lunes, 27 de abril de 2009

Reflexiones sueltas del quehacer cotidiano

I

Es increíble la cantidad de cosas que se le pueden ocurrir a uno cuando hace la limpieza. Ya sea barriendo, aspirando, sacudiendo, trapeando, lavando trastes o ropa, mi cabecita loca se pone a pensar y pensar. Eso si: no plancho, prefiero sacudir vigorosamente la ropita y colgarla en ganchos justo después del centrifugado y, así, evitar arrugas innecesarias. Digo, toda prenda tiene ciertos pliegues consustanciales y pa’ que quiere uno batallar con ellos...


II

Creo que me educaron como niño (gruñido de la feminista que llevo dentro). Durante mi infancia no recuerdo haber lavado un solo plato. Ha de haber sido porque mi padre siempre quiso un niño y después de dos niñas de su primer matrimonio llegué yo en su segundo. Aunque creo que el verdadero problema fue que no me educó como niño rico, sino más bien rojillo, socialista y algo revolucionario. No me extraña que lo del servicio doméstico, en cualquiera de sus formas, sea aún para mi padre algo impensable (a sus 76 años sigue impermeabilizando su propio techo). En esto de las tareas del hogar me quedé entre la espada y la pared: sin dinero ni convicción para que alguien más me hiciera las cosas y sin estar acostumbrada a hacerlas yo misma.


III

Como Sísifo y su roca, limpio y limpio y vuelvo a limpiar. La casa (y todo lo que contiene: ¡maldición!) en cuestión de horas vuelve a estar como estaba antes de que a uno se le ocurriera iniciar la guerra contra el cochinero. Los quehaceres domésticos son la única labor que, si se hace, ni se nota y, ¡ay Dios!, si no se hace declara a gritos mugrosos su ausencia. Entiendo que es importante eso de la limpieza: hasta me entra un placer extraño cuando todo esta en su sitio y rechinando de limpio, pero…


IV

Al menos yo pienso cosas como estas: Marguerite Yourcenar y Simone de Beauvoir, ¿habrán fregado el piso de su casa religiosamente? ¿Tendrá Julia Kristeva alguien que le ayude cuando se trata de ir al super, de cocinar o de lavar trastes? ¿Preferirá Judith Butler ir al laundromat más cercano en lugar de poner dos cargas en la lavadora? ¿Qué piensan Martha Lamas y Marcela Lagarde cuando pasan la aspiradora sobre la alfombra de su sala (en una de esas, sus respectivas salas no tienen alfombra)? Y sobre todo me pregunto: si todas estas mujeres hacen ellas mismas todo esto, ¿cómo se dan tiempo para escribir tanto? (si alguien sabe de literatura al respecto, favor de informarme).


V

Por eso siempre admiraré a Simone Weil. El trabajo pesado no le asustaba, a pesar de que repetidas veces confirmó su torpeza a la hora de meter las manos. Ignoro cuál era la actitud de Simone frente a las tareas del hogar, pero no creo que una mujer que trabajó en una fábrica automotriz y que realizó labores agrícolas pudiera acongojarse por unos cuantos platos sucios en el fregadero. La moraleja de hoy: orando y laborando, orando y laborando.


viernes, 24 de abril de 2009

Esperando la influenza





Como ciudadanos conscientes y respetuosos que somos de la ley, ante las declaraciones de las autoridades competentes (¿?), Julio y yo, junto con nuestro vecino Said, hemos decidido prepararnos para la catástrofe inminente. 

Agarre a sus hijos y mascotas y córrale a encerrarse a su casa mientras pueda. Evite respirar demasiado y que Dios nos agarre confesados...

jueves, 23 de abril de 2009

El top ten de la semana: 10 indicios que hablan mal de un blog

Se que no llevo mucho tiempo husmeando en la blogósfera, pero creo tener buen ojo para detectar ciertos elementos que hacen de un blog un tormento para la lectura, un peligro para la integridad y bienestar de quien lo escribe (y hasta de quien lo lee) o, de plano, un mero objeto de humor involuntario. Por eso me he animado a escribir este top ten con ejemplos obtenidos directamente de la red. Así que cualquier similitud con la realidad del cyberespacio es un efecto buscadísimo y no una mera coincidencia. Por cierto, no he editado los pasajes aquí expuestos para que guardaran ese sabor característico de lo... desafortunado, por ponerle solo un adjetivo.


1. Dar a tu blog el honroso y sugestivo título de Puta pero no tuya...

2.Publicar hartas fotos de tu anatomía sobre todo si eres menor de edad y vives en un país cuya legislación sobre pornografía infantil deja mucho que desear.

3. Describirse de tal manera que se ponga en duda tu sanidad mental y la de tus lectores: "Yo soy una LOCA, Y vos sos un DEMENTE".

4. Mutilar sin compasión alguna el lenguaje en un intento (infructuoso) por encontrar tu voz poética:

a vcz veo hacia el pasado

i kreo q tenia mas motivos

para vivir ants ......

xq sera k todavia t xtraño?

xq sera k no t olvido?

xq sera k todavia t am0

5. Culpar a Dios por haber inspirado unos versos como estos:

Estuve aquí,

de principio a fín.

De la inocencia infantil

viajé por el conocimiento

hasta el olvido senil.

Con lumbreras

crucé por tinieblas

hasta la luz

infinita y eterna.

Fuí sombra proyectada

por el sol radiante

hasta que llegó la noche

sobre estrellas brillantes.

Viví lo que viví

siendo lo que fuí.

Ahora aquí,

soy lo que soy

por la gracia de Dios.

Del nacimiento

a la muerte;

ESTUVE AQUÍ

6. Incluir las palabras absurda y cenicienta en la misma frase para describir el estado de ánimo de quien postea (combinación que, ahora me entero, es el título de una canción de Chenoa).

7. Incitar a la confrontación de género, aunque sea virtual, con declaraciones del tipo: “Evitemos las mentiras ESTAS DESPUES DE MI, yo soy su mujer !”.

8. Realizar un seguimiento detallado de las fotos de tu hijo o hija (o de sus primitos, para el caso) desde el vientre hasta los 10 años. No por nada algunos periodistas aleccionan histéricamente sobre el vínculo perverso entre internet, secuestro y tráfico de órganos.

9. Advertir a los potenciales seguidores que el contenido de tu blog no se caracteriza por su astucia ni ingenio, disuadiendo su lectura con aseveraciones como: “Si no puedes deslumbrar con tu sabiduría, desconcierta con gilipolleces”.

10. Escribir largos, largos textos, en letra chiquititita, que encima no incluyen su necesaria dosis de dibujitos ilustrativos (¿qué? ¿Qué a mi se me suelta la mano con mucha frecuencia?).

martes, 21 de abril de 2009

Dear Sir Salman

Aunque no puedo decir que soy su fan -porque no he seguido su carrera literaria puntualmente y porque creo que a usted no le gusta el término "fanático" por razones obvias-, he de confesar que entre más lo leo mejor me cae. Hace años, recuerdo haberlo reconocido en su pequeña participación en la película El diario de Bridget Jones (como parte del confundido público asistente a la torpe presentación de Bridget con motivo del lanzamiento de La moto de Kafka que aún no sé si se trata de una novela real o no... sáqueme de la duda, por favor). Para un cameo en que no dice una sola palabra, usted me pareció bastante gracioso aunque un poco sombrío siendo honesta. ¿Qué hacía usted en esa comedia romántica, un escritor tan famoso y, a la vez, tan odiado por muchos?

Inicialmente, mi opinión sobre su persona estaba atrapada en las redes del prejuicio mediático: musulmana por elección (y sufi por fortuna), Los versos satánicos me sonaban un poco a blasfemia y, la verdad, cuando una parte escéptica y liberal de mi formación me llevó a leer la novela, no pasé de la página 100. Después de demasiadas cuartillas sobre como sus protagonistas charlaban en caída libre, opté por olvidarme de Los versos satánicos (si: la desesperación ganó a la paciencia). De hecho, a causa del malestar que me provocó ese particular libro lo intercambié por otro -El suelo bajo sus pies-, curiosamente también de su autoría.

El suelo bajo sus pies sobrevivió a una mudanza y pasó casi un año en un estante hasta que un buen día atrapó mi atención y, ¡oh sorpresa!, no pude despegarme de sus páginas. Permítame decirle (seguramente otros ya lo han hecho) que es una de las mejores novelas que he leido. Las descripciones del Bombay de la niñez de Rai, la saga familiar de los Cama, la hermosa historia de amor y música entre Ormus y Vina y su reflexión sobre la fotografía, la pérdida y la nostalgia me llegaron muy hondo. Justo al terminar de leer El suelo bajo sus pies, por azar llegó a mis manos -de las manos de otra musulmana amiga mía- su colección de ensayos Pásate de la raya. Y ahí fue donde, creo, me fue dado conocerlo un poco más. Me parece muy sugerente que usted escriba con inteligencia y humor sobre lo que algunos podrían llamar "cualquier cosa": desde el fútbol, la muerte de Lady Di y la película El mago de Oz, hasta una ferviente apología de la novela y su relación con Bono y U2, pasando por la íntima crónica de la década que sobrevivió bajo la implacable fatwa del Imam Jomeini y la campaña de desprestigio en su contra orquestada por algunos medios británicos. Eso de imputarle la entera responsabilidad de cómo se interpretó su obra, de que aguantara las consecuencias porque "usted se lo buscó", me parece, sencillamente, una barbaridad.

Sus "Mensajes de los años de la peste" me permitieron ver cómo el llamado "caso Rushdie" en realidad iba más allá de su propio dilema personal: implicaba una lucha por el respeto a la libertad de expresión y a la autodeterminación individual, una lucha a la que yo me suscribo debido a mi propia historia de vida. Imagínese: en un país patriarcal, arraigadamente católico y guadalupano como México, la comunidad sufi a la que pertenezco es islámica de ascendecia turca y, además, está dirigida por una mujer. El sufismo que me ha tocado vivir, según los policías de la mente de los que usted habla, es visto aquí como una doble transgresión o, en el mejor de los casos, como un doble exotismo: por venir de tierras lejanas y por tener una guía femenina. Sobre nuestra comunidad ciertamente no pende una condena como la que se decretó contra usted, pero a veces si puede sentirse la incomprensión que provoca lo periférico, lo radicalmente otro.

A pesar de que tras la fatwa usted peleó de inicio por su vida e integridad, la experiencia de verse confrontado a un Islam autoritario y eminentemente político (que, usted sabe, nada tiene que ver con lo que miles de sufis creemos) lo acercó a otros musulmanes -escritores, activistas, artistas- quienes, como nosotros, han constituido a ojos de toda ortodoxia una desviación peligrosa. Creo que, guardando la distancia que la prudencia marca, puedo imaginarme bien por lo que usted pasó.

Sir Salman, le mando pues mis salams, saludos de paz en la tradición islámica, y espero encontrarlo pronto en otro de sus libros, Hijos de la medianoche, del cual he leído maravillosas reseñas. Hasta entonces.

lunes, 20 de abril de 2009

El descubrimiento de la semana: Speed Caravan

El sábado pasado, a pesar del cansancio y la distancia, tuve a bien ir a uno de los muchos conciertos de la edición 2009 del Festival Ollin Kan. Debido a que los vecinos del Bosque de Tlalpan se quejaron amargamente de las "hordas de hippies cochambrosos" que cada año tomaban por asalto sus calles para reventarse al ritmo de las novedades musicales del Ollin Kan, la Delegación Tlalpan decidió no hacer más conciertos en el mentado Bosque y reubicar sus eventos en el mal llamado Conciertódromo, lugar que parece, casi casi, el patio trasero de la Delegación. A pesar de las limitaciones del Conciertódromo -un sonido fatal en el estacionamiento de un deportivo en Fuentes Brotantes- el grato descubrimiento de la noche para mi fue Speed Caravan. Esta banda franco argelina resulta un interesante amalgama de rock y música árabe con toques electrónicos. Energética, virtuosa y armoniosa, la presentación de Speed Caravan en el Ollin Kan demuestra que los organizadores del festival aún tienen buen oido para invitar a grupos originales y, sobre todo, muy buenos. Este cover de Galvanize de los Chemical Brothers, incluido en el disco Kalashnik Love, es una buena muestra de la música de Speed Caravan. El video, una presentación del grupo en Sevilla como parte del Festival Womex del 2008 (¡perdonen la mala calidad!), es cortesía de ttoker.


martes, 14 de abril de 2009

Manifiestos


La historia de las mentalidades y la historia cultural -y, para el caso, casi todas las historias adjetivadas y ciertamente posmodernas- encuentra en los manifiestos un amplio panorama de investigación. Testigos de los reclamos de todo tipo de colectivos o individuos singulares (personas humanas, como podríamos llamarlos en el contexto de la consolidación democrática panista que vive nuestro país mientras escribo estas líneas), los manifiestos muestran las esperanzas, expectativas, líneas de acción y, sobre todo, las exigencias que, durante algún tiempo y espacio, fueron temas de interés candente, al menos para las personas que los suscribían.

Escribir un manifiesto, como su nombre obviamente lo indica, tiene que ver con manifestarse. Contra quien o a favor de que, poco importa. Los manifiestos necesariamente son parciales, por lo que presentan un sesgo argumental; son escritos desde una postura particular, desde una trinchera específica. Huelga advertir al lector sobre su carácter eminentemente ideológico. Gracias a que están contra todo aquello fuera de los límites de su manifestación, los manifiestos construyen una comunidad, estrecha y unida, en torno a la defensa de sus principios. La finalidad del manifiesto es expresar una idea “x” –política, económica, sexual, artística, étnica, racial, de cualquier tenor, pues- y, como si fuera una cuestión de vida o muerte, adherirse a ella de manera férrea. Bueno, de hecho, en ciertos casos, si resulta una disyuntiva tal la que lleva a alguien a firmar un manifiesto.

Clara evidencia de lo anterior resulta el Manifiesto por los Derechos de los Idiotas (Manifeste pour les Droits des Idiotes), promulgado en Paris en 1824. Jean Baptiste Oiseux, la cabeza del movimiento, vio, bastante lúcidamente para su condición de verdadero idiota, la conveniencia de dirigirse a los “idiotas del mundo” para que se unieran a su causa –adelantándose al mismísimo Marx- y así salvar el pellejo. En tal manifiesto, el joven Jean Baptiste (solo tenía 15 años cuando convocó a los idiotas del Asilo Mental de Saint-Etienne) pide a las autoridades médicas permitan a los idiotas “hacer días de campo en el parque”, así como “plantar rosas en el jardín del Asilo”, ya que consideraba eran mejores opciones de recuperación que las lobotomías y trepanaciones practicadas a los internos del Saint-Etienne. Desafortunadamente, no poseemos una versión original del manifiesto debido a que la única copia disponible se perdió en el incendio que acabó con dicha institución mental y todos sus pacientes, provocado en 1827 por el mismo Jean Baptiste después de una revuelta de los idiotas causada ante la negativa de los administradores de dicha institución de preparar soufflé au fromage todos los viernes. Sabemos del manifiesto por algunas referencias –ciertamente indirectas- en el trabajo de Michel Foucault y de otros historiadores-filósofos franceses que hablan de él en términos ambiguos: “ese famoso manifiesto que causó más pena que gloria” y “ese gran logro de la resistencia de las clases subalternas” [1]. 

Mención aparte deben recibir los manifiestos artísticos. Cada bella arte, no se diga la poesía o la fotografía, cuenta con su caudal de manifiestos que definen lineamientos, temas, do’s and dont’s del arte. El Manifiesto Negro por una Verdadera Pintura Negra (Black Manifest for a Real Black Painting) es ejemplo paradigmático de lo anterior. Suscrito en Nueva York en 1950 por el llamado Bronx Group, liderado por el pintor de color (y de paradójico nombre) Washington D. White, este manifest pugna, en términos oscuros necesariamente, por una pintura de tradición, temática, impulso y coloración negras. White y sus compañeros pintores veían en su quehacer artístico la forma más directa de reivindicar su identidad e integridad negras: “A black painter must paint it all black”, inicia el manifiesto [2], “and never allow whiteness into his canvas”. White determina que el pintor negro, si quiere hacer retratos, ha de hacerlos sobre personalidades negras: simplemente recordemos su serie de Harriet Tubmans (sentada, trabajando la tierra a marchas forzadas, planeado su escape), cuyo único vestigio era una pintura denominada Harriet’s 26th portrait, misteriosamente robada del MOMA de Nueva York en 1987; así mismo, en el manifiesto de White si el pintor en cuestión quiere hacer paisajes, su única opción será representar las plantaciones de tabaco del Mississippi bajo un cielo estrellado, de noche por supuesto. White no vivió para ver el éxito de su manifiesto en la fundación de la reconocida The Bronx School for Black Arts a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, logro de su discípulo, que posteriormente se convirtió en su yerno, Milton Spencer, debido a que, un día de 1955 White fue embarcado hacia el Pacífico Sur y nunca volvió.

Otro manifiesto artístico, un manifiesto de cine en este caso, objeto de escándalo y que, a mi parecer, debería ser estudiado más cuidadosamente, es el que firmaron una noche de verano un grupo de cineastas mexicanos. Algunos historiadores han manifestado, valga la redundancia, que el Manifiesto de la Condesa, como se le ha llegado a conocer, es un texto apócrifo que no merece consideración alguna, un texto que corresponde más bien a una broma de mal gusto que a un documento sobre la historia reciente del cine en México. Otros especialistas en el área creen en su integridad moral, artística y, sobre todo, historiográfica, a pesar de que solamente se posee una versión del manifiesto escrito sobre varias servilletas de papel -29 en total- con manchas de café y vino tinto, pastel de zarzamora y restos de lasagna. Las dudas en torno a la legitimidad del Manifiesto de la Condesa se ven alimentadas también porque el texto fue encontrado en la basura por una mesera, presuntamente argentina, de un famoso restaurante en la calle Juan Escutia, quien se rumora pidió veinte mil pesos para entregarlo a una reconocida institución mexicana de fomento cultural.

El Manifiesto de la Condesa, firmado en junio de 1989 por tres de los grandes del cine mexicano contemporáneo [3], pugna, de una manera frontal y combativa por “un cine de denuncia, comprometido con la realidad mexicana y ajeno a las temáticas de Hollywood”. Este manifiesto, que en términos discursivos pareciera heredero tanto del ideario del arte post revolucionario como de la Teoría de la Dependencia, redefine los temas fundamentales de cualquier cine tercermundista: “Nosotros, los verdaderos cineastas mexicanos, abogamos por un cine revolucionario, que de voz e imagen a las demandas y avatares de las masas populares y que muestre al mundo entero que como México no hay dos”. Los detractores del Manifiesto de la Condesa insisten en que, debido a la trayectoria posterior de los cineastas que supuestamente se manifiestan en éste, es imposible que lo hayan escrito o concebido incluso. Por otro lado, quienes dan fe de su veracidad recurren al argumento de que “es de sabios cambiar de opinión” y que, ante la ininteligibilidad de gran parte del documento, es posible que dichos personajes realmente lo hayan firmado en una noche de juerga.

Como lo evidencian estos tres ejemplos, el estudio de los manifiestos resulta un fascinante tema de investigación ya que revela los tinos y desatinos de estas rebeliones en palabras que necesariamente tienen consecuencias prácticas. A pesar de que los ejemplos aquí presentados resultan una ilustración mínima de un género (si es que podemos llamarlo así) tan prolífico y polémico, tan vital y amenazante, resultan esclarecedores sobre el poder –y la impotencia en algunos casos- de la palabra. Vaya un bravo fuerte y sonoro para todos los manifestantes, sea cual sea su forma de manifestarse, preferentemente si ésta se realiza en papel y lápiz y no obstruye las vialidades de esta ciudad capital para demandar necedades.

Notas
[1] En este sentido, véase el texto: Bernard, Thomas. Des manifestes et autres curiosités du langage, Golliard, París, 1976. 
[2] Jemma Butter, historiadora del rock’n’roll norteamericana, afirma categóricamente (lo cual me parece un poco demasiado) que Mick Jagger, genio musical de los Rolling Stones, tras encontrar por casualidad el manifiesto de White en una librería de viejo en Nueva York, obtuvo la inspiración para escribir la famosísima canción Paint it black. En este sentido véase: Butter, Jemma (ed.) Inspiration and perspiration. Rock Icons in the Sixties, Reese and Spector, Chicago, 1989.
[3] El debate sobre la verdadera identidad de estos cineastas ha causado el desvelo de los historiadores del cine en México. El documento parece indicar –muy vagamente, diría yo-  que estos personajes son Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, aunque las firmas al calce, garabateadas bajo un encabezado que reza: “Los tres magníficos”, también podrían apuntar al hecho de que un “Alejandro G. I.”, un “Memo del  (ilegible)” y un “Poncho Garzón”, fueron los creadores del manifiesto. Sobre la identidad de los manifestantes en este documento véase: Higareda, Claudia. Valores nacionalistas y éxitos comerciales: la polémica del Manifiesto de la Condesa, tesis para optar por el grado de Licenciada en Comunicación, Universidad Politécnica de la Ciudad de México, México, 2004.

jueves, 9 de abril de 2009

El top ten de la semana: 10 noticias que me ponen de buenas

Algunas son recientes, otras no tanto; algunas importantes, otras intrascendentes, pero eso si: vienen de todos los rincones del planeta. Estas diez noticias me devuelven la fe en que este mundo no es el desastre que a veces pareciera...

1. El fallo judicial que le dió 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad al ex presidente peruano Alberto Fujimori.
2. El premio Tucholsky (otorgado a escritores perseguidos) que recibió la periodista y activista de derechos humanos Lydia Cacho en Suecia.
3. La culminación de las obras del segundo piso del periférico en el D.F. Aunque hoy día sigamos plagados de obras y más obras, por lo menos ésa ya está terminada (según las autoridades...).
4. El nombramiento de Chichen Itzá como una de las nuevas maravillas del mundo. A pesar de que este sitio arqueológico no tenga nada de "nuevo", ¡cómo halaga a nuestro maravilloso sentimiento nacionalista!
5. El intento (frustrado) del Ministerio del Interior alemán por erradicar a la Iglesia de Cienciología, la cual, por cierto, no es una Iglesia, sino una secta peligrosa. Si no me creen chequen: www.xenu.net
6. El lanzamiento del tercer album de estudio de Portishead, Third, tras 10 largos años de espera.
7. La fiesta de cumpleaños número 34 de Hello Kitty el año pasado en Hong Kong.
8. La liberación de Ingrid Betancourt después de pasar más de seis años secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
9. La pronta desintegración de las Spice Girls: así solo nos torturaron con tres discos, una compilación de "grandes" éxitos y unos cuantos fans que no se cansan del karaoke.
10. La retirada completa de las tropas gringas de Irak (¿qué? ¿Qué eso todavía no sucede?).



Una combinación perfecta:
The rip de Portishead con imágenes de The Fountain de Darren Aronofsky, video cortesía de Havotro.

lunes, 6 de abril de 2009

El pequeño nazi que llevo dentro

Karl Rutter, mi abuelo materno, era alemán. Le gustaba desarmar motores, tocar el violín y tomarse el tiempo de encender pequeñas velas, colocarlas en lamparitas (que él mismo hacía) y así adornar su árbol de navidad. Según mi madre, para escapar a la primera guerra mundial Karl desertó del ejército alemán y viajó a Chile. Ascendió poco a poco por el nuevo continente, pasó por Perú y finalmente se estableció primero en Tampico y luego en Poza Rica. Según mi padre (que no llegó a conocerlo), Karl era un espía nazi porque, ¿qué puede hacer un alemán en la Poza Rica de los cuarenta sino informar al Tercer Reich sobre la producción petrolera mexicana? Yo la verdad no lo sé.

Pascual Algarabel, mi abuelo paterno, trabajó toda su vida en el Servicio Postal Español. Tal vez por eso era un minucioso filatelista. Mi padre dice que era honestamente franquista y falangista (no se por qué artes su hijo le salió tan comunista). Pascual tenía una diminuta insignia que revelaba sus adherencias ideológicas: una swastika negra de fondo rojo (que debo tener yo en algún rincón de los tantos cajones desordenados que hay en mi casa). No sé si la usaba con frecuencia o solo en eventos públicos.

Mi pasado nacionalsocialista es innegable del lado paterno y del materno me parece más bien un conjetura que quisiera se confirmara para darle un toque de peligro e intriga a mi historia personal (puedo imaginarme a mi abuelo diciendo: “My name is Rutter, Kart Rutter”). No es de extrañar que ese pequeño nazi que llevo dentro, heredado de mis abuelos, se desate de vez en cuando. A veces se manifiesta como un fuego interno que me surge de la panza y me sale por la boca (no confundir con las agrugas por favor: sorprendentemente, no las padezco). Otras, se me escurre del cerebro por los dedos y me hace escribir por horas y horas.

Si han seguido este blog, ese pequeño nazi que llevo dentro ya se ha hecho presente en varias ocasiones (y las que le faltan...). Al oir hablar sobre Elba Esther, el "Gober Precioso" o "Baby Bush", el pequeño nazi me bulle en la cabeza y me hace querer estrangularlos. Cada vez que pienso en las foquitas que una horda de salvajes esta apaleando ahora mismo en Alaska, el pequeño nazi me incita a rehabilitar Auschwitz para meterlos a todos ahí, junto a cualquier modelo que ose desfilar en una pasarela enfundada en un costosísimo abrigo de piel. Cuando descubro que hasta Quentin Tarantino se ha unido a la larga lista de directores que han hecho una película sobre los inhumanos nazis y sus fechorías -de nombre Inglorious Basterds (si: con "e")-, el pequeño nazi que llevo dentro obviamente no puede dejar de refunfuñar. Y cuando veo los blogs que pululan sobre Twilight... bueno, ustedes ya saben que me hace decir al respecto.

Si mucha gente asegura haber aprendido a vivir con sus demonios internos, no veo porque yo no pueda congraciarme con el pequeño nazi que llevo dentro. Las más de las veces, me da ideas para escribir y creo que ya puedo mantenerlo a raya si de conversar con alguien se trata. No es tan malo como podría pensarse. Además, por alguna extraña razón genética, me hace recordar a mis abuelos.

sábado, 4 de abril de 2009

El descubrimiento de la semana: Joy Denalane

Aunque de música sepa un verdadero carajo (me han dicho que soy entonada, me gusta muchísimo cantar y creo que no lo hago tan mal), me he animado a incluir una "sección" en este blog al respecto. No voy a hablar desde la perspectiva del conocedor ni mucho menos del musicólogo, pero si a través de los ojos -oidos, más bien- del que encuentra algo que le parece maravilloso. El descubrimiento de esta semana es Let go de Joy Denalane. Después de ver el video de la canción, disponible en youtube, uno podría pensar que esta cantante es coterránea de las Beyonces o de las Rihannas que plagan el mercado con su R&B. Pero no: Denalane es alemana de ascendencia sudafricana. La rola es del disco Born & Raised de 2006. Disfruten y comenten esta versión acústica de final abrupto...

jueves, 2 de abril de 2009

Twilight... ¡cómo te odio! (2nda y última)

ADVERTENCIA. No me cansaré de escribirlo: si te gusta alguno de los productos de la franquicia Crepúsculo, abstente de leer lo que sigue. Si lo haces, es bajo tu propio riesgo.

Lo que más me enerva de la "obra" de Meyer es su espantoso parecido a las telenovelas, por lo menos en cuanto a lo que se de la trama y personajes. Bella -quien, a la mexicana, muy bien podría ser un híbrido entre Anahí y Betty La Fea- es torpe, insegura, berrinchuda y caprichosa. Es la chicha nueva que llega al diminuto pueblo de Forks, Washington, y, según reza la fórmula gringa del underdog, prefiere tener un bajo perfil antes de sentirse más marginada de lo que ya está. En clase de Biología, Bella conoce a Edward, un vampiro de más de 100 años que por algún absurdo vuelco en la cabecita loca de Mayer es un guapísimo y sofisticado preparatoriano de eternos 17 (si yo fuera un vampiro y llevara siglos entre los humanos, lo último que haría sería seguir yendo a la escuela ¡¡¡&%*#!!!). ¡Bling! Amor a primera vista... aunque un poco imposible de entrada.

Edward se dice un vampiro "vegetariano" porque come animalillos del bosque (¿desde cuándo las ardillas y topos son considerados flora y no fauna?), pero batalla contra sus instintos mordelones porque la sangre de Bella le parece de lo más apetitosa. ¡Qué alusión sexual tan, pero tan manoseada! Bella, según quienes leyeron el primer libro, tarda unas decenas de páginas en darse cuenta de que su interés amoroso le corresponde y, además, es un vampiro. Edward tarda otras tantas cuartillas en revelarle a Bella que eso de tener sexo con ella podría desatar su furia vampírica. Resultado: los protagonistas de Crepúsculo prefieren andar cogiditos de la mano otros tantos capítulos del primer al tercer tomos de la saga antes de entregarse a los placeres sensuales y, por definición según Meyer, peligrosos. Un vampiro que predica castidad porque, resulta además, es todo un caballero (¿victoriano?)... no se si burlarme o maldecir a Mayer en su ñoña resignificación del mito vampírico, quintaescencia del deseo y la lujuria desenfrenadas.

Como guardianes que son de la moralidad y las buenas costumbres, Bella y Edward se aguantan hasta después de la boda para consumar su amor, un enlace estratégicamente situado por Meyer en la última novela de la saga, Amanecer, tras la obligatoria graduación de preparatoria y el gringuísimo prom (me pregunto -porque, como dije, no he leido los libros ni tengo intención de hacerlo- si la boda fue religiosa, civil, sobrenatural o ninguna de las anteriores). Edward, el primer vampiro adolescente casado en la historia de la literatura, no podía ostentar solamente ese ridículo título: también tenía que ser el primer vampiro adolescente casado en tener una hija con una mortal adolescente (¡¡¡&$#@!!!). Después de perder su virginidad, de entregarle su virtud a Edward, situación romantizada en el contexto de una luna de miel exótica cuyo saldo consiste en bastantes almohadas despanzurradas, unos cuantos moretones y una cama queen-size inservible, Bella queda embarazada (era de esperarse: esa es la más pura y noble razón de ser del matrimonio, ¿no?, por lo menos en la lógica normativa de las telenovelas). Tras un embarazo de alto riesgo que la tiene postrada en cama y para rematar con el absurdo total, Bella es transformada en vampira porque estuvo a punto de morir durante el parto y, la verdad, no se por qué la única opción que se le ocurrió a Meyer para salvar de la muerte materna a su protagonista fue una mordida en el cuello. Resueltas las tribulaciones concernientes a las amenazas vapíricas en contra de su hija Renesmee (¡qué clase de nombre es ese!), Bella termina siendo una feliz y chupasangra ama de casa por el resto de sus días. Tán, tán... vivieron felices para siempre, literalmente.

En esta crítica del concepto Twilight estoy obviando muchos elementos que, a mi parecer, van del lugar común más pedestre a lo vergonzosamente disparatado o insensato. Basten unos cuantos ejemplos: el triángulo amoroso entre Bella, Edward y Jacob Black, humana, vampiro y -no se rían, por favor- hombrelobo; la "familia vegetariana" de Edward, los Cullen, vampiros asimilados al american way of life, más cercanos al Brady Bunch televisivo que a Lestat de Lioncourt, creación de Anne Rice; la ruptura de los amantes en Luna Nueva y las andanzas licantrópicas, super rudas y suicidas de Bella para olvidar a Edward (se me cae la mano de la cursilería cuando escribo esto); el clan vampírico de los Volturi, malvado y muy italiano (algo chic tenía que tener la saga para compensar el provincialismo de Forks, Washington); la referencia en Eclipse a un asesino serial, mortal y escurridizo, que aterroriza Seattle y resulta ser Victoria, una vampira vengativa que desde la primera novela no soporta a Bella, como gran parte de los lectores que no la bajan de insoportable y quejumbrosa; la batalla entre vampiros renegados y hombreslobo filantrópicos para salvar a los humanos (sin comentarios); y, para cerrar con broche de oro, la luna de miel de Bella y Edward en una isla privada del Brasil (¡¡¡¿¿¿qué, qué, qué???!!!).

Crepúsculo es, para muchas adolescentes y amas de casa jóvenes, la realización vicaria de sus sueños más alocados, de sus fantasías más secretas y, por ende, más anheladas. Para mi es más bien material de pesadilla o parodia. Las novelas de Meyer me parecen altamente sexistas -Bella es la autética damsel in distress, siempre en peligro y siempre rescatada por su "hombre", sea vampiro o licántropo-, vomitivamente conservadoras -el sexo es malo y peligroso antes de casarse y después es pa' tener chamacos, aunque sean mutantes, por eso el aborto no es opción y da gracias a Dios que eres madre adolescente- y espectacularmente efectistas -no por nada algunos "críticos" gringos las catalogan como auténticos page-turners, algo así como: "Oh, ¡por Dios! No pude dejar de leer ni un solo instante"-. Conclusión: las novelas de la saga Crepúsculo resultan ficción de la peor factura ideológica y literaria. Haganle un favor a sus neuronas y sanidad moral y ni por curiosidad osen leerlas. Ahora si que me desaté el chongo...

Twilight... ¡cómo te odio! (1era parte)

ADVERTENCIA. Este texto es completamente parcial y no pretende dar una visión mínimamente objetiva ni ilustrada sobre el tema que trata. Es el orgulloso producto de mi bilis desbordante. Si eres fan de los libros y películas de la franquicia Crepúsculo, mejor no sigas leyendo.

Me gustan las películas de terror. Mucho. Una de las razones es porque rara vez me dan miedo y las encuentro muy entretenidas, risibles a veces. No puedo creerme eso de los ominosos relámpagos a media noche que anuncian lo más terrible, los "corte a" abruptos y efectistas, ni me parece que harto maquillaje desfigurante provoque escalofríos. Por eso El resplandor de Stanley Kubrick es ciertamente mi película de terror favorita. No he leido mucho sobre el género: El corazón delator de Edgar Allan Poe me aterrorizó con pasión y, un poco por prejuicio, nunca me he atrevido a leer una novela de Stephen King (a pesar de mi reconocida admiración por El resplandor de Kubrick). Odio a los vampiros en su versión fílmica o literaria. Me parecen inofensivos, pseudomisterios y muy petulantes (además de paliduchos: ¿qué hay de sensual en eso?). Mi experiencia vampírica más gozosa fue La danza de los vampiros porque es una parodia alocada de finales de los sesenta y es de Roman Polanski.

Por otro lado, he de reconocer que las películas "románticas" (pésimo nombre en castellano para el género anglo romance) son parte central de mis placeres culposos más disfrutables, sobre todo si son inglesas. Amé locamente a Bridget Jones en sus dos películas y Realmente amor me hizo reir y llorar. Pero si la cinta "romántica" en cuestión es de adolescentes... bueno, ahi se me acabaron las ganas de ir al cine (puede que la compre pirata, nomás por eso de instruirme sobre la cultura de masas). Y si los adolescentes protagonistas de la cinta son unos gringos sosos que, además, resultan vampiros (¡¡¡¿¿¿qué, qué, qué???!!!), eso si que me causa muuuchos problemas.

Por donde empezar a destrozar Crepúsculo...

Primero que nada: no he leído ninguno de los libros de Stephenie Meyer y no pienso hacerlo porque me parece que una mormona que ha hecho su fortuna inventándole avatares a un sexy vampiro que la visitó en un sueño (según ella misma lo ha declarado) es algo demasiado aberrante. Además: si no he leído nada de William Faulkner, ni de Kurt Vonnegut, si solo he revisado unos cuantos versos de Sylvia Plath y Emily Dickinson y si deseo con locura leer tooodas las novelas que me faltan de Paul Auster, no veo porque tirar a la basura noches enteras de preciosa lectura con los mamotretos de su "colega" Meyer. No he visto la primera película (porque se vienen otras tres), aunque es muy posible que si la vea: un par de horas de humor involuntario no le vienen mal a nadie.

Mí aversión a la franquicia Crepúsculo es directamente proporcional al fervor desbordado y lealtad que tanta chamaca (y gente ya mayorcita) profesa por estas novelas ready-to-read alrededor del mundo. En alguna de las muchas reseñas (unas menos serias que otras) que revisé sobre Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer, las constantes en el perfil de los lectores de la saga son: 1. personas que no leen de manera habitual; y, 2. que pertenecen a un sector muy delimitado en cuanto a edad, ocupación y género (adolescentes, estudiantes y jóvenes amas de casa, mujeres). No es de extrañar que un producto tan comercial como Crepúsculo tenga un target mercadotécnico quirúrjicamente diferenciado: la mordida chupasangre de la industria de masas agarró desprevenidas a millones de consumidoras. Tampoco es sorpresa que, en esas condiciones sociodemográficas, tantas y tantas mujeres se identifiquen con la protagonista, Isabella "Bella" Swan, y quieran encontrar en la vida real a su propio príncipe/vampiro azul/translúcido, Edward Cullen. Las características y relación de estos dos, producto de la psique über-wasp (ultra white, anglosaxon, protestant), seguramente pro-life, harto conservadora, falogocéntrica, como dirían las feministas, y mogigata de Meyer, es lo que peor me pone. Les diré por qué...

miércoles, 1 de abril de 2009

Para escribir, ¿alguna sugerencia?

El placer de escribir es el mismo de leer, sublimado por unas gotas más de intimidad.
Stendhal

Son las 10:46 am y yo sigo procastinando. Fumo y me tomo un atole de nuez con un dejo de harina requemada. El día que se cuela por mi ventana abierta tiene una luminosidad tan intensa que motivaría al más apático. Es un lindo día. Un buen día para escribir.

Leyendo el blog de Beatrix -http://flajelodidante.blogspot.com- me dieron ganas de escribir. Me entró la nostalgia, me vivieron los recuerdos. Quise ponerle un toque más personal a esto de "postear", porque, finalmente, ¿para qué escribir un blog? La respuesta del ocioso: para matar el tiempo. La del vanidoso: para que el mundo conozca mi genio. La del esquizofrénico: ¡para hacer que las voces paren! La del cursi: para compartir mis lindos pensamientos. Mi respuesta...

Puffffff... (sonido entre suspiro, entre exhalación de hartazgo, mitad eructo, mitad tos contenida).

No sé. Mi para qué esta mañana seguramente tiene algo de vanidad y esquizofrenia, mucho de ociosidad y espero que poca cursilería. Hace añales escribía porque no confiaba ni en mi memoria ni en que el paso del tiempo la respetara. Como dice Juan Gabriel: "Abrázame que el tiempo pasa y el nunca perdona/ ha hecho estragos en mi gente como en mi persona". Escribía para defenderme de los estragos de que habla el divo de Juárez: para no embellecer los recuerdos, para diferenciarlos de los sueños, para que no se colaran por los surcos cerebrales y se perdieran. Quería dejar testimonio de mi tiempo y hazañas (tendría entre 13 y 17 años). Luego escribir se volvió una terapia: comprender, perdonar, explicar. No puedo negar que también lo hice solo por dinero: traduje manuales operativos y hasta guiones de cine. Ah, y claro, escribí para cumplir: controles de lectura, ensayos escolares, reportes de actividades. Pero siempre escribí. Hubo muchos periodos de infertilidad (años a veces) y otros en que, por deber o placer, llené páginas y páginas, virtuales o de tinta y papel.

Y ahora...no se de cierto para qué escribir ni por qué hacerlo público (de haber alguien que esté leyendo esto). Dejaré la pregunta sobre la mesa y seguiré escribiendo. Por lo pronto, le agradezco a Beatrix por avivar en mi esta flamita de la escritura.

(música de fondo: Big in Japan, Alphaville)