Después de casi dos años de haber sido una admirable Ama de Casa (según yo), a partir de que aquél se fue me declaré en huelga: lo referente a las labores del hogar me valió soberanas madres. Me encerré en mi cuarto un mes (los duelos del alma...) y descuidé todo lo descuidable; en esta casa no se cocinó, ni se barrió y mucho menos se planchó (en el sentido más alburero de la palabra) por 30 días con sus noches. Poco a poco fui saliendo de mi exilio en interiores y ahora, tras dos meses de lavar algo de ropa, aspirar de vez en cuando y seguir sin planchar (saben a qué me refiero, ¿no?), con dos gatitos más en la familia el tiempo del descuido ha terminado, a riesgo de que el caos maloliente se apodere en forma definitiva de esta casa (Milagros es experta en dejar apestosas huellitas de todo por todos lados, por lo que hay que tomar medidas constantemente). Cuando se vive con el "marido" se puede, en teoría, negociar o de plano pelearse por ver quién hace qué. Pero al compartir el techo con tres gatitos eso es obviamente imposible.
Antes ya me había extraviado aquí con respecto al efecto que los quehaceres domésticos tienen en mi cerebro, y hoy que hacendosa trapeaba el pasillo volvió a suceder; me di cuenta de que me estaba preguntado cosas como: ¿seré una especie de Cenicienta de cuento contemporáneo -léase telenovela- o habré regresado a mi estado anterior de Ama de Casa, solo que sin marido y al borde de un ataque de nervios? ¿Seré una frankensteiniana mezcla entre ambas? ¿O ninguna de las dos? A ver...
La Cenicienta típica se caracteriza por andar chamagosa de tanto limpiar, escondida por los rincones del castillo y, como su prima la Muñeca Fea, lloriquea la pérfida suerte de tener unas hermanastras tan egoístas. Suspira y barre, barre y suspira: ¿cuándo, pero cuándo llegará el Príncipe Azul y me sacará de esta vida de humillaciones? Esta Cenicienta resulta entonces una princesa wannabe, encubierta bajo pilas de trastes, ropa sucia y cochambre y con lavarle bien la cara destella realeza por los poros (ya saben que opino de las princesas, pero como hoy me dió por linkear, aquí está lo que pienso sobre el particular). Como no me creo el cuento del príncipe salvador (simplemente quiero un hombre de carne y hueso y, de preferencia, que no llegue a mi puerta a caballo); como mis hermanastras verdaderas son razonablemente buena onda y además por mis venas no corre sangre azul, sino más bien rojilla, por más que me lave la carita, la alcurnia no se me da.
En mi prejuiciada tipología, el Ama de Casa de salud mental frágil, es decir, desesperada (sin hijos, por fortuna de los propios hijos) tiene mucho de Cenicienta pero sin mugre ni esfuerzo: a veces limpia, plancha y también suspira (cada que toca). Segurito le paga a alguien -de quien se queja amargamente con sus amigas porque no hace "bien" las cosas- para que tres o cuatro veces por semana le eche una manita con las labores de su plácido hogar. Eso si: nunca la veras completamente desarreglada; podrá llevar unos tubos en la cabeza bajo una muy fina mascada de seda, pero en 30 o más minutos estará lista para que la saquen a pasear. Porque el Ama de Casa en cuestión tiene un marido o similar de cuyas quincenas es dueña y señora; por eso, en retribución supongo, lo espera llegar a casa todas las noches con la cena lista y la esperanza de que ora si la invite a cenar. Mi ausencia de marido o similar (hace tiempo que no espero llegar a nadie por las noches) me descalifica para esta categoría, lo mismo que el hecho de no tener señora-que-ayuda-con-el-quehacer-unos-días-a-la-semana. Además, gracias a mi corta y nada exhuberante cabellera, nunca me pongo tubos.
Ahora el híbrido. De Cenicienta -o más bien de princesa, por más que me choque- tengo las manos: media hora de barrer y me salen ampollas; 15 minutos de lavar la ropa, aún en lavadora, y las palmas me quedan rojas y descarapeladas. De Ama de Casa antes tenía todo (creo yo); hoy me queda lo de desesperada, esto por mis propios defectos de carácter aunados a las recurrentes dolencias de Milagros (pero, ¿cuándo se va a curar mi muchachita?). Ah, y a veces me da por ver las comedias mexicanas -telerromances en Argentina o culebrones en Chile y España- en un arrebato de escapismo digno de las más convencionales Reynas del Hogar (¡zaz! caigo en cuenta que por andar escribiendo me perdí el capítulo de hoy...). Con estas evidencias solo resta suponer una cosa: soy más bien una común y corriente mujer que recientemente vive sola de nuevo y que hace lo que puede para que el hogar de sus gatitos no se caiga a pedazos; una mujer corriente y común a quien, debido a una imaginación más bien desbocada y a una propensión escandalosa por soñar despierta, se le ocurren cosas raras mientras hace la limpieza.
Imágenes cortesía de: http://lillypotterknits.blogspot.com y www.clipartguide.com
5 comentarios:
Lo único que se me ocurre aquí es citar a la inolvidable intérprete de la canción doméstica, doña Vicky Carr: "...ni princesa ni esclava... simplemente mujer..."!!!!!!!!!
Dos cosas:
1. Cuando me ocurren esos que tú llamas auto exilios, termino pareciendo (dicen) hombre divorciado, entiéndase absolutamente desarreglada y con el suelo por clóset.
2. Y pensar que hay amas de casa que piden cita 'urgente' al psicólogo cuando se quedan sin muchacha por la angustia que les produce saber lo difícil que es consegui una' -.-
Saludos!
De esto es mi tesis de Doctorado...
¿Qué puede decir un hombrecillo como yo? ¡De verdad! Jeje... Mira que yo me quejaba ayer porque me sentí todo un "amo de casa"... Llegué del trabajo y de inscribirme al seminario de titulación -pues si bien no consigo al Rey Freud del reino del Psicoanálisis, quizás pueda aspirar a ser su heredero, o de plano, conseguirme al príncipe, jaja-, acudí sonriente a la cocina con el sabor de lo que comería dibujando esa sonrisa. ¿Qué me encontré? No, no al príncipe... Ahí, burlándose de mí estaba la terrible bruja convertida en una montaña de trastes.
Ok, los lavé. Pero mi tarde no mejoró porque la estúpida hada madrina se olvidó de su deber moral y mágico conmigo; tuve qué preparar mi comida y las 3 tazas de cafecito venezolano -gracias, Maryyy!!- que acompañaron mi solitario atardecer. Claro, salí a fumar un cigarro y entonces descubrí que me había convertido en algo muy curioso para ser hombre, jaja. Hablo en cuanto a la cultura, no me lo tomen a mal las chicas, por el contrario, soy empático, pero ser "amo de casa" y soltero, sin compromisos ni gatos que le maullen a uno -el dios felino guarde en su ronroneante gracia a mi Angus-, es verdaderamente un fastidio...
Buscar a una persona que me ayude con las labores domésticas ha sido tan difícil. Cuando era niño mi madre contrató a Sonia, una chica veracruzana de origen indígena. Me quedé mal acostumbrado; era perfecta: inteligente, hacendosa, responsable, limpia, vanidosa, consentidora y siempre la vi como alguien parte de la familia... Hasta íbamos juntos al cine y al centro comercial y me ayudaba con mi tarea. Pero pasó lo típico: se embarazó y se regresó a su pueblo... ASH. Nunca volví a saber de ella.
La última persona que intenté contratar (ahora yo ya adulto trabajador) para que ayudara en la casa derramó cloro sobre mis nuevos, caros y negros calzones Calvin Klein...
Así que, por ahora, soy amo de casa y chacho.
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