ADVERTENCIA. No me cansaré de escribirlo: si te gusta alguno de los productos de la franquicia
Crepúsculo, abstente de leer lo que sigue. Si lo haces, es bajo tu propio riesgo.
Lo que más me enerva de la "obra" de Meyer es su espantoso parecido a las telenovelas, por lo menos en cuanto a lo que se de la trama y personajes. Bella -quien, a la mexicana, muy bien podría ser un híbrido entre Anahí y Betty La Fea- es torpe, insegura, berrinchuda y caprichosa. Es la chicha nueva que llega al diminuto pueblo de Forks, Washington, y, según reza la fórmula gringa del underdog, prefiere tener un bajo perfil antes de sentirse más marginada de lo que ya está. En clase de Biología, Bella conoce a Edward, un vampiro de más de 100 años que por algún absurdo vuelco en la cabecita loca de Mayer es un guapísimo y sofisticado preparatoriano de eternos 17 (si yo fuera un vampiro y llevara siglos entre los humanos, lo último que haría sería seguir yendo a la escuela ¡¡¡&%*#!!!). ¡Bling! Amor a primera vista... aunque un poco imposible de entrada.
Edward se dice un vampiro "vegetariano" porque come animalillos del bosque (¿desde cuándo las ardillas y topos son considerados flora y no fauna?), pero batalla contra sus instintos mordelones porque la sangre de Bella le parece de lo más apetitosa. ¡Qué alusión sexual tan, pero tan manoseada! Bella, según quienes leyeron el primer libro, tarda unas decenas de páginas en darse cuenta de que su interés amoroso le corresponde y, además, es un vampiro. Edward tarda otras tantas cuartillas en revelarle a Bella que eso de tener sexo con ella podría desatar su furia vampírica. Resultado: los protagonistas de Crepúsculo prefieren andar cogiditos de la mano otros tantos capítulos del primer al tercer tomos de la saga antes de entregarse a los placeres sensuales y, por definición según Meyer, peligrosos. Un vampiro que predica castidad porque, resulta además, es todo un caballero (¿victoriano?)... no se si burlarme o maldecir a Mayer en su ñoña resignificación del mito vampírico, quintaescencia del deseo y la lujuria desenfrenadas.
Como guardianes que son de la moralidad y las buenas costumbres, Bella y Edward se aguantan hasta después de la boda para consumar su amor, un enlace estratégicamente situado por Meyer en la última novela de la saga, Amanecer, tras la obligatoria graduación de preparatoria y el gringuísimo prom (me pregunto -porque, como dije, no he leido los libros ni tengo intención de hacerlo- si la boda fue religiosa, civil, sobrenatural o ninguna de las anteriores). Edward, el primer vampiro adolescente casado en la historia de la literatura, no podía ostentar solamente ese ridículo título: también tenía que ser el primer vampiro adolescente casado en tener una hija con una mortal adolescente (¡¡¡&$#@!!!). Después de perder su virginidad, de entregarle su virtud a Edward, situación romantizada en el contexto de una luna de miel exótica cuyo saldo consiste en bastantes almohadas despanzurradas, unos cuantos moretones y una cama queen-size inservible, Bella queda embarazada (era de esperarse: esa es la más pura y noble razón de ser del matrimonio, ¿no?, por lo menos en la lógica normativa de las telenovelas). Tras un embarazo de alto riesgo que la tiene postrada en cama y para rematar con el absurdo total, Bella es transformada en vampira porque estuvo a punto de morir durante el parto y, la verdad, no se por qué la única opción que se le ocurrió a Meyer para salvar de la muerte materna a su protagonista fue una mordida en el cuello. Resueltas las tribulaciones concernientes a las amenazas vapíricas en contra de su hija Renesmee (¡qué clase de nombre es ese!), Bella termina siendo una feliz y chupasangra ama de casa por el resto de sus días. Tán, tán... vivieron felices para siempre, literalmente.
En esta crítica del concepto Twilight estoy obviando muchos elementos que, a mi parecer, van del lugar común más pedestre a lo vergonzosamente disparatado o insensato. Basten unos cuantos ejemplos: el triángulo amoroso entre Bella, Edward y Jacob Black, humana, vampiro y -no se rían, por favor- hombrelobo; la "familia vegetariana" de Edward, los Cullen, vampiros asimilados al american way of life, más cercanos al Brady Bunch televisivo que a Lestat de Lioncourt, creación de Anne Rice; la ruptura de los amantes en Luna Nueva y las andanzas licantrópicas, super rudas y suicidas de Bella para olvidar a Edward (se me cae la mano de la cursilería cuando escribo esto); el clan vampírico de los Volturi, malvado y muy italiano (algo chic tenía que tener la saga para compensar el provincialismo de Forks, Washington); la referencia en Eclipse a un asesino serial, mortal y escurridizo, que aterroriza Seattle y resulta ser Victoria, una vampira vengativa que desde la primera novela no soporta a Bella, como gran parte de los lectores que no la bajan de insoportable y quejumbrosa; la batalla entre vampiros renegados y hombreslobo filantrópicos para salvar a los humanos (sin comentarios); y, para cerrar con broche de oro, la luna de miel de Bella y Edward en una isla privada del Brasil (¡¡¡¿¿¿qué, qué, qué???!!!).
Crepúsculo es, para muchas adolescentes y amas de casa jóvenes, la realización vicaria de sus sueños más alocados, de sus fantasías más secretas y, por ende, más anheladas. Para mi es más bien material de pesadilla o parodia. Las novelas de Meyer me parecen altamente sexistas -Bella es la autética damsel in distress, siempre en peligro y siempre rescatada por su "hombre", sea vampiro o licántropo-, vomitivamente conservadoras -el sexo es malo y peligroso antes de casarse y después es pa' tener chamacos, aunque sean mutantes, por eso el aborto no es opción y da gracias a Dios que eres madre adolescente- y espectacularmente efectistas -no por nada algunos "críticos" gringos las catalogan como auténticos page-turners, algo así como: "Oh, ¡por Dios! No pude dejar de leer ni un solo instante"-. Conclusión: las novelas de la saga Crepúsculo resultan ficción de la peor factura ideológica y literaria. Haganle un favor a sus neuronas y sanidad moral y ni por curiosidad osen leerlas. Ahora si que me desaté el chongo...