café cuando la nación entera se emborracha gustosa y desmemoriada? Seguramente el expresso que se tomó C fue el último servido esa noche en la ciudad). Tras el café, nos encaminamos a casa de B. La idea era cenar fuera, en un lugar mítico y tradicional, había apuntado B (y ya no se hizo), o comer pay helado de limón en su terraza (y tampoco se hizo). Esperamos a que E llegara para concretar el único plan de los muchos que se habían urdido esa noche: ir felices, como había dicho B, a bailar al toquín de Los Cafres del Son. Son terracalentense (¿o será terracalenteño?), fandango, vacilón y cervezas para los males del corazón y un reencuentro, tantísimas veces postergado, con mis entrañables hermanos y hermanas. Incluso apareció NJ en el barecito, a tope de amigos y familia. Al terminar la música, B y E se fueron a seguir la fiesta, C se retiró temprano (viajaría al día siguiente) y los Cafres y yo fuimos a comer tortas a la calle de Sonora: otro plan emergente que surgió y, por fortuna, se concretó, porque en las tortas de Sonora nos encontramos a S y MF y aproveché para ponerme al corriente con H de cuanta aventura aún no habíamos compartido desde la última vez que coincidimos.

Luego K, en su calidad de director musical de los Cafres y anfitrión de travesía, decidió continuar la celebración en un pequeño antrillo de Medellín. El contingente había disminuído para entonces (sólo eramos 11), pero fue justo el requerido para llenar el lugar que, dicho sea de paso, tenía ambiente de bajo impacto: todo el mundo sentadito, platicando y compartiendo con una cerveza en la mano. Todo el mundo regocijándose en una independencia huidiza, cuya expresión más subversiva fue fumar dentro del antro cuando éste cerró sus puertas -con todo y los parroquianos adentro- a eso de las 2AM. Como había quedado de llamar a B para ver si los planes convergían (B siempre dice: si llegas a sentirte sola o aburrida, márcame), resultó que, para nuestra sorpresa, B y E estaban justo en el antrillo de al lado. Así las coincidencias, pasé parte de la noche yendo y viniendo: festejé a medio camino entre ambos lugares, bailando en uno, platicando en otro, observando más que nada. El antrillo de los planes de B y E rebozaba de ánimo y patriotismo: mucho baile, música más prendida, más cuentas verdirrojas al cuello, más banderas y motivos septembrinos, aunque igual número de celebrantes tricolormente alcoholizados que en el lugar de K.

Luego se acabó la fiesta en ambos antros y al salir cada quien del suyo nuevamente coincidimos B, E y yo. Los Cafres se despidieron y así, en una banqueta de Medellín, surgió otro plan más: ir a casa de AG, a quien no conocíamos hasta el momento en que nos invitó, junto con otros desconocidos: N, V y CR. Mientras caminábamos hacía el más reciente plan, resultó que N, igual que B, es filósofo en estancia posdoctoral y que V está haciendo la maestría en biología. Y también resultó que a V le habían encargado a CR y que CR tenía otros planes con AG y que, tal vez, N tenía planes conmigo pero yo no me di por aludida y que seguramente E tenía planes con B, pero todo eso corresponde a otras historias que quiza no me incumbe contar...

Luego, ya en casa de AG y después de unas horas de tomar agua (al menos V y yo tomamos agua), de fumar los últimos cigarros, de platicar sobre gatos y enfermedades, sobre el tiempo en Husserl y el erotismo de Bataille, después de adivinar los signos del zodíaco y reflexionar alrededor de la vida y expectativas de los becarios de CONACYT, después de que la embriaguez patria dio por resultado que E tratara de dormir, hiciera su luchita con B y mejor se fueran juntos, después de escuchar a Massive Attack, Yeah yeah yeahs y Everything but the Girl, después de hablar de los desencuentros amorosos y de que AG y CR se besaran frente a un gran ventanal, iluminado ya con las motas verdes brillantes del sol de la mañana que atravesaba los árboles de la calle, dieron las 9AM y se terminaron todos los planes. Hasta nuevo aviso, por lo menos. Hasta otra fecha grande. Hasta que así, a golpes de casualidad y azar, coincidamos de nuevo. Hasta que nos volvamos a encontrar.

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