miércoles, 2 de diciembre de 2009

Apoptosis

Para el Dr. Armando Isibasi,
por las navidades en su casa,
por el gran ejemplo de vida
y por ser el padre de mi mejor amiga

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Razón de amor, Pedro Salinas

Creo haber resuelto un acertijo que ha causado quebraderos de cabeza y quebrantos de corazón durante milenios. “¡Estamos frente a una verdad universal!”, podrían decirme asombrados los sabios del mundo de contarles yo acerca de esta revelación. Si hubiera un premio Nóbel para los descubrimientos sobre la vida, en términos necesariamente filosóficos más que físicos o matemáticos (y, a decir verdad, en términos enteramente metafóricos), alguien podría postularme para él.

Mi eureka empezó a forjarse el día que Alex hizo el favor de enterarme sobre el incomprensible proceso de la apoptosis. Incomprensible al menos para mí, porque no soy inmunóloga ni bióloga molecular (aunque a mi padre le hubiera encantado que lo fuera). Todas las células tienen en su información genética la instrucción de autodestruirse: eso es lo que los científicos denominan apoptosis. Ciertas células que se niegan a hacerlo se reproducen sin control y pareciera que simplemente ignoran dicha instrucción. El cáncer es un ejemplo de estas células rebeldes, aferradas a la vida, que se pasan por el arco del triunfo a la apoptosis. Ya que no soy arquitecto ni abogado, este misterioso fenómeno solo pudo remitirme a una analogía posible, la del amor. Cuando descubrí que algún día perecer será pasmosamente inminente ya que incluso a cada célula de nuestro cuerpo le será ordenado morir y que, para colmo, ya lo sabe desde siempre, pensé en la muerte de otro tipo de vida: la muerte de las relaciones amorosas.

Mi gran descubrimiento es muy simple a pesar de que, como sucede con los descubrimientos en todas las disciplinas científicas, tiene sus complicaciones. Al igual que las células, la mayoría de las relaciones amorosas posee, en algún punto recóndito de su ser inmaterial, la disposición de aniquilarse a sí misma al instante de haber cumplido su ciclo o misión (lo que sea que esto signifique). La ruptura y el término de una relación, advertida por las cintas blancas que se vuelven cadenas -como diría José José- (que luego se rompen y acaban siendo pedacitos de metal desperdigados por el suelo), son la respuesta de apoptosis de una pareja, un ser vivo como cualquier otro. Por lo tanto, la propia relación, eventualmente, ordena a los amantes separarse. Es naturaleza y contra eso pareciera que no hay nada qué hacer. Este doloroso proceso se articula en lo que yo denomino la teoría de la apoptosis amorosa, cuya problemática pretendo exponer a continuación.

El primer eje explicativo en la teoría de la apoptosis amorosa tiene que ver con lo que se conoce como destiempo. Un destiempo implica un desfase no solamente temporal (como ya lo indica el nombre) sino también espacial. Para una relación, los tiempos y espacios no requieren ser medibles o físicos, aunque esto si vale para el parque donde se conocieron los amantes, su fecha de aniversario, la casa donde vivieron juntos o la primera noche que hicieron el amor. Los destiempos pueden ocurrir en topografías y temporalidades imaginadas o deseadas, como, por citar un solo y simple ejemplo, esas vacaciones paradisíacas de Semana Santa que nunca ocurrieron pero que la pareja anhelaba intensamente.

El destiempo inicial se produce cuando quienes fueron amantes descubren de improviso que ya no coinciden en los mismos tiempos ni en los mismos lugares, fabulosos o reales. Llegada esta fatídica hora, tras unas cuantas décadas o solo un par de meses de coexistencia espacio-temporal, la pareja percibe que no puede seguir junta y, por lo tanto, reconoce la imposibilidad de su propia vida. Debido a la incompatibilidad de caracteres, a la locura de una o ambas partes, o simplemente al hartazgo y la decepción, la relación (que, como seguramente lo intuye ya el lector, no es lo mismo que la suma de sus partes) se da cuenta de que la separación es inminente.

Puede que esta certeza llegue antes a uno de los miembros de la pareja que al otro, lo que explica el abandono. ¿Cuantas veces hemos escuchado la célebre frase: “No eres tu, soy yo”? Cuando uno de los amantes pone atención al llamado de la apoptosis amorosa y el otro, por razones diversas, permanece sordo a esta orden sucede el más fundamental de todos los destiempos. Fenómenos como la obsesión prolongada de un miembro de la pareja con el otro se explican también por esta falta de simultaneidad en la escucha del mandato de la apoptosis amorosa al finiquito. Es innecesario decir que cuando el acoso termina significa que esa parte obstinada finalmente entiende lo que la otra, hace tiempo, había acatado sin chistar. Por supuesto que también puede darse que ambas partes escuchen al mismo tiempo el llamado de apoptosis: es aquí cuando suceden las separaciones por mutuo acuerdo. Los amantes, en su último instante de sincronía, escuchan los estertores de muerte de la relación y, generalmente, debido a una comprensión profunda, parten en buenos términos.

Para evidenciar el potencial explicativo de la teoría de la apoptosis amorosa el caso de las telenovelas resulta paradigmático, aunque en un sentido más bien paradójico. Los llamados culebrones o comedias (¿será por su humor involuntario?) son totalmente inverosímiles por tratar de escapar a esta verdad empíricamente comprobado (y también por sus tantísimos gazapos actorales y narrativos, claro está). Desde la teoría de la apoptosis amorosa resulta obvio que es innecesario disponer de villanos que se interpongan entre los amantes. En la vida real, más no en la realidad de la ficción, no hay cabida para hombres y mujeres malvados –los famosísimos actores antagónicos- que día a día planean intrigas y otras fechorías en contra de la pareja protagónica. Los villanos buscan minar poco a poco la cercanía de los amantes y hacer que desconfíen, teman, desesperen y, finalmente, se separen, aunque sea por unos cuantos capítulos porque, ¿qué sería de las telenovelas sin la boda final, cursi y ñoña, y el castigo bien merecido que los villanos obtienen por tantas horas-aire de infringir sufrimiento?

Pero, el lector se preguntará a estas alturas del texto, ¿qué no las contadas parejas que duran toda la vida dan al traste con esta teoría de la apoptosis amorosa? Bueno, en estas situaciones excepcionales dicha teoría mantiene su poder heurístico, lo que da cuenta del segundo eje explicativo de la apoptosis amorosa: la continuidad. Por continuidad me refiero al prolongamiento de una relación, necio en algunos casos, no obstante la advertencia de separación urgente. Para estos amantes, prisioneros de lo que creen es su amor, la ruptura no se produce, a pesar de que juntos no se encuentren muy bien que digamos. Las relaciones continuadas a viento y marea, independientemente de su desarmonía, de los pleitos (a golpes incluso), las escenas de celos, las mentiras, los engaños y otras patologías encuentran su explicación en el acto de subversión frente a esta ley de vida de la apoptosis amorosa (que más bien es un decreto de muerte). En las llamadas relaciones de codependencia la pareja se niega a terminar y, como el cáncer, sigue creciendo aunque sin concordia ni propósito. Los días se vuelven años y los años décadas: la pareja, indiferente a su propia muerte, se empeña en mantener una apariencia de vida, haciendo caso omiso de las evidencias en el sentido contrario.

Para concluir con la presentación de este argumento, y en honor a la objetividad, debo mencionar el único punto discordante que, como los enigmas de Thomas S. Kuhn, salta a la vista en la construcción de esta teoría. Ciertamente no todo es término, caos o dolor para las relaciones amorosas. Porque, independientemente de éstas, el Amor existe. Se dan casos en que la continuidad de la relación –su desafío a la muerte, inminente solo en apariencia- es, de hecho, una bendición más allá de toda comprensión e inclusive más allá de todo tiempo y espacio. Si consideramos que una pareja dura, literalmente, hasta que la muerte los separa, hay esperanza aún (por extraño que pueda sonarle esto al lector). Por una excepción a la regla -excepción que más bien resulta un regalo divino-, ciertas parejas no tienen en su ADN la información de aniquilarse y continúan juntas en vida y aún después de su muerte. Me explico: cuando uno de los amantes muere (así, con obituario y funerales para probarlo) sucede la apoptosis natural y masiva de todas las células, aunque no la apoptosis amorosa. Es totalmente indispensable hacer aquí una especie de acotación trascendental, a riesgo de que algunos lectores dejen al instante el texto con una mueca de incredulidad y hasta enfado para abocarse a otras actividades (como lavar la ropa o ir al cine). Desde lo que me ha sido permitido descubrir, el Amor, esa obsesión de los poetas, esa vida de los místicos, absoluto y puro, sin dobleces ni fracturas, no conoce la apoptosis. Puedo asegurar que, cuando el otro miembro de la pareja alcanza a su amante en ese lugar que comúnmente se denomina paraíso, la relación amorosa continua.

Tras revisar el texto, pareciera que este último párrafo desarma todo su argumento. Empiezo a dudar sobre la efectividad de la teoría de la apoptosis amorosa. Porque, ¿de qué está hecho el tejido que urde cualquier relación sino de Amor mismo? A pesar de los problemas en toda pareja e incluso de los destiempos y de la falta de sincronía hay un vínculo que la trasciende y ese vínculo es el Amor, uno e indestructible. El Amor en su esencia más simple. A pesar de los supuestos desengaños y fracasos no puede negarse el Amor que, una y otra vez, con distintas caras, nombres y cuerpos, nos es dado sentir. ¿Cómo puede entonces haber apoptosis amorosa si el Amor vive y permanece más allá de las parejas mismas o de sus propias muertes?

Me parece que hay que revisar más concienzudamente los fundamentos de esta teoría (esto lo digo en un momento de sinceridad que raya en la auto impugnación). No creo que esté lista para presentarse en público. Hay una gran salvedad en su articulación argumentativa que la hace inoperante (ahí van mis pretensiones del Nóbel, del reconocimiento de los sabios del mundo…). Es mejor que nadie sepa de la apoptosis amorosa: empiezo a creer que la destrucción del Amor es una gran mentira. Porque, frente a la evidencia avasalladora del Amor, no hay nada que teorizar.

6 comentarios:

Hermes dijo...

Uy, y ya me iba a hacer adepto a esta teoría... ach, lo hare de todos modos. Y resulta que el amor es un cancer. Solo muere cuando se le quita lo que lo nutre, o sea, la persona misma. Aunque ahi puede estar la clave para la inmortalidad... quien querría ser inmortal? Ya, este es tu post de debrayes, no mío. Muy buenos delirios por cierto. Tk care, baee ;)

Kurumo MI dijo...

Interesante teoría, Doctora N. Jaja!

Alguna vez, en clase de Neurofisiología o Psicología Fisiológica -o alguna otra de esta ramificación de la ciencia- revisé el tema de la apoptosis enfocado al exceso de neuronas con el cual nacemos los seres humanos, sin embargo, recuerdo que no se le ha encontrado razón de ser a tal proceso -así como al excedente de neuronas-, jajaja!

También recuerdo que en clases se ponía mucho a discusión -involuntaria, jaja- la credibilidad del psicoanálisis a causa del inconciente. Esto lo menciono porque, al igual que el inconciente, ¿cómo podemos hablar del amor si éste no es observable ni cuantificable directamente? Claro, como buen defensor -o abogado del diablo, jaja- que fui de Freud y su teorización, sólo me queda decir que el amor se mide a través de la conducta, con todo y que pocos me crean, jaja, pero cabe mencionar que, para mí, el amor sólo es un estado alterado de la conciencia que de vez en cuando se contagia a las posibles parejas, jaja!

Saludos!

Kurumo MI dijo...

Soy una mala persona, jaja... Creo que redacté mal el primer párrafo del comment anterior... Lo que pretendía decir era sobre el proceso de la apoptosis relacionada con la muerte de un excedente de neuronas... jajaja, ahora sí... Ciao!!

Reyna Carretero dijo...

Yo creo que es brillante y cierto lo que dices: tanto la apoptosis como el amor absoluto; porque sin duda el amor es lo atemporal, y en este mundo aparentemente temporal, sólo alcanzamos a ver y sentir vislumbres del único amor. Toda nuestra vida padecemos la nostalgia del absoluto y la buscamos en distintas personas y actividades, para darnos cuenta al final que !!Lá illahà ilá Alláh!!

Cuando nos enamoramos sentimos el absoluto en toda su manifestación!! (recuerdas???) y por esos 5 minutos o 10 años, vale la pena vivirlo y vivir, a pesar de la gracia de la muerte o apoptosis, o apoteosis, o apocalipsis.

Reyna Carretero dijo...

Ah, se me olvidaba decirte que me encanta lo bien que escribes, cada vez lo haces mejor waw!!!

La Rumu dijo...

Guau, chido post.
Ahora que lo leo puedo afirmar que Soy la apoptosis amorosa, dispuesta a terminar cuando todo empieza a valer madre.
Por otra parte, si es cierto que el amor no se destruye y sólo trasciende, entonces lo que hace apoptosis sería la incubadora del amor que, en caso de no serlo, debe destruirse pues de lo contrario sacará un horrible y débil vástago del amor.