martes, 30 de junio de 2009

El top ten de la semana: mis 10 musicales favoritos

Antes yo también me preguntaba: ¿por qué bailan y cantan a la menor provocación? La gente "común y corriente" no va por la vida cantando nomás porque pasó la mosca, ¡eso no pasa! Cuando el fantasma de la verosimilitud por fin me dejó en paz, entendí que eso si que pasa en los musicales: es el distintivo que le da al género su razón de ser. Si bien es inverosímil que Tony Montana le haga una balada romántica a his little friend o que Jason y Freddy resuelvan sus disputas bailando reggaetón, para los personajes de un musical es lo más natural y adecuado. Pensé que iba a ser mucho más sencillo escoger diez fabulosos musicales, tomando en cuenta que no he visto -o no me gustan- tantísimos de los clásicos americanos y de los musicales de Bollywood y que tampoco estoy considerando las películas de Tin Tán para este conteo. Pero no lo fue: dejé muchos fuera. He aquí mis 10 películas musicales preferidas y, por primera vez en un top ten mío, el orden de aparición ¡si es importante! Incluyo solo tres videos ilustrativos para que este post no sea kilométrico...

1. The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975). Cuando mi amigo Ulises, hace ya bastante tiempo, gritó escandalizado: "¡¿Cómo que no la has visto?!", yo no imaginaba de lo que me había perdido. A pesar de haber escuchado hasta el cansancio El Baile del Sapo gracias a Julissa y Timbiriche, el Time Warp original me sonó muy fresco. Una noche tormentosa, Brad (Barry Bostwick) y Janet (Susan Sarandon) llegan al castillo del excéntrico Dr. Frank-N-Furter (Tim Curry, excelente) para pedirle prestado el teléfono. Nunca imaginaron que se encontrarían con harto rock, muchos freaks e igual cantidad de tentaciones.

2. Hedwig and the Angry Inch (John Cameron Mitchell, 2001). Una de esas películas con las que te topas de manera fortuita y después agradeces enormemente la casualidad. Con un soundtrack desgarrado y maravilloso, este musical de culto cuenta la historia de amor, traición y acoso entre Hedwig (el mismo Mitchell) y Tommy Gnosis (Michael Pitt). El sueño americano de Hansel, vuelto Hedwig para salir de Alemania Oriental y liderear una banda de rock, termina cuando su examante Tommy le roba sus canciones y accede, solo, al estrellato. Esta es Hedwig en una escena de la película, cortesía de abbabeffy:



3. Pink Floyd: The Wall (Alan Parker, 1982). ¿Qué se puede decir sobre The Wall que no se haya dicho antes? ¿Que es entrañable, visualmente seductora y musicalmente inigualable?

4. Hair (Milos Forman, 1979) o de cómo la Guerra de Vietnam hizo a los hippies. Claude (John Savage) si quiere ir a la guerra como buen patriota que es. Pero, para su fortuna (o desgracia), se encuentra en Central Park con Berger (Treat Williams) y su troupé de hippies, quienes le muestran a través de las coreografías de Twyla Tharp su filosofía de amor, paz y mota. Gracias a Jalima por haberme puesto esta gran película en su casa un buen día de ocio.

5. Dancer in the dark (Lars von Trier, 2000). Selma (Björk, fantástica), una emigrante checoslovaca, se rompe el alma en una ciudad americana para sacar adelante a su hijo Gene (Vladica Kostic). La música de las máquinas en la fábrica donde trabaja con Kathy (Catherine Deneuve) y La Novicia Rebelde le hacen la vida más llevadera, hasta que la tragedia estalla. Me encantó la crítica de von Trier a la "justicia" gringa; pero, ah, pinche Selma, ¡cómo me hiciste sufrir en este película!

6. Hum Aapke Hain Koun...! (Sooraj R. Barjatya, 1994). Cursi, muy cursi, pero ingenua, pegajosa y colorida. ¡Quién soy para ti! es la quintaescencia del cine de Bollywood, además de ser uno de los filmes más taquilleros en la historia de la India. Prem (Salman Khan) y Nisha (Madhuri Dixit) se aman a pesar de que, parece, no están destinados el uno para el otro. Qué más les queda que darle cuerda a la "guerra de los sexos" y planear una elaborada boda -en la que se casarán la hermana de ella y el hermano de él- mientras cantan y bailan. A continuación, un número musical de esta película, verdaderamente máximo, cortesía de rajshri:



7. The Wizard of Oz (Victor Fleming, 1939). Mucho antes de que Willy Wonka apareciera en escena, ya existía un mundo maravilloso con pequeños munchkins bailarines, monos voladores y caballos que cambian de color. Mis prejuicios ideológicos ("¿de veras?", dice el cínico que llevo dentro) me impidieron verla durante muchos años. Afortunadamente me animé y no me arrepiento. Hasta me cayó bien la ñoña de Dorothy (Judy Garland), aunque siempre seré fan de la Malvada Bruja del Oeste (Margaret Hamilton).

8. Une femme est une femme (Jean-Luc Godard, 1961). Algunos dicen que es un homenaje a los musicales de la MGM, pero yo la incluí porque me encanta. Angela (Anna Karina), una chica que se dedica al striptease, cree que ha llegado el momento de tener un hijo. Su novio Emile (Jean-Claude Brialy) no está de acuerdo, por lo que Angela recurre al mejor amigo de Emile, Alfred (Jean-Paul Belmondo). Este es el único número propiamente musical en la segunda película filmada por Godard, cortesía de sedmikrasky:



9. The Happiness of the Katakuris (Takashi Miike, 2001). Animación, mal de ojo, bailes impecablemente coreografiados, comedia y... un volcán: esta divertida e innovadora película tiene de todo. Masao y Terue Katakuri (Kenji Sawada y Keiko Matsuzaka) deciden que lo mejor para su familia es mudarse a la tranquilidad del campo y administrar allí un hostal. El problema es que cuando su primer huésped se suicida, los Katakuri deben deshacerse del cuerpo para evitar problemas con la policía y mantener el negocio funcionando.

10. Moulin Rouge! (Baz Luhrmann, 2001). Para disfrutar esta cinta es necesario tener una cultura musical bastante pop; de lo contrario no hace gracia escuchar el hilarante popurrí que incluye, entre otras canciones, I was made for loving you de Kiss, All you need is love de Los Beatles, In the name of love de U2 y I will always love you de Whitney Houston. A ritmo de voulez-vous coucher avec moi e inmersos en la agitada vida nocturna parisina, la ambiciosa "cortesana" Satine (Nicole Kidman) y el pobre poeta Christian (Ewan McGregor) se enamoran. Pero su relación tiene que ser imposible y trágica porque sino no habría película.

sábado, 27 de junio de 2009

Hay de madrastras a madrastras: sobre A tale of two sisters y The Uninvited

En mi búsqueda por emociones fuertes -sin efectos secundarios aparentes- procuro ver películas de terror con frecuencia. Y eso que yo, como el niño de Sexto sentido, he visto gente muerta o meros fantasmas, si así prefieren llamarlos. El problema es que las cintas del género casi siempre me desilusionan. Las que he visto recientemente me han parecido un compedio de aparatosidad, lugares comunes reinterpretados -según dicen- y mucho dinero empleado en efectos especiales, pero eso si: ningún escalofrío. Ahí les va una pequeña lista: Queen of the Damned (Michael Rymer, 2002), con todo y vampiros legítimos; la infamemente mala y tan gratuita que da coraje The Strangers (Bryan Bertino, 2008); la espinosa y visceral Splinter (Toby Wilkins, 2008); y The Unborn (David S. Goyer, 2009), con todo y Gary Oldman haciéndola de rabino exorcista. Hasta la sueca Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008) no se me hizo tan excelente como me la pintaron. Cuando me enteré que una de las películas coreanas de miedo que, según yo, hace honor al género, ya tenía remake gringo, ni tarda ni perezosa la baje de internet. Que burra, porque nomás hice entripado y terminé volviendo a ver la original...

A tale of two sisters
(Ji-woon Kim, Corea del Sur, 2003) es una de las pocas películas de terror que deveras me han dado miedito. Además, como su nombre lo indica, es una tremenda historia de amor y lealtad entre dos hermanas. La versión americana de ésta, The Uninvited (Charles y Thomas Guard, 2009), a estrenarse en México en julio de este año, hace de la trama coreana un mal thriller de fantasmas, introduce hartos elementos que ni al caso y termina con una vuelta de tuerca demasiado dramática y efectista. Ya lo se: quien me manda a ver remakes. No creo que todo remake palidezca frente al original, ni que inevitablemente sea peor a comparación de la cinta que le dio fundamento, pero The Uninvited frente a A tale of two sisters equivale a comparar esa copia al carbón que quiso hacer Van Sant con el Psycho de Hitchcock... aunque por las razones totalmente opuestas. Si el problema que yo creo tiene la versión de Psycho de Van Sant es haber querido imitar, escena por escena, casi toma por toma, el original de Hitchcock, mis objeciones con The Uninvited se articulan alrededor de lo contrario: los hermanos Guard le metieron tanto de su cosecha a la cinta de Kim (y, sobre todo, en detrimento de su esencia fundamental) que la dejaron casi irreconocible.

¿Qué comparten A tale of two sisters y The Uninvited? Dos hermanas que, tras la muerte de su madre, regresan a casa de su padre para encontrarse con su muy malvada madrastra. Lo demás no se los cuento para no agüarles la diversión, aunque si puedo apuntar hacia ciertas diferencias críticas entre ambas cintas. El tono de A tale of two sisters es en verdad tétrico aunque extrañamente bello gracias a los motivos florales que aparecen recurrentemente en la puesta en escena y el vestuario. The Uninvited es luminosa: nos recuerda una y otra vez que estamos en una hermosa masión de Nueva Inglaterra a orillas de un plácido lago y, para darle un toque sombrío, invoca a la infalible noche tormentosa. La relación entre las hermanas Soo-mi (Su-jeong Lim) y Soo-yeon (Geun-yeong Moon) nada tiene que ver con las hermanas gringas, Anna (Emily Browning) y Alex (Arielle Kebbel): la primera es sutil y entrañable, mientras que la segunda es demasiado estereotípica, ajustada a la fórmula "hermana grande reventada vs hermana pequeña madura". Eun-joo (Jung-ah Yum), la madrastra coreana, es perversa como ella sola y vaya que hace palidecer a Rachel (Elizabeth Banks), su victimizada contraparte americana. La película de los hermanos Guard incluye una serie de personajes y situaciones que no están presentes en la cinta coreana: el interés amoroso de Anna, Matt (Jesse Moss), quien además resulta ser un testigo de lo que en verdad ocurrió; los fantasmitas de los niños Wright que dan pie a la subtrama detectivesca y hasta un digno representante de la ley y el orden: el Sheriff Emery (Kevin McNulty), quien pone a la loca de Anna en su lugar tras su fuga automovilística. En este sentido, la cinta de Kim economiza recursos narrativos y, con solo cuatro personajes principales, ahonda en la relación entre éstos y explota efectivamente sus fobias y culpas. Finalmente, la escena de la cena en A tale of two sisters es terrorífica, mientras que su homónima en The Uninvited no pasa de ser una dinner-party gone a little bad.

Si quieren ver ambas películas, ciertamente recomendaría ver primero la magnífica
A tale of two sisters (aunque los últimos 20 minutos sean difíciles de entender, lynchescamente hablando) y dejar para después The Uninvited. A mi me entretuvo bastante, como si se tratara de dos ilustraciones similares, descubrir todas las diferencias.


¿Por quién vota el que no vota?

Queridos lectores:

Es un hecho consumado que no votaré en estas elecciones intermedias. Ni siquiera tengo la intención de buscar el sitio donde se colocará la casilla que me corresponde (y de encontrármela en la calle ese fatídico 5 de julio próximo en que los mexicanos quesque vamos a votar, pasaré sin ver). La decisión fue tomada desde la desesperanza, la frustración y el descontento. En un estado como éste -borderline entre el cinismo y la depresión- prefiero explicarme a través de las palabras de otros. El artículo de Ilán Semo publicado en La Jornada del 27 de junio de 2009 refleja mi sentir sobre el abstencionismo y el denominado anulacionismo. Semo habla, entre otras cosas, de las razones por las que muchos justificamos como postura crítica no ser partícipes de
"un sistema electoral incapaz de afianzar las condiciones mínimas que le permiten hacer del voto la razón de su existencia". O sea: ¿pa' que votar? ¿Cómo para qué dadas las patéticas condiciones institucionales de este país? Me adscribo a la conclusión de Semo: "Abstenerse o anular son dos formas de hacer presente una ausencia: la de los ciudadanos que disienten no entre sí sino de la forma en como se ha creado el consenso mismo. Habrá que ver los efectos que tiene cada una de estas variantes de un llamado a reformar lo que nadie, en la sociedad política, ni siquiera quiere mencionar".

Una advertencia: no estoy haciendo campaña para fomentar la abstención ni la anulación de votos -cada quien siempre tendrá la última palabra, sobre todo si se trata de una cuestión tan personal, "libre y secreta" como es el voto-, pero como he dicho múltiples veces que lo mío, lo mío, es el abstencionismo razonado y expresado públicamente, ésta es mi manera de tratar de ser congruente. Píquenle al link para leer el artículo completo.

Saludos desde Escanbronx, un barrio perdido en la inmensidad de la Ciudad de México (últimamente muy ruidoso, por cierto), nimbemon...


La Jornada: ¿Por quién vota el que no vota?

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lunes, 22 de junio de 2009

2012: que nos agarre confesados...



Hollywood lo hizo de nuevo, solo que esta vez es más espectacular y aterrador que nunca. 2012 de Roland Emmerich amenaza con estrenarse en Estados Unidos el próximo 13 de noviembre. Si antes -Independence Day (del mismo Emmerich, 1996), Armageddon (Michael Bay, 1998), The day after tomorrow (otra de Emmerich de 2004), War of the Worlds (la de Spielberg de 2005)- ya nos habían atormentado con dramas apocalípticos alrededor de la posible destrucción total del planeta cuyo final feliz, al menos para sus protagonistas, nos daba un respiro, ahora 2012 pretende ser the ultimate catastrophe film y no dejará piedra sobre piedra. Esta vez no son los extraterrestres ni los meteoritos ni el calentamiento global: son los mayas quienes "nos advirtieron que este día llegaría" y desde hace mucho tiempo. Es un hecho entonces porque la antigua sabiduría maya, según Hollywood, es infalible; ora si que nadie nos salva. El fin del mundo ya no depende de marcianos belicosos, ni de jugarretas de asteroides monumentales, ni de la venganza de la tierra tras el impune abuso de sus ecosistemas: es una profecía y, como tal, se cumplirá querrámoslo o no. Con este panorama, no puedo imaginarme el final feliz de 2012 porque no veo de qué manera, dada la magnitud de la catástrofe, nuestros heroes salvarán al mundo o lo que quede de éste o, por lo menos, a sus seres queridos y a uno que otro superviviente (dicen que con unos ships -¿spaceships?- que el gobierno, obviamente gringo, está construyendo para asegurar la continuidad de la especie y donde solo cabrán, no se escandalicen, gringos). Este trailer -cortesía de cartes1981- nos muestra cómo se desmorona el Cristo Redentor de Río de Janeiro, cómo se resquebrajan los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano (con todo y Vaticano) y cómo un maremoto destroza un pequeño e indefenso monasterio budista en lo que, supongo, es el Tibet. ¿Qué significa esto? ¿Que ya ni llorar es bueno?

Pero si piensan que todo está perdido, que las religiones del mundo están a merced de la paranoia hollywoodense, no se inquieten: hay esperanza todavía. He aquí la muestra de ello, cortesía de ShowMeThyWay:



"Cuando suceda, algunos estarán durmiendo. Otros estarán despiertos. Y El viene a este mundo en un abrir y cerrar de ojos. Lea al respecto... antes de que sea demasiado tarde". Es decir: conviértase al cristianismo antes de que la fantasía de 2012 sea una realidad. Está demás decir que yo no me suscribo a este tipo de propaganda. No porque sea atea, sino todo lo contrario: como creyente educada en una sociedad laica (antes de que el panismo quisiera imponer su moral católica en la vida pública) considero que por más que a mi me haya sido dado creer en Allah no puedo amendrentar a alguien para que se vuelva musulmán. Cualquier conversión (la fé misma) es un sutil proceso entre el alma y su Señor. Me parece una especie de terrorismo espiritual meterle miedo a la gente con esto de que nos caerá la macacoa en 2012 -lo cual solo Dios sabe- y usar un discurso del tipo como estrategia para conseguir adeptos. El hecho de que ShowMeThyWay (cuyo sitio no explica qué tipo de ministerio cristiano es) exprese su mensaje en forma de "trailer", con un flagrante vínculo a la cinta 2012, es evidencia de ello. Con maniobras como éstas y amenazas del infierno no es de extrañar que muchos estemos a la defensiva cuando algún predicador de cualquier adscripción religiosa toca a nuestra puerta o nos ofrece un volante en la calle. Hollywood se la pasa instigando el terror, entre otras monadas, por lo que un discurso enfocado al espíritu (ay, ilusa de mi...) debiera precisamente combatir esta tendencia. Si mal no recuerdo fue el místico bengalí Sri Ramakrishna quien dijo que la verdadera religión es aquélla que libera al alma del miedo. Yo le creo.


viernes, 19 de junio de 2009

El top ten de la semana: 10 argumentos contra Cabrona y Millonaria

Me acabo de topar con una joyita de lo asqueroso: el novísimo blog Cabrona y Millonaria de Adina Chelminsky. No he podido resistir la tentación de destrozarlo, comenzando por el hecho de que el nombre remite a otra joyita de lo asqueroso: Por qué los hombres aman a las cabronas de Sherry Argov. El blog Cabrona y Millonaria surge de un libro del mismo título y, por lo tanto, resulta una argucia mercadotécnica para promoverlo (lo cual, en un país con bajísimas tasas de lectura como el nuestro, finalmente no es tan terrible: algo se tiene que hacer para vender "literatura", aunque sea barata). Además de los recurrentes gazapos ortográficos y gramaticales -no me odien por ser una nazi de la corrección con un problema de dislexia-, mi objeción número uno con los posts de Chelminsky es... seguro ya lo adivinaron... ideológica. Mujeres como ella dan pauta para utilizar palabras como pseudofeminista, clasista y fresa.

1. Editar un blog es tarea que no debiera dejarse al arbitrio del corrector de ortografía de la computadora: es una obligación -incluso ética- si uno se dice escritor. Los
typos de Cabrona y Millonaria hacen pensar que la autora tiene 20 dedos en lugar de 10: mcuhas en lugar de "muchas"; puno en vez de "punto"; rezon por "razón". Releer y corregir un post ya publicado me parece un sagrado y saludable hábito de todo/a bloguero/a [1].

2. Abogar porque el empoderamiento de las mujeres resida en que seamos "cabronas" y encima "millonarias" me parece superficial, engañoso y hasta ofensivo. Si bien Chelminsky
está contra los estereotipos de las princesas de Disney, no es necesario transformarse en la versión femenina de Donald Trump o Carlos Slim (logro imposible para el 99% de las mujeres mexicanas) para tener un sentido de valía y dignidad.

3. Apelar por el alfabetismo financiero en un país con la desigualdad de México es, por decir lo menos, frívolo. Mejor sería exigir la implementación de políticas públicas con sentido de equidad, eficaces y eficientes, para que las necesidades básicas (salud, vivienda, educación, alimentación, trabajo) de una indignante mayoría de la población fueran cubiertas.

4. Decir que uno de los principales obstáculos hacia la libertad financiera de las mujeres es que
tropezamos varias veces con la misma piedra... tarjeta de crédito... me resulta un lugar común esencialmente machista. Según lo que interpreto al leer Cabrona y Millonaria, las mujeres estamos tan embobadas con los zapatos de Manolo Blahnik y las bolsas de Louis Vuitton que sobregiramos las tarjetas casi sin darnos cuenta. ¿Qué este problema no atañe a hombres, mujeres y quimeras por igual?

5. Supongo que resulta innecesario apuntar hacia el grado de clasismo que
Cabrona y Millonaria despliega en el punto anterior. Millones de mujeres en México ni tienen tarjeta de crédito ni se han calzado un par de zapatos carísimos porque su prioridad es la supervivencia diaria de sus familias.

6. Redefinir un término es una labor epistémica y heurística bastante espinosa (perdón por sonar tan académica). A veces, el resultado de esta operación no es del todo exitoso. Chelminsky nos ilustra al respecto:
Cabrona (adjetivo): Dícese de las mujeres que son directas, perseverantes y que luchan por lo que quieren hasta conseguirlo, sin pretextos ni justificaviones. Se aplica a las féminas asertivas, valientes y seguras de si mismas que son congruentes entre lo que piensan, dicen y hacen... Además de que la palabra fémina me parece infame, cabrón etimológicamente ha tenido una connotación de abyección, ruindad, mezquindad, vileza... ojetez para terminar pronto. No se qué de todo esto se puede vincular remotamente con la perseverancia o la valentía. Lo siento, pero yo no quiero ser la versión femenina del macho cabrío.

7. Equiparar dinero a bienestar sin mediación alguna me resulta una barbaridad. Chelminsky dice que una millonaria
mide su riqueza no sólo por la cantidad de pesos y centavos que tiene, sino también por la seguridad, libertad y, obviamente, el placer que el dinero le permitye tener. Llámenme utópica, ilusa o sufi: el dinero -bien lo saben Midas, el Chapo Guzmán, Gerry y Kate McCann (magnates padres de Maddy, la niña de tres años desaparecida en 2007) y hasta Jamal Malik de Slumdog Millionaire- trae más quebraderos de cabeza y corazón que satisfacción y sosiego.

8.
Regla # 1: Ama a tu dinero como a ti misma... sin comentarios.

9. Asumir que a una mujer le
cuesta trabajo ser cabrona por culpa, pena, miedo o inseguridad (entre otras razones) es abiertamente sexista y prejuicioso. Al declarar esto, Cabrona y Millonaria me hace pensar que algunos hombres (si no es que todos) están libres de remordimiento y vergüenza y son valientes y confiados de sí mismos: es decir, sus características innatas les permiten ser cabrones. ¿Qué tal si uno decide que no quiere ser cabrón o cabrona porque nomás no le interesa serlo? ¿O por puritita decencia, humildad y convicción?

10. Incluir a artistas de la talla de Britney Spears, Avril Lavigne, Beyonce y Jessica Simpson en la lista de las canciones para inspirar a la cabrona hecha o en proceso es risible. No hay un ápice de sensibilidad, intelecto o sutileza en ninguno de estos nombres. Bueno, qué se puede esperar de un blog titulado
Cabrona y Millonaria...

Para visitar el blog Cabrona y Millonaria de Adina Chelminsky, he aquí el link: http://cabronaymillonaria.blogspot.com/

Nota
1. Que quede asentado que ninguno de los dedazos en este escrito es mío. No por nada empleo horas y horas en la edición de mis textos. De algo tengo que jactarme, ¿no? Además, este texto fue reeditado el 23 de agosto de 2011: un dedazo mío fue corregido, un par de palabras modificadas e incluí el link al bló de Adina, nomás pa' que puedan revisar la fuente de la cual parte este Top Ten.

martes, 16 de junio de 2009

29 Foro de la Cineteca. Sobre Vals con Bashir de Ari Folman

La culpa y el remordimiento, queridos lectores, no olvidan ni descansan y, tarde o temprano, pasan caro su factura. Ari Folman (Haifa, 1962) lo sabe muy bien. Vals con Bashir (Waltz with Bashir, Israel / Francia / Alemania / Estados Unidos / Finlandia / Suiza / Bélgica / Australia, 2008) es su manera muy personal de saldar esa factura a propósito de la masacre de Sabra y Shatila, ocurrida en Beirut entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982.

La historia del llamado Medio Oriente siempre me ha parecido endiabladamente compleja. Comprender a profundidad los avatares de las alianzas, traiciones y guerras entre los países y organizaciones árabes y el Estado de Israel en los últimos 50 años requiere otros 50 años de estudio. A pesar de la dificultad, ahí les va un diminuto background del momento histórico que compete al corazón narrativo de Vals con Bashir: el 6 de junio de 1982 Israel invade Líbano que, desde 1975, sufría la devastación de una guerra civil. El pretexto de la invasión fue el atentado contra el diplomático israelí Shlomo Argov, ocurrido en Londres y perpetrado por la Organización Abu Nidal, un grupo terrorista árabe. Esta invasión, bajo el nombre de Operación Paz para Galilea, también permitía a Israel combatir a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que había lanzado varios ataques contra objetivos israelíes desde territorio libanés. Entre junio y agosto, las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) sitiaron Beirut para erradicar a los combatientes de la OLP allí asentados y durante este sitio Bashir Gemayel, un muy joven político cristiano maronita, fue elegido presidente del Líbano con el apoyo de Estados Unidos e Israel. El 14 de septiembre de 1982, menos de un mes después de su triunfo, Bashir fue asesinado: una bomba, de procedencia siria, explotó mientras daba un discurso a los miembros de su partido, los Falangistas. Éstos decidieron que alguien tenía que pagar por la muerte de Bashir: los civiles del barrio de Sabra, pobre y musulmán, y del contiguo campo de refugiados palestinos de Shatila. Al abrigo de las FDI, los Falangistas realizaron una de las masacres más sangrientas en la historia reciente del Líbano, cuyo número total de víctimas fatales oscila entre 2,000 y 3,500.

Folman, a sus 20 años, llega a Beirut como parte de las FDI. Veinticuatro años después parece haber olvidado por completo esa etapa de su vida hasta que Boaz, un compañero de armas suyo, le cuenta un sueño que ha tenido recurrentemente: 26 perros enfurecidos lo persiguen demandando respuestas, 26 perros asesinados durante la invasión al Líbano. La secuencia inicial de Vals con Bashir es sobrecogedora y deslumbrante y definitivamente marca el tono de este documental animado que es -y no exagero al decirlo- el epítome de lo bello y lo terrible. Con la esperanza de reconstruir su pasado y determinar cuál fue su papel en los hechos, a lo largo de dos años Folman platica, principalmente, con viejos amigos y camaradas quienes, a través de sus historias de guerra, fragmentarias y a veces contradictorias, lo conducen hasta aquellos oscuros días de septiembre de 1982. Las anécdotas que despliega Vals con Bashir transitan de entre lo onírico, lo absurdo y lo sublime, pero nunca dejan que el espectador olvide el drama humano de éste o cualquier otro conflicto armado. La secuencia final -escenas reales tras la matanza de Sabra y Shatila- es sencillamente devastadora. Hacía mucho que una película no me conmovía tanto.

De una factura impecable, Vals con Bashir es una reflexión sobre las razones de la desmemoria frente al absurdo de la guerra (que me recuerda a esa otra película animada, entrañable y magnífica: Persépolis de Marjane Satrapi). Tal vez mi único y gran pero es que Folman, tan preocupado por el asunto de la responsabilidad, no exhibe ni se cuestiona en Vals con Bashir sus razones para haber participado en la Operación Paz para Galilea: en aquel 1982, ¿era un patriota israelí, un fanático antimusulmán o un hombre muy joven que fue enlistado a la fuerza sin saber qué le deparaba Beirut? Como espectador, el no saber su postura política entonces exime de culpa, hasta cierto punto, a Folman, cualquiera que sea su postura política ahora. El desconcierto de la guerra no aniquila en sus protagonistas la toma de partido, al contrario: la magnifica. A pesar de que las imágenes de Vals con Bashir son demoledoras, me resultan un poco asépticas al ignorar su procedencia ideológica. En fin, salvo mis obvios prejuicios de rojilla musulmana, esta cinta es una joyita de lo estupendo. No se la pueden perder. El trailer es cortesía de Pandora Film Verleih.





Estragos




























Otra vez me dieron las 4 AM (¡changos!) y yo sigo sin poder despegarme de este teclado, de esta pantalla, nomás acordándome de... Como dice Juan Gabriel (de cuya inspiración ya había hecho uso en este blog):
Abrázame que el tiempo pasa y nunca perdona, ha hecho estragos en mi gente como en mi persona. Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo. Abrázame que el tiempo es oro si tu estas conmigo... Si: vaya que el tiempo es oro, es cruel y malo y, sobre todo, no perdona a nadie.

Recuerdo cuando tomé esta foto: estaba en Pozolapan, Veracruz, y era el verano de 1994 (por alguna extraña razón, solo tengo transparencias de las fotos de ese viaje). Estaba enamoradísima de mi primer novio de verdad, estudiaba Sociología en la UNAM y la vida era sencilla, dulce y divertida. En ese viaje descubrí a Pink Floyd (un poco tarde a comparación de muchos, ¿no?) y atisbe el grado extremo de la pobreza en México cuando Lulú, Gugue y yo nos embarcamos en una misión profiláctica con Mexfam en la Sierra de los Tuxtlas. Jamás había ayudado a un ginecólogo a hacer un papanicolau ni sabía que las escuelas bilingües de esa región enseñan popoluca y castellaño a sus alumnos. Nunca había sentido tanta hospitalidad como en esas comunidades dolorosamente marginadas y hasta hoy día no he probado unos tamalitos de elote tan buenos como los que nos dieron aquella vez.

Corte a: 15 años después. Dios sabe cuántos kilos y quebrantos después. La vida sigue teniendo sus momentos de diversión (que conste que no estoy tan deprimida), pero se ha vuelto agridulce -trilce como diría César Vallejo- y a veces complicada. Ahora no puedo decir que estoy enamorada de alguien, tal vez todavía un poquito, porque para mi recién impuesta soltería decir eso no es recomendable. Sigo estudiando -¡quien lo hubiera pensado!- Antropología esta vez y sigo escuchando a Pink Floyd. Hace añales que no veo a Lulú y Gugue, aunque el Facebook me da una sensación de cercanía con ellas, virtual, claro está. México sigue igual o peor de pobre que hace 15 años y no he vuelto a los Tuxtlas. Pasó el tiempo e inexorablemente nos hicimos más viejos. Y después de todos estos años, Juan Gabriel sigue cantando: Abrázame que el tiempo hiere y el cielo es testigo que el tiempo es cruel y a nadie quiere. Por eso te digo: abrázame muy fuerte amor, mantenme así a tu lado. Yo quiero agradecerte amor todo lo que me has dado...


domingo, 14 de junio de 2009

29 Foro de la Cineteca. Sobre La clase de Laurent Cantet

He aquí una pesadilla que tuve recurrentemente durante algunos años: un salón atestado de adolescentes indomables... y yo tratando, sin éxito, de darles clase de inglés. Adolescentes que, muy adolescentemente, no están interesados en nada de lo que los adultos -sobre todo sus maestros- tengan que decir. Adolescentes a los que en el sueño (y en la vida real) se les puede dar muchos adjetivos: insolentes, remilgosos, flojos, descarados, apáticos... No por nada se dice que la ignoracia y la juventud son atrevidas. La clase (Entre les murs, Francia, 2008) es precisamente esa pesadilla llevada a la pantalla. Aunque no todo en esta cinta, ni en mi propia experiencia docente con adolescentes indomables (he de confesarlo), fue pesadillezco.

Para empezar, La clase dista mucho de ser la trillada historia gringa de redención escolar, descubrimiento personal y hazañas educativas (ejemplos abundan: Mentes peligrosas de 1995 con la "maestra" Michelle Pfeiffer, La sonrisa de Mona Lisa de 2003 con la "maestra" Julia Roberts o Escritores de la libertad de 2007 con la "maestra" Hillary Swank son solo algunos). Esta cinta de Laurent Cantet adapta al cine la novela Entre les murs escrita por François Bégaudeau, un verdadero maestro de secundaria en una escuela multicultural de un conflictivo barrio parisino. Entre las cuatro paredes del salón de clase, François (el mismo Bégaudeau) batalla cada día por ser coherente, persuasivo y justo al tratar de enseñar francés a su grupo de adolescentes de diversos backgrounds étnicos. François no quiere cambiarles la vida ni revelarles el sentido de la existencia: no es el maestro inspirador y cursi de las películas gringas.

La clase
reconstruye de manera muy efectiva y divertida la compleja relación entre François y sus alumnos que, como puede atestiguar cualquier maestro de secundaria, se caracteriza por un constante estira y afloja, un tránsito entre la agresión y el entendimiento mutuos. El punto culminante de esta relación se presenta cuando Souleymane (Franck Keïta), un chamaco problemático de ascendencia malí, tras una discusión futbolera, sale del salón de clase de manera intempestiva y accidentalmente golpea en la cara con su mochila a Khoumba (Rachel Reguliere), haciéndole sangrar copiosamente. Para dirimir el asunto, François accede a convocar un Consejo Disciplinario, no muy convencido de su efectividad, el cual muy seguramente resultará en la expulsión de Souleymane. El dilema moral de François se intensifica cuando Khoumba le dice que, de ser expulsado, el padre de Souleymane lo mandará a Mali. Y ya no les cuento más para no arruinar el final.

A medio camino entre el documental y la ficción,
La clase articula su discurso explorando temas relativos a la disciplina escolar: las llamadas de atención y amenazas, las faltas y castigos y, sobre todo, su legitimidad y efectividad para construir un ambiente de aprendizaje más o menos óptimo: ¿hasta qué punto tiene que convertirse una escuela en prisión, tanto para los maestros como para los alumnos, si quiere evitar transformarse en tierra de nadie? La clase no da respuestas definitivas a este cuestionamiento y ahí yace su principal acierto: no propone una moraleja final en la cual los maestros buena onda pero rudos llegan al corazón y al cerebro de los adolescentes rebeldes, los encaminan hacia el bien y así ya no tienen por qué castigarlos. Aunque esta película no me pareció magistral como se le ha llamado -recibió la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2008- vale la pena verla sobre todo si, como yo, alguna vez fuiste maestro de secundaria: de seguro te traerá trilces recuerdos.


sábado, 13 de junio de 2009

La lista

Leyó cada nombre en la lista. Uno a uno. Letra por letra. Su nombre no estaba. Pretendió asombrarse, pero ya sabía el resultado desde antes de tomar el bolso rojo para salir de casa esa mañana. Desde siempre. Sabía que no estaría enlistada junto a los Rodrigos y las Mercedes. Leyó por segunda vez, despacio y minuciosamente, cada letra de cada nombre; revisó cada renglón entre los nombres para ver si el suyo se había colado entre líneas. Nada. Los Rodrigos y las Mercedes seguían anotados justo donde los había visto la primera ocasión. Pensó leer la lista una tercera vez para desengañarse por completo, para cerciorarse de que su nombre no había aparecido de pronto en el número veintiuno de una lista con solo veinte nombres. Dos veces era suficiente para confirmar lo que ya sabía desde siempre, lo que comprobaba cada año, ese mismo día, a esa hora aproximada. Su nombre no estaba en la lista. Nunca lo había estado y nunca lo estaría.

Se sentó en la banca bajo la lista. Colocó el bolso, pesado y rojo, sobre sus muslos. Sacó de él una cajetilla y encendió un cigarrillo. Se encogió de hombros. Miró al suelo y se dijo en silencio: “Lo sabía”. Se tomó su tiempo: nadie la esperaba, como siempre. Nadie para preguntarle si después de tantos años finalmente su nombre estaba escrito en la lista. Nadie que se sorprendiera ni acongojara por la noticia. Nadie. Tiró la colilla al piso y se levantó para irse. Pero dudó. Dudó y se quedó ahí parada, inmóvil. ¿Qué pasaría si revisara la lista una tercera vez? ¿Si su nombre apareciera bajo el número veinte? Dudó. Leer la lista dos veces cada año durante seis años había sido más que suficiente para ella. Leerla una tercera vez este año sería inútil, cruel incluso. Pero, ¿y si esta vez fuera diferente? Cada año era el mismo ritual: revisar dos veces la lista de principio a fin para no encontrar su nombre. Pero tal vez este año podría ocurrir algo inesperado. Tal vez.

Encendió otro cigarrillo, parada donde estaba, con la lista a sus espaldas y el pesado bolso rojo colgando del hombro. ¿Y si sus ojos la hubieran engañado? ¿Y si no hubiera sido suficientemente meticulosa? La lista estaba ahí, detrás suyo. Una simple hoja blanca con una serie de nombres impresos en tinta negra. Era tan sencillo como voltear y confrontarla. Leer con paciencia cada nombre, del uno al veinte, por última vez, con la esperanza de que existiera el número veintiuno y fuera su nombre. Dudó. Tiró la segunda colilla. Quiso irse, pero no pudo. Sus piernas no respondieron. Estaban clavadas al piso. Era más fácil voltear y enfrentarse a la lista por última vez que seguir ahí, dándole la espalda. O que marcharse sin mirar atrás. Era más fácil confirmar su certeza que salir huyendo.


Empuñó la correa del bolso que colgaba pesadamente de su hombro. Dio media vuelta. La lista estaba esperando, justo frente a sus ojos. Introdujo la mano en el bolso mientras leía los primeros cinco nombres. Ninguno era el suyo. Las Mercedes y los Rodrigos seguían allí, pero su nombre no había aparecido. Leyó los siguientes cinco nombres de la lista. Nada. Sacó un objeto metálico y brillante del bolso rojo: una pistola. Otros cinco nombres, ninguno el suyo. Alzó la mano que empuñaba el arma a la altura de su sien. Cinco últimos nombres, ni uno más. “Lo sabía”, se dijo en silencio. Tiró del gatillo.


viernes, 12 de junio de 2009

El (re)descubrimiento de la semana: You are the Quarry

Estoy un poquito bajoneada y con el corazón algo madreado. Nadie dijo que tronar fuera indoloro. Es muy, muy tarde y no tengo cigarrillos. Obviamente no voy a salir para comprar otra cajetilla porque esta ciudad no es precisamente la más segura del mundo y porque ya fumarse dos cajetillas diarias es preocupante hasta para mi. Conclusión: vaya noche de insomnio que me espera.

Pero para noches largas y tristes como ésta tengo un remedio: You are the Quarry de Morrissey. El buen Mozz, como desde hace añísimos, siempre me hace sentir mejor. Lo cual, para muchos, resulta extraño porque sus letras nunca se han caracterizado por ser tontamente optimistas, sino todo lo contrario (gracias a Dios). Solo hace falta leer los títulos de algunas de las canciones en este disco que, junto con Your Arsenal, son mis dos joyas más preciadas y brillantes de entre todos los tesoros que ha grabado Morrissey (¿se nota que, de plano, me enloquece?): How can anybody possibly know how I feel?, You know I couldn't last y la soberbia (en todísimo sentido) I have forgiven Jesus son Morrissey cantando desde el mismo lugar en que me encuentro esta noche: desgarrado, decepcionado, desvalido, pero sabiéndose fuerte muy en el fondo. Puedo compartir su legítimo enojo e increpar al mundo entero mientras canto junto a él. There is something I wanted to tell you. It's so funny you'll kill yourself laughing. But then I look around, and I remember that I am alone. Alone. For evermore... Mi muy querido Mozz, ¿cómo agradecerte por este maravilloso disco?

Además de Irish Blood, English Heart y Let me kiss you mi canción favorita de este disco de 2004 es I'm not sorry, por eso se las dejo en video, en vivo y en Suecia, cortesía de suparni.

jueves, 11 de junio de 2009

No te conozco, mosco

Estimado Eduardo Sánchez:

A pesar de que no te conozco personalmente, me dieron ganas de escribirte esta cartita y hasta de hablarte de tu (espero no creas que soy una igualada). Ayer que transitaba por Insurgentes vi tu foto por primera vez en una manta que colgaba entre dos postes de luz a la altura de Río Mixcoac. Allí estabas acompañado de Gaby Vargas y en otra manta, unas cuántas cuadras después, compartías el espacio publicitario con Mariana Ochoa (a quienes tampoco tengo el gusto de conocer en persona). Según se aprecia en las mantas, ambas amigas tuyas apoyan tu candidatura por el PRI a la diputación local del Distrito XX en la Delegación Benito Juárez porque, como dicen que te conocen, te recomiendan. Luego me enteré de que no solo ellas ponen la mano en el fuego por ti, sino que Omar Fierro y el luchador Cien Caras, entre otros, también dan fe de tu integridad como persona nomás porque te conocen y ergo te recomiendan.

En la presentación pública de esta campaña dijiste (y te cito del Excélsior del 4 de junio de 2009): “Quiero presentar (...) avales ciudadanos; yo estoy buscando generar confianza y la mejor manera que tengo para lograrlo es a través del apoyo de gente con prestigio y reconocimiento que pueda dar testimonio de que me conoce y me recomienda”. Reconoces (y haces bien) que “el principal adversario que tenemos los políticos es la abstención y me parece que ésta es culpa nuestra, por las descalificaciones, porque la gente ve que la política es estarse golpeando y descalificando, no se ven las propuestas, no se ven los acuerdos”.

La verdad, yo no entiendo bien a bien el vínculo que propones, directo y sin escalas, entre conocer y recomendar (tampoco entiendo dónde quedaron tus propuestas, al menos en las mantas de Insurgentes no están). Yo conozco a muchas personas que no recomendaría en lo más mínimo precisamente porque las conozco y es muy probable que muchísima gente, para mi desconocida, sea altamente recomendable en algún sentido. Además, apelar al poder de convencimiento de la buena fe y la amistad en el país del amiguismo, el compadrazgo y la impunidad, con todo respeto, me parece una decisión poco inteligente, por lo que se me hace sospechosa. Si no es mucha indiscreción, ¿de dónde conoces a, por ejemplo, Cien Caras? ¿Fuiste a la Arena México a verlo luchar, le pediste un autógrafo en su camerino y luego se hicieron amigos? ¿Juegan golf los domingos o se reúnen para ver el futbol? Nomás pregunto... A Mariana Ochoa ya se por qué la conoces; ella lo explicó en una rueda de prensa:




Marianita misma lo asevera: "nos tardamos toda una vida en conocer a la gente" y yo completo su sesuda declaración alertando: "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Por sí solo, el hecho de que alguien te conozca o crea conocerte no dice mucho de ti, ni de tu carrera política, ni de tus propuestas legislativas; así mismo, el que algunas personas públicas te conozcan tampoco da cuenta de su prestigio, valía u honestidad. Eso si: cuando dicen que por puritita amistad te recomiendan, se puede adivinar lo que tu equipo de campaña piensa sobre los ciudadanos: enséñales la cara "bonita" de una rutilante celebridad de nombre famosón de tu lado y automáticamente confiarán en tus intenciones, aunque ni sepan cuáles son. Tengo la certeza de que con esta lógica de por medio no voy a votar por ti (ni aunque hubiera enloquecido y quisiera hacerlo podría: vivo en la Delegación Miguel Hidalgo).

Lo siento Eduardo: tu campaña me agarró en un punto de desconfianza total hacia los famosos amigos de los políticos y hacia los políticos con amigos famosos. Espero tengas suerte con algún ingenuo que todavía crea que existen amistades desinteresadas en tiempos electorales.

PD. Ya te vi protagonizando el video musical México puede volver a amar y quedé sin palabras ante tanta cursilería y melcocha, patrioterismo y buenaondez juntas en una sola canción ridículamente optimista... ¿Cómo no se le van a quitar las ganas de votar a la gente con rolas como ésta?


domingo, 7 de junio de 2009

29 Foro de la Cineteca. Sobre Involuntario de Ruben Östlund

Hace mucho que no iba a la Cineteca. Recuerdo cómo de niña iba con mis padres a ver películas de las que ahora no recuerdo casi nada y que entonces no entendía muy bien pero que extrañamente disfrutaba (Fitzcarraldo de Werner Herzog, por ejemplo, de la cual quedó en mi memoria la intensa y salvaje guapura de Klaus Kinski o To live and die in LA de William Friedkin, donde vi por primera vez a William Dafoe y entendí eso de ser ugly-sexy). Ya más grandecita, trataba de asistir, aunque fuera yo solita, a la mayor cantidad de películas posible cuando había Muestra o Foro en la Cineteca: así conocí y me enamoré de Ethan y Joel Coen, de Wong Kar Wai, Atom Egoyan y Jim Jarmusch. Pero la piratería y ahora el internet me han alejado un poco de la pantalla grande para acercarme a la pantalla de mi computadora... ¡Error! El cine está hecho para verse en la oscuridad y en grande.

De hecho, la última película (penúltima ahora) que vi en la Cineteca en noviembre del año pasado (¡!) fue Las flores del cerezo de Doris Dörrie (muy, muy recomendable y sobre la cual pueden leer un texto en el blog de Ana Paula, Del cine y otros demonios). Con pretexto de mi próximo cumpleaños, de que se está presentando el 29 Foro de la Cineteca y para retomar mis buenos hábitos perdidos, hoy fui a la Cineteca con mis padres a comer y ver una película. Es bueno enterarse en qué anda la cinematografía mundial contemporánea, ¿no?, por lo que decidimos ver Involuntario de Ruben Östlund (De Ofrivilliga, Suecia, 2008). Y para de verdad retomar esos buenos y cinéfilos hábitos decidí escribir unas líneas sobre esta cinta que ni me gustó ni me desagradó completamente.

Östlund narra, bastante escuetamente, cinco historias en las que, según dice la sinopsis de la Cineteca, el comportamiento de grupo afecta la acción individual (no es de extrañar que, con esta información, mi padre dijera antes de ver la película: ¡Pero si esto parece un ensayo sociológico!). Dos niñas medio adolescentes y borrachas tomándose fotos, rondando por las calles de Gothenburg y haciendo desfiguros; un señor al que le explota un cohete en un ojo durante una fiesta de cumpleaños; una reunión campestre de treintañeros heterosexuales con connotaciones homosexuales; un conductor de autobus que quiere hacer justicia cuando descubre un desperfecto provocado por un pasajero que decide permanecer en el anonimato; y una maestra que también trata de hacer lo correcto frente al caso de un colega que golpea a un alumno un tanto incontrolable. Las primeras tres historias me resultan lugares bastante comunes que ya se han tratado antes con mejores resultados y que en Involuntario hasta resultan aburridas y tediosas: para chavitas hasta su madre causando estragos, ahi está la célebre Kids de Larry Clark (que ni siquiera me gusta, pero reconozco es buena); para fiestas de familia de consecuencias trágicas véase la primera y excelente película del Dogma escrita por Thomas Vintenberg, Festen; y para hombres de (más y menos) treinta que se sienten atraídos entre sí en un contexto campirano, Brokeback Mountain de Ang Lee es una buena opción.

Las dos últimas historias de Östlund, sin embargo, me parecieron muy interesantes, incluso innovadoras, pero totalmente desaprovechadas. El relato del conductor de autobús (Henrik Vikman), quien decide no seguir con el viaje hasta que el culpable de haber roto el toallero del baño se responsabilice por sus actos, era una excusa genial y divertida para explorar la moralidad sueca, sus percepciones con respecto a la justicia y la injusticia, excusa que se queda solo en eso porque se desarrolla pobremente; así mismo, la historia de la maestra (Cecilia Milocco) que se debate entre denunciar a su colega golpeador o no y el efecto de esta duda en su relación con los demás profesores aparece desdibujada porque no se explora de manera suficiente. Ya que sabemos muy poco sobre estos dos personajes, sus actos y reacciones resultan un tanto incomprensibles en el mejor de los casos o absurdas en el peor, lo cual no contribuye para mantener el interés en lo que les sucede. Ambas historias dan para toda una película, por lo que le podemos aplicar a este director sueco el mexicanísimo dicho: el que mucho abarca, poco aprieta.

Finalmente, el trabajo de cámara me pareció un poco injustificado y hasta arbitrario: ¿en qué contribuyen a contar estas historias largos planos secuencia panorámicos de prados bucólicos o cámaras fijas que nos dejan ver solo la nuca de los personajes o sus pies, calzados o no? Otro sueco, Roy Anderson, ya hizo este tipo de elecciones estilísticas extremas en 2000 con resultados estética y narrativamente sorprendentes: si no me creen vean Canciones desde el segundo piso. Mi conclusión con respecto a Involuntario: dejen de beber, porque sino sus amigas las abandonarán inconscientes y vomitadas en un parque; correrán el riesgo de evitar ir a un hospital después de un accidente con fuegos artificiales para no agüar un cumpleaños; y sus compinches querrán chuparles sus partecitas aprovechando que la peda es al aire libre. De todas formas, ahí les dejo el trailer de la película, cortesía de FilmmuseumAmsterdam, con subítulos en inglés.

sábado, 6 de junio de 2009

Crimen y castigo. El costo de intenciones vergonzosas

La vergüenza puede contener lo que la ley no prohibe
Séneca

To Catch a Predator, un reality show de la NBC transmitido originalmente entre 2004 y 2007, se dedicó a exhibir en televisión las tremendas consecuencias de las prácticas ciberespaciales de potenciales "predadores sexuales" (otra serie que solo podría habérsele ocurrido a los gringos). A partir de las conversaciones en línea entre éstos y supuestos menores de edad, la serie orquestaba citas que resultaban en el arresto de los ingenuos que buscaron sexo y se encontraron con la ley. Durante los años que estuvo al aire, To Catch a Predator se apoyó en Perverted Justice -una ONG californiana que investiga casos de adultos que, mediante el internet, pretenden tener actividad sexual con niños o niñas- y en las agencias de polícía de las distintas ciudades en que realizaron sus operativos para prevenir el crimen. Porque, de hecho, las fechorías que To Catch a Predator mostraba solo sucedían en la febril imaginación de estos hombres y del público televidente. Apunte pseudojurídico: se que las intenciones son elemento fundamental para juzgar la gravedad de un delito pero, ¿cuán incriminatorias son cuando éste nunca se cometió? Que los abogados me ayuden a comprender...

La serie presentaba extractos de chats en los que típicamente se encuentran adultos "maliciosos" y menores "precoces", adolescentes de entre 12 y 15 años (adultos en realidad, parte del equipo de Perverted Justice): los primeros genuinamente querían ligar con chavitos o chavitas y algunos hasta se aventaban a mandarles fotos y videos suyos y de otros de contenido sexual altamente explícito; los segundos, como parte de la trampa, se involucraban en innuendos sexuales e invariablemente daban entrada a estos desconocidos. To Catch a Predator hacía énfasis en las tácticas utilizado por los calenturientos adultos para convencer a estos adolescentes inexistentes de tener sexo con ellos; así, el programa recababa evidencia porque en algunos estados de la Unión Americana está penado incurrir en acciones deliberadas (a veces hasta embusteras) para granjearse la amistad y confianza de un menor con la posterior intención de abusar sexualmente de él o ella. Opinión paradójica: aunque personalmente creo que la pedofilia y la pornografía infantil son una barbaridad, también lo es el hecho de que estos "predadores" fueran engañados para después ser aprehendidos, aún tomando en cuenta sus intenciones lascivas verdaderas. Tal vez la lógica detrás de esto era darle a los "predadores" una sopa de su propio chocolate...

Tras unos cuantos minutos de que los "predadores" habían hecho acto de presencia para conocer a sus "víctimas" en sus domicilios -casas de seguridad armadas de cámaras para seguir evidenciándolos-, el anfitrión de la serie, Chris Hanson, aparecía de manera sorpresiva e interrumpía la cita. Hanson, con todos los pelos de la burra en la mano, confrontaba a los "predadores": les pregunta qué demonios estaban haciendo en ese lugar, cuáles eran sus cochinas intenciones y hasta los exhibía y avergonzaba al leerles partes de sus lúbricas conversaciones virtuales con los supuestos menores. La mayoría de las veces, las preguntas del anfitrión agarraban desprevenido al "predador", cuya incomodidad y embarazo se desbordaban morbosamente en pantalla: "¿Para qué ha traido lubricante, condones y cerveza?", "¿Le mandó estas fotografías de su persona desnuda al menor en cuestión?", "¿Por qué habría usted de arriesgarse así tan inconscientemente?". Comentarios al márgen: estas imágenes describen muy bien eso de que a alguien se le puede caer la cara de vergüenza... mejor ni imaginarse lo que sintieron las esposas, novias, padres e hijos de los potenciales "predadores" al enterarse de lo sucedido...

Una vez puestos en evidencia, los "predadores" se excusaban mediante todo tipo de argucias: fingiendo demencia, explicando que no había nada malo en lo que hacían, diciendo que solo eran inocentes mentores o amigos del menor, llorando y mostrándose arrepentidos, reconociendo que era una locura lo que deseaban hacer y hasta diciendo que se sentían muy solos o que estaban pasando por un doloroso divorcio. Hubo quienes salieron corriendo al verse frente a las cámaras con la esperanza de escapar. Pero, al salir de la casa de seguridad, los "predadores" eran arrestados por la polícia y llevados a la comisaría más cercana donde se construía un caso en su contra para llevarlos a juicio. Sospechas truculentas: me encantaría saber si la NBC (de haberse dado el caso) decidió no pasar al aire encuentros de pedófilos católicos certificados, es decir, padrecitos perversos que hubieran caído en la trampa de To Catch a Predator. También quisiera saber si estos padrecitos -que, en los episodios que he visto, brillan por su ausencia- recurrieron a sus arquidiócesis para que les hicieran el paro... Eso si: un episodio de esta serie deleitó a su público al exhibir la conmoción de un rabino al ser descubierto visitando a un niño de 13 años en Herndon, Virginia, con las intenciones que ustedes ya se imaginan. El rabino renunció a su cargo en una institución educativa judía poco antes de que el episodio saliera al aire y fue sentenciado a 6 años y medio de prisión.

El objetivo más claro de la serie era proteger a los adolescentes en riesgo de ser seducidos por un adulto, aunque fuera virtualmente, con la excusa de que "todos de verdad sabemos qué hubiera pasado si los predadores se hubieran encontrado a solas con menores de verdad". Un what if que se presentan como hecho consumado: evidente falacia asentada en la morbosidad del público y de los involuntarios protagonistas del programa. Éstos no se encontraron con un menor, sino con las feroces cámaras de Hanson y la pesada mano de la ley, ni llevaron a cabo ninguna de sus sucias intenciones. La finalidad de To Catch a Predator también resultaba desmotivar este tipo de conductas e incitar la duda entre los "predadores" virtuales, quienes recurrentemente se preguntaron en línea si todo esto no sería más que una elaborada trampa. Conclusión propositiva pero complicada: Hanson y su equipo deberían aparecer de improviso en alguna sacristía oscura para atrapar en el acto a un predador sexual de verdad, no en potencia. El problema consiste en saber con certeza dónde y cuándo un padrecito perverso, impune y de mala conciencia pretende atacar de nuevo...

jueves, 4 de junio de 2009

El día del milagro

El siguiente relato es cortesía de mi amiga y hermana y cómplice y colega Alejandra Isibasi. Espero lo disfruten tanto como yo lo disfruté. Aunque, si se consideran personas muy impresionables o tienen riesgo de escandalizarse con facilidad, estén prevenidos de que este cuento no es apto para ustedes.

I
Esa mañana Domitilia se desgarró el ano. Se había levantado antes del alba y llevaba allí más de cuarenta minutos, en cuclillas, con las manos colgadas de su cuerda para tender la ropa. Pujaba, jadeaba, y lloraba sin conseguir un solo movimiento intestinal, una sola contracción que aliviara el dolor que le causaba la burbuja de gas instalada entre el ombligo y su riñón derecho. Cada esfuerzo que hacía por evacuar al cadáver viviente que crecía en su vientre le significaba menos aire para respirar y le provocaba una reacción que resultaba adversa: la bola de aire que aplastaba los desechos en sus entrañas bloqueaba más y más el tránsito intestinal indispensable para la resolución pacífica y feliz de semejante embotellamiento.

En un intento por ganar algo de espacio, Domitilia se colgó aún más de su tendedero y se encajó la cuerda en las palmas hasta la sangre, lo que la distrajo lo suficiente para relajarse y respirar. La súbita bocanada de oxígeno que llegó a su cerebro la mareó y le llenó el rostro de lágrimas; el mar, que ahora se iluminaba con el amanecer y se pintaba de rojo y naranja, se hizo líquido y turbio en sus ojos hasta desaparecer. Aunque todavía podía escuchar el batir de las olas, le parecía haber sido transportada lejos de su casa de palitos, plantas y gallinas en la que había crecido desde chica. Luego todo fue amarillo brillante y una mancha empezó a quemar los bordes de su visión hacia el centro, como el círculo negro que se cierra sobre las imágenes en el cine.

Agotada, pujó por última vez. La mancha negra se hizo roja y otra vez brillante, sus oídos estuvieron a punto de estallar, y sus mandíbulas hubieran podido romper una suela por la mitad de haberla mordido en ese momento. Apretó los puños, los brazos, las costillas, el abdomen y los ojos otra vez. Miles de luciérnagas atravesaron la noche que teñía su cabeza. Gritó y gritó y siguió gritando mientras el monstruo lentamente se abría paso en sus entrañas y coronaba su recto desgarrando piel y músculo. Sintió que no debía parar, prefirió usar sus últimas fuerzas para ponerse en pie mientras aquella masa hedionda y muerta se erguía como una columna detrás de sus piernas estiradas y temblorosas. La gravedad terminó el trabajo, Domitilia sintió cómo vaciaba su cuerpo sin mayor esfuerzo y quedaba limpia y ligera, lista para caer inconciente al lado de esa inmunda pila de mierda recién zurrada.

Debieron pasar al menos dos horas antes de que recuperara el conocimiento. El sol empezaba a quemar y el aire no había cedido con la entrada de la mañana, de modo que fluidos y sólidos, sudor y sangre se habían secado y brillaban de sal cuando por fin Domitilia pudo abrir los ojos. Estaba tendida en su patio y no alcanzaba a entender aún la pesadilla de la cual despertaba; lo más incomprensible era que llevaba días sin comer, curándose con agua de coco una diarrea interminable que amenazaba con dejarla en los huesos. Pero la noche anterior, una vez terminada la telenovela y al levantarse a apagar el televisor, un halo de luz azul llenó su cabaña, entró un guajolote aleteando, le acarició los pies y se fue. Inmediatamente Domitilia dejó de sentir el hueco de su panza, fue como si hubiera quedado preñada de comida. Lo que siguió es historia: en cuestión de horas la pobre había doblado su tamaño.

Ahora estaba allí, tirada, secándose, igual que la escultura olorosa enfrente de ella. El tamaño del engendro era espectacular y la forma…. Tenía una base sólida e imponente que dibujaba –a los ojos de Domitilia- dos querubines, los dos cachetones, alados y felices de estar a los pies de una virgen bellísima, de rostro velado y manos juntas en el pecho, sin más detalle que ese velo que la cubría de la cabeza a los pies. El aire salado y el sol ardiente la habían petrificado y ennegrecido, y ahora era una efigie perfecta cuya sombra superaba la de cualquier planta del patio. Domitilia se levantó asustada y a pesar de la debilidad en sus piernas corrió hasta la hamaca que colgaba a la entrada de su casa, tomó a grandes sorbos una coca cola que estaba en el piso desde el día anterior y volvió desmayarse.

II
Para llegar a la playa, todos los días Pancha y su hija debían pasar por donde Domitilia. Llevaban canastas y cubetas llenas de pescadillas, buñuelos y refrescos que vendían a los pocos turistas que visitaban el lugar, y después tomaban el camino largo hacia la carretera para vender el resto allí. Era buen negocio venderle a la gente que venía en los camiones de redilas y a los pasajeros de los colectivos, además era la única manera de estar enterado de lo que ocurría en los alrededores, recibir noticias, encargos y paquetes, o citar al médico o el cura. Así que esa mañana, puntuales como siempre, Pancha y su hija atravesaron el pueblo, pasaron por la tienda a comprar servilletas y limones, y al pasar al lado de la casa de Domitilia, espantaron a un puerco que siempre se escapaba de su corral. Varios naranjos y un platanero cercaban el jardín por lo que tuvieron que rodear la casa, como siempre, antes de saludar a su dueña y sus animales. La hija de Pancha que iba un poco más rápido fue quien advirtió la presencia de la estatua en uno de los costados del jardín, haciéndole sombra a tres polluelos, en medio de un tapete de flores blancas y hojas verdes, salpicada de diminutos pétalos de azahar. El sol perforaba el follaje de uno de los árboles que circundaban la estatua y la iluminaba suavemente, como si se tratara de estrellas, con algunos destellos.

- ¡Mami! Mira… mira la virgen de lodo allá al fondo.
- No hija, eso no es lodo. Es…
- Es mierda – dijo muy seca Domitilia que las escuchaba desde su hamaca, atrás del árbol.
- Ay Domi… – alcanzó a responder la incrédula Pancha desde el otro lado mientras se dirigía hacia la estatua – ¡¡pues obraste muy bien!!

La hija volteó hacia su madre con una mueca y no pudo contener la carcajada.

- No se rían… no es chiste.
- No, no es chiste Domi, es cierto, tienes razón… no es chiste, corrigió Pancha. ¡Es un milagro! ¡Es un milagro!

Madre e hija corrieron hacia la virgen y comentaban entre ellas lo bella, lo perfecta, lo milagrosa que resultaba esta aparición. Desde aquel improvisado altar llamaban eufóricas a Domitilia, contemplaban la obra, lloraban de emoción y alegría. Entre tanto barullo y festejo no se percataron que la anciana no se levantaba; de hecho era necesario acercarse a ella para ver el charco de sangre que ahora manchaba el piso debajo de la hamaca. Se apresuraron en dejarla sola, debían mandar por el cura cuanto antes.

III
Con la cabeza recargada en la ventana del camión y los brazos cruzados, le gustaba sentir el temblor del vidrio en su cabeza, eso lo aturdía lo suficiente para acordarse del efecto que le producía un buen coñac o el golpe accidental (pero placentero) que daba a los puros que fumaba en Querétaro, hace unos años, cuando estudiaba en el seminario. Aunque no los dejaban fumar o tomar allí, cada domingo su tío el vicario lo tentaba después de comer para degustar toda suerte de digestivos y tabacos que tanto extrañaba ahora que estaba en medio de la nada, perdido en la selva, el mangle o como le llamaran, deseando que pronto terminara este castigo que había sido ser enviado en misión hasta los confines del mundo. Nada en él merecía estar allí: ni su piel blanca y delicada que se ardía y llenaba de ampollas cada vez que debía bajar a la playa; ni su pobre estómago tan acostumbrado a las carnes asadas, las verduras al vapor y el buen vino; ni su refinado gusto por los toros y las corridas (aquí sólo había peleas de gallos, de vez en cuando); lo único que le parecía fácil obedecer era su voto de castidad en esa tierra de gente negra de cabello negro y ojos negros, supersticiosa e ignorante, con quien no compartía nada salvo su amor por el fútbol. Tal vez por eso cerraba muy seguido los ojos, para odiar en silencio y no ver nada, como ahora pegado de la ventana, aunque la gente creyera que era porque rezaba.

El padre Fernández en realidad venía mentando madres. No podía creer que ahora debía ir a certificar un milagro. ¡Un milagro!, como si en esa tierra tal cosa fuera posible…. Los habitantes, al menos una vez al mes, veían un fantasma o ánimas errantes en el mar o predecían alguna catástrofe o presenciaban un milagro: lo que fuera, con tal de no morir en el olvido. Morir de hambre, de disentería, o de olvido.

Pero esta vez, para él todos habían enloquecido. Al parecer las heces de una mujer habían tomado la forma de la virgen. ¡Las heces!... ¡La Virgen!... El padre Fernández, cada vez que ocurrían este tipo de insensateces (como le gustaba llamarlas), respiraba hondo y le pedía a la Virgen que ayudara a toda la gente ignorante y tonta.

El camión se detuvo, su cabeza rebotó violenta en el vidrio. Como de costumbre respiró muy hondo, abrió los ojos, parecía emerger de una larga meditación. Volteó a ver a su vecina de viaje, le dio dos palmadas en la rodilla, se levantó y dio dos palmadas en el hombro al chofer, sonrió y dio las gracias. La solemnidad y el cuidado que ponía en sus movimientos agregaban veinte años a los casi treinta que tenía, a pesar de su rostro de niño. Bajó del camión, le preguntaron si quería caminar o prefería tomar una redila para la terrecería, él decidió caminar.

El sol estaba en su cenit. Mientras avanzaba, el padre Fernández procuraba ser amable con sus acompañantes, había que reconocerle que su deseo más sincero era en efecto el de seguir el ejemplo de Jesucristo, y entonces era amable; y sin proponérselo con esta actitud conseguía inspirar igual desconfianza que respeto. Preguntó pues por el milagro y cómo llegar al lugar de los hechos. No le extrañó que nadie supiera nada, eso ocurría todo el tiempo. De todas formas no tardó en encontrar la casa de Domitilia, un grupo de curiosos intermitentes e intercambiables la merodeaba desde hacía unas horas, como cuando los zopilotes indican dónde está el muerto.

A su llegada, saludó a Pancha pensando que ella era la dueña de la casa, no le molestó la visión de una anciana moribunda en la hamaca que colgaba a unos metros de la estatua; lo único que él quería era irse de allí lo más pronto posible. Le señalaron la Virgen, como ahora la llamaban los nuevos beatos, y desde que la vio no pudo quitarle los ojos de encima. Era un monumento demasiado obvio para él, todo el odio que alojaba su corazón se esfumó ante esa imponente y dolorosa visión y, como cuando era niño, empezó a temblar. No podía ver más que un escroto, un par de bolas y un falo erecto, perfecto. Recordó las interminables e infames tardes de sacristía que debió sobrevivir en su juventud. Su garganta se cerró conforme descubría que una poderosa erección lo dominaba sorpresivamente. Perplejo, confundido, y para no ser descubierto, cruzó las manos bajo su ombligo y cayó de rodillas, cabizbajo y vencido, pidiendo a Dios que toda esa humillación terminara. ¡Pobre cura Fernández! De haber sabido que desde donde él estaba en verdad se veía un pene, no se habría entregado a la culpa tan animadamente como ahora lo hacía. Pancha, al verlo postrado, levantó los brazos y aun más incrédula que en la mañana gritó “¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro!”.

IV
Mientras el aire la mecía y acariciaba tiernamente su cabello, Domitilia escuchaba el mar, las olas que batían una y otra vez al ritmo de su hamaca y del viento y de su propia respiración. Sentía que se hundía en ese arrullo y se entregaba a él resignada. De vez en cuando entreabría los ojos solamente para contemplar la peregrinación improvisada de sus vecinos hacia su patio. Traían flores y aguardiente, mezcal y veladoras, ofrendas de todo tipo, cervezas, charanda y niños. De haber podido, hubiera gritado, hubiera sacado a machetazos a toda esa gente de su patio, le hubiera escupido al cura por menso; pero antes que nada, Domitilia se hubiera servido un vaso de agua del pozo. Sus labios secos estaban pegados y así guardaban la poca humedad que le quedaba entre la lengua y el paladar; era cuestión de tiempo antes de que todo en ella se secara y desintegrara. Parecía que el destino de su estatua se había intercambiado con el de ella; y entendió que moriría como un despreciable pedazo de mierda, abandonada a su suerte.

Pensó en su hijo. Cada vez que veía a los hombres regresar del mar, en sus lanchas, con sus redes y sus tarrayas, pensaba en su hijo. Él seguiría enviando dinero después de ella muerta, y no había ni cómo avisarle ni cómo pedirle que ya no mandara nada. ¿Quién se iba a quedar con todo ese dinero? Tanto trabajo y esfuerzos enviados a nadie y a nada… Pobre, se había ido para el norte apenas hecho un hombre, con catorce cumplidos y la promesa de volver; pero ya había pasado mucho tiempo, varios temporales, varios huracanes, hasta dos temblores fuertes, y no volvería a tiempo para besarle la frente como se acostumbra al morir la gente.

El padre Fernández terminó pronto el rosario, las letanías y la bendición; se despidió de Pancha y con un gesto de la mano se despidió de los demás. Sin entender bien porqué, caminó hasta la hamaca, le preguntó a Domitilia si se sentía bien. “Ya mejor” fueron sus últimas palabras mientras sonreía. El padre tomó sus manos ya heladas y le murmuró palabras en latín al oído, la bendijo, besó su frente salada; usó la silla que tenía la mujer para mantener abierta la puerta de su casa y se quedó junto a la hamaca en silencio mientras la puerta detrás de ellos se cerraba. Juntos escucharon el barullo del pueblo, las gaviotas que se peleaban el pescado de los hombres, el golpe de las olas contra las lanchas, el viento en los árboles, los niños gritando, los grillos, los perros, y el mar. Y poco a poco se abrazaron en el sueño púrpura del atardecer con las manos entrelazadas.

Cuando el padre Fernández volvió a abrir los ojos ya era de noche. La mano rígida de Domitilia yacía entre sus dedos. La soltó. Comprendió que no podría regresar a la iglesia sino hasta llegada la mañana, una vez terminadas la devoción y la borrachera de los demás. Los pocos que seguían despiertos miraban perdidos el fuego de una fogata, y uno que otro de repente cantaba. Sólo el enorme cerdo, que otra vez se había escapado de su corral, daba vueltas. Iba y venía buscando basura y comida y, como era de esperarse, se detuvo frente al altar. Su fino olfato lo había llevado hasta aquel monumental festín y el padre Fernández se escuchó decir en voz alta “este comemierda se la va a tragar”.

V
Mientras el aire la mecía y acariciaba tiernamente su cabello, Domitilia decidió abrir los ojos por última vez y despedirse del mar. De aquellas olas doradas y llenas de destellos vio cómo surgía, primero pequeñita y después cada vez más imponente, la silueta de su hijo convertido ahora en un hombre. Se estremeció tanto que los latidos de su corazón la sacudían en un temblor interminable y la poca agua que le quedaba dentro se derramó en una lágrima gorda que le mojó los labios.

Él se acercó, la miró, acomodó su cabellera y le secó los ojos. Domitilia sintió cada músculo de su cuerpo relajarse, toda la agitación previa al encuentro se diluía ahora en una suave brisa de paz y cuando su hijo le preguntó cómo se sentía, ella suspiró un frágil “mejor que nunca”, y sonrió. Su hijo la volvió a acariciar, le tomó las manos y, muy bajito en el oído, le relató cómo era su vida, sus anhelos y sus sueños. Le describió todos los lugares que había conocido y todas las personas que lo habían ayudado; le habló de la mujer que amaba y del hijo que esperaba; la bendijo, le besó la frente, arrimó la silla que llevaba años esperándolo en la puerta de la casa y se sentó junto a ella, en silencio, con las manos entrelazadas, frente al agua púrpura del mar. Domitilia cerró los ojos, contenta.