viernes, 31 de julio de 2009

Posteo un video bien temprano...

... porque ando en la adicción ciberespacial bloguera y una entrada más por aquí no le hace mal a nadie. Porque ésta es una excelente canción para un viernes de Hemeroteca en la UNAM: aunque no lo crean, ya estoy retomando la recta final del trabajo de campo para mi tesis, con ánimo y bríos, ¡tengo que hacerlo!



Además, recientemente redescubrí la maravilla que es Jorge Drexler y mire donde mire lo veo...
Video cortesía de 84POL.

jueves, 30 de julio de 2009

La indecencia del olvido

La censura cede bajo presión (…) y ante la “crisis de valores” (sobrenombre del debilitamiento de la tradición), conviene renunciar a las barreras del comportamiento concentradas en la antigua decencia.
Carlos Monsiváis, Entrada Libre. Crónicas de la sociedad que se organiza

Desde que leí algunos capítulos de Dust: The Archive and Cultural History de Carolyn Kay Steedman, los archivos me empezaron a parecer seductores. Hurgar entre los laberintos de polvo acumulado sobre los documentos del pasado se volvió para mi un auténtico viaje en la máquina del tiempo: la posibilidad real de acercarse a los testimonios de lo que fue y a las palabras de quienes los plasmaron –a veces escritas de puño y letra- me pareció simplemente fascinante. Caí bajo el influjo romantizado de los misterios y promesas del trabajo de archivo (riesgo que Steedman advierte con vehemencia) y me enamoré. Pero, como algunos amores intensos, éste también tiene sus escenas de desesperanza y frustración.

Estoy buscando la fecha exacta del estreno en México de una película de Ismael Rodríguez Jr, indecente y violenta, pero de culto al fin: Masacre en el Río Tula. De acuerdo al archivo de cierta institución cinematográfica cuyo nombre tengo que omitir voluntariamente -ya saben: las espinosas cuestiones de la confidencialidad-, esta película recibió su autorización oficial de exhibición el 10 de agosto de 1985. Eso significa, en teoría, que Masacre en el Río Tula ha de haber sido estrenada en los cines de esta ciudad a mediados o finales de agosto de 1985 o a principios de septiembre de ese mismo año. En teoría, porque busco y busco en los periódicos de esas fechas y no encuentro nada.

He de mencionar que tengo algunas sospechas de por qué no hay nada en prensa –hasta este momento de mi búsqueda, espero- sobre el estreno de la película en cuestión. Masacre en el Río Tula aparece en varias historias del cine mexicano como una película enlatada, por lo menos, durante 6 años. Es decir: aunque sus productores hicieron todo lo humanamente posible para lograr exhibirla (cortar escenas escabrosas ya filmadas, someter a la película a dos procesos de supervisión), esta cinta seguramente si fue condenada a permanecer dentro de su lata, a pesar de tener todo documento en tiempo y forma para su explotación comercial.

A principios de septiembre de 1985 los mexicanos nos deleitamos con hartas cintas gringas –unas muy malas, otras entrañables- como Rambo II, Martes 13 y 2010: el año que hacemos contacto; incluso todavía podían admirarse en la pantalla grande Karate Kid y La historia sin fin, también llamada La historia interminable, películas que seguramente mis padres me llevaron a ver en alguno de esos cines cuyas direcciones, ahora amarillentas y marchitas, aparecen en las viejas carteleras. Eso si: éstas muestran cómo Carmen Salinas exhortaba a sus paisanos a combatir la crisis con sudor y lágrimas en Mexicano… tu puedes, mientras la publicidad anunciaba escandalosa el estreno de una película “violenta, cruda, descarada, audaz”, Lo negro del Negro, sobre las tropelías del infame Gral. Arturo “el Negro” Durazo Moreno. Pero de Masacre en el Río Tula ni una sola mención.

Luego ocurrió el terremoto: la mañana del 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México quedó destrozada. Recuerdo que parecía una zona de guerra, como si el desastre hubiera caído de cielo y no surgido de las entrañas de la tierra. Todos los periódicos pusieron un alto al devenir diario de otras notas para concentrarse en informar sobre la tragedia. Fotos, fotos y más fotos: los estudios de Televisa en Avenida Chapultepec, el edificio Nuevo León en Tlatelolco, el Hotel Regis y el cine que albergaba: todos transformados en dolorosas montañas de escombros. México se paralizó por semanas; obviamente los cines dejaron de funcionar y, por lo visto, Masacre en el Río Tula no tuvo más opción que seguir dormitando en su lata.

En el archivo innombrable existe otro dato que marca el posible rumbo del paradero en prensa de Masacre en el Río Tula: el 3 de noviembre de 1989, esta película recibió la revalidación de su permiso de exhibición, aunque todo parece indicar que el permiso original no le sirvió de mucho. Pero entonces, ¿qué pasó entre el 10 de agosto de 1985 y el 3 de noviembre de 1989? Podría enlistar muy, pero muy arbitrariamente unos cuantos de los innumerables sucesos ocurridos en este lapso de tiempo: el Mundial de fútbol México 86, con todo y las glorias de Maradona y Pique, la estrambótica mascota oficial en forma de gigantesco chile verde; la publicación en 1987 de Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza y de Escenas de pudor y liviandad el siguiente año, ambos libros de Carlos Monsiváis en los que revisa críticamente el México de los ochenta; Cuna de Lobos, telenovela de Televisa que acaparó la atención de millones debido a un elegante parche en el ojo y muchísima maldad, transmitida entre octubre de 1986 y mayo de 1987; las fatídicas elecciones presidenciales de 1988, incluidas la decepción del fraude que llevó a un tal Carlos Salinas al poder, la resistencia de una izquierda entonces militante y entregada y la fundación del Partido de la Revolución Democrática el 5 de mayo de 1989; la sospechosa muerte del carismático Maquío, el político panista Manuel Clouthier, en un “accidente” automovilístico el 1 de octubre de 1989...

… y así. Toneladas de periódicos dan cuenta de éstos y otros acontecimientos; seguramente habrá en varios archivos, muertos y vivos, muchos más kilos de documentos que, al ser revisados, ofrezcan claves de los por qués, los quiénes, los dóndes y cuándos de la historia reciente de México. Yo solo espero encontrar algo que me indique que demonios pasó con Masacre en el Río Tula. Por fortuna, en el proceso de hallarlo se abre brillante la oportunidad del recuerdo, la oportunidad de combatir la indecencia del olvido, impuesto o no.

martes, 28 de julio de 2009

Palabras necias, oídos sordos

Yo digo: ¿Bueno?
El dice: Hola. ¿¡Cómo estás!? Si sabes quien habla, ¿verdad?
Yo digo:
Si. Bien.
El dice:
Me da mucho gusto escucharte. ¿Cómo te ha ido? ¿Estas ocupada?
Yo digo:
No especialmente.
El dice:
Es que vengo de Tlalpan y ahorita justo estoy pasando por la casa...
Yo pienso: ¿
La casa? Pero, ¿¡quién se ha creido?!
El sigue diciendo:
...como me queda de regreso... quiero saber si puedo ir a visitarte... ¿Dónde estás?
Yo digo:
Uyyy...
El dice:
¿Estás en la Escandón? ¿Estas ocupada?
Yo digo:
Si y no.
El dice:
¿Entonces?
Yo digo:
Supongo que no tengo ni media buena razón para verte...
Silencio incómodo.
El dice:
Ah, entiendo... Otra vez será. Yo te llamo...
Yo digo:
Adios.
El dice:
Bye.
Yo cuelgo. Me enojo y me pregunto por qué después de tanta decisión, de repente el interés trasnochado. Yo creí que todo había sido dicho a tiempo, generosamente (en la medida de lo posible); que todo había quedado muy claro. Al menos para mi dos cosas -las infinitas bendiciones que recién me han caido del cielo y su mal juicio- son más que evidentes...


lunes, 27 de julio de 2009

Infinite Jest. David Foster Wallace

The thing with Schtitt: like most Europeans of his generation, anchored from infancy to certain permanent values which — yes, OK, granted — may, admittedly, have a whiff of proto-fascist potential about them, but which do, nevertheless (the values), anchor nicely the soul and course of a life — Old World patriarchal stuff like honor and discipline and fidelity to some larger unit — Gerhardt Schtitt does not so much dislike the modern O.N.A.N.ite U.S. of A. as find it hilarious and frightening at the same time. Probably mostly just alien. This should not be rendered in exposition like this, but Mario Incandenza has a severely limited range of verbatim recall. Schtitt was educated in pre-Unification Gymnasium under the rather Kanto-Hegelian idea that jr. athletics was basically just training for citizenship, that jr. athletics was about learning to sacrifice the hot narrow imperatives of the Self — the needs, the desires, the fears, the multiform cravings of the individual appetitive will — to the larger imperatives of a team (OK, the State) and a set of delimiting rules (OK, the Law). It sounds almost frighteningly simple-minded, though not to Mario, across the redwood table, listening. By learning, in palestra, the virtues that pay off directly in competitive games, the well-disciplined boy begins assembling the more abstract, gratification-delaying skills necessary for being a 'team player' in a larger arena: the even more subtly diffracted moral chaos of full-service citizenship in a State. Except Schtitt says Ach, but who can imagine this training serving its purpose in an experialist and waste-exporting nation that's forgotten privation and hardship and the discipline which hardship teaches by requiring? A U.S. of modern A. where the State is not a team or a code, but a sort of sloppy intersection of desires and fears, where the only public consensus a boy must surrender to is the acknowledged primacy of straight-line pursuing this flat and short-sighted idea of personal happiness (…)


domingo, 26 de julio de 2009

Bicicletas y recuerdos


























Domingo, 10 am: paso por Eli y Diego a su casa. Nuestra misión: andar en bici por las calles del DF y así aprovechar las múltiples ventajas dominicales para ciclistas chilangos que incluyen rutas preferenciales, avenidas cerradas al salvaje tráfico automovilístico, vigilancia policial ("¿qué clase de ventaja es ésa?", grita el anarquista que llevo dentro) y puestos de hidratación y servicio a lo largo de Reforma. Primer problema: ¡yo no tengo bicicleta propia! Vamos al módulo de Muévete en Bici que está en la Glorieta de La Cibeles. Segundo problema: ¡ya no tienen bicis! Las han prestado todas. Quedan dos más, averiadas. Esperamos un rato a que cambien la cámara de una. Listo: ¡conquistemos la ciudad!


Como decía mi madre: lo que bien se aprende nunca se olvida. Ella precisamente sujetó el respaldo de mi primera bicicleta hasta que yo aprendí a maniobrar sobre dos ruedas en el Parque Hundido. Recuerdo que era común insertar un envase vacío de Frutsi en la llanta trasera de la bici para que diera la impresión sonora -si todo salía bien- de ser una moto. Recuerdo la hazaña de andar en bici por los lotes baldíos que hace años rodeaban la cuadra donde vivía. Ahora todo se ha privatizado y ya no quedan terrenos agrestes en los cuales jugar al Tour de France tercermundista, entre cascajo y árboles caidos, sin más premio que divertirse.


12 pm: una ponchadura detiene nuestra carrera por Reforma. La llanta trasera de Eli ha reventado. Mientras ella va a buscar quien la cambie, Diego y yo almorzamos. Dos horas después seguimos el trayecto de regreso. Ya pasan muchos menos ciclistas por Reforma: en media hora abrirán de nuevo la avenida y el paraíso de las bicicletas estará cerrado hasta el próximo domingo. Regresamos la bici sin mayores contratiempos ni caidas; supongo que para eso todas las bicicletas del módulo tienen pegada una estampita de la Virgen de Guadalupe. Aunque tal vez solo sea para evitar que las roben.


viernes, 24 de julio de 2009

Infinite Jest. David Foster Wallace

Orin's special conscious horror, besides heights and the early morning, is roaches. There'd been parts of metro Boston near the Bay he'd refused to go to, as a child. Roaches give him the howling fantods. The parishes around N.O. had been having a spate or outbreak of a certain Latin-origin breed of sinister tropical flying roaches, that were small and timid but could fucking fly, and that kept being found swarming on New Orleans infants, at night, in their cribs, especially infants in like tenements or squalor, and that reportedly fed on the mucus in the babies' eyes, some special sort of optical-mucus — the stuff of fucking nightmares, mobile flying roaches that wanted to get at your eyes, as an infant — and were reportedly blinding them; parents'd come in in the ghastly A.M. tenement light and find their infants blind, like a dozen blinded infants that last summer; and it was during this spate or nightmarish outbreak, plus July flooding that sent over a dozen nightmarish dead bodies from a hilltop graveyard sliding all gray-blue down the incline Orin and two teammates had their townhouse on, in suburban Chalmette, shedding limbs and innards all the way down the hillside's mud and one even one morning coming to rest against the post of their roadside mailbox, when Orin came out for the morning paper, that Orin had had his agent put out the trade feelers. And so to the glass canyons and merciless light of metro Phoenix, in a kind of desiccated circle, near the Tucson of his own father's desiccated youth.


jueves, 23 de julio de 2009

El recuento de los daños

Yo digo: Mi ex novio se llevó el disco de Gorillaz…
Ella dice: ¿Era suyo?
Yo digo: ¡No! Ése era de los míos… y también me dejó sin Portishead, sin Nina Simone, sin Etta James… sin Emir Kusturica, sin John Coltrane... bueno, esos discos los compramos entre los dos. Supongo que estas cosas pasan cuando se reparten los bienes, ¿no? Los dramas materiales de una separación… Afortunadamente me legó su estéreo…
Ella dice: Pues si: así pasa cuando sucede…
Yo digo: De las películas que compramos entre los dos yo le dejé las de Bruce Lee, La Strada (porque le gustaba especialmente), A Clockwork Orange… Me quedé con Apocalypse Now y El Resplandor… Claro: The Big Blue era toda suya, por eso ya no está aquí… Ahora que lo pienso, él tiene La Montaña Sagrada de Jodo y esa peli si que la necesito para la tesis.
Ella dice: Llámale… ¡y que te la devuelva!
Yo digo: ¿Llamarle? ¿Yo? No, no es buena idea…
Ella dice: ¿Por?
Yo digo: Porque si él decidió terminar, por orgullo o dignidad o mero sentido común o lo que quieras y mandes yo no tengo razones para hablarle… ni siquiera tengo ganas de hacerlo.
Ella asiente con la cabeza.
Ella dice: Menos mal que el hijo era sólo tuyo. En una de esas se lo hubiera llevado también…
Yo digo: ¿Pequeñito? De todas formas mi ex era un poco alérgico a los gatos y en casa de su madre tenía tres perros…
Ella dice: Ya hasta hablas de él en pasado…
Yo esbozo una sonrisa resignada, un poquillo nostálgica, y agradezco felizmente la fortuna de mi nueva vida en ciernes.


miércoles, 22 de julio de 2009

Entre Princesas te veas: sobre los blogs dedicados a Ana y Mía


Odio a las Princesas... Bueno, tal vez esta sea una declaración muy drástica: no tengo nada contra Estefanía de Mónaco y Lady Di -tras andar con un musulmán y morir por ello- hasta me parece una mártir. Maticemos pues: odio el concepto "Princesa" porque me parece frívolo y clasista. En la representación quintaesencial de las Princesas, hecha por el emporio Disney, éstas se caracterizan por ser ricas, bellas, de buena familia y real alcurnia. Son delicadas y frágiles rayando en la invalidez (metafóricamente hablando) y cuando son asediadas por los malos del cuento (brujas, madrastras, hechiceros, dragones, nobles o plebeyos de dudosas intenciones y además ¡feos!) aparece un príncipe guapo y azul para salvarlas. Y todas sus penurias acaban, como en las telenovelas, con blancas y magníficas bodas. El discurso de las Princesas, dirían las feministas, reproduce esquemas de dominación patriarcal porque, entre muchas otras razones, da valor a una mujer en la medida de su sumisión y apariencia física. ¿Cuándo han oido hablar de una Princesa insumisa y gorda? Porque la cualidad principal de las Princesas, según los incontables blogs inspirados por Ana y Mía que pululan en el ciberespacio, es su extrema delgadez.

Ana y Mía -anorexia y bulimia- son las mejores amigas e incluso hermanas de las Princesas virtuales. Según las confesiones de quienes asi se autodenominan y escriben o comentan en blogs como
No es fácil llegar a ser una princesa..., Ice Princess o Princesa por Siempre, Ana y Mía son cómplices y mentoras, diosas y regentes del país de la delgadez; les marcan el paso diario y las alejan de las tentaciones y el mal. El camino del autocontrol, dicen estas Princesas, las lleva a la perfección. Dejar de comer o deshacerse de lo poco que han comido les da fuerza, además de acercarlas a su meta: pesar 50 kilos o menos. Por eso la comida -que equiparan directamente a la grasa, la gordura y la fealdad- es su enemigo número uno; contra ella luchan y de ella escapan como si se tratara de la gripe porcina. Ana y Mía han convencido a estas Princesas que flacura equivale a belleza, aceptación y, eventualmente, felicidad.

Los blogs de Princesas anoréxicas y/o bulímicas dan múltiples consejos sobre cómo engañar al hambre y de paso a los Reyes y Reynas que, cuando se enteran de lo que sus hijas esconden, se oponen férreamente a este novísimo "estilo de vida": cómo comer ni siquiera lo mínimo indispensable, cómo contar calorías, cómo vomitar eficazmente y cómo controlar lo único que creen pueden controlar: su peso. Las Princesas virtuales se motivan a través de galerías de
thinspirations, fotos de actrices y modelos extremadamente flacas que poseen el cuerpo de sus sueños; se cuentan sus penas (algunas de estas Princesas se autolesionan; otras han pasado, sin éxito, por clínicas para rehabilitarse de sus desórdenes alimenticios); y al compartir sus diarios se apoyan unas a otras en su carrera descendente hacia lo que creen es una vida ideal, sin lonjas ni celulitis. Las Princesas virtuales juran en nombre de Ana y Mía y se comprometen a seguir sus designios:

Mi Contrato con Ana
Yo (tu nombre) a partir de hoy (la fecha en que todo empezó) y hasta el día en que llegue a la perfección, no voy a amarme ni a valorarme ni mucho menos a aceptarme como soy.
Declaro que hoy libero mi necesidad de comer compulsivamente, de atacar el refrigerador por las noches, de calmar mi ansiedad con comida. Me comprometo a recurrir a mi hermana Mía y a vomitar todo lo que como. Me comprometo a no pensar en otra cosa que no sea mi sueño y mi meta: por eso gracias Ana, gracias Mía. Ahora elijo ser yo: elijo ser perfecta, una princesa de porcelana. Tengo el poder de hacer un alto en mis pensamientos y calmar mi ansiedad con 2 horas de ejercicio y más de 3 litros de agua. No comer y pasar el agradable dolor del hambre pensando que soy la persona mas horrible que puede existir y lo soy porque siento que nadie me quiere, ni yo misma (piensa que te van a querer cuando estés delgada, cuando seas un símbolo de perfección). Gozo de la moderación, saboreo mi triunfo, me veo feliz disfrutando de mi nuevo estilo de vida y así me veré a mi misma si sigo los consejos de Ana y Mía: delgada y feliz, ¡perfecta como siempre lo soñé! Me comprometo a mirarme a los ojos, a ser sincera conmigo misma, a premiarme con el amor de Ana. Me odiaré cuando caiga y recurriré a toda la furia de Mía: ella me enseñará a librarme de la comida que tengo dentro y que está demás. Me comprometo a volver a empezar, a reconocer cuales son las situaciones que me desvían del camino que tanto deseo, el camino a la perfección, el mundo de Ana. Continuaré hasta ganar la batalla y la guerra siempre; ahora deseo y manifiesto en mi vida mi delgadez en la perfección. Porque ser delgada es ser perfecta. Juro que llegaré hasta las últimas consecuencias para alcanzar la perfección. Si tengo que morir, pues entonces lo aceptaré y moriré feliz, con gracia, porque soy una princesa y nadie dijo que fuera fácil serlo. En el nombre de Ana, juro nunca romper mi contrato hasta llegar a la perfección. Firma (tu nombre).

A medio camino entre el cuento de hadas y el libro de autoayuda, los blogs inspirados por Ana y Mía presentan una visión romantizada de la enfermedad: si no puedes contra ella, abrázala, embellécela, dale un toque de heroicidad. Así, las Princesas virtuales dan sentido a su suplicio y construyen un discurso identitario que cada vez tiene más adeptos (baste revisar los 1036 seguidores del blog Mis Amigas Ana y Mía). Si bien no creo en la apología de la anorexia y la bulimia, porque no son opciones de vida elegidas libre y conscientemente, tampoco creo que sea correcto censurar a estas Princesas virtuales, víctimas del totalitarismo global de la apariencia. Supongo que muy en el fondo sus palabras e imágenes son testigos de cómo el sueño se convirtió en pesadilla.

Para leer el texto íntegro de
Mi Contrato con Ana en el blog Solo Para Princesas...!: http://princesita0408.blogspot.com/
Foto: Isabelle Caro, quien
llegó a pesar solo 23 kilos debido a la anorexia que padece desde los 13 años. Su blog en francés: http://neigeisabelle.blog.mongenie.com/


sábado, 18 de julio de 2009

Posteo un video en sábado por la noche...

... nomás porque estoy muy feliz, satisfecha y animada. Porque disfruto sobremanera las conversaciones buenas y largas, acompañadas de café y cigarrillos. Porque me encanta encontrar un interlocutor sensible, interesante e inteligente. Porque Los detectives salvajes de Bolaño rules, al igual que Timbuktu de Auster y porque esta tarde, después de la tormenta, por ahi de los rumbos de Xochimilco quedó una tarde preciosa...



Además, The Smiths siempre será un buen pretexto para cantarlo todo y cantarlo bien...
Video cortesía de freebop67.

viernes, 17 de julio de 2009

La increíble y triste historia de un tal Juan (Tercera y última parte)

Carlos no fue el único en pensar que “algo sucio se traía Juanito entre manos”: por varios años, Doña Remigia también albergó sospechas sobre los “negocios” de su hijo. Cuando dejó su trabajo con el Lic. González de un día para otro y rentó una pequeña oficina en la colonia Rectores, a Doña Remigia no le quedaron claras ni las razones de la renuncia de su hijo ni los pormenores de su nuevo trabajo. “Juanito se había vuelto todavía más reservado de lo que ya era. Se la pasaba con Carlitos todas las tardes encerrado en su oficina”, declaró entre sollozos Doña Remigia a un célebre programa de espectáculos, “y, pa’ que más que la verdad, algo no me olía bien de tanto viaje al extranjero que hacía, sobre todo cuando iba con Sandrita”. Las declaraciones de Doña Remigia ayudaron a la policía a unir ciertos cabos sueltos en el caso. “Fíjese usted: hasta llegué a pensar que Juanito era narco y que usaba a Sandrita, pobre niña, de mula para llevar droga, porque, ¿de dónde, sino, iba a salir el dineral que se gastó en su casita de Las Cumbres?”, declaró la madre de Juan en un mar de lágrimas frente a la nación entera.

Los pormenores de la aprehensión del tal Juan fueron conocidos por todo México en el momento exacto en que ésta ocurría: ¿cómo olvidar esas imágenes, presentadas en la televisión una y otra vez, de un Juan despeinado y el pijama, con los lentes rotos y gritando su inocencia, desesperado, cuando lo arrastraban fuera de su casa? El país entero se preguntaba: ¿quién es ese chaparrito por el cual se ha desplegado impresionante fuerza policial? ¿Un secuestrador, un guerrillero, un asesino? ¿Un delincuente de cuello blanco que ha defraudado cantidades millonarias? ¿Un político venido a menos, enredado en algún oscuro y sucio juego de poder? Pero, ¡si ni parece un criminal! ¿Qué habrá hecho, si es que hizo algo, para que lo traten con tanta violencia?


Tras el arresto televisado, la infinidad de declaraciones de propios y extraños, el corto juicio, el escandaloso descubrimiento de sus crímenes y el expedito fallo del juez, Juan pasó sus últimos años en una prisión de alta seguridad: Tecamac de Morelos. Nunca sabremos porqué Juan, con todo el dinero que tenía, no pagó un abogado de verdad para dirigir su defensa. Tal vez estaba cansado de aparentar ser otro, de inventarse disfraces cada vez que iba a recoger un premio; tal vez estaba cansado ya de compartir sus ganancias con Carlos y los demás traductores o con Sandra y, de hecho, nuestro Juan nunca se atrevió a ser un verdadero criminal y matarlos a todos porque sabían demasiado. Tal vez simplemente dejó que lo apresaran para que se supiera la verdad de su genio como escritor. O, quizá, un bloqueo literario lo llevó a preferir la cárcel a la infertilidad creativa. De cierto sabemos hoy que sus razones se fueron con él directo a la tumba.


A pesar de estas dudas sobre los móviles de Juan, fue fácil para la justicia mexicana tipificar sus delitos: lo condenaron a cadena perpetua por usurpación de identidades y funciones; por falsificación de documentos oficiales nacionales e internacionales –se cree que los servicios secretos de varios países también lo andaban buscando, lo cual nunca fue confirmado-; por incitación al crimen y apología del delito (no hay que olvidar las condenas que aún purgan Sandra y Carlos por complicidad en los ilícitos); y, claro está, también lo condenaron por enriquecimiento inexplicable y evasión de impuestos.


En la última entrevista que Juan aceptó darme en su celda confesó que había encontrado la Luz y que ya no se atrevía a escribir más, ni siquiera a su madre –resultó que, según sus nuevos hermanos de prisión, su talento venía directamente del maligno-. Juan mataba su tiempo leyendo textos sagrados de varias tradiciones espirituales, así como las incontables cartas que diariamente llegaban a su celda, cartas que nunca respondió ya que no escribía ni una sola línea, ¡que va!, ni una sola palabra. Su mano, como si estuviera en huelga o aletargada, se congelaba frente al mero atisbo de una hoja en blanco o de un simple lápiz. Juan tenía muchos admiradores de todos los estratos socioculturales, provenientes de todas las latitudes del planeta. Su fama fue tal que, durante su primer año en prisión, se llegó a rumorar que la Fundación de Letras Sudamericanas consideró seriamente darle una beca vitalicia por sus méritos literarios y que varias universidades de prestigio habían pensado más de una vez otorgarle un doctorado honoris causa.

Nuestro Juan hubiera podido pasar a la historia como un gran escritor, pero la fatalidad le llevó a ser un simple reo más que decide colgarse de la viga de su celda con las sábanas limpias que acababan de llevarle. Un reo con cierta fama, pero prisionero al fin y al cabo. Ni siquiera sus hermanos de fe pudieron convencer a Juan de que su vida valía la pena ser vivida, aún tras las rejas. El tal Juan, de no ser por las circunstancias de su vida (y, ¿quién puede escapar a ellas?), hubiera podido hacer de su don un instrumento para el bien. De no haber cargado con el rencor social que cargaba, como lo declaró el psiquiatra que lo valoró antes del juicio, de no haber resentido tantísimo al padre siempre ausente, Juan hubiera podido ser un ciudadano honrado, incluso un ciudadano modelo: un hombre con cierta iniciativa, pero finalmente dócil; una persona de opiniones medianamente informadas, aunque maleables. Pero, como ya dije antes, no hay hubieras. Que sus crímenes lo condenaron, no hay duda, aunque me parece que lo que no pudo tolerarse en él fue su indudable talento para escribir, para inventarse y reinventarse a si mismo, para escapar a la monotonía de su vida simplemente con papel y lápiz. Y, encima de todo, hacer toneladas de dinero escribiendo.

Lástima que la obra de nuestro Juan esté perdida en algún punto virtual del ciberespacio, en el archivo muerto de alguna institución o empresa multinacional. Lástima que no haya quedado algún vestigio de su genio, algún recuerdo del hombre y su obra a través de sus propias palabras. Con su muerte, el país ha perdido a uno de los más grandes escritores contemporáneos pero, ciertamente, al más incomprendido de todos. Descanse en paz, Juan Pérez.

miércoles, 15 de julio de 2009

Gatitos de miel y quebranto


Estos dos hermanos felinos son (de derecha a izquierda) Ali Milagros y Pingüino, mis nuevos hijos peludos. Mi amiga Chío los encontró encerrados en una jaula, bajo la lluvia. Inmediatamente los llevó con Claudia, una verdadera heroína de los gatos, para atenderlos y buscarles una casita donde vivir. Claudia tiene una organización pequeña, Gatos Olvidados, que con muchísimo esfuerzo y pocos recursos se dedica a cuidar gatos en situación de calle y así trata de darles la oportunidad de ser felices, si es que eso es posible en estos tiempos que corren.

Ali y Pingüino llegaron a mi casa el domingo pasado. Karsten, quien los había cuidado durante el último mes, quedó feliz de dejarlos en un lugar que los acogiera; me dijo que a Ali le gusta la miel con leche y que Pingüino es un poco desconfiado, pero nada como la paciencia y el amor. Porque estos gatitos -como miles más- eso necesitan: sentirse queridos, cuidados, acogidos. La historia de Ali es especialmente triste porque es ciego y parcialmente sordo. A veces le dan ataques como de epilepsia; el pobrecito se convulsiona y babea de forma horrible. Claudia y Karsten estuvieron a punto de decidir que Ali estaría mejor en el cielo de los gatos pero, tras estar internado un tiempo, un buen día Ali ronrroneó por primera vez: este gatito quería vivir y por eso también lo llamaron Milagros. (Además, el nombre árabe Ali se traduce al castellano como alto o excelso; en la tradición islámica el Imám Ali, yerno del Profeta Mohamed, también es conocido como el León de Allah. ¡Qué gran nombre para un gatito sufi!) Ahora el veterianario confía -y nosotros también- que la medicina que le ha recetado surta efecto y pueda controlar los ataques.

Tener a Ali y a Pingüino necesariamente me hace reflexionar sobre la (in)justicia del mundo y hasta el (sin)sentido de la existencia: ¿por qué un gatito tan dócil y frágil como Ali ha sufrido tanto? La pregunta no tiene respuesta ni tampoco termina en él; puede aplicarse a los millones de seres humanos que, debido a causas reprobables y muy reconocibles como la explotación, la guerra, la marginación y la pobreza (y a otras tantas causas que nos escapan), viven las miserias de este valle de lágrimas. Claudia podría contarles historias horribles sobre los gatos que son abandonados, mutilados, envenenados... Pero afortunadamente, personas como ella y Karsten, que trabajan de manera altruista con la intención de hacer de este mundo un lugar más compasivo para gatos y humanos por igual, de verdad que alimentan mi fe en la vida.

Si quieren adoptar un gatito, que mucho los necesita, escríbanle a Claudia: gattos.olvidados@gmail.com
Foto cortesía de Karsten.


sábado, 11 de julio de 2009

Las omisiones del fundamentalismo racional. Sobre Religulous de Larry Charles y Bill Maher

Plain fact is: religion must die for man to live.
Bill Maher

Como regla general, los documentales prometen a su público veracidad desde el momento en que abordan sucesos reales desde una perspectiva informada y, hasta cierto punto, objetiva. Lo que el documentalista no revela es que siempre existe un punto de vista particular -todo discurso lo tiene- que se vehicula a través de cualquier documental (bien lo sabe Michael Moore): un sesgo, una edición y, por supuesto, un guión que matiza o, de plano, censura ciertas aristas problemáticas del tema tratado (porque, obviamente, es imposible agotar de manera definitiva un tema en 90 o 120 minutos). Hay que delimitar el tema, pues, y supongo que Larry Charles y Bill Maher están conscientes de esto porque Religulous -su documental de 2008 sobre la insanidad de la religión- está plagado de omisiones. Vayámonos por partes.

Por un lado, Maher es un reconocido comediante americano, mitad judío, mitad católico, que se caracteriza por su galopante incorrección política; por el otro, Charles dirigió en 2006 Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan, ese fantástico y falsísimo documental en que Sacha Baron Cohen evidencia los prejuicios gringos con el pretexto del relativismo cultural. Con magníficos antecedentes, Religulous, un híbrido entre religion y ridiculous, pintaba muy bien; de inicio me pareció un documental muy entretenido y, en ocasiones, hilarante hasta las lágrimas. Pero -siempre hay un negrito en el arroz- creo que Religulous peca muchísimo de lo que denomino fundamentalismo racional, es decir, afirma de manera categórica que las creencias religiosas de la gran mayoría de la población mundial no son más que cuentos de hadas y ridiculeces de párvulos.

Entiendo el fervor de Charles y Maher por defender a ultranza lo que ellos consideran racionalismo. Estados Unidos ha padecido recientemente los embates de los distintos fundamentalismos religiosos (nomás pregúntenle a Baby Bush); las diversas sectas en crecimiento exponencial embaucan a la gente a diario (ahí está Tom Cruise, el vocero oficial de la Cienciología, para desmentir los rumores); y nuestro vecino del norte parece estar perdiendo con rapidez los pocos espacios públicos laicos que aún le quedan (recuérdese el encontronazo épico entre evolucionistas y creacionistas por el control del sistema educativo americano). Pero, a partir de este contexto innegable, decir que toda creencia religiosa es irracional porque carece de sustento lógico o científico es una barbaridad. Maher hace gala de astucia para dejar mal parados a casi todos sus entrevistados con el argumento de: “a ver: si eres muy, muy… pues compruébamelo”.

La creencia religiosa –y de veras que no se por qué ningún lado de la discusión lo entiende- no se compone de una serie de datos mensurables o evidencias comprobables histórica o científicamente: por eso es creencia. Me atrevería a decir que la creencia religiosa es metáfora para el misterio, para lo inabarcable y, en ese sentido, está más cerca de la poesía que de la ingeniería. Aunque no soy católica no me atrevo a decir, como lo hace abiertamente Maher, que creer en la virginidad de la Virgen María es una estupidez; tampoco osaría decirle a un judío o a un musulmán que si el Profeta Moisés escuchó la voz de Dios es porque tenía esquizofrenia; y mucho menos le diría a los Mormones que su mito fundacional de que el Jardín del Edén en realidad está en Missouri es mera y llana babosada (lo cual Dios sabe me cuesta muchísimo trabajo y a Maher, que parecía no costarle trabajo, de plano no le dejaron decirlo porque lo corrieron de las inmediaciones del gran Templo Mormón en Salt Lake City). Charles y Maher parecen no entender que en una nación laica la creencia de cualquier tipo no es penada y no tendría por qué ser ridiculizada: yo puedo creer en Santa Claus, en el Santo Niño de Atocha, en la Santa Muerte, en las sirenas y hasta en los vampiros sin necesitar prueba irrefutable de su existencia: en eso radica la fe. Eso si, siempre y cuando lo que yo crea en la intimidad de mi ser no atente contra la libertad o integridad de otros. El problema, y vaya que lo enfatiza Religulous, es que toda creencia religiosa es susceptible de ser utilizada política y hasta maquiavélicamente para manipular al creyente y convertirlo en reproductor de odio y violencia.

Esto nos lleva a la primera gran omisión de Charles y Maher. Su insistencia en denostar toda creencia religiosa y vincularla a los estragos masivos que la religión institucionalizada ha causado a lo largo de la historia obscurece esa otra importante faceta de la fe en el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam: sus ricas y variadas tradiciones místicas. El hecho de que durante siglos haya existido el Tribunal de la Santísima Inquisición no elimina de un plumazo la obra y el legado de místicos católicos como Santa Teresa de Jesús y San Francisco de Asís. De igual forma, si bien hay un Bin Laden por ahí que, según dicen, suelta bombas acompañadas de versos del Corán, su existencia no tendría porque opacar la práctica y el conocimiento místicos de los herederos de Rumi o Ibn Al Arabi. Charles y Maher, por ignorancia o maña, omiten referirse al corazón espiritual de las tres grandes religiones semitas. Obviamente Religulous no habla de místicos más contemporáneos como Simone Weil o Idries Shah y, para el caso, ni siquiera menciona la Cabalá de Madonna a falta de una investigación mucho más seria y profunda sobre el misticismo judío.

Siguiente omisión: ¿dónde quedaron todas esas otras formas de espiritualidad que existen en el mundo? ¿Será que las eluden por no ser “religiones institucionalizadas”? ¡Qué visión tan occidentalizada de la fe! Ni una sola mención a la infinidad de ramas tanto del Budismo como del Hinduismo. Nada de los Devotos de Krishna o de los seguidores de la fe Bahai. Pero eso si: Charles y Maher confunden crasamente religión con secta; omiten ¿a propósito? hacer una distinción entre ambas. Si bien el terreno entre éstas es escabroso en verdad, no hay que confundir la gimnasia con la magnesia: existen infinidad de estudios sociológicos sobre las características propias de una secta religiosa, sobre cómo saber si uno ha caído en las garras de un grupo predador peligroso -1-. Religulous igual se mofa del Vaticano que de esa máquina asesina de hacer millones que es la Cienciología; se burla de los musulmanes como de la infame Iglesia Bautista de Westboro, de cuya prédica homófoba no se salvan ni los muertos; y se pitorrea de los judíos así como del absurdo de José Luis de Jesús Miranda, autonombrado Jesucristo Hombre, quien ordeña a sus seguidores para vivir como rey a través del Ministerio Creciendo en Gracia. Y no es que yo crea que el Vaticano o el fundamentalismo islámico o judío sean un dechado de virtudes, pero las sectas, debido a su modus operandi, no pueden compararse con la religión institucionalizada, por más malvada que ésta pueda ser. Cuando yo dejé de ir a la Iglesia hace muchos, muchos años, nadie me acosó telefónicamente para que volviera, ni me echaron encima a Hacienda para amedrentarme, ni mucho menos mis parientes católicos me retiraron el saludo, como si ocurre en infinidad de casos documentados de personas que quisieron dejar de ser cienciólogos o mormones y que, sus respectivas sectas, les hicieron la vida de cuadritos por decir lo menos.

A pesar de estas fallas y, sobre todo, del apoteósico final hiperracional que, con musiquita de terror, aboga por la desaparición de todas las religiones antes de que nos lleve el meritito chamuco entre las patas, Religulous tiene momentos de genialidad: cuando Maher entrevista a Mark Pryor, senador demócrata por Arkansas, y lo confunde tanto al discutir sobre el creacionismo que el pobre Pryor confiesa que no es necesario hacerse una prueba de coeficiente intelectual para ser senador (¡!); o cuando Maher platica cara a cara con Jesús, bueno, con el actor que hace de Cristo y representa la Pasión en el parque de diversiones Holy Land Experience de Orlando, Florida; o cuando el rabino Shmuel Strauss le muestra sus inventos para poder observar las prohibiciones del Shabat gracias a las bondades de la tecnología. Nomás por estos y otros momentos chuscos, vale la pena ver Religulous. Pero tampoco se la crean completita porque, como dice el mismo Maher, hay que estar del lado de la duda.

NOTA
1. Solo mencionaré las tres características principales de una secta: a. adoración del líder, al que se le atribuyen poderes sobrenaturales; b. lavado de cerebro de sus miembros, quienes son alejados de todo aquello que no sea bien visto por la secta, incluidos sus familiares si es necesario; y c. explotación de los miembros, ya sea financiera, laboral, psicológica, emocional, sexual o todas las anteriores. Para información sobre dos sectas particulares véase: http://www.xenu.net/ que destapa los incontables cochineros de la Cienciología y http://abrelosojoscontraceg.blogspot.com/ que hace un seguimiento puntual de José Luis de Jesús Miranda, fundador del Ministerio Creciendo en Gracia.

viernes, 10 de julio de 2009

La increíble y triste historia de un tal Juan (Segunda de tres partes)

Tras estos dos triunfos, el tal Juan se creyó invencible. El mundo de los concursos epistolares televisivos se abría ante sus ojos como un territorio por conquistar, un territorio que dominaría a través de su ingenio. No habría límites para él. No habría empresa irrealizable si de escribir se trataba. Su tercer “triunfo” requirió un poco más de esfuerzo. Requirió ponerse literalmente en los zapatos de alguien más. Cuando vio la convocatoria de New York Shoe Wear en un canal de televisión por cable, Juan dudó por primera vez. Para ganar cincuenta mil pesos y una visita a las oficinas corporativas de tan reconocida marca de zapatos, localizadas en la mismísima “Gran Manzana”, Juan tendría que hacerse pasar por una mujer. (“Si: una exclusiva visita ¡doble!: tu hombre ideal y, claro está, tú”, decía una voz femenina y sensual que sonaba en los oídos de nuestro Juan como el dulce canto de las sirenas). “Hacerse pasar por un niño no resultó tan difícil”, pensó Juan. A fin de cuentas, Juan había sido niño alguna vez, pero esto era muy diferente: se trataba de escribir una carta que describiera las 101 formas para seducir a “tu hombre ideal” con zapatos NYSW, claro está. Juan obviamente nunca se había puesto unos zapatos de tacón y, mucho menos, había seducido a nadie, ni hombre ni mujer ni quimera. Juan se enfrentaba a un gran reto literario pero, ¿de qué se trataba su talento sino de ser el más grande escritor de cartas para concursos diversos del que se hubiera tenido noticia?

Hemos de reconocer que para esta misión Juan se esforzó verdaderamente. Corrió el riesgo de ir a la zapatería NYSW más cercana y gastarse casi toda su quincena en un par de zapatos verdes con tacón de cinco centímetros y un reluciente moño transparente que coronaba cada punta. Se tomo la molestia de encerrarse en su cuarto, ponerse los zapatos verdes y taconear todas las noches, imaginándose mujer, imaginando las 101 formas de seducción femenina. “Dios, ¡cómo es posible que las mujeres anden sobre estas cosas!”, gruñía Juan mientras su madre gritaba desde el comedor que la cena estaba lista. “A la cama y a comer solo se llama una vez Juanito”, insistía Doña Remigia, mientras Juan se sobaba los callos que los tacones verdes le habían sacado. Después de varios días de dormir poco, caminar mucho y pensar mucho más, Juan había escrito las 101 formas para seducir a “su hombre ideal”. Un domingo por la mañana corrió, con bastante dolor hemos de decir, a la oficina de correos y mandó su carta.

La respuesta fue casi inmediata: solo cuatro días después sonó el teléfono. Una voz de mujer preguntaba por una tal Juana Pérez –el concurso era, obviamente, sólo para mujeres- y Juan tuvo que pretextar una severa laringitis para hacerse pasar por la ganadora. Tras colgar el auricular, la emoción del triunfo dio paso a la preocupación: ¿cómo cobrar el premio si Juan definitivamente no estaba dispuesto a volver a usar zapatos de tacón en su vida? ¿Cómo presentarse a las oficinas de NYSW (cuya dirección, en el mismísimo corazón financiero de la ciudad, había escrito sobre un recibo de luz) para reclamar su dinero y los dos boletos de avión a Nueva York? Fue entonces que nuestro Juan cometió el primero de muchos errores que le costaron su libertad y, como ya sabemos, posteriormente le costaron la vida. Convenció a Sandra, la asistente personal del Lic. González, para que se hiciera pasar por Juana. Los diminutos ojos de Sandra relampaguearon frente a la petición de Juan: un fin de semana en Nueva York -solo por decir que se llamaba Juana Pérez (un nombre que le pareció muy feo) y por decir que había escrito cierta carta- resultaba una oferta muy atractiva. Nuestro Juan tuvo que estirar sus habilidades retóricas al extremo para convencer a Sandra cuando le expuso las últimas condiciones del viaje: ella tendría que hacerse pasar por su novia, ser muy discreta a su regreso y no comentar nada, nada por favor, en la oficina. “Pero Juanito, ¡que tontería! Juan Pérez y Juana Pérez, nadie nos va a creer…”, manoteaba Sandra al expresar su descontento. “Además, todo eso es bien fácil para ti porque eres hombre, pero, ¿qué va a pensar la gente de mi?”, dijo Sandra cerrando sus pequeños ojos de sólo imaginarse compartiendo con el tal Juan una cama queen size en la suite presidencial del Milton de Manhattan. “Aunque”, pensó Sandra, “no puedo hacerle el feo al Milton de Manhattan...”. “Esta bien Juanito”, resolvió Sandra finalmente, “pero recuerda que me debes una”, lo cual dijo no muy convencida, porque una pequeña voz dentro de si le anunciaba que toda esta farsa podría meterla en graves problemas. Habiendo creado a Juana Pérez, Juan se encargó entonces de conseguir pasaporte y visa falsos para Sandra, lo cual fue bastante trabajoso, tomando en cuenta los problemas que enfrentó para contactarse con el bajo mundo de la falsificación de documentos en la Plaza de Santo Daniel. Solo restaba construir un pretexto creíble para faltar a la oficina un viernes. Pero, ¿qué problema podría representar esto si él era el rey de las historias, el amo de la apariencia? Poco sabía nuestro Juan que, después de convencer al Lic. González de que tenía que llevar a su madre al doctor, sus días de libertad –y de vida- estaban ya contados.

Al regresar del viaje a Nueva York, la carrera literaria y criminal de Juan ascendió vertiginosamente para llegar a altitudes insospechadas. Ganó varios concursos cuyos premios fueron en efectivo y otros tantos que le valieron propiedades y bienes muebles. El tamaño de su fortuna, en sus mejores años, podría haber hecho palidecer a más de un millonario, aunque su férrea discreción sobre asuntos de dinero impidió el rubor de muchos. Hacer un recuento fiel de todos los concursos televisivos que ganó Juan mediante sus cartas durante los cinco años que duró su actividad delictiva sería agotador. Aunque, en honor a la verdad, un recuento así es tarea imposible de realizar. Juan mismo perdió la cuenta de las cartas en castellano que firmó con su pseudónimo favorito: Gabriel Pacheco. Tampoco recordaba las veces que había pedido la colaboración de Sandra para hacerse pasar por Juana Pérez o Gabrielle Springs, otro de sus tantos alias femeninos, y así cobrar los frutos de su talento. Juan no sabía de cierto el número de cartas que había escrito bajo otros nombres inventados como Johann Pert y John Postdamme, estos dos utilizados para los concursos internacionales a los que escribía con la ayuda de una antena de televisión satelital y varios traductores que contrató.

De hecho, resultó que Carlitos, su único amigo de la adolescencia y al mismo tiempo uno de los traductores en su equipo criminal, fue quien hizo la llamada anónima que delató al tal Juan. Obviamente Carlitos no sabía para quien trabajaba, a pesar de los años de confianza que creía tener con Juan. Le parecía extraño que Juan, un “cuate bajito y gordito, de lentes y narigón”, como lo describió en uno de los interrogatorios a los que fue sometido, le pidiera ver diariamente la CCD de Londres y otros canales de Estados Unidos en busca de convocatorias para concursos epistolares televisivos. Las importantes cantidades de dinero que Carlos recibía por esta labor, eso sí, nunca le parecieron extrañas: “Chamba es chamba y pues yo, de gratis, no trabajo”. Lo que si le causaba una gran curiosidad a Carlos era que, después de entregar un reporte semanal en español sobre los concursos de habla inglesa, su “empleador” le mandara por correo electrónico una carta respondiendo a alguna convocatoria para que la tradujera al inglés. “Simplemente pensé que era otra más de sus excentricidades. ¿Sabe? Juanito, la verdad, es bien raro”, dijo Carlos a los medios tras el arresto de Juan. “Aunque siempre supe que lo que nos ponía a escribir a mi y a los otros traductores no podía ser legal, porque nunca nos comentaba si ganaba algo o no en esos concursos”, declaró Carlos al verse, lógicamente, involucrado en el caso, en un torpe intento por exponer algún atenuante que justificara su conducta ante la opinión pública y, sobre todo, ante la justicia.

De acuerdo a las declaraciones posteriores de Carlos, en las cartas que Juan mandaba traducir se hacía pasar por infinidad de personajes, de distintas profesiones, clases sociales y orígenes étnicos: Doctor en Geografía Física para un concurso del canal National Topography sobre las recomendaciones de expertos para prevenir la erosión en los desiertos de Colorado (por el cual se sabe que ganó diez mil dólares para continuar con su “importante investigación” en la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad Autónoma Politécnica de México donde, supuestamente, era profesor-investigador de tiempo completo); ama de casa alemana para un concurso de recetas orgánicas para el pastel de manzana, patrocinado por Fruitpeace (que le hizo acreedor de una suscripción anual al boletín mensual de Fruitpeace y 600 euros, nada despreciables); y hasta indígena quechua peruana en una carta para un concurso que lanzó TV-7, un canal de la televisión italiana, sobre los derechos humanos de las mujeres en etnias “tercermundistas” (trabajo que le valió un reconocimiento de la IWIO -la Indigenous Women International Organization-, más una cantidad importante de dinero que nunca fue hecha pública). El tal Juan era todo un camaleón, lástima que no pudo trasformarse a tiempo para evadir las sospechas y la envidia que su éxito provocó.

Culminará la próxima semana...


jueves, 9 de julio de 2009

¿Por quién vota el que no vota? II. La Venganza de los Abstencionistas

Para Eli, porque a pesar de
todos los pesares ella si votó.

Hoy me enteré gracias a Fabián Giles -cuyo magnífico blog es una delicia: http://foxylandia.blogspot.com/- que Martita y Vicente Fox de Sahagún no votaron en las pasadas elecciones intermedias. Su pretexto: estaban de viaje por las Europas. Otros dos que se unieron a las filas del abstencionismo, aunque parece lo hicieron por desidia, más que por conciencia; por andar de fina pata de perro y no como expresión de una postura ideológica que puede confundirse con la apoliticidad. Porque quisiera pensar que, para un importante número de personas, la abstención no es simplemente evasión o indiferencia.

Para darle voz a las razones por las que algo así como un 56.26% de los mexicanos nos abstuvimos de ejercer nuestro derecho al voto el domingo pasado, anduve de preguntona con otras personas que, cómo yo, no estaban en Londres ni en París pero tampoco votaron. Hombres y mujeres de entre 22 y 38 años, radicados en el DF, respondieron a la pregunta: ¿por qué no votaste? Ese por qué lleva aparejado un por quién, lo cual puede inferirse a partir de lo que comentaron. He aquí los modestos resultados de mi chiqui sondeo:

No hay nada que me aliente a ir hasta Jardín Balbuena a votar: me da hueva. L.M

Para qué voy a votar si no los conozco y tendría que conocerlos para anularlos, ¿no? H.V

No voté en estas elecciones porque considero que en este momento el mensaje es: yo no creo en la institución del IFE porque no funciona. Que hablen solos. Se tendría que reformar la institución, tener menos congresistas y la posibilidad de candidatos independientes. Además, aunque creo en los partidos pequeños -son los únicos que, a nivel institucional, ponen el dedo en la llaga de problemáticas evidentes-, como son minoritarios no son una figura antagónica en el Congreso: no confrontan a la mayoría. R.I

Porque mi no me interesa la política, ni quienes están de candidatos. Desde antes del 94 ya lo sabíamos: se gastan su lana en publicidad y no representan los intereses de la gente. Son puras mamadas. Si está tan putrefacto el sistema, ¿como va a cambiarse con un simple papelito? El cambio es desde más arriba. Soy de las muchas personas que no leen nada de política y creo que desde las ONGs pueden hacerse muchas cosas para el bien común. A.C

Perdí mi credencial. Pero creo que no hubiera votado de todas formas ante la falta de un proyecto real, pura guerra de denostaciones entre políticos, bajos perfiles de los candidatos, algunos desconocidos. Hoy en día vivimos una crisis en las instituciones y del aparato político, por eso el abstencionismo o el voto nulo (que en cifras son lo mismo); falta de una educación de calidad, justicia, seguridad, empleos, lugares seguros de esparcimiento, esas son cosas que vivimos realmente los ciudadanos comunes y por eso la falta de motivación para acudir a las urnas. Y lo peor, que si algún día quieres organizarte para exigir bienestar no te toman en cuenta, te dan largas o entras a la lucha interminables de los trámites o te reprimen... H.O

Yo no fui a votar porque para mi el ife y el trife en 2006 cancelaron toda posibilidad de certeza y confianza en las elecciones. Certeza que costó vidas y muchos años de trabajo de mucha gente. No me siento representado por ningún partido además de que vivimos en una democracia simulada y de mentiras. No quiero avalar con mi voto un procedimiento que ya está corrompido. Tampoco quise anular mi voto y que un grupo de bandidos lo capitalizara, para seguir viviendo del jugoso negocio del presupuesto. No volveré a votar hasta que haya democracia en este país. Y para construir la democracia hay que todos buscarle por otros lados. Las elecciones no son el camino. R.C

Yo no voté porque mi credencial actual no la tengo y la pasada no aparece registrada; en fin, mi intención era buena. P.C

A pesar de que hice estoicamente una colototota de 12 horas para obtener mi credencial nueva (me dejé engañar por la psicosis del falso cuento: si es 03, renueeevaaa...) yo tampoco voté. No voté porque comparto las razones de mis informantes. No voté porque no confío en los ciudadanos (¿?) que administran el IFE; porque no conocía a los candidatos de mi distrito ni me importó siquiera buscarles por internet sus trapitos sucios; y, para acabar pronto, no creo que los mexicanos tengamos gobernantes genuinamente democráticos. De haber pensado lo contrario, de haber creido en la buena fe o, ya de perdis, en el profesionalismo, probidad, inteligencia y capacidad de algún candidato o de los regentes del IFE, segurito hubiera votado. Pero no: quienes llevan las riendas de este sistema político-electoral sacaron a relucir al abstencionista que llevo dentro, como supongo sucedió con millones de potenciales votantes, hasta el hartazgo de tantos cochineros por doquier. Las siete personas -¡gracias amigos!- cuyos testimonios comparto en este post son ejemplo de ello.

miércoles, 8 de julio de 2009

Posteo un video a media semana...

...solamente porque esta maravillosa canción me recuerda cuando vivía en Mixcoac y es el soundtrack (en mi cabecita loca, claro está) de Ada o el Ardor de Nabokov, ya que escuché una y otra vez His 'n' Hers las dos veces que la leí...



Además, muy bien podría ponerle a Van Veen, el héroe de Ada, la cara de Jarvis Cocker...

Video cortesía de electricringo.

lunes, 6 de julio de 2009

De cochineros y otras inmundicias







No, esta pobre gente no está viendo los cochineros electorales mexicanos; tampoco una foto de Elba Esther o de Germán Martínez. Estos espectadores asqueados no están al borde del infarto debido a un remake de una telenovela colombiana hecho por Televisa, ni por haber visto los comerciales de La Gaviota y Lucero que promocionaban las fantásticas obras del Estado de México. Los incautos cuyas reacciones disfrutamos a través de youtube tampoco se han escandalizado al escuchar las declaraciones de Bours, Medina Mora y Karam en torno a la tragedia de la Guardería ABC en Hermosillo. La causa de sus gritos no es la indignación que les provoca Felipón cuando pontifica sobre el vínculo entre la falta de fe (católica, supongo) y las garras de la drogadicción. Sus risitas nerviosas no se deben a la impresión causada por el triunfo de Juanito en Iztapalapa. No. Están viendo 2 girls 1 cup, un video porno de la productora brasileña MFX Media. Y, por favor, no lo googleen. Es repugnante... al igual que la situación de este país.

Videos cortesía de SasquatchAndGorilla, Jacqueline7oX y fartenewt.

domingo, 5 de julio de 2009

Sobre Synechdoche, New York de Charlie Kaufman

Anoche vi Synechdoche, New York de Charlie Kaufman. Es una película terriblemente triste, terriblemente extraña y, según yo, terriblemente buena. Frente a una película nada convencional, varios comentarios desperdigados.

I
Caden: We're all hurtling towards death. Yet here we are for the moment, alive, each of us knowing we're all gonna die, each of us secretly believing we won't.
Claire: It's brilliant, it's everything, it's Karamazov...

Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman), un director de teatro en Schenectady, Nueva York, está obsesionado con la enfermedad y la muerte. Su grave hipocondría (¿estará verdaderamente enfermo?) lo aleja de su esposa Adele Lack (Katherine Keener). Caden coquetea tímidamente con Hazel (Samantha Morton), la chica de la taquilla, y con Claire Keen (Michelle Williams) la actriz protagónica en su montaje del clásico de Arthur Miller, Death of a Salesman. Caden recibe la beca MacArthur y se embarca en un proyecto tan grande y complicado como la existencia misma: una obra monumental en la cual explorará su propia vida.

II
Caden: I don't know what I'm doing...
Claire: That's what's so refreshing... Knowing you don't know is the first and most essential step to knowing, you know?
Caden: I don't know.
Claire: Well, I'm proud of you.

Y, ¿quién podría saber lo que hace? Solo en retrospectiva, me parece, uno comprende, aunque sea un poco, las causas y los efectos, las razones y el sentido. Porque, a pesar de lo que los desencantados digan, la vida tiene sentido.
Caden invierte más de una década desarrollando su proyecto. Se divorcia de Adele; se casa con Claire; se separa de Claire. Y a pesar de las vicisitudes, Caden y Hazel siguen estrechamente vinculados. Los años pasan, pero Caden parece no darse cuenta. Una gran bodega alberga la puesta en escena de su vida, para la cual se ha reconstruido la ciudad de los acontecimientos: Nueva York. Decenas de actores representan los roles de cada uno de los personajes en su vida. Caden contrata a Sammy Barnathan (Tom Noone) para interpretarlo cuando éste le confiesa que lleva 20 años siguiéndolo en secreto: lo conoce mejor que nadie. Sammy y Hazel, ahora asistente de Caden, intiman poco a poco: la vida imitando al arte o, ¿será al revés?

III
Sammy: I've watched you forever Caden, but you've never really looked at anyone other than yourself. So watch me. Watch my heart break. Watch me jump. Watch me learn that after death there's nothing. No more watching, no more following, no love...

El misterio de la muerte nos atormenta a todos. Alguna vez alguien me dijo que morir es como si súbitamente un televisor fuera desconectado. Ahora imágenes, sonidos, el fluir de la vida, paisajes, caras queridas, incertidumbre; después, nada. Yo soy optimista: creo en el paraíso en esta vida y en la que viene. Caden no.
Por casualidad, Caden asume el trabajo de Ellen, la mujer que limpia el departamento de Adele. Caden se comunica con Adele a través de las notas que ella le deja a Ellen. Mientras los años corren inevitablemente, Caden incluye cada suceso de su vida en su obra; los ensayos para esta imposible puesta en escena parecen no tener fin. Caden integra al reparto a Millicent Weems (Dianne Wiest), primero en el papel de Ellen y luego como él mismo, sobre el escenario y también fuera de éste, porque le parece que Millicent comprende cómo se siente, cuáles son sus miedos y añoranzas. Ahora Millicent dirige la obra y la vida de Caden.

IV
Millicent: As the people who adored you stopped adoring you, as they died, as they moved on, as they shed you, as you shed them, as you shed your beauty, your youth, as the world forgets you, as you recognize your transcience, as you begin to lose your characteristics, one by one, as you learn there is no one watching, and there never was, you think only about driving, not coming from any place, not arriving any place, just driving, counting off time. Now you are here; it's 7:43. Now you are here; it's 7:44. Now you are... gone.

viernes, 3 de julio de 2009

La increíble y triste historia de un tal Juan (Primera de tres partes)

Hace unos días, al pasar frente a un puesto de periódicos, reparé en la portada de una de esas publicaciones amarillistas, cuyo nombre ahora se me escapa, que escandalizaba a sus lectores con grandes letras negras sobre un fondo rojo: JUAN PÉREZ: MUERTO EN SU CELDA. El reportaje narraba, con la estridencia y el morbo propios del género en cuestión, lo que ahora sabemos fueron las últimas horas de un tal Juan Pérez antes de dejar este mundo por propia mano. Leer el recuento de la partida de este personaje y los acontecimientos que llevaron a su triste final me inspiró a dar mi versión de los hechos, no por encontrarlos indispensables para una descripción crítica de los tiempos que corren, sino porque en estos precisos tiempos democráticos que vivimos todos tenemos derecho de opinar hasta sobre las cuestiones que, para algunos, resultan totalmente prescindibles.

La historia no comienza hace mucho que digamos, pero sus antecedentes se remontan, como los de cualquier otra historia, a la tierna infancia de nuestro protagonista. De niño, a pesar de que el tal Juan tenía una fascinación peculiar por la escritura, nunca pensó que pudiera escribir “bien”. Y mucho menos creyó que, algún día, escribir pudiera generarle alguna ganancia tangible, monetaria pues. “Escribir como los que a eso se dedican”, ensoñaba Juan de niño entre hojas de papel y lápices que revoloteaban a su alrededor, aunque no hubiera sabido explicar bien a bien quiénes eran o qué hacían. Sus tareas escolares, pese a su letra pareja y redondita, dejaban mucho que desear. Ciertamente, Juan no había pensado en ser escritor cuando la maestra Toñita le preguntó: “¿Qué quieres ser de grande Juanito?”. Ya adolescente, garabateaba notas para Doña Remigia, su madre, cuando por irse de reventón con Carlitos, su único amigo, pedía no ser despertado muy temprano a la mañana siguiente. Juan utilizaba las palabras escritas para cuestiones diversas, pero nunca como un oficio o como fruto de una vocación innegable.

En su vida adulta, escribir para Juan parecía reducirse a tomar los recados de su jefe, el Lic. González, sobre las incontables llamadas telefónicas que la esposa de éste le dejaba a diario. “Nada de llamadas Juanito”, le advertía el Lic., “y mucho menos si son de Elsa. Nomás tómale el recado”. El tal Juan redactaba sus reportes puntualmente, con bastante buena ortografía y, de vez en cuando, se atrevía a chatear para intentar ligarse alguna chica, sin resultado alguno. Pero una noche que Juan miraba la televisión, algo en las imágenes y los sonidos que lo bombardeaban desde la caja idiota hizo crecer en él la necesidad de escribir. Una necesidad urgente, imperiosa. Un ansia incluso. Una condena, sabríamos más tarde. Algo así como un deseo que surgía directamente desde su estómago y se disparaba hacía su cerebro. Juan nunca imaginó que esa explosión súbita de inspiración pudiera cambiar radicalmente su vida.

Como cada noche, Juan llegó a casa del trabajo y trató de hacerse del control remoto de la televisión, invariablemente prendida en el horario estelar de cierto canal que hipnotizaba a sus cautivos espectadores. Doña Remigia religiosamente veía la telenovela de las 9 y Juan lograba algunas pocas veces viajar por las ondas hertzianas para ver si algo, un poco menos predecible, estaba en la tele. “Solo en los comerciales, Juanito”, le decía su madre, “porque si no me pierdo la parte más emocionante de mi comedia”. ¡Qué hubiera sido de él de haber cambiado el canal justo en ese momento! El dedo índice de Juan titubeó por un segundo antes de apretar el botón: su atención se fijó en una enorme paleta de hielo que, como un gran señuelo verde, agitaba de un lado a otro de la pantalla una rubia edecán. “¡Un auto!”, gritaba la voz en off del anuncio. “Cuéntanos cómo lograste conquistar a la chica de tus sueños con Helados Escocia y gánate, ¡un auto!”. “Un auto”, pensó Juan, “con un auto si que podría conquistar a la chica de mis sueños”. Necesitaba ganarlo. Y se le hizo fácil correr a su habitación, tomar pluma y papel y empezar a escribir.

Juan mandó por correo, ciertamente sin esperanza, la carta de su conquista imaginada gracias a una paleta de fresa con cobertura de chocolate. “Sólo son tonterías”, pensó. Cuando le llamaron de Helados Escocia, tres semanas después, para informarle que había sido el ganador, Juan no se lo creía. “Un auto...un auto...”, balbuceaba por el auricular sin poder darle sus datos completos al telefonista que desesperaba frente al titubeo del “flamante” ganador. Juan se dio cuenta de los beneficios de la escritura al momento justo en que, tembloroso, sostenía las llaves de su Jeep Libertine nuevo. “Unas cuantas palabras inventadas”, se dijo, “y semanas después estoy manejando un auto”. Juan no pudo aguantarse las ganas de ir a presumir el auto con su hermano y cuñada. Hasta sus sobrinitos le hicieron fiesta: “¡Ora si nos puedes llevar el domingo a ver el programa del Chimuelo en vivo!”, gritaban los niños, mientras brincoteaban sobre las vestiduras de piel negra del primer automóvil que Juan había tenido en su vida.

Así inició la carrera criminal del tal Juan. Quien hubiera imaginado que ese primer sorbo de notoriedad, de reconocimiento y estima, creara en el un “monstruo que no conoce la moral ni la decencia”, un “infeliz bastardo malnacido”, como tantas veces escuchó decir a los personajes de las telenovelas de su madre. Después de su éxito en el concurso de Helados Escocia, Juan decidió repetir la hazaña cuando volviera a tener oportunidad. Y esa oportunidad no se hizo esperar: una mañana de domingo en el famoso programa de concursos del Chimuelo, Juan escuchó la consigna que le confirmó su vocación de escritor: “¡Avalanchas Piel Roja te lleva de viaje! Amiguito: si nos escribes una cartita contándonos sobre el lugar al que te gustaría ir con Avalanchas Piel Roja, ¡nosotros te pagamos el viaje!”. “Bien, muy bien”, murmuró Juan para si. “Esto es pan comido. Seguramente los “amiguitos” del Chimuelo van a escribir puras babosadas y, para babosadas, las mías”, pensaba Juan mientras se rascaba la cabeza con la punta de un lápiz. Juan escribió una y mil travesías en su avalancha: los Campos Elíseos, la Alhambra, incluso se imaginó a si mismo, trepado en su vehículo infantil, paseando por la franja de Gaza. “No, muy político”, pensó Juan. “No, muy intelectualizado; demasiado...culto...”. Juan terminó mandando la carta que le pareció más acorde al típico fanático del Chimuelo y, tras firmar con el nombre de uno de sus sobrinos, José Pérez, salió a toda prisa a la oficina de correos. “Si esto funciona”, se dijo Juan mientras regresaba a casa, “supongo que la suerte está de mi lado”.

Y, efectivamente, la suerte -o la desgracia, ¡quien puede decirlo!- estaba del lado del tal Juan. Un domingo, dos meses más tarde, el Chimuelo anunciaba la lista de ganadores del viaje cortesía de Avalanchas Piel Roja: el nombre de José Pérez fue el cuarto de cinco en ser mencionado. La mayor sorpresa se la llevó el sobrino de Juan, el verdadero José Pérez, al escuchar su nombre pronunciado por el mismísimo Chimuelo en cadena nacional. “¡Tío, tío, me gane un viaje!”, se escuchaba la voz chillona del “sobrinito” por el teléfono celular de Juan, mientras Juanito articulaba en su cabeza las palabras que diría al niño y a su madre. Si el tal Juan se hubiera detenido un segundo a pensar sobre los problemas que podría causarle hacerse pasar por otra persona, nada de lo que sabemos sucedió hubiera sucedido. Pero, como no hay hubieras, este comentario resulta intrascendente. Esa tarde de domingo la cuñada de Juan ocupó el segundo lugar en el “sorpresímetro”, para usar el término del Chimuelo. Los reclamos no se hicieron esperar cuando confrontó a su angelito: cómo que su nene había escrito al programa sin el permiso de mamá, cómo que su nene no era quien había enviado la carta, cómo que el tío Juanito lo había hecho... Así que, para disfrutar su viaje a Disneylandia –no se le ocurrió ningún otro lugar donde dejaran manejar avalanchas-, el tío Juanito tuvo que prometerle a su cuñada cuidar de José, hacerlo comer y dormir a sus horas y bien y nada, nadita de locuras. Esta era la segunda vez que nuestro Juan sentía orgullo y, ¡para que negarlo!, también el respeto de su familia, aunque matizado por el fastidio que le provocaron las indicaciones de su cuñada.

Continuará la próxima semana...