sábado, 28 de marzo de 2009

Espacios diminutos


Todo momento de hallar
es un perderse a uno mismo

La pasión según G.H., Clarice Lispector

De ser del tamaño de las hormigas, habría que guardarse de los espacios diminutos. Para una hormiga, un espacio diminuto es una inmensidad, una travesía infinita. Mucho más si la hormiga de la que hablamos vaga sin compañía. La hormiga que se aventura sola en un espacio diminuto rápidamente pierde el rumbo y se extravía. Estos espacios son como hoyos negros que devoran todo lo que cae en su interior. Están casi vacantes por su pequeñez y, a la vez, no pueden contener más que algo mínimo porque sino sus fronteras se colapsarían. Abandonarse a ellos es llenarlos y llenarlos es también hacerlos desaparecer junto con lo que sea que alberguen. Aunque, en realidad, no se necesita ser del tamaño de una hormiga para temer a la inmensidad de estos universos microscópicos.

Empecé a fijarme en la peligrosidad de los espacios diminutos cuando perdía las cosas más pequeñas: una aguja, un arete, una pestaña. ¿Dónde podrían estar? ¿En el fondo de un cajón, bajo el quicio de una puerta, en un recoveco de los miles que hay por todas partes? Después, al perder en estas pequeñeces cosas que me parecían más considerables, me di cuenta de la amenaza que son. Un olvido puede perderse en un espacio diminuto. Lo mismo aplica para una promesa incumplida o para un recuerdo querido. Sobre el botón de una camisa puede estar atrapada una serie de disimulos. Esa franja, a veces tan angosta, que construyen las páginas de un libro cerrado, puede contener un rosario de buenas intenciones. Se pierden cosas valiosas e inútiles en los espacios diminutos. Se extravían amistades y rencores, ausencias y expectativas.

Estoy buscando algo que siento perdido. Mi problema es que, a pesar de saber que lo he perdido, no recuerdo exactamente que fue, ni donde lo perdí. Seguramente se lo ha tragado un espacio diminuto. Hurgo en la punta de un zapato. Su vastedad me deja perpleja. Es un desierto que se extiende eternamente. Dunas, colinas, planicies: demasiada amplitud. Es inútil seguir buscando entre tanta arena. Escudriño el fondo de una cajetilla de cigarros. Quedan restos de tabaco, minúsculos árboles que forman un denso bosque. Lo perdido podría esconderse bajo las hojas en cualquiera de estos árboles. Es igualmente inútil buscar aquí. Entro a otro espacio diminuto: el cuello de una botella. Una gota, de las tantas que aún cuelgan de él, tiene las dimensiones de un océano. Puede ser que lo extraviado se haya ahogado en cualquiera de estos colosales cuerpos de agua. También pierdo el tiempo buscándolo aquí.

La búsqueda de lo perdido por los espacios diminutos me agota. Hay demasiadas topografías por recorrer: el borde de un cenicero, el contorno de un tenedor, el pliegue de una falda. Tengo la sensación de que no hay término ni esperanza en esta búsqueda, sobre todo si lo perdido fue a dar a un espacio diminuto. De ser así, es probable que el espacio diminuto donde cayó ya lo haya aniquilado. Supongo que, después de esta empresa infructuosa, puedo recordar, vaga e imprecisamente, que perdí: la certeza de encontrar algo.

1 comentario:

Beatriz dijo...

¡Bienvenida a la blogósfera!
Y mira tú, últimamente Clarice Lispector se me está apareciendo muy seguido.
Creo que tengo que hacerle caso a las señales y leerla de una buena vez.

Saludos.