martes, 5 de mayo de 2009

El equipaje de la huida















Para Ashki, porque leyó este relato un día y le gustó mucho.


por eso cuando vuelva/y algún día será/a mis tierras mis gentes y mi cielo/ojalá que el ladrillo que a puro riesgo traje/para mostrar al mundo cómo era mi casa/dure como mis duras devociones/a mis patrias suplentes compañeras/viva como un pedazo de mi vida/quede como un ladrillo en otra casa.

La casa y el ladrillo, Mario Benedetti


Hasta el día de hoy no he tenido que huir. No he tenido que escoger entre quedarme o verme obligada a partir. He podido seguir habitando esta tierra amada que tanta indignación me provoca. He podido permanecer aquí, no sin sacrificios, no sin duelos ni flagelos. Me ha sido dado seguir caminando por las calles de este barrio y regresar a casa después de la lucha diaria. Pero cada día que pasa es un día más que me acerca al exilio y, como a todos, con paciente seguridad me acerca a la muerte. Cada batalla ganada, por pequeña que sea, me da unos instantes más de permanencia, pero no asegura la estancia indefinida. Porque ganar batallas nunca ha significado ganar la guerra.


Siempre pienso qué querría llevarme en caso de que huir se hiciera necesario. Se que en un momento dado la huida no será una amenaza que pende sobre mi cabeza, como una condena o una espada, sino la única salida para seguir viva. Aunque, de darse la fuga, es evidente que no tendría tiempo de empacar: saldría con la ropa que llevara puesta, sin posibilidad de despedirme, en la urgencia del que se ve forzado a correr sin mirar atrás. Tal vez podría llevar un libro indispensable o dos. Tal vez la foto de mis padres.


Tengo que prepararme para ese momento a pesar de que todavía no sea inminente, porque, ¿cómo saber de su inminencia? Solo en la huida misma sabré que ya está sucediendo, que escapar no es más una pesadilla recurrente sino una certeza. Por eso diariamente tomo muestras de las cosas esenciales que llevaría conmigo y así ordeno meticulosamente el equipaje de la huida. Me llevo las visitas de mi hermana, su alivio al verme, todavía aquí, respirando su mismo aire, pisando su mismo suelo. Guardo los días de viento y el cielo azul profundo rasgado por unas cuantas nubes blancas. Atiborro esta valija imaginada y ligera con trozos del malecón adoquinado donde estaba sentada la noche de aquél beso salado. Para soportar el traslado forzado que es la huida, me equipo con retazos de colores y texturas: la cantera verde y la rosa, rugosas y cálidas; los rayos del sol reflejándose en las cúpulas de esta ciudad de palacios; los matices múltiples y cegadores de las calles con sus toldos y puestos que abarrotan cada acera. Coloco en un recoveco de la maleta la espuma de las olas que rompen en las playas, empeñadas en seguir vírgenes frente a los embates del dinero. En este compartimiento (a prueba de filtraciones) también pongo la neblina de las montañas del sureste haciendo lagos de algodón en sus cuencas.


Y junto con los recuerdos de mi geografía personal, en el lugar más recóndito de la valija, lejos de la desmemoria y el descaro, introduzco cuidadosamente los fragmentos de las caras de mi gente que, al unirse, hacen un solo y mismo rostro: las miradas opacas de los niños en las esquinas, jugando entre los autos; los tristes perfiles de los mendigos con sus manos extendidas, orando y pidiendo a la entrada de las iglesias. Empaco los últimos gestos de los desaparecidos, de los caídos, para arrebatarlos del olvido en que quisieran arrojarlos. Con ellos, empaco el rostro de la inconformidad, de la subversión silenciosa, el rostro del hartazgo.


Cuando esté lista, cuando haya empacado todo lo que aprecio, entonces podré huir. Correr y no mirar hacia atrás. Correr sin pensarlo, sin una dirección definida más que el escape. Pero es cierto que no quiero terminar de hacer el equipaje de la huida: quiero quedarme aquí, sin plazos ni términos, en este país que, por sentirlo mío, tan mío, me duele intensamente.


Foto: Vintage travel de Bella Seven, hallada en flickr.


1 comentario:

La Rumu dijo...

Que me indigna profundamente a mí también, por eso tal vez no dejo de coquetear con la idea del exilio. Suena tentador. Me detiene... no sé que, esa debe ser mi gran incógnita.