Aquí, escribiendo. Ni bien ni mal. Supongo que a uno le llega -infrecuentemente, he de confesar, dada mi euforia redescubierta y afanosamente mantenida (no sin los riesgos y menoscabos propios de un estado así)- el sosiego. El momento en que, con la cabeza en la almohada, uno se pregunta las grandes preguntas de la vida; los cómos y por qués, los cuándos que se responden con los tan trillados siempres y nuncas. Y en ese preguntarse uno se acuerda (¿será inevitable?), rememora (¿será que así sucedió?), anhela (ay, vaya que anhela) y, por fortuna, finalmente se queda dormido.
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