sábado, 30 de octubre de 2010

Crónicas hospitalarias I

Pues si: por más formas que me invente para obviarlo, para aligerar el peso, para hacerlo llevadero, regreso a lo que me da pesadas vueltas en la cabeza. Regreso a lo que me ha tenido en vilo durante poquito más de un mes. Mi madre lleva 33 días en el hospital. Neumonía, dicen los médicos. Alzheimer, añadimos mi padre y yo.

***

Al principio uno está ahí todo el tiempo. Físicamente ahí, sin moverse más que para lo indispensable. Esperando penosamente. Confiando en que esto también pasará. Tan con el corazón en la boca que te lo muerdes de ansiedad. El teléfono sobresalta cada vez que alguien llama. El reloj biológico cede con dificultad ante la presión de dormir de día y velar de noche. La vida cotidiana se pone entre paréntesis: que se caiga la casa de sucia, que se pierdan el trabajo y hasta el prestigio, que quede mal con los amigos, que se mueran los gatos de hambre o de sed, no me importa. Pero luego, cuando los días se vuelven semanas, cuando la gravedad largamente sostenida deja de ser urgente, uno se acostumbra. El timbre del teléfono ya no espanta; las desveladas ya no agobian. Con sus pequeñas dosis de angustia, de culpa incluso (a veces pienso, ¿que tal que ora si se nos va y yo en otras cosas?), concretas lo que hay que concretar: no pierdes ni la cabeza, ni el trabajo, ni a los amigos (muy al contrario: están más presentes y cercanos que nunca). Los gatos siguen comiendo y bebiendo. Organizas la rutina diaria alrededor de las visitas al hospital y éste, poco a poco, se va trasformando en un lugar familiar: los olores y los sonidos -de inicio repelentes, irritantes, vomitivos- se vuelven el mero telón de fondo de un tiempo incontable de espera. La espera misma deja de sofocar, de abatir; a golpe de horas, se torna paciencia. Además, por momentos, ocurre una milagrosa metamorfosis: todo lo que ves deja de ser sórdido, desagradable o sobrecogedor y se vuelve misericordia pura. No me pregunten cómo opera este cambio, no lo se. Sólo puedo decir que soy testigo de que efectivamente ocurre. Ya les iré contando...

domingo, 24 de octubre de 2010

Catálogo de ventanas y cristales

La ventana de mi cuarto; sus vidrios, opacos de polvo, al sol. Las ventanas alargadas de la niñez en casa de mis padres, verdes de árboles y maleza. Las incontables ventanas del hotel al otro lado de la calle; sus cristales ahumados que guardan de la mirada inoportuna. Las paredes de vidrio en la sala de espera: escaparate del flujo de percances y premuras. El ventanal gris del baño del hospital; su ulular constante, otro paciente que también delira, que reza y susurra. La puerta translúcida del pasillo de urgencias, plagada de huellas de manos que empujan angustiadas: un delicado velo de cristal para los accidentes, el llanto y las partidas.



Video, cortesía de 4ADRecords.

sábado, 23 de octubre de 2010

El top ten de la semana: 10 argumentos contra las compañías multinivel

(MUY LARGA) ADVERTENCIA Si crees que trabajar para una compañía multinivel te dará -rápida y fácilmente- salud, dinero y hasta belleza, este post no es para ti. He de comenzar precisando varias cosas: soy absolutamente incapaz de integrarme gustosa al fabuloso mundo de las ventas (ni en legítima defensa podría vender algo); me cuesta mucho -entiéndase el cuesta en su sentido más amplio- embarcarme en la complicada labor de comprar productos, incluso aquellos que, para muchos, podrían resultar indispensables; no creo en el maquillaje, ni en el crédito, ni en las ofertas y mucho menos en las rebajas (aunque sean de otoño y en el Palacio); soy algo así como una intelectual (en ciernes) rojilla y proletaria de familia nada numerosa, es decir, una pobre estudiante de tiempo completo que en sus ratos libres visita a sus papás y ejerce distintos oficios -salvo el de vendedora, claro está- para concretar la vida cotidiana; y, por último, soy muy escéptica con respecto a la efectividad de todo tipo de medicinas, terapias y hasta gadgets que existen pa' vivir "saludablemente" (prefiero orar y esperar a que el propio cuerpo combata el resfriado antes de tomarme un tecito o de salir corriendo por un humidificador y por supuesto que no hay aspirinas en mi casa). Para mi infinita fortuna, la Vida me ha hecho y me ha mantenido bastante sana. Ah, y encima no olvidemos que, dadas mis (de)formaciones profesionales, el 99% de las salvedades que le encuentro al mundo son ideológicas... Hechas estas precisiones, ora si hablaré de lo que esta vez me truje: un top ten, como hace muchísimo no escribía (aplausos, ¡ja!), contra las compañías multinivel [1].

1. Pagar cualquier monto para que le "dejen" a uno empezar a comprar es una mala idea (así de simple).

2. Comprar grandes cantidades -y, por si fuera poco, muuuy frecuentemente- de un mismo producto que, la neta, resulta prescindible es una peor idea (si se tratara de leche o arena para gatos sería otra historia porque nunca están de más). Lo llaman "inversión inicial", requisito irreemplazable para entrar a cualquier multinivel, pero ¿para qué demonios quiero yo 30 latas de jugo mágico, exótico y afrodisíaco o 15 frascos de sofisticadísimas cremas magnetizadas e ionizadas al mes si, materialmente, no podría acabármelas (ni aunque mis gatitos me ayudaran) y, segurito, tampoco podría venderlas?

3. Adquirir a través del multinivel una pinche almohada o cepillo de dientes o purificador de agua al triple o cuádruple o quíntuple de lo que puede comprarse en cualquier otro lado, nomás porque el catálogo dice que es lo último de lo último y que además tiene propiedades milagrosamente curativas, es dar cuenta de que uno nunca, pero ni de pasadita, ha leido la Revista del Consumidor.

4. Gastar una fortuna por asistir a reuniones, simposios, retiros y cursos en locaciones paradisíacas o para hacerse de exclusivos "materiales" carísimos que -¡podría apostarlo!- manejan un discurso pobrísimo, de sentido común y maquiavélicamente manipulador es una barbaridad. Una cosa es la necesaria capacitación -que cualquier empresa medio decente le ofrece de manera gratuita (o semi gratuita) y constante (o ahí cada vez que se puede) a sus empleados- y otra cosa muy distinta es ordeñarle dinero a la gente de manera cínica y voraz.

5. Convencerse religiosamente, sin asomo a duda alguna (y, de paso, convencer a los demás), de lo redituabilísimo que es el multinivel y de lo super benéficos que son tooodos sus productos -hasta el punto de creer no poder vivir sin ellos- semeja más la psicología del adicto o de aquel embaucado en una secta que la del hombre o la mujer de negocios.

6. Pensar que la familia, los amigos, los conocidos, los desconocidos y cualquier cristiano o cristiana que uno se tope en la calle lleva dentro un exitosísimo vendedor en potencia y nomás está esperando a que uno lo "entrene" para que le caiga del cielo el negociazo de su vida es una ingenuidad. Para ascender en la pirámide que todo multinivel implica es necesario reclutar -de donde, ¡qué importa!- hartísima gente que es muy probable no tenga el don de vender (porque, ¡me cae que ese don existe y no se da en los árboles!).

7. Trabajar para un multinivel, cuya tasa de deserción es generalmente superior al 90%, es como tirarse a un río, con todo y soga amarrada al cuello con su correspondiente bloque de cemento al otro extremo o, de plano, puede equipararse a creer que uno segurito sí se saca la lotería o se casa con un multimillonario o multimillonaria porque ¡cómo chingados que no está en mi destino alcanzar el éxito!

8. Apostarle a trabajar en un multinivel porque "te vuelves tu propio jefe" o "tienes tus propios horarios" o "logras la libertad profesional y, sobre todo, financiera que siempre anhelaste" es engañarse de lo lindo (con el trabajo freelance, por cierto, es posible conseguir justo esa situación laboral: sudando la gota gorda, viviendo en la incertidumbre absoluta y, eso si, a larguísimo plazo). El hecho de que sólo uno entre miles, en efecto, lo logre (quien sabe por qué artes) no significa que la contadísima excepción se transforme invariablemente en la regla.

9. Confiar cándidamente en la ética profesional, integridad empresarial, compromiso social o, ya en el colmo de la ceguera, buena fe de un multinivel es como ser una linda ovejita que se mete feliz y voluntariamente a la negra boca del lobo. Las más de las veces, el multinivel no gasta un céntimo en publicidad para sus productos (pos si ni le hace falta); sin importar cuán efectivos y sanadores sean éstos, no los ofrece en ninguna farmacia, supermercado o tienda departamental (pos es que, de hacerlo así, se acabaría el negocio mija); no da explicaciones concluyentes sobre cómo lo que vende hace las (supuestas) maravillas que hace; no acepta devoluciones ni cambios; y, encima, tampoco dedica ni siquiera una raquítica suma de dinero a la seguridad social de sus "representantes" (pos... ni que fueran viles empleados): ¡que derechos laborales ni derechos del consumidor ni que ocho cuartos!

10. Suponer que en una estructura piramidal, tarde o temprano, todos ganan y nadie pierde es no tener idea de las muchas formas en que la esclavitud moderna se ejerce. Es como suponer que las "tiendas de raya" son cosa del pasado (ahí están Famsa y Elektra), que no existe explotación infantil o que la epidemia de VIH/SIDA es un cuento chino...

NOTA
[1] Una compañía multinivel, como indica su nombre, se organiza a través del llamado marketing multinivel que tiene tres características esenciales: la venta directa de los productos, gracias a la recomendación de boca en boca; la creación de redes para expandir el alcance y volumen de tales ventas; y la consolidación de jerarquías piramidales, así como la implementación de sistemas de compensación, para determinar los ingresos totales de cada miembro de la red. Ejemplo de multiniveles que operan en México y otros países del mundo son: Amway, Avon, Mary Kay, Herbalife, XanGo y Nikken. Para leer el artículo en inglés de Wikipedia sobre el marketing multinivel, pícale aquí.