lunes, 6 de abril de 2009

El pequeño nazi que llevo dentro

Karl Rutter, mi abuelo materno, era alemán. Le gustaba desarmar motores, tocar el violín y tomarse el tiempo de encender pequeñas velas, colocarlas en lamparitas (que él mismo hacía) y así adornar su árbol de navidad. Según mi madre, para escapar a la primera guerra mundial Karl desertó del ejército alemán y viajó a Chile. Ascendió poco a poco por el nuevo continente, pasó por Perú y finalmente se estableció primero en Tampico y luego en Poza Rica. Según mi padre (que no llegó a conocerlo), Karl era un espía nazi porque, ¿qué puede hacer un alemán en la Poza Rica de los cuarenta sino informar al Tercer Reich sobre la producción petrolera mexicana? Yo la verdad no lo sé.

Pascual Algarabel, mi abuelo paterno, trabajó toda su vida en el Servicio Postal Español. Tal vez por eso era un minucioso filatelista. Mi padre dice que era honestamente franquista y falangista (no se por qué artes su hijo le salió tan comunista). Pascual tenía una diminuta insignia que revelaba sus adherencias ideológicas: una swastika negra de fondo rojo (que debo tener yo en algún rincón de los tantos cajones desordenados que hay en mi casa). No sé si la usaba con frecuencia o solo en eventos públicos.

Mi pasado nacionalsocialista es innegable del lado paterno y del materno me parece más bien un conjetura que quisiera se confirmara para darle un toque de peligro e intriga a mi historia personal (puedo imaginarme a mi abuelo diciendo: “My name is Rutter, Kart Rutter”). No es de extrañar que ese pequeño nazi que llevo dentro, heredado de mis abuelos, se desate de vez en cuando. A veces se manifiesta como un fuego interno que me surge de la panza y me sale por la boca (no confundir con las agrugas por favor: sorprendentemente, no las padezco). Otras, se me escurre del cerebro por los dedos y me hace escribir por horas y horas.

Si han seguido este blog, ese pequeño nazi que llevo dentro ya se ha hecho presente en varias ocasiones (y las que le faltan...). Al oir hablar sobre Elba Esther, el "Gober Precioso" o "Baby Bush", el pequeño nazi me bulle en la cabeza y me hace querer estrangularlos. Cada vez que pienso en las foquitas que una horda de salvajes esta apaleando ahora mismo en Alaska, el pequeño nazi me incita a rehabilitar Auschwitz para meterlos a todos ahí, junto a cualquier modelo que ose desfilar en una pasarela enfundada en un costosísimo abrigo de piel. Cuando descubro que hasta Quentin Tarantino se ha unido a la larga lista de directores que han hecho una película sobre los inhumanos nazis y sus fechorías -de nombre Inglorious Basterds (si: con "e")-, el pequeño nazi que llevo dentro obviamente no puede dejar de refunfuñar. Y cuando veo los blogs que pululan sobre Twilight... bueno, ustedes ya saben que me hace decir al respecto.

Si mucha gente asegura haber aprendido a vivir con sus demonios internos, no veo porque yo no pueda congraciarme con el pequeño nazi que llevo dentro. Las más de las veces, me da ideas para escribir y creo que ya puedo mantenerlo a raya si de conversar con alguien se trata. No es tan malo como podría pensarse. Además, por alguna extraña razón genética, me hace recordar a mis abuelos.

3 comentarios:

Beatriz dijo...

Más que pequeño nazi, yo lo llamaría un gran sentido común. ¿Que se disfraza de nazi? Pues claro, porque hurga en el baúl de los abuelos.

Bonito relato.

:)

Guillermo Rocha dijo...

¿Qué tal "El niño del Pijama de Rayas" me impresionó"
Exactamente Bonito Relato... Jajaja Así las hacen en la facultad de ciencias Sociales... Ira, mi tía también es nazi no es nariz de judía... Mi papá es el nazi... ;)

Anónimo dijo...

para nada encuentro un pequeño nazi dentro de ti, suenas más comunistoide que nada...