martes, 31 de marzo de 2009
El sueño de la Máquina
Para Miguel y Julio,
que platican sobre máquinas
una noche de invierno
Armar algo imposible es empresa fácil.
Soñarlo resulta siempre mucho más difícil.
La invención de la máquina, José Luis Funes
Esta historia inicia con dos hombres que conversan. Incesantemente, uno frente al otro. Una larga mesa de trabajo rectangular, pesada y gris, los separa. Está repleta de herramientas -martillos, desarmadores, escuadras y otras tantas de nombres impronunciables- y de restos de papel y metal que son el marco de la conversación. Para esta historia no importa mucho decir la hora, ni el día en que ocurre, aunque podría ser interesante mencionar que es un miércoles de invierno por la noche. La escena se ve matizada, con esa textura propia de los sueños, por una especie de bruma blanca y espesa: es el humo de los cigarros que sale de las bocas de estos dos hombres que conversan. El humo no deja de fluir, como sus palabras, monótonamente.
El taller donde se encuentran está desierto, salvo por dos perros negros que rondan neciamente en círculos y por las máquinas primitivas que, con su polvosa quietud, pareciera nunca han sido utilizadas. Un torno y una fresadora son testigos mudos y metálicos de la conversación. Un tubo de luz blanca es lo único que permite a los hombres mirarse el uno al otro, lo único que alumbra las incontables hojas de papel que ilustran sus palabras. Desperdigados sobre la mesa yacen planos, diagramas, esquemas, todos imposibles de entender. Parece que la plática de estos dos hombres no tiene fin, como el constante deambular de los perros negros frente a la indiferencia de los hombres, absortos en su imaginación.
Los dos hombres conversan sobre la Máquina. Su plática se ha tornado intensa: uno al otro buscan convencer sobre sus argumentos, persuadir sobre la efectividad de los procesos que cada uno cree necesarios para construir el sueño de la Máquina, mientras los dos perros negros continúan su incesante carrera circular. No importa mucho hablar sobre la Máquina, aunque es conveniente decir que es una máquina inexistente. Tal vez sea un error hablar sobre su inexistencia o decir que es una máquina simplemente imaginada porque, de hecho, la Máquina existe, aunque solamente sea en un mundo ilusorio, onírico quizá. Tampoco es necesario ahora explicar qué tipo de máquina es ésta: puede ser una máquina de guerra o una de vida artificial; una máquina para hacer café o tornillos. Y así, frente a la indefinición de la Máquina, los dos perros negros continúan su recorrido sin tregua ni descanso: merodean cerca de la puerta del taller, olfatean las máquinas, pasan por debajo de la pesada mesa metálica y llegan, de nuevo, al punto en que comenzaron su vigilia móvil. Parecen buscar la Máquina, escondida en algún recoveco del taller.
La Máquina, una y otra vez, es referida en la conversación de los dos hombres. El primero la imagina útil; el segundo estética. El primero la concibe pequeña y manejable; el segundo, masiva e impresionante. La Máquina debiera rotar sobre su propio eje, dice el segundo hombre, a lo que sigue la negativa del primero: no, la Máquina no necesita hacer evidente su mecanismo para realizar su trabajo, reitera el primer hombre, sino esconderlo dentro de si misma. Esta Máquina, ciertamente, es el centro de la conversación y ha sido el centro de su crónico desvelo. Ambos hombres resienten ya el paso del tiempo: se ven cansados, hartos de una búsqueda que parece no llegar a ningún lado, como el andar de los perros. La noche ha sido larga, más larga que de costumbre, y los dos hombres aún no acuerdan cómo hacer del sueño de la Máquina una realidad tangible.
Mientras la conversación avanza y retrocede, traza círculos para volver al mismo punto, como hacen una y otra vez los dos perros, se empieza a distinguir un resplandor a través de las diminutas ventanas rectangulares del taller. Parece que el frío va cediendo paso a la tibia luz del amanecer. De pronto, los perros pierden su energía. Sus ires y venires se han agotado. Han dejado de acercarse a la puerta corrediza del taller para después rondar las máquinas y olfatear, casi imperceptiblemente, la mesa gris. Han dejado de hacer su invariable recorrido. Ahora están acostados uno al lado del otro y parecen soñar. La conversación continúa, frente a la indiferencia de ambos perros negros, entregados por completo a su sueño. Es como si ellos también siguieran buscando la Máquina entre los meandros de su propio letargo. La Máquina es el vértice del sueño de los dos perros negros, el punto fijo y constante de su sueño maquínico.
Inmersos en una serie de bocanadas de palabras blancas, pausada a veces y arrebatada después, los dos hombres continúan conversando. Maquinan, esbozan, discuten. El frío que parecía amainar en realidad sigue calándolos. El amanecer, que en algún punto de esta noche eterna pareció colarse por las rendijas de las ventanas, ha resultado ser el simple resplandor de los arbotantes de la calle que centellean de cuando en cuando. Los dos hombres, acostumbrados ya al frío y a la penumbra de esta noche, hablan sin pausa, sin respiro. Disponen líneas sobre los planos, al tiempo que los perros parecen bostezar en su sueño. Borran ciertas áreas de los diagramas para modificar de nuevo el diseño de la Máquina. El primero insiste en que la Máquina debiera ser un aparato orgánico, aún en su complexión metálica; el segundo la concibe como un progresivo entramado de ingenio y agudeza. Indiferentes a la conversación que continúa, los dos perros negros ya han despertado entre el humo blanco, casi translúcido bajo el tubo de luz blanca. Inician otra vez su carrera circular. Maquinalmente, automáticamente, persistentemente. No importa decir cuánto tiempo ha transcurrido, pero sigue siendo de noche y sigue haciendo frío. Los dos perros negros siguen buscando a la Máquina como si la Máquina los buscara.
Esta historia termina con dos hombres conversando. No se sabe exactamente cuánto tiempo llevan brotando las palabras blancas entre el espeso humo blanco. No se sabe cuántas veces ha parecido que el amanecer estaba por llegar. Es inútil decir cuantas veces los dos hombres han modificado los planos, ni cuantas veces han alterado el esquema general de la Máquina. Sigue estando oscuro, salvo por la luz itinerante de los arbotantes de la calle, sigue siendo invierno, sigue siendo miércoles, el mismo miércoles de siempre. Los dos hombres siguen enfrascados en su misma conversación. Mecánicamente, siguen cambiando sus planes maquínicos. Los dos perros negros siguen corriendo y soñando alternadamente. La Máquina imaginada sigue habitando el lugar imposible de su sueño.
Tras estas imágenes que se repiten –las mismas palabras, los dos mismos hombres, los mismos restos de metal y papel, los dos mismos perros negros- yace la misma Máquina. Adormecida entre el humo blanco. Aletargada por el invierno nocturno. Una Máquina de sueños que sueña consigo misma. ¿Será que la Máquina, prisionera en su mundo onírico, sueña a estos dos hombres que conversan y maquinan e incluso sueña a los dos perros negros que, a su vez, la sueñan?
(imagen cortesía de http://www.coe.ufrj.br/%7Eacmq/eletrostatica.html)
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El top ten de la semana: 10 cosas que hacer mientras se procastina felizmente
1. Pensar que mañana llegará la inspiración o, por lo menos, que para entonces la culpa será insoportable.
2. Recordar que a los 34, Mozart ya había compuesto gran parte de su obra y que solo le quedaba un año más de vida (afortunadamente, él no lo sabía).
3. Revisar el índice de suicidios nacional y por estado, así como el posible vínculo entre depresión y primavera (¿existirá?).
4. Fumar un cigarrillo más (aunque implique salir a comprar una cajetilla nueva, porque ya te fumaste dos completas).
5. Prender la televisión y preguntarse por qué ganan tanto dinero las "estrellas" de Televisa.
6. Jugar a La Cenicienta y ponerse a hacer el quehacer (a pesar de que eso sería ¡dejar de procastinar!).
7. Calcular tu índice de grasa corporal y comprobar que aumenta en proporción directa a las felices horas empleadas procastinando.
8. Escribir un top ten ocioso y subirlo a tu blog.
9. Esperar a que llame alguien para ofrecerte el trabajo de tu vida (o lo que más se le parezca).
10. Reflexionar sobre las apocalípticas consecuencias de que Obama hubiera perdido la elección presidencial que Calderón si ganó (un momento: ¡no pasó lo uno ni lo otro!)
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Parodia de France's Next Top Model, cortesía de Frappafreek
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Realité française: sobre la franquicia Top Model
Y yo que pensé que Francia había decapitado la tendencia global de lucrar con cualquier franquicia televisiva del género reality show... ¡qué ingenua! Si ya lo habían hecho con las cabezas de su monarquía, podía ser que los franceses se hubieran negado a ser súbditos del imperio de la "televisión de realidad". Pues no: acabo de encontrar que la franquicia de ANTM (America's Next Top Model, para los neófitos, idea original de Tyra Banks -1-) ¡tiene sucursal francesa! Claro, era de esperarse que una de las capitales de la moda internacional, París, no se quedara atrás en el frenesí del fashion reality.
La primera temporada de Top Model, como se le conoció en Francia, se estrenó en julio de 2005 a través del canal M6. La segunda, culminó a finales de 2007 y, por lo que apunta el sitio de Top Model, no hay planes a corto plazo para realizar otra temporada. ¿Será que en Francia no hallaron la gracia y dramatismo del programa o que, sencillamente, la moda en su versión reality es algo demodé para su audiencia televisiva?
Como sucedió en países tan disímiles como Afganistán, Brasil, Filipinas, Reino Unido y Ghana, en Top Model la audiencia pudo ver como un grupo de chicas francesas (y algunas suizas) con aspiraciones de alta costura se desgreñaron durante unos pocos meses para lograr el ansiado premio: un contrato de modelaje con una agencia de prestigio. A pesar de que hay muy poco material para comentar sobre la versión francesa del reality -2-, hablaré sobre su fórmula que, según la lógica de la franquicia, debe ser siempre la misma.
Detrás de la idea de cualquier reality de competencia, híbrido entre el reality a secas y el programa de concurso, se explotan dos ideas fundamentales: la cercanía, y hasta intimidad, que "la gente común y corriente" puede lograr con la audiencia y la emoción de la rivalidad propia de los deportes, un cóctel netamente aspiracional. No por nada, Tyra Banks declara cada que puede que su show está enfocado a motivar a la audiencia sobre la posibilidad de hacer realidad sus sueños, muy de moda hoy día con el Yes we can de Obama. El formato del reality lucra con las ambiciones de fama y fortuna no solo de las concursantes, sino de la audiencia. El mito del dinero sin esfuerzo, de la notoriedad repentina y de una vida "fácil" en el estrellato pareciera ser una aspiración global, sobre todo en estos tiempos de crisis.
La pregunta que me queda es por qué, con esta fórmula supuestamene asegurada para el éxito, la franquicia de Top Model tiene logros muy focalizados: países como Turquía y Tailandia solo ha tenido una temporada. ¿Será por los bajos ratings, porque el encanto del triunfo televisivo se ha desvanecido en algunas regiones o porque la "occidentalización" de los medios simplemente no puede mantenerse en algunos paises -3-? Falta esperar para ver cual es el futuro de Top Model en Francia. Por lo pronto, parece que millones de franceses están más interesados en manifestarse por las calles y gritar "¡No pagaremos su crisis!" que en el destino incierto de un puñado de modelos aspirantes.
Notas
2. En youtube nadie ha tenido la delicadeza de subir un solo episodio completo y el sitio del reality http://www.m6.fr/top_model_2007 parece tener pura "pedacería" en cuanto a imágenes se refiere. Me encantaría comentar algo sobre China's Next Top Model, cuyos episodios si están en youtube, pero la barrera del lenguaje me lo impide.1. Desde que el show original se estrenó en mayo de 2003, la franquicia de Top Model, creada por la ex-modelo afroamericana y ahora magnate en medios Tyra Banks, se ha desparramado por los cinco continentes (suman ya 33 naciones en las que ha aterrizado). El reality es muy exitoso en países como Australia y Noruega (5 y 6 temporadas, respectivamente) y, actualmente, se transmite la temporada 12 de la versión norteamericana.
3. De verdad que he tratado de imaginarme como le hacían en Afghanistan's Next Top Model para que la producción y las modelos no fueran acreededores a un fatwa...
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sábado, 28 de marzo de 2009
Espacios diminutos
Todo momento de hallar
es un perderse a uno mismo
La pasión según G.H., Clarice Lispector
De ser del tamaño de las hormigas, habría que guardarse de los espacios diminutos. Para una hormiga, un espacio diminuto es una inmensidad, una travesía infinita. Mucho más si la hormiga de la que hablamos vaga sin compañía. La hormiga que se aventura sola en un espacio diminuto rápidamente pierde el rumbo y se extravía. Estos espacios son como hoyos negros que devoran todo lo que cae en su interior. Están casi vacantes por su pequeñez y, a la vez, no pueden contener más que algo mínimo porque sino sus fronteras se colapsarían. Abandonarse a ellos es llenarlos y llenarlos es también hacerlos desaparecer junto con lo que sea que alberguen. Aunque, en realidad, no se necesita ser del tamaño de una hormiga para temer a la inmensidad de estos universos microscópicos.
Empecé a fijarme en la peligrosidad de los espacios diminutos cuando perdía las cosas más pequeñas: una aguja, un arete, una pestaña. ¿Dónde podrían estar? ¿En el fondo de un cajón, bajo el quicio de una puerta, en un recoveco de los miles que hay por todas partes? Después, al perder en estas pequeñeces cosas que me parecían más considerables, me di cuenta de la amenaza que son. Un olvido puede perderse en un espacio diminuto. Lo mismo aplica para una promesa incumplida o para un recuerdo querido. Sobre el botón de una camisa puede estar atrapada una serie de disimulos. Esa franja, a veces tan angosta, que construyen las páginas de un libro cerrado, puede contener un rosario de buenas intenciones. Se pierden cosas valiosas e inútiles en los espacios diminutos. Se extravían amistades y rencores, ausencias y expectativas.
Estoy buscando algo que siento perdido. Mi problema es que, a pesar de saber que lo he perdido, no recuerdo exactamente que fue, ni donde lo perdí. Seguramente se lo ha tragado un espacio diminuto. Hurgo en la punta de un zapato. Su vastedad me deja perpleja. Es un desierto que se extiende eternamente. Dunas, colinas, planicies: demasiada amplitud. Es inútil seguir buscando entre tanta arena. Escudriño el fondo de una cajetilla de cigarros. Quedan restos de tabaco, minúsculos árboles que forman un denso bosque. Lo perdido podría esconderse bajo las hojas en cualquiera de estos árboles. Es igualmente inútil buscar aquí. Entro a otro espacio diminuto: el cuello de una botella. Una gota, de las tantas que aún cuelgan de él, tiene las dimensiones de un océano. Puede ser que lo extraviado se haya ahogado en cualquiera de estos colosales cuerpos de agua. También pierdo el tiempo buscándolo aquí.
La búsqueda de lo perdido por los espacios diminutos me agota. Hay demasiadas topografías por recorrer: el borde de un cenicero, el contorno de un tenedor, el pliegue de una falda. Tengo la sensación de que no hay término ni esperanza en esta búsqueda, sobre todo si lo perdido fue a dar a un espacio diminuto. De ser así, es probable que el espacio diminuto donde cayó ya lo haya aniquilado. Supongo que, después de esta empresa infructuosa, puedo recordar, vaga e imprecisamente, que perdí: la certeza de encontrar algo.
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viernes, 27 de marzo de 2009
Don Lucho, el video original
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Las tragedias de Don Lucho y la gente sin memoria
El Sistema Nacional de Protección Civil, adscrito a la Secretaría de Gobernación (SEGOB), como parte de sus acciones para la prevención de desastres sacó al aire un promocional que requiere análisis profundo o, por lo menos, crítica mordaz. Don Lucho, nuestro octogenario héroe, relata en menos de un minuto (en la versión que machaconamente apareció al aire en la televisión nacional durante octubre de 2008) la historia de su vida: perdió a su padre en una inundación para, años después, volverlo a perder todo en otra. Su cajita de recuerdos que guardaba desde niño se la llevó el río, como todo lo demás. ¿Qué nos estará queriendo decir la SEGOB con estas imagenes?
El promocional largo de un minuto con un segundo de duración, que puede encontrarse en YouTube, inicia cuando un miembro de un equipo de producción coloca un micrófono en la camisa roja con líneas blancas de Don Lucho para obtener su testimonio. El anciano repasa sus manos, bastante suaves para ser las de un campesino, a lo largo del borde de su sombrero. Un anillo dorado en el dedo anular de su mano derecha se hace presente. Este efecto de realidad apunta hacia el hecho de que nuestro protagonista (seguramente un actor) es en verdad una modesta y humilde persona de carne y hueso, un anciano de la vida real, quien, como cualquiera de nosotros, tiene una familia. “Don Lucho”, dice una voz en off, “cuéntenos de su vida”. El anciano esboza una sonrisa melancólica y observa el cielo al rememorar su historia personal. “Mira m’hijo, la vida esta llena de recuerdos. Uno aprende a atesorar todo lo que le pasa, los buenos y malos momentos”. El promocional ilustra la narración de Don Lucho con varias imágenes que semejan flashbacks de nuestro protagonista: un feliz niño jugando con su perrito blanco, el mismo niño aferrado al tronco de un árbol, debatiéndose contra la tormenta que ha devastado su pueblo (y, supongo, también ha ahogado al perrito). Don Lucho continua: “Tras la muerte de mi padre en aquella inundación, ¡aprendí a valorar la vida!”. Don Lucho, de niño, aparece frente al ataúd de su padre, iluminado solo por unas cuantas velas blancas. “Así comencé a guardar mis recuerdos en una cajita”, cuenta el anciano mientras lo vemos de niño, sentado en su cama colocando un trompo dentro de una cajita, con los ojos llenos de lágrimas. “En ella ponía regalos, fotografías, las cartas de amor…”, ríe la voz del anciano, mientras aparece, ya adolescente, sentado junto a una muchacha que, al darle una carta, lo besa en la mejilla. “Y la cajita, ¿dónde está Don Lucho?”, pregunta la voz en off. “No sé…”, titubea Don Lucho, a la par que las imágenes lo presentan, ya anciano, con el agua casi hasta al cuello, sujetándose de unas raíces para impedir que la crecida se lo lleve. El promocional se enfoca entonces en unas botas negras (¿las de un militar?) que se abren paso entre el lodo y los charcos para llegar hasta el anciano y tenderle la mano. “Si hay algo que he aprendido con los años que tengo”, continua Don Lucho, “es que la vida es mucho más importante que cualquier cosa que uno pueda tener, es aprender a dejar ir ¡y seguir adelante con los tuyos!”. El anciano suelta la cajita de recuerdos que llevaba bajo el brazo para tomar la mano y así salvarse. La cajita flota a la deriva, bajo la tormenta. Finalmente, vemos a Don Lucho junto a un niño que salta y corre a quien toma de la mano para andar por un camino, en un hermoso día soleado. El promocional culmina con la frase: “Tu participación es tu protección” en letras blancas bajo un fondo negro, reiterada por otra voz en off que pronuncia dicha frase. Acto seguido aparecen los logotipos del programa Vivir Mejor y del Gobierno Federal.
Lo primero que salta a la vista es que la población objetivo del promocional está claramente seleccionada: ancianos y niños de extracción rural. Ambas franjas generacionales, así como las poblaciones que viven en el campo, se catalogan bajo el rubro de “grupos vulnerables” debido a que, junto con mujeres, son quienes más resienten los embates de la pobreza, la exclusión y la marginación. Don Lucho, de niño y como el anciano que es ahora, representa a millones de personas que han sufrido en los últimos años las consecuencias del mal clima y, sobre todo, del mal gobierno. Frente a ambas amenazas, la lección que da Don Lucho a los espectadores estriba en valorar lo único que puede quedarle a los supervivientes de cualquier desastre natural, catástrofe económica o fenómeno social según sea el caso: la vida. Don Lucho enseña que podemos perderlo todo, desde lo tangible –casa, cosechas, bienes personales- hasta lo intangible –simbolizado por la cajita de recuerdos que durante años Don Lucho había guardado celosamente. En este sentido, pareciera que el promocional apela al olvido, a dejar ir los recuerdos, un alto precio que los mexicanos debemos pagar si queremos conservar la vida. El promocional, a través de la narración de Don Lucho, insiste en que lo que importa es seguir adelante y, sobre todo, dejar atrás el pasado: una oda a la desmemoria. Es como si la SEGOB le mandara un mensaje a los mexicanos en el cual nos exhorta a olvidar el pasado inmediato –ya sean los sucesos de este último año que hemos vivido entre balas y muerte o el recuerdo de las inundaciones en Tabasco y otros estados de la república ocurridas en 2007- o el pasado menos reciente –desde las graves sospechas de fraude en las elecciones federales de 2006 hasta los abusos de poder que marcaron el sexenio foxista ejemplificados, por ejemplo, en el caso de Atenco-. “Dejen ir sus recuerdos, sus pérdidas, su indignación y descontento y luchen por mantenerse con vida”, parece decir la SEGOB a través de Don Lucho, un mensaje que, frente al clima de barbarie y terror desatado por la fabulosa lucha calderonista contra el narcotráfico, es lo único que puede ofrecernos el Gobierno Federal.
El promocional largo de un minuto con un segundo de duración, que puede encontrarse en YouTube, inicia cuando un miembro de un equipo de producción coloca un micrófono en la camisa roja con líneas blancas de Don Lucho para obtener su testimonio. El anciano repasa sus manos, bastante suaves para ser las de un campesino, a lo largo del borde de su sombrero. Un anillo dorado en el dedo anular de su mano derecha se hace presente. Este efecto de realidad apunta hacia el hecho de que nuestro protagonista (seguramente un actor) es en verdad una modesta y humilde persona de carne y hueso, un anciano de la vida real, quien, como cualquiera de nosotros, tiene una familia. “Don Lucho”, dice una voz en off, “cuéntenos de su vida”. El anciano esboza una sonrisa melancólica y observa el cielo al rememorar su historia personal. “Mira m’hijo, la vida esta llena de recuerdos. Uno aprende a atesorar todo lo que le pasa, los buenos y malos momentos”. El promocional ilustra la narración de Don Lucho con varias imágenes que semejan flashbacks de nuestro protagonista: un feliz niño jugando con su perrito blanco, el mismo niño aferrado al tronco de un árbol, debatiéndose contra la tormenta que ha devastado su pueblo (y, supongo, también ha ahogado al perrito). Don Lucho continua: “Tras la muerte de mi padre en aquella inundación, ¡aprendí a valorar la vida!”. Don Lucho, de niño, aparece frente al ataúd de su padre, iluminado solo por unas cuantas velas blancas. “Así comencé a guardar mis recuerdos en una cajita”, cuenta el anciano mientras lo vemos de niño, sentado en su cama colocando un trompo dentro de una cajita, con los ojos llenos de lágrimas. “En ella ponía regalos, fotografías, las cartas de amor…”, ríe la voz del anciano, mientras aparece, ya adolescente, sentado junto a una muchacha que, al darle una carta, lo besa en la mejilla. “Y la cajita, ¿dónde está Don Lucho?”, pregunta la voz en off. “No sé…”, titubea Don Lucho, a la par que las imágenes lo presentan, ya anciano, con el agua casi hasta al cuello, sujetándose de unas raíces para impedir que la crecida se lo lleve. El promocional se enfoca entonces en unas botas negras (¿las de un militar?) que se abren paso entre el lodo y los charcos para llegar hasta el anciano y tenderle la mano. “Si hay algo que he aprendido con los años que tengo”, continua Don Lucho, “es que la vida es mucho más importante que cualquier cosa que uno pueda tener, es aprender a dejar ir ¡y seguir adelante con los tuyos!”. El anciano suelta la cajita de recuerdos que llevaba bajo el brazo para tomar la mano y así salvarse. La cajita flota a la deriva, bajo la tormenta. Finalmente, vemos a Don Lucho junto a un niño que salta y corre a quien toma de la mano para andar por un camino, en un hermoso día soleado. El promocional culmina con la frase: “Tu participación es tu protección” en letras blancas bajo un fondo negro, reiterada por otra voz en off que pronuncia dicha frase. Acto seguido aparecen los logotipos del programa Vivir Mejor y del Gobierno Federal.
Lo primero que salta a la vista es que la población objetivo del promocional está claramente seleccionada: ancianos y niños de extracción rural. Ambas franjas generacionales, así como las poblaciones que viven en el campo, se catalogan bajo el rubro de “grupos vulnerables” debido a que, junto con mujeres, son quienes más resienten los embates de la pobreza, la exclusión y la marginación. Don Lucho, de niño y como el anciano que es ahora, representa a millones de personas que han sufrido en los últimos años las consecuencias del mal clima y, sobre todo, del mal gobierno. Frente a ambas amenazas, la lección que da Don Lucho a los espectadores estriba en valorar lo único que puede quedarle a los supervivientes de cualquier desastre natural, catástrofe económica o fenómeno social según sea el caso: la vida. Don Lucho enseña que podemos perderlo todo, desde lo tangible –casa, cosechas, bienes personales- hasta lo intangible –simbolizado por la cajita de recuerdos que durante años Don Lucho había guardado celosamente. En este sentido, pareciera que el promocional apela al olvido, a dejar ir los recuerdos, un alto precio que los mexicanos debemos pagar si queremos conservar la vida. El promocional, a través de la narración de Don Lucho, insiste en que lo que importa es seguir adelante y, sobre todo, dejar atrás el pasado: una oda a la desmemoria. Es como si la SEGOB le mandara un mensaje a los mexicanos en el cual nos exhorta a olvidar el pasado inmediato –ya sean los sucesos de este último año que hemos vivido entre balas y muerte o el recuerdo de las inundaciones en Tabasco y otros estados de la república ocurridas en 2007- o el pasado menos reciente –desde las graves sospechas de fraude en las elecciones federales de 2006 hasta los abusos de poder que marcaron el sexenio foxista ejemplificados, por ejemplo, en el caso de Atenco-. “Dejen ir sus recuerdos, sus pérdidas, su indignación y descontento y luchen por mantenerse con vida”, parece decir la SEGOB a través de Don Lucho, un mensaje que, frente al clima de barbarie y terror desatado por la fabulosa lucha calderonista contra el narcotráfico, es lo único que puede ofrecernos el Gobierno Federal.
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de lo perversamente retorcido,
miren cómo me indigno...,
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Mariano en mi vida...no, ¡¡¡por favor!!!
Mientras respondía en Facebook varios quizzes sobre cine -unos mejores que otros- oí, porque en realidad no vi mucho, el programa televisivo de Mariano Osorio. Lo cual es una ventaja: así pude centrarme en el contenido de la emisión y no tuve que ver las escenografías recicladas del Canal 2. A pesar de que Osorio tiene un exitoso programa de radio desde hace la friolera de 15 años, nunca me había detenido a escucher qué tenía que decir (o si tenía algo que decir, además de cursilerías, lugares comunes y mensajes buena onda para motivar hasta a los más deprimidos). Hoy que escuche Mariano en tu vida la verdad es que ni me sorprendí ni escandalice ante la pobreza del mismo: era de esperarse. El programa de hoy consistió en una entrevista con Jacqueline Andere... y nada más. Durante cerca de 30 minutos, Mariano le preguntó a la Andere sobre su carrera, su difunta vida de casada, sus amigas del medio y su nieta... supongo que para alguien en este mundo entrevistar a esta actriz mexicana resulta interesante, relevante y trascendente... no para mi. Una revista de variedades -lo que se supone que es Mariano en tu vida- debiera tener un poquito más de variedad, ¿no?, lo que incluye las típicas notas del espectáculo, una receta de cocina por aquí, un reportaje sobre cómo hacer las labores domésticas sin morir en el intento, una sesuda reflexión de Mariano por acá... pero nada de eso. ¿Será que a la producción se le acabaron las ideas sobre qué poner a hacer a Mariano? ¿O que a Mariano ya se le acabaron las reflexiones? ¿O que los programas de medio día solo sirven para rellenar el espacio vacío que dejan los anunciantes? De tener que darle "estrellitas" a Mariano en tu vida mejor le daría "hoyos negros": cinco, para ser exactos, por donde seguramente se fueron la creatividad e imaginación de sus productores.
(imagen cortesía de esmas.com)
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