El Sistema Nacional de Protección Civil, adscrito a la Secretaría de Gobernación (SEGOB), como parte de sus acciones para la prevención de desastres sacó al aire un promocional que requiere análisis profundo o, por lo menos, crítica mordaz. Don Lucho, nuestro octogenario héroe, relata en menos de un minuto (en la versión que machaconamente apareció al aire en la televisión nacional durante octubre de 2008) la historia de su vida: perdió a su padre en una inundación para, años después, volverlo a perder todo en otra. Su cajita de recuerdos que guardaba desde niño se la llevó el río, como todo lo demás. ¿Qué nos estará queriendo decir la SEGOB con estas imagenes?
El promocional largo de un minuto con un segundo de duración, que puede encontrarse en YouTube, inicia cuando un miembro de un equipo de producción coloca un micrófono en la camisa roja con líneas blancas de Don Lucho para obtener su testimonio. El anciano repasa sus manos, bastante suaves para ser las de un campesino, a lo largo del borde de su sombrero. Un anillo dorado en el dedo anular de su mano derecha se hace presente. Este efecto de realidad apunta hacia el hecho de que nuestro protagonista (seguramente un actor) es en verdad una modesta y humilde persona de carne y hueso, un anciano de la vida real, quien, como cualquiera de nosotros, tiene una familia. “Don Lucho”, dice una voz en off, “cuéntenos de su vida”. El anciano esboza una sonrisa melancólica y observa el cielo al rememorar su historia personal. “Mira m’hijo, la vida esta llena de recuerdos. Uno aprende a atesorar todo lo que le pasa, los buenos y malos momentos”. El promocional ilustra la narración de Don Lucho con varias imágenes que semejan flashbacks de nuestro protagonista: un feliz niño jugando con su perrito blanco, el mismo niño aferrado al tronco de un árbol, debatiéndose contra la tormenta que ha devastado su pueblo (y, supongo, también ha ahogado al perrito). Don Lucho continua: “Tras la muerte de mi padre en aquella inundación, ¡aprendí a valorar la vida!”. Don Lucho, de niño, aparece frente al ataúd de su padre, iluminado solo por unas cuantas velas blancas. “Así comencé a guardar mis recuerdos en una cajita”, cuenta el anciano mientras lo vemos de niño, sentado en su cama colocando un trompo dentro de una cajita, con los ojos llenos de lágrimas. “En ella ponía regalos, fotografías, las cartas de amor…”, ríe la voz del anciano, mientras aparece, ya adolescente, sentado junto a una muchacha que, al darle una carta, lo besa en la mejilla. “Y la cajita, ¿dónde está Don Lucho?”, pregunta la voz en off. “No sé…”, titubea Don Lucho, a la par que las imágenes lo presentan, ya anciano, con el agua casi hasta al cuello, sujetándose de unas raíces para impedir que la crecida se lo lleve. El promocional se enfoca entonces en unas botas negras (¿las de un militar?) que se abren paso entre el lodo y los charcos para llegar hasta el anciano y tenderle la mano. “Si hay algo que he aprendido con los años que tengo”, continua Don Lucho, “es que la vida es mucho más importante que cualquier cosa que uno pueda tener, es aprender a dejar ir ¡y seguir adelante con los tuyos!”. El anciano suelta la cajita de recuerdos que llevaba bajo el brazo para tomar la mano y así salvarse. La cajita flota a la deriva, bajo la tormenta. Finalmente, vemos a Don Lucho junto a un niño que salta y corre a quien toma de la mano para andar por un camino, en un hermoso día soleado. El promocional culmina con la frase: “Tu participación es tu protección” en letras blancas bajo un fondo negro, reiterada por otra voz en off que pronuncia dicha frase. Acto seguido aparecen los logotipos del programa Vivir Mejor y del Gobierno Federal.
Lo primero que salta a la vista es que la población objetivo del promocional está claramente seleccionada: ancianos y niños de extracción rural. Ambas franjas generacionales, así como las poblaciones que viven en el campo, se catalogan bajo el rubro de “grupos vulnerables” debido a que, junto con mujeres, son quienes más resienten los embates de la pobreza, la exclusión y la marginación. Don Lucho, de niño y como el anciano que es ahora, representa a millones de personas que han sufrido en los últimos años las consecuencias del mal clima y, sobre todo, del mal gobierno. Frente a ambas amenazas, la lección que da Don Lucho a los espectadores estriba en valorar lo único que puede quedarle a los supervivientes de cualquier desastre natural, catástrofe económica o fenómeno social según sea el caso: la vida. Don Lucho enseña que podemos perderlo todo, desde lo tangible –casa, cosechas, bienes personales- hasta lo intangible –simbolizado por la cajita de recuerdos que durante años Don Lucho había guardado celosamente. En este sentido, pareciera que el promocional apela al olvido, a dejar ir los recuerdos, un alto precio que los mexicanos debemos pagar si queremos conservar la vida. El promocional, a través de la narración de Don Lucho, insiste en que lo que importa es seguir adelante y, sobre todo, dejar atrás el pasado: una oda a la desmemoria. Es como si la SEGOB le mandara un mensaje a los mexicanos en el cual nos exhorta a olvidar el pasado inmediato –ya sean los sucesos de este último año que hemos vivido entre balas y muerte o el recuerdo de las inundaciones en Tabasco y otros estados de la república ocurridas en 2007- o el pasado menos reciente –desde las graves sospechas de fraude en las elecciones federales de 2006 hasta los abusos de poder que marcaron el sexenio foxista ejemplificados, por ejemplo, en el caso de Atenco-. “Dejen ir sus recuerdos, sus pérdidas, su indignación y descontento y luchen por mantenerse con vida”, parece decir la SEGOB a través de Don Lucho, un mensaje que, frente al clima de barbarie y terror desatado por la fabulosa lucha calderonista contra el narcotráfico, es lo único que puede ofrecernos el Gobierno Federal.
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