He recibido una "propuesta indecorosa". ¡Vaya término el que se usa para una invitación que, de aceptarla, tendría ramificaciones complicadas, incluso embrollosas! Ramificaciones, simples ramificaciones, como todo lo que se decide o no hacer. Indecorosa porque habría que echar por la borda el "decoro" -noción digna del Manual de Carreño- para aceptarla, lanzar por la ventana ese "pudor" y esa "decencia" impostores que los Carreños le meten a una hasta la médula. Un hombre casado, con quien trabajé hace tiempo y a quien quiero y respeto muchísimo, me propuso escaparnos por ahí. Robarnos el aliento. Un hombre, a quien llamaré T, quince años mayor que yo, me propuso perdernos y encontrarnos bajo las sábanas. Un hombre brillante, con una trayectoria muy reconocida. Un hombre cuya invitación me dejó boquiabierta porque nunca la hubiera imaginado.
No es una salvedad moral (entendida a lo Carreño) lo que hasta ahora me ha impedido darle una respuesta inequívoca a T. No creo que escaparme con él sea bueno o malo; tampoco creo que robarnos el aliento sea un acierto o un error. Y, al mismo tiempo, decidir en esta encrucijada es un acto eminentemente moral: las ramificaciones de un si, como las de un no, apuntan hacia quién soy, hacia qué quiero, hacia qué valoro y cuánto. Incluso la forma y vía que la respuesta tome será producto de un acto moral. La clandestinidad de la aventura, una ramificación del si, no me asusta; el placer perdido (tan efímero como pudiera ser), esa ramificación del no, tampoco me acongoja. Podría pensarse (¿lo leerá así T?) que esta indecisión mía es mero disimulo, mera estrategia para cocinar a fuego lento el deseo o para hacerme pendejísima y evitar así la responsabilidad de una negativa frontal. No es el caso: es genuina indecisión. Dudo porque deseo -ay, ¡el bendito y abrasador deseo!- y también temo. Temo porque vislumbro las ramificaciones de rendirse al deseo: la amorosa afición desmedida de la que ya he sido presa antes.
Supongo que esta indecisión mía deja las puertas abiertas de par en par entre T y yo: puede entenderse como un aplazamiento momentáneo. Puede indicar que, de encontrarnos dada una feliz casualidad, no habrá decoros, pudores, ni decencias que eviten nuestra huida en la misma dirección. Puede entenderse así, pero no hay como tener claridad para decidir y, así de clara y honestamente, hacerlo saber; claridad que, al menos hoy, se me escurre entre los dedos. Me voy: es hora de responder el más reciente mensaje de T que dice, palabras más, palabras menos:
Te mando hartos besos, deseándote lo mejor. Cariños, T.
PD atrevida. De mis deseos de año nuevo: tú...
No es una salvedad moral (entendida a lo Carreño) lo que hasta ahora me ha impedido darle una respuesta inequívoca a T. No creo que escaparme con él sea bueno o malo; tampoco creo que robarnos el aliento sea un acierto o un error. Y, al mismo tiempo, decidir en esta encrucijada es un acto eminentemente moral: las ramificaciones de un si, como las de un no, apuntan hacia quién soy, hacia qué quiero, hacia qué valoro y cuánto. Incluso la forma y vía que la respuesta tome será producto de un acto moral. La clandestinidad de la aventura, una ramificación del si, no me asusta; el placer perdido (tan efímero como pudiera ser), esa ramificación del no, tampoco me acongoja. Podría pensarse (¿lo leerá así T?) que esta indecisión mía es mero disimulo, mera estrategia para cocinar a fuego lento el deseo o para hacerme pendejísima y evitar así la responsabilidad de una negativa frontal. No es el caso: es genuina indecisión. Dudo porque deseo -ay, ¡el bendito y abrasador deseo!- y también temo. Temo porque vislumbro las ramificaciones de rendirse al deseo: la amorosa afición desmedida de la que ya he sido presa antes.
Supongo que esta indecisión mía deja las puertas abiertas de par en par entre T y yo: puede entenderse como un aplazamiento momentáneo. Puede indicar que, de encontrarnos dada una feliz casualidad, no habrá decoros, pudores, ni decencias que eviten nuestra huida en la misma dirección. Puede entenderse así, pero no hay como tener claridad para decidir y, así de clara y honestamente, hacerlo saber; claridad que, al menos hoy, se me escurre entre los dedos. Me voy: es hora de responder el más reciente mensaje de T que dice, palabras más, palabras menos:
Te mando hartos besos, deseándote lo mejor. Cariños, T.
PD atrevida. De mis deseos de año nuevo: tú...